Poveda de las Cintas - Salamanca

Dentro de las exigencias de la vida trato de ser lo más coherente posible al margen de códigos, leyes, normas o condicionamientos genéticos y sociales; en definitiva, trato de mantener en mi organismo un alto nivel de sentido común y de hacer de mis días lo más agradable posible tanto para mí mismo, por mi propia salud mental, como para los que me rodean. Pero como dice la máxima que leemos colgada en algunos bares y oficinas: “hace un día espléndido, verás cómo viene alguien y lo jode”.
Dicen que con la edad uno tiende a hacerse un cascarrabias, aunque en mi caso tiendo a todo lo contrario, involucrado en una especie de cruzada personal que aporte un granito de arena a la felicidad del prójimo. Sin embargo, hoy no es sencillo mantener una actitud positiva, pues cada vez más gente sale a la calle con ganas de “guerra”, de enfrentarse al primero que se encuentren: “se van a enterar” parece que llevan tatuado en la mirada. Y no es difícil reconocer a esta nueva subraza de …¿de qué? ¿ de amargados, de tristes resentidos, de envidiosos patológicos. En general sus caras denotan un injusto desacuerdo con el mundo: porqué Scarlett Johansson no se ha enamorado de mí, por qué Amancio Ortega es el dueño de “Zara” y yo no, por qué al príncipe le queda tan bien la barba y yo parezco un oso malnutrido, por qué yo aquí y otros disfrutando del molino (hoy más que nunca que es Lunes de Aguas). Sea la razón que sea, esta legión de cabreados crece y crece y se les puede reconocer por sus duros rostros y sus miradas esquivas; tampoco hablan mucho. De hecho sus dificultades para saludar es la característica principal de esta subraza que sólo disfruta si la miseria es compartida.