01-05-13 11:54 | #11266700 |
Por:No Registrado | |
Aborto y progresismo. Miguel Delibes En estos días en que tan frecuentes son las > manifestaciones en favor del aborto libre, me ha > llamado la atención un grito que, como una > exigencia natural, coreaban las manifestantes: > «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En > principio, la reclamación parece incontestable y > así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, > algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, > objetar dicha exigencia, esto es, parte > interesada, hoy muda, de tan importante decisión. > La defensa de la vida suele basarse en todas > partes en razones éticas, generalmente de moral > religiosa, y lo que se discute en principio es si > el feto es o no es un ser portador de derechos y > deberes desde el instante de la concepción. Yo > creo que esto puede llevarnos a argumentaciones > bizantinas a favor y en contra, pero una cosa > está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un > proyecto de ser, con un código genético propio > que con toda probabilidad llegará a serlo del > todo si los que ya disponemos de razón no > truncamos artificialmente el proceso de > viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es > matar (parece muy fuerte eso de calificar al > abortista de asesino), sino interrumpir vida; no > es lo mismo suprimir a una persona hecha y > derecha que impedir que un embrión consume su > desarrollo por las razones que sea. Lo > importante, en este dilema, es que el feto aún > carece de voz, pero, como proyecto de persona que > es, parece natural que alguien tome su defensa, > puesto que es la parte débil del litigio. > La socióloga americana Priscilla Conn, en un > interesante ensayo, considera el aborto como un > conflicto entre dos valores: santidad y libertad, > pero tal vez no sea éste el punto de partida > adecuado para plantear el problema. El término > santidad parece incluir un componente religioso > en la cuestión, pero desde el momento en que no > se legisla únicamente para creyentes, convendría > buscar otros argumentos ajenos a la noción de > pecado. En lo concerniente a la libertad habrá > que preguntarse en qué momento hay que reconocer > al feto tal derecho y resolver entonces en nombre > de qué libertad se le puede negar a un embrión la > libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin > limitaciones piden en todo el mundo libertad para > su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón > siempre que en su uso no haya perjuicio de > tercero. Esa misma libertad es la que podría > exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en > un plano más modesto: la libertad de tener un > cuerpo para poder disponer mañana de él con la > misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y > reacias madres. Seguramente el derecho a tener un > cuerpo debería ser el que encabezara el más > elemental código de derechos humanos, en el que > también se incluiría el derecho a disponer de él, > pero, naturalmente, subordinándole al otro. > Y el caso es que el abortismo ha venido a > incluirse entre los postulados de la moderna > «progresía». En nuestro tiempo es casi > inconcebible un progresista antiabortista. Para > estos, todo aquel que se opone al aborto libre es > un retrógrado, posición que, como suele decirse, > deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el > culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a > un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo > y no violencia. Años después, el progresista > añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. > Para el progresista, el débil era el obrero > frente al patrono, el niño frente al adulto, el > negro frente al blanco. Había que tomar partido > por ellos. Para el progresista eran recusables la > guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, > cualquier forma de violencia. En consecuencia, > había que oponerse a la carrera de armamentos, a > la bomba atómica y al patíbulo. El ideario > progresista estaba claro y resultaba bastante > sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo > que procedía era procurar mejorar su calidad para > los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea > por delante. Pero surgió el problema del aborto, > del aborto en cadena, libre, y con él la polémica > sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el > progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero > no persona, mientras que la presunta madre lo era > ya y con capacidad de decisión. No se pensó que > la vida del feto estaba más desprotegida que la > del obrero o la del negro, quizá porque el > embrión carecía de voz y voto, y políticamente > era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en > unos principios que parecían inmutables: la > protección del débil y la no violencia. Contra el > embrión, una vida desamparada e inerme, podía > atentarse impunemente. Nada importaba su > debilidad si su eliminación se efectuaba mediante > una violencia indolora, científica y > esterilizada. Los demás fetos callarían, no > podían hacer manifestaciones callejeras, no > podían protestar, eran aún más débiles que los > más débiles cuyos derechos protegía el > progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un > fenómeno semejante, algunos progresistas se > dijeron: esto va contra mi ideología. Si el > progresismo no es defender la vida, la más > pequeña y menesterosa, contra la agresión social, > y precisamente en la era de los anticonceptivos, > ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos > progresistas que aún defienden a los indefensos y > rechazan cualquier forma de violencia, esto es, > siguen acatando los viejos principios, la náusea > se produce igualmente ante una explosión atómica, > una cámara de gas o un quirófano esterilizado. | |
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