A Guarda - Pontevedra

Seguimos hasta La Guardia y llegamos hasta la punta de Santa Tecla donde
hay un mirador sobre la desembocadura del río Miño frente a un pueblo de
Portugal que se llama Caminha. Mereció la pena llegar tan lejos, pues es un
lugar único. Bajamos al pueblo y nos informaron que ese fin de semana habían
tenido romería en el monte, y que quizás nos hubiera gustado asistir a ella, a
lo que demostramos sentirnos compungidos por no haberlo previsto, pues era
una de las pocas cosas que nos faltaban por disfrutar en Galicia. No muy apenados
con el suceso nos consolamos con la idea de que tampoco lo habíamos
pasado mal en la isla de la Toja, y tengo que decir que lo que no sucedió no
podemos contarlo.
Así que nos olvidamos de ello y nos dispusimos a dar el postrero adiós a la
cocina gallega.
Creedme si os digo, que nunca he disfrutado más de un sencillo plato
como aquel mediodía en el puerto de La Guardia. Pensábamos tomar dos buenas
piezas recién salidas de aquel mar, una langosta y un bogavante de tamaño
descomunal, propios para la mesa de un rey, que nos ofrecieron nada más sentarnos
y que de hecho pedimos nos preparasen. Para entretener la espera nos
obsequiaron con unas croquetas de marisco y una docena de sardinas asadas a
la brasa. Qué manjar de dioses, y qué bien lo recibimos, regado con un vino del
Rosal rosado que nos recomendaron por ser de aquellos parajes.
Tanto es así que nos hicimos repetir el modesto plato de sardinas varias
veces, con el recuerdo de las tomadas la noche anterior en Bayona, buceando
golosos en los sabores de aquel mar que olíamos por doquier, de tal suerte que
cuando llegaron la langosta y el bogavante, nuestros estómagos estaban tan
saciados, que no fuimos capaces de dar cuenta completa de ellos. Fue la única
vez que he visto flaquear a nuestro buen amigo y caballero postulante Sancho,
quien con harto dolor de corazón tuvo que darse por vencido sin acabar la batalla.
Pero las inolvidables sardinas, quedaron bien embauladas y puedo asegurar
que nos fuimos más que satisfechos y contentos a pesar de dejar sobre la mesa
parte de aquel sabrosísimo marisco.