El Bodón - Salamanca

…Yo estuve en el pueblo hasta los diez años, pero era muy vivo, listo, y corría mucho; siempre ganaba a coger el palito de los cohetes que tiraban en las procesiones a la ermita del Cristo; me llamaba mucho la atención la imagen del Manso Cordero, sin embargo le tenía miedo a un demonio que había en la sacristía con un gran tenedor, y ocurrió que de visita hace unos años entré en la iglesia como media hora antes de la hora de misa, y allí me encontré con un cura muy largo, y me preguntó que quién había sido mi maestro; le contesté que D. Fructuoso y D. Angel. Pues yo soy hijo de D. Fructuoso, me dijo; y al contarle el miedo que yo tenía de ir a la sacristía porque había un demonio con un gran tenedor, me llevó a la sacristía y me dijo riendo que no era un demonio, que era S. Lorenzo. Por cierto, al colocarme en los bancos para la misa, me puse adelante, y me ví rodeado de mujeres por todas partes; miré para atrás y es cuando vi a los hombres todos juntos en los bancos de atrás; ¡Qué planchazo! Cosas de niños, como cuando yo creía que al cebón no lo mataba mi tío y padrino Francisco cuando le clavaba el puñal y le salía sangre a borbotones, y mi tía Tiva la movía en un barreño, sino que lo mataban cuando le quemaban el pelo con bálagos de centeno y escobas, allí, en su calle, que no tenía salida; me acuerdo solo de una cosa de mi tío Rodulfo y tía Matilde: comer en su casa un guisado que me supo a gloria, chanfaina; tengo el recuerdo tan lejano que tendría yo cinco o seis años; supongo que sería una boda, quién se casó en el 50 o 51? Pero lo mío eran los pardales y mi cepo de cobre, desde la esquina de mi casa en cuanto revoloteaba el cepo… a por él, ya ha caído otro; miga de pan , y a por el siguiente. Y eso que yo tenía una honda, para osear pájaros, donde ponía el ojo, ponía la piedra.
Pero los nidos de pega me encantaban, y ver a mi padre guadañar, y ver los surcos de heno tan bonitos que dejaba, y ver cómo al encontrarse con un nido de perdiz con 22 huevos, no segaba allí la yerba en un trozo; atontado me quedaba viéndole sentado en el suelo dándole golpes a la guadaña con un martillo para afilarla, y luego pasaba una piedra afiladora de vez en cuando, y luego se la ponía en una especie de cartuchera que llevaba a la espalda. A mí me gustaba mucho mear a los grillos, y sacarlos con una paja, y una vez venía yo del acarreo de trigo subido en lo más alto del carro, que le había puesto una red a lo alto para coger más haces, y sentado allí en la cruceta llegamos a la era y pumpa, al suelo; no me pasó nada de nada; me levanté como Fernando Alonso el otro día en la fórmula uno. Y un día arrancando garbanzos con toda la familia de madrugada, me dieron aguardiente; y una vez se le volcó el carro a mi padre lleno de trigo por pillar la rueda una piedra algo alta; el mulo que quedó debajo debió quedar enfermo, porque recuerdo que lo llevábamos a vender a Martiago, y lo íbamos empujando entre los dos para que no se nos muriera en el camino. Y los más malos, muy malos de mi pueblo los llamaban quinquilleros, y una noche en una obra de titiriteros en la plaza mayor alguien gritó: que le están robando el burro a la tía Benitaaaa!!, se armó un jaleo tremendo, pero contaban que una vez se perdió un niño, y todo el pueblo buscándolo, y lo encontraron dándole de comer a un toro pensando que era la vaca de su padre, y le decía…come garrobera, toma garrobera. Yo entonces no tenía miedo a casi nada, pero cuando iba por la noche al ordeño a Valquemada, (no sé en qué época del año se ordeñaban las cabras dos veces: mañana y tarde-noche el de la tarde era el ordeño)
me dijo mi padre que fuera haciendo chispas con dos piedras, que eran como mármol, y ahí me tienes chascando piedra con piedra todo el camino para espantar a los lobos, aunque una vez mi buche se asustó con un gran bastardo y pegó un gran respingo y me tiró al suelo