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DÍA DEL MAESTRO 2008

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España > Salamanca > Galinduste
DÍA DEL MAESTRO 2008
A lo largo del año se celebran un montón de días especiales, por ejemplo: día del padre, día del medio ambiente, del agua, de la música, etc. El próximo día 31 de octubre se conmemora el día del docente.

Yo, que soy muy dada al recuerdo, voy a nombrar a cuatro personas de Galinduste, que vivieron en la primera mitad del siglo XX y que por su labor didáctica son dignas de admiración y agradecimiento.

CLAUDIO MARTÍN VICENTE: Dicen los mayores del pueblo que fue un hombre bastante culto.
Padecía gran minusvalía en piernas y brazos por lo cual recibía el apodo de “el manco”. Aún así liaba sus cigarrillos y escribía inmejorablemente. ¿Qué podía hacer que le compensara moralmente? Pues... enseñar a leer y escribir a cuantos se lo pedían.
Por aquel tiempo, los niños dejaban muy pronto la escuela y muchos jóvenes no habían asistido nunca.
Claudio les enseñaba gratis, como hoy se diría “por amor al arte”. Lo hacía por satisfacción propia y verdadera entrega.

MANUEL SÁNCHEZ GONZÁLEZ: En su época (entre los años 30 y 40), el chaval que podía ir a la escuela era privilegiado, porque para la inmensa mayoría era absentismo total. Los niños no asistían a ella, bien sea por necesidad o por poco aprecio a la cultura por parte de los padres. Desde muy pequeños servían de zagal, pavero, trillique, pigorro y otros menesteres.
El señor Manuel, inteligente, con no muchos medios, admitía en su pequeña habitación a cuantas personas necesitaban aprender, de todas las edades y niveles; normalmente cuando daban vacaciones las dos únicas escuelas públicas que existían en el pueblo, una de niños y otra de niñas.
Él fue algo así como un profesor de apoyo. Trasmitió su enseñanza a la gente y se le recuerda por ello.

QUINTÍN SÁNCHEZ BENITO: Persona polifacética, hacía de todo para ganarse la vida honradamente: barbero, peluquero... y “maestro”, generalmente de adultos, que acudían a su casa por la noche, cuando habían terminado las tareas del campo.
¡A cuánta gente se le oye decir: “Yo, lo que sé, me lo enseñó Quintín”!.

Y por último: Mª FRANCISCA MORETA. Aquí hablo con conocimiento de causa, yo asistí a esa “escuela”. Si en los tres casos anteriores acudían normalmente adultos, en éste éramos niños de 2 a 6 años (recordemos que en la escuela pública no se admitían hasta cumplir esa edad). Hoy sería la guardería de la Sra. Mª Francisca. Pienso que a aquella buena señora no le movían sólo las estrecheces de la vida, debía tener mucha vocación y paciencia.
Prescindió de una habitación de su casa en la calle Cuesta, abrió una puerta y le puso dos portones; el de arriba siempre estaba abierto, a no ser que nevara o lloviera.
Ella, de media edad pero parecía viejita, se sentaba a una esquina, en una silla baja de esparto y ponía los pies en una caja de brasero, vacía en verano y con lumbre en invierno. Utilizaba una varita sólo para señalarnos. Asistíamos no menos de veinte niños. No había mobiliario alguno, nos sentábamos en una especie de vigas que había junto a dos paredes. El suelo era de baldosa roja, la típica del pueblo. Recuerdo que un día se partió una, pronto había arrancadas un montón y al final el piso se llenó de hoyos de barro. ¡Pobre mujer! Cómo podría aguantar a tanto niño sin un baño, sin pañales, uno que se quería ir, otro que lloraba...
Cuando lograba que guardáramos silencio, nos enseñaba muchas cosas: la tabla de multiplicar (que la aprendíamos cantando), las letras del abecedario, los puntos cardinales, cuentos, oraciones, valores como la obediencia, el agradecimiento, el perdón...
Entre tantos niños había alguno que le hacía burla y ella le decía “¡¡¡Libertino!!!”, palabra que yo tardé algún tiempo en comprender.
La hora de salida era esperada con impaciencia. Como quedaba cerca la torre del reloj, se oían muy bien las horas; cuando daba la primera campanada salíamos como flechas.
No me consta que esta señora cobrara cuota alguna por este trabajo, creo que nuestros padres le daban la voluntad en especie: un celemín de trigo, un talego de garbanzos, un pan blanco, una cántara de leche, huevos, productos del huerto... aquello que cada uno cultivaba.
Los últimos años de su vida los pasó con sus hijos en Salamanca. Allí, el cineasta salmantino Basilio Martín Patino, se fijó en ella para trabajar de extra en una escena de la película “Nueve cartas a Berta”, en el año 1966. Bonito final para un buen recuerdo.

Estos cuatro “enseñantes” no tuvieron nómina, trienios, vacaciones ni baja laboral, fueron personas adelantadas en el tiempo, inteligentes, sin medios para cursar una carrera, y que con gran vocación nos dejaron su enseñanza.

Por eso, en el día del maestro, merecen nuestro recuerdo; ellos son historia de Galinduste.

Mª del CARMEN HERNÁNDEZ MÉNDEZ
Enviado por: cmbh | Ultima modificacion:26-10-2008 20:17
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