El Sahugo - Salamanca

El verano había transcurrido mansamente entre diversiones esporádicas y las duras faenas con las que el campo entretenía a la todavía abundante población que se mantenía en el pueblo esperando la dispersión por las emigraciones posteriores.
Había llegado el mes de Setiembre, se habían barrido las eras, se empezaba a quemar el rozo, y la inminencia de la boda llenaba de nerviosismo tanto a Tasia y su novio Cayo como a sus respectivas familias, que ya habían apartado los mejores corderos y cabritos y tomaban las últimas decisiones sobre si invitaban también a los primos segundos o si se consideraba vecino a tío Rogelio, que vivía bastante más allá del postigo de tía Fermina.
Ya habían escogido a dos primos para que fueran los cabrestos y se habían repartido las tareas más cercanas. Al día siguiente, Cayo con sus hermanos Modesto y Cencio, sus primos Basilio, Justiniano y Sinforiano y los hermanos y primos de Tasia (Benito, Calixto, Marceliano y José Antonio), subirían al carro tirado por la Jabonera y la Remendá y dedicarían la tarde a atravesar la jesa yendo a cortar el roble que una ley no escrita concedía a cada pareja de contrayentes para mejor soporte de los rigores del invierno.
Tasia, con la ayuda de su madre tía Juliana, de su hermana Candi y sus futuras cuñadas Benita y Toña, había hecho ya acopio de abundante loza y porcelana para dar de comer a los más noventa invitados que esperaban reunir.
La lana para el colchón, procedente de las ovejas de Tío Rufino, estaba bien vareada y esperaba paciente que unas manos hábiles terminaran de coser las costuras y colocaran las cintas que habían de impedir que se formaran bolas o hicieran que quedara demasiado canchúo en alguna de las esquinas y con poco cobijo en el medio, donde más peso iba a soportar.
(la boda hay que prepararla con calma, que son muchos enreos y se nos puede olvidar algo; entretanto, alguien puede animarse a colaborar en la ciber revista -queda entavía un mes para San Caitano).

Tres semanas atrás, las familias de los dos jóvenes habían pasado por el ritual obligado de la ceremonia de los Conciertos. El hecho de "apregonarse" implicaba la cercanía del gran día de la culminación de todos los preparativos.
Las dos familias habían curado una gran cantidad de "chochos"- en Saúgo casi nadie conocía la palabra árabe "altramuz"- aguándolos metidos en un saco en el pozo de la Bahía, y mientras el obleero elaboraba la calculada cantidad de obleas y barquillos moldeando con sus herramientas la anisada masa de harina, las mujeres llenaban la casa con el aroma característico del aceite hirviendo en el que cogían forma los coquillos, las floretas, las perronillas y las rosquillas de baño.
A lo largo de tres Domingos seguidos, el sacerdote hacía las sucesivas amonestaciones preguntando en público durante la Misa Mayor si alguien conocía alguna circunstancia que impidiera la celebración normal de ese santo matrimonio y la obligatoriedad de comunicarlo de forma perentoria.
Existía la posibilidad de comprar dos de las tres amonestaciones cuando algun embarazo no deseado avergonzaba a las familias y corrían peligro de tener que celebrar al mismo tiempo boda y bautizo. La realidad es que nunca se dio tanta urgencia, pero las familias buscaban apresurar la resolución del engorroso trámite acelerando el trabajo eclesiástico; tal vez a ello se debiera la irónica denominación de "casarse por el sindicato de la prisa".
No fue este el caso de Cayo y Tasia, quienes la víspera del primer pregón o amonestación reunieron en casa de los padres de la novia a una nutrida y abundante afluencia de familiares y allegados a los que habían invitado para la ceremonia de los Conciertos, que de alguna manera suplía el acto social que en las ciudades y otras localidades constituía el acto de "petición de mano". Los platos y las bebidas desfilaban presurosos por delante de los invitados. Los rostros joviales iluminaban el ambiente festivo con risas y comentarios prometedores de un futuro alegre pleno de armonía y felicidad.
Aunque todos los asistentes conocieran la fecha del enlace, se recordaba como complemento del concierto, del compromiso que para los enamorados contrayentes suponía la reunión familiar. El paso de la jarra o de las botellas hacía subir poco a poco la temperatura hasta alcanzar un punto controlado en el que alguien osaba adelantar acontecimientos arrancándose con el obligado: "¡Urí, urí, urí!¡Los de la boda, los de
la boda...!
Aunque los padres solían ser más tolerantes durante la celebración del evento, algún chicorro no se libró de un gasnatón cuando se atrevió a encender un celta corto aprovechando la ocasión, mientras los mayores saboreaban el ducados o el purino que completaban el convite. Alguna de las jóvenes que ya "habían salido fuera" aprovechaba también la cofusión para sujetar de forma elegante con dos dedos de la mano, discreta pero claramente levantada, el pitillo recién encendido, mientras soportaba la dura mirada del padre en cuyo brillo era capaz de leer: "¡Ya hablaremos luego. Cuando estés pahí, pande yo no te vea, haz lo que te dé la gana, pero aquí... ojito, ten cuidao!" La boda, realmente empezaba en ese momento.

La temperatura de Setiembre se suavizaba y el mes comenzaba a mostrar su cara más amable.A la salida del Rosario, las parejas solían solían iniciar un solitario y lejano paseo, alejándose a escaso centenares de metros de la salida del pueblo. Este Domingo, sin embargo, la expectación aumentaba por momentos en la plaza y la curiosidad por el desarrollo del baile de loa pregones hacía que varias decenas de personas ocuparan los lugares próximos al trinquete, donde dos parejas de jugadores acababan de alargar el juego: ¡Cinco más!, mezclándose el interés por el resultado final con la prisa por el comienzo del baile.
Tío Toribio, el tamborilero, templaba la gaita y el tamboril probando los acordes más característicos de ambos instrumentos, de los que sacaba las tonás más apropiadas para cada ocasión, que no siempre coincidían con las canciones de moda que se aprendían en el "arradio" que iba invadiendo cada una de las casas y que popularizaba canciones como Pénjamó, A lo loco o En un barco de vela..
Muy pronto aparecieron en la plaza los "apregonaos", en medio del alborozo general de felcitaciones: "¡Que sea pa bien y pa muchos años!"

"Muchas gracias. Y tú que lo veas!"
Ambos exhibían las galas estrenadas para la ocasión. Tasia vestía la bata colorá, que le sentaba divinamente. "La ponía mu guapa" según sus amigas y fasmiliares, y atraía la ávida mirada de Cayo, quien pronto ya no se vería obligado exclusivamente a amoronarla por la noche contra la leñera, al lado del postigo de entrada a la casa, exponiéndose a que los pescaran en sus eflubios besucones y tentones cuando el hermano chico se iba para casa después de que tocaran a las ánimas.
Tasio vestía el traje de pana negra que solía estrenar el novio el día que se apregonaba. Podía lucirlo durante un tiempo los días festivos como ropa de vestir y , posteriormente, usarlo como ropa sufrida para los trabajos del campo.
Las notas de la gaita y el tamboril iluminaron durante toda la tarde el ambiente de la plaza y animaron a los más vergonzosos o reacios -o de más edad- a arrancarse con garbosos pasaodobles y vistosos revueltos que la sabia interpretación de Tío Toribio contribuía a extender por el amplio espacio de la plaza del pueblo, que habitualmente se utilizaba como "juego pelota." Los demás entretenían el tiempo en vaciar una y otra vez la jarra del vino que Lorenzo, el incansable cabresto, hacía pasar de mano en mano rellenándola cuidadosamente con el garrafón.
La llegada de la "cabrá" fue como una señal convenida para que la plaza fuera paulatinamente vaciándose- primero las abuelas, encargadas cada noche de mondar la cena, luego las chavalas a las que Chencho llamaba maliciosamente "chivinas tempranas".
Cuando tocaron a las ánimas, no quedaba en la plaza más que algún corro de mozos que fumaban el último "mataquintos en la esquina de la escuela, dudando si jincarse el último cuartillo en la taberna de Tío Anselmo, en cuyo mostrador apuraban la espuela los parroquianos más rezagados, mientras el tabarnero, adormilado, decía que sí constantemente, sin que ninguno de ellos le hubiera prefuntado nada.
El primer acto de la ceremonia- Conciertos y Pregones- había salido bien. Faltaban otros para completar la representación.

En la misa del tercer Domingo , el sacerdote completó su obligada intervención:" Si alguien conoce algún impedimento que impida la celebración de este santo matrimonio, debe comunicarlo antes de que transcurran las 24 horas, por ser ésta la trecera y última amonestación"
. Nadie osó manifestar ningún obstáculo, ni siquiera Serafina, a quien Cayo
una noche en la Calleja la Fraila y otra en el Río La Jerrera la había jurado amor eterno y recordaba, con lágrimas que ocultaba cubriendo el rostro con las manos, arrodillada en el reclinatorio, la canción de José Guardiola: ....Que era yo y no aquel a quie queríííia. (cambiando el género de los futuros contrayentes).
La semana siguiente fue de una intensa actividad. El salón de la boda aparecía preparado con todos los utensilios y elementos necesarios para que el día de Los Machos no faltara nada de lo necesario. Varias tinajas esperaban el agua que transportaría Matilde, la aguadora, en una burra con cuatro cantarillas en las aguaderas desde La Fuente Grande para el fregoteo y limpieza de la gran cantidad de loza que habría de usarse, y que las mujeres de las dos familias, con la ayuda de la cabresta y otras voluntarias allegadas, habían ido trayendo desde sus casas y las de otros familares y amigos. Una pequeña marca impediría los posibles errores a la hora de que fueran devueltas tras su uso.
En el corral miraban con ojos temerosos varias reses que intuían un inmediato sacrificio; grupos de dos, tres o más personas iban llegando y ampliaban la fauna sacando de las cestas gallos y gallinas que llenarían las mediafuentes en algunas de las sesiones que llenarían la tripa de los comensales más que en ninguna otra sesión del año, más, incluso, que en la matanza.
La tarde daba mucho de sí. Los mozos y dagales alborotaban las calles transportando las largas mesa descargadas con habilidad desde el piso superior o inferior de las tabernas que prestaban el mobiliario en compensación por la compra del vino que regaría de forma generosa el sediento gaznate de invitados y arrimados, cada día.
Tía Marciana espabilaba a las demás mujere:"deile, deile a las uñas, diros priesa, que hae muchos pollos pa pelar, no vos estéis mirando pa la musarañas... Y cuidao, dagalitas, con esas avispas que andan ahí, entre los tiestos..."
(si esto se vos hace largo, vos podéis presentar directamente a la hora del convite o mañana para bailar la manzana).

El sol se había ya ocultado y tras las duras sesiones de desuello y desplume de aves en calderos de agua medio cociendo, empezaba ya el trasiego de los primeros dulces y tragos de vino; en un rincón, disimulados entre trastos y aperos que habrían de uilizarse más tarde, descansaban varios garrafones e, incluso, una de las primeras cajas de cerveza traídas de prueba al pueblo y cuyo consumo no acababa de calar a pesar de los calores:"Ande estén el anís y la coñá, que se quite to lo demás"-"Y el aguardiente... Y el refresco"-"Eso, y el aguardiente y el refresco" A qué sabría to eso, se preguntaba Tía Marciana, ella que no había pasado de la gaseosa o del agua de la Juntanilla.. Algunos corros comentaban las últimas faenas del Verano, mientras Tasia, Cayo y los dos cabrestos se disponían a salir co los dos de la cordión y las porras a recorrer el pueblo "avisando" a vecinos y amistades. Ellos con la música y el acompañamiento llenaban de colorido festivo las calles y los corrales en los que entraban a veces con recelo producido por alguna vaca que se levantaba y meneaba de forma amenazadora la cabeza, mezclando el sonido de su campano con las notas de "La Campanera" "....por qué te vistes de seda, ¡Ay,CampanerA, ¿Por qué será?
"- ¡Buenas noches nos dé Dios. Tenemos el gusto de invitar a Julián y aGoyo pa que nos acompañen esta noche y mañana to el día"
-Pos que sea noragüena pa bien y pa muchos años"
No existen noticias de que nadie se sintiera solamente invitado por esa noche y por todo el día siguiente. En la historia de las bodas todo el mundo mostró una especial satisfacción en seguir acompañándolos hasta después de terminar de lavarse la "Madera".
El baile continuó hasta bien entrada la noche, con un continuo trasiego de vino, folretas, roscas obleas y barquillos que en algún momento hacía temer que el segundo o el tercer día fuera necesario volver a avisar al obleero de la Herguijuela para que volviera con los bártulos. No pdía existir mejor combinación para la alegría festiva que los pasodobles regados con vino y obleas.
Cuando alguno daba a entender que se le había ido la mano o la lengua y se abrazaba cariñoso al poste del centros del salón a falta de mejor asidero femenino, parecíia el momento oportuno de darse las buenas noches ahora que estaban en buenas condiciones de encarar el día más señalado en la vida de los dos candidatoa a soportar en el altar mayor la coyunda de la felicidad.

El día de la boda las palancanas y los herraos no daban abasto para el aseo de novios, familiares e invitados. llegados desde lejos para la ceremonia.A las diez de la mañana tocaron las campanas a misa y un ¡Huy! generalizado se extendió por todas las casas, a pesar de que llevaban acicalándose desde antes del amanecer..Cayo lucía un elegante traje gris con corbata de rayas y un botón negro en el ojal que recordaba la reciente muerte de su abuelo Agapito. Unos relucientes zapatos negros terminados en punta completaban sus galas y una buena cantidad de fijador pugnaba por sujetar su peinado hacia atrás. Cuando salió de su casa, le esperaban todos los invitados del lado de su parte, bien acicalados, como correspondía a la ceremonia a la que iban a asistir. Su hermana Saturnina y su cuñado Modesto hacían las veces dec padrinos, y del brazo de ella se encaminó en dirección a la casa de la novia precedido del vibrante pasodoble, interpretado por la banda llegada para la ocasión desde Peñaparda, y seguido por una cohorte de invitados con las cabezas cubiertas por velos sobre moños y melenas con ondas en las mujeres y negros sombreros y boinas en las de los hombres. Todo el mundo había estrenado aunque sólo fueran unos calcetines de nilón o unas andalias de material. Entretanto, Tasia recogíia el borde de su elegante vestido azul y se arrodillaba sobre un cojín delante de sus padres: ¿Me perdonáis. Los más pequeños arrugaron la nariz pregúntandose qué habría hecho Tasia para tener que pedir perdón. Finalmente, del brazo del padrino y aturdida por el sonoro pasodobele de la peñapardina cordión, se encaminaron a la iglesia con pasos entre nerviosos y apresurados.
La ceremonia comenzó a la puerta de la iglesia donde los más chicorros, or segunda vez en pocos minutos se extrañaron de las lágrimas que se le escapaban a la novia. ¿O, no ves que llora de contenta? Toas lloran así. Más tarde, ya delante del altar mayor, se arrodillaron en unos alegantemente adornados reclinatorios junto a los padrinos, se dieron el consabido "Sí, quiero" bajo la artística prenda que unía enlazaba sus hombros y a la que unos llaban yugo y otros coyunda en un significativo símil metafórico con las yuntas tan próximas en la vida diaria.

A la salida de misa comenzó la sesión de fotos con las escasas máqjuinas de retratar, pero que servirían para que Conrado, el de las ampliaciones, terminara inmortalizando más tarde cada uno de esos momentos y proporcionando un valioso material para un estudio antropológico de usos, costumbres y vestimentas en los años transcurridos en el pueblo desde la llegada de la luz eléctrica hasta la instalación del agua corriente. Entre tanto la regojería de los chiquillos del pueblo que nos estaba de boda acudía sacándose las cosa de los bolsillos a la puerta del salón de la boda para que la madrina y alguna ayudanta los convidaran a un vaso de chochos con los que se sentían partícipes de la boda. La escasez obligaba a apr ovechar este t ipo de eventos. Algo muy parecido hacían mujeres y hombres guardando en el pañuelo moquero algunos dulces que compartirían en casa con algún familiar goloso (al que a veces contagiaban de "diarrela" si alguien había gastado una broma durante la elaboración de los dulces, añadiendo algún inoportuno ingrediente..
La primera degustación culinaria la constituían unas fuentes de chanfaina seguidas de un rosario de dulces y sabrosos tragos de vino con los que se acompañaba la retirada de
mesas y sillas para la sesión mañanera de baile y que se prolongaría hasta la hora de comer.El calor septembrino provocaba pequeñas discusiones sobre la conveniencia o no de abrir las ventanas, pues mientras unos querían librarse del agobiante calor, otros no veían la forma de librarse de las empachosas moscas que se apuntaban avariciosas a compartir con los comensales el sabrosísimo menú de paella elaborada a base de arroz con pollo, acompañada de acitunas y pimiento morrón, presencia mosquil que se acentuaba cuando tras la carne del segundo plato se completaba el menú con la rebaná de melón o sandía y, en ocasiones el flan que provocaba que las lenguas dejaran los platos lambíos.
A media tarde comenzaba lo que, aunque no tenía nada que ver con la Virgen, algunos llamaban la Dolorosa:el Baile de la Manzana.. La aglomeración de personas curiosas en la plaza era muy intensa y el ceremonial ocupaba un buen espacio de tiempo. Un apetitoso roscon colocado sobre una camilla presidía el acto por el que los invitados pagaban a los Novios el regalo de boda. Alguien que supiera de cuentas anotaba en un cuaderno las sucesivas cantidades que se iban entregando en forma de billete pinchado con un tenedor sobre una manzana- de ahí el nombre del baile- mientras bailaban con el Novio o la Novia la jota correspondiente al son de la música interpretada por la orquestina. Los más viejos - y otros más jóvenes- conservan en su memoria la imagen de la Novia ruborizada porque el espabilao bailarín de turno al dar la vuelta de la jota levantaba , hábil y con picardía, el extremo de la falda con la punta del pie dejando al descubierto las puntilla de la engua e intentando arrancar un beso del sonrosado y huidizo rostro, entre las risas de los asistentes. La acción no era exclusiva de los varones; también las mozas más atrevidas se alzaban sobre sus zapatos tapolinos, intentando llegar al rostro -sudoroso ya- del Novio.. Cuando terminaba el Baile de la Manzana, algunos curioso o golendones intentaban conocer la contribución recaudada.

Después de la Manzana, el escenario del baile se trasladaba al salón, donde se retiraban las mesas de forma que quedara un amplio espacio para el baile en el que participarían, además de los invitados, la juventud del pueblo.. Además de las piezas de baile, podíían degustar el abundante vino que era paseado constantemente dentro de la jarra delante de toda persona que estuviera sentada esperando la ocasión de incorporarse a la pista, lo que motivaba que, al tiempo que iba bajando la temperatura en el exterior, fueran subiendo los grados corporales, por lo que algún padre temeroso estimaba conveniente mantener ua actitud vigilante sobre el equilibrio del dagal y sobre el arrimaero de la dagala con ese tirillas que no acaba de convencerle pa yerno.
La cena transcurrió por los cauces habituales. Se colocaron las mesas con los cubiertos, en lo que colaboraron, sobre todo, los cabrestos y ottros familiares ataviados con elegantes mandiles y delantares. Sin embargo, se daban dos circunstancias que destacaban sobre las demás. El desfile constante de la jarra, que no se detenía en ningún momento, traía como consecuencia una desinhibición que afectaba a los ya de por sí más atrevidos y que estaban prestos en todo instante a improvisarcanciones seguidas con interés y coreadas por los concurrentes. Había alguna familia cuyos miembros eran conocidos por su reconocida capacidad para alegrar las sesiones de comida o cena con sus cantos de boda. La voz de Nicasio sobresalía por encima de las demás:
"Otro pajjarito canta/ aposado en una noria/ y en su mensaje decía/ viva la familia de la novia" A esta intervención seguían otras que hacían mención a la familia del Novio, al acompañamiento, a los asistentes, a los presntes. Etc (y el pájaro meta aposarse, encima del cemento, del aguardiente o de Tío Vicente. Cada una de las intervenciones de la alegre familia se acompañaba coreada por la concurrencia: "Que viva, que viva, la galana de la rosa bella. Que viva que viva y el galán que la llevó. Estas canciones se repetían a lo largo de los tres días y ponían de manifiesto la capacidad improvisadora de las gentes. Alguna vez he utilizado en clase como ejemplo de la figura retórica de la Hipérbole (exageración) una tercerilla que se me grabó estando sentado al lado de u o de los miembros de la mencionada familia:
" Mira si tengo talento
que del pipo de una acituna
Hice un molino de viento". Expresiva, ¿No?

La otra circunstancia era exclusiva de esa noche, por la importancia que tenía para los contribuyentes, ( perdón, Contrayentes) la celebración de la noche de bodas. La situación del nido de amor se ocultaba celosamente, con la ayuda de familiares y amigos, lo que no impedía que a veces un golpe de suerte condujera al lugar adecuado, en el momento menos adecuado. Las consecuencias eran divertidas para los bromistas y mucho menos para los sorprendidos. A pesar de haber asistido a alguna de esas situaciones que hoy no dirían nada ni proporcionarían demasiada diversión, hoy se recuerdan como secuencias divertidas de otra época, hoy consideradas de mal gusto y con no muy agradables recuerdos por la pesadez de las bromas:acabar en una charca, en el interior del Pozo Legío, no dejarlos acstarse en toda la noche, etc. Pero es lo que había, y entraba dentro del presupuesto.

El segundo día de la boda tenía como actividad más notable la pedida del Ratón. Después del desayuno los novios comprobaban, con la auyda de los cabrestos, que todo estaba dispuesto para hacer un nuevo recorrido por las casas del pueblo, esta vez, con una particularidad: no sólo se acudía a las de conocidos y familiares para recoger la loza o "avisar"para la boda" . Hoy por ti mañana por mí", parecían decir los navios, pues las ayudas que antes les habían llegado- azúcar, arroz, huevos, etc- se destinaban para los días de la boda. El Ratón, era una ayuda que hacía "sostenible" el primer año de casados. Los Novios presidían una especie de comitiva que transportaba dulces y chochos y vino con los que agradecerían los obsequios que les entregaban los vecinos, y que estaban relacionados con las cosechas ya recogidas en el mes de Setiembre: patatas, garbanzos, frejones, alubias que serían transportadas en banastas llevadas por parejas, normalmente mixtas..A veces, surgió algún imprevisto noviazgo tras estos emparejamientos circustanciales que podían convertirse en duraderos o definitivos. Vicenta, la cabresta, vigilaba que todo se desarrollara a la perfección, mientras Lorenzo, el cabresto, montado sobre la albarda de un burro no mu de fiar, pues en cuanto le arrimaban con disimulo una guinda picona debajo del rabo, se levantaba en coces poniendo en peligro la carga de patatas recogidas en el recorrido en una enorme saca de la pulpa y se cumplía el dicho de "tres al saco y el saco en tierra. El disfrute era mayúsculo por todas estas circunstancias y la liturgia la misma:"Ratón pa los novios" " "Que sea noragüena pa bien y pa muchos años, dagales,". "Y usté que lo veáis, Tía Quica" " Y dile a tu madre que Dios de dé mucha salú pa acabar de colocar a los que faltan".
En alguna ocasión un bromista le gastó una broma a los Novios regalándoles, además de un cuenco de frejones, una caja de cartón de la que salieron juyendo al abrirla una docena de ratones que provocaron un enorme alboroto en la cuesta de Cantillana , con las consiguientes carreras, sobre todo de las mozas, un tropezón de la cabresta que le rompió las medias de cristal,le hizo quedar avergonzada enseñanado lo que no quería, y un respingo del burro del cabresto que le jundeó con toa la carga. Lo suyo quedó en un buñicón pegado a los pantalones nuevos, con el disgusto de Tia Adora, su madre; las patatas llegaron rodando hasta la Gaea." Y es que hae gente pató, con cá ocurrencia que tiembla el misterio". La disculpa de Tío Felipe fue mu clara "¿Lo,no pedían un ratón? Pos yo vos he dao unos buenos pocos".
La comida fue, una vez más abundante y animada por la gran cantidad de pájaros aposaos en los sitios más inverosímiles y en su lenguaje decían que vivieran los cabrestos, los padrinos, los del corro, etc etc. Y seguía viviendo tan feliz y ufana la galana de la rosa bella y el galán que la llevó, claro está, todo regado con el vino de los garrafones que hubo que llenar con los pellejos de reserva.
Por si la Manzana no había sido albondante y el ratón generoso, durante años se mantuvo una tradición que ayudaba a aumentar los beneficios: Los alfileres, una nueva colecta que permitía de forma voluntaria.recoger una pequeña cantidad que se gastarían en invitaciones de bebidas un poco más escogidas que el vino, como el anís y la coñá.
Tras el baile de la noche, se suponía que todo el personal tenía el papo lleno, por lo que esa noche se dejaba descansar a la cocinera y los Novios podían dormir con menos temores e impedimentos que la noche anterior No obstante, la "mocencia necesitaba otra distracción:

Las picardías eran constantes a lo largo de los días que duraba la boda en forma de comentarios, guiños, miradas cómplices y risas por lo bajo. Las mozas pertenecían al que jn humorista llamó "sexo débil" y buscaban su propia diversión al margen del teóricamente " sexo fuerte" La Novia invitaba a las mozas a un rico y abundante chocolate cuyo lugar de elaboración y consumo era pocas veces descubierto por los mozos. El mérito y el atractivo residía en la circunstancia de que todo se hacía de cara a que los mozos conocieran el hecho pero no descubrieran el lugar del" delito". Lo mismo que en la noche de bodas, el azar o la picardía de alguien captando un mínimo detalle o, a veces incluso la traición, desembocaba en un curioso juego de ocultamiento, bebida rápida, derrame por la bata o los pantalones, que, de cualquier forma contribuía a perpetuar en la memoria de los de la boda el recuerdo de esa segunda noche que en más de una ocasión mantenía a algunos pertinaces jugadores de subasta aguantando hasta el amanecer y yéndose para casa a la hora en que las mujeres comenzaban con el agua vajeando en un caldero recién descolgado de las llares a fregar parte de los cacharros que se suponía no iban a se ya utilizados porque ese tercer día, el de la Madera, la concurrencia era ya ligeramente menor y las mesas eran solamente utilizadas para una sesión de comida, lo que no impedía que por el convite de los padrinos siguiera corriendo el vino y fueran apurándose por parte de algunos tragaaldabas los últimos restos de las ollas, perolas y esparrillas, en tanto que la mayoría harta ya de tanto banquete ayudara a la devolución de mesas, banquetas, camillas y resto de utensilios a las familias que gustosamente los habían aportado.
Todavía quedaría para las mujeres de la familia, siempre las mujeres, la tarea de devolver los platos cazuelas, vasos y resto de menaje. La tarde-noche del día de la madera remataba felizmente la larga ristra de días que había durado el casamiento con la última sesion de baile que para alguna nueva parejina servía de confirmación amorosa y para los Novios y familiares la llegada de un deseado momento de respiro, descanso y satisfacción del "deber familar" cumplido. Para algunos comenzaba un "antes y un después" desegura felicidad y para otros, al menos, la tranquilidad de haber "arrecogío a otro más".

Espero no haber aburrido a los escasos lectores que pululan por el foro; espero además que regresen algunos, que contribuyas con alguna colaboración, para la que anteriormente han mostrado que están claramente preparados, de forma que esto sea el germen de una revista que pueda consolidarse en años venideros y no un artículo aislado del que sólo pueda quedar una sensación escasamente satisfactorias.
Se agradecerían correcciones sobre detalles que puedan haber quedado falseados en la memoria por el tiempo transcurrido así como información sobre cuáles fueron las últimas bodas celebradas en los salones de Bibi y Román, antes de que comenzaran a desplazarse al Moderno o el Conde Rodrigo.
Un cordial saludo para todos y mi mejor deo para el veran.

Muy bonito Manillos,yo no llegue a vivir esas bodas,pero me lo han contado y es así,( como lo cuentas con tanta gracia).Yo recuerdo la boda de Rosario y Jesús,que creo que fue en el salón de Bibi,la de Matias y la Mari,y la de Pepa y Florencio,de esta boda solo recuerdo el baile en el salón de Roman. Tambien recuerdo ir a pedir el ratón de la boda de mi tío Julian y Fili,pero yo era muy pequeña ,lo recuerdo bagamente,y oir comentar lo del chocolate,pero tengo un recuerdo muy borroso de ello .Un saludo

Gracias, Clínico. Recuerdo la boda de tus padres. Pregúntale si en los Pregones estrenó el traje de pana; creo que sí. Saludos.