la Peña EL MANANTIAL "Tarde os amé, hermosura tan antigua Dame -Señor- la dicha de encontrarte en cada cosa leve del camino... en las flores, nacidas para amarte; en la huella rasgada del espino. Mi corazón - Señor- ahora camina por un sendero nuevo y escondido; me gozo en la belleza de la encina y en su sombra de paz, pongo mi nido. ¡Qué claro todo cuando estás conmigo! ¡Cómo siento -Señor- que estoy llegando! He descubierto la palabra "amigo" y me he sentido, ¡como nunca!, amado. Prefiero la espesura y los abrojos, a la ancha senda fácil y ligera; ahora te tengo -Amado- ante mis ojos: ¡tu luz me liberó de mi ceguera! "hicimos amistad entre brezos" y me embriagué de tu naturaleza... Y quedé sin palabras... y mis rezos fueron su sol, su luna y su belleza. Sé que puedo encontrarte en cada cosa si, con amor, la tomo entre mis manos; en el ave, en la espiga y en la rosa... En cada huella en flor de "mis hermanos". Y mis ojos quedaban fascinados; -y los cerraba para hacerlo mío- ¡todo hablaba de Ti!; montes, collados, el ave en vuelo y el cristal del río... Sé que estás esperando noche y día -cuando me ves entre el dolor perdido- con el consuelo para mi agonía y el perdón de tus labios florecido... Comprendí tu poder cuando mandaste: hágase el mar, la tierra, el aire, el cielo... Y mi noche sin luz, "porque me amaste", me cegó el sol y se abrasó mi hielo. ¡Qué tarde supe de tu amor! Estaba entre tinieblas -¡Dios mío!- y entre hielo. Yo sentía una sed que me mataba, sin tregua, sin alivio y sin consuelo. Y ya siento la lluvia por mi cara y un milagro de flor en mi erial: y en mis labios sedientos, agua clara recién brotada de tu manantial. No me abandones ya... Déjame amarte y sentirme al final de mi destino... ¡Dame - Señor- la dicha de encontrarte, en cada cosa leve del camino! |