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Villalba de Guardo - Palencia

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01-06-10 19:16 #5453781
Por:delaheraluis

DÉCIMA HISTORIA LOS PANTALONES DE NATO
Hay va la décima historia
Fortunato Rodríguez Martínez era hijo del Tio Celedonio y de la Tia Lorenza. Nació el 1 de junio de 1903 a las 10 de la noche (hoy hubiese cumplido años)
Su hermana Clara era melliza de otro hermano llamado Leonardo que murio de niño y nació el 18 de agosto de 1910 a la 1 de la mañana.
Ambos, murieron lejos del pueblo, más concretamente en la capital, cuando la Beneficencia se hizo cargo de los dos una vez que nato enviudó.


LOS PANTALONES DE NATO

La mañana se despertaba borracha de luz.
Qué bonitos eran los amaneceres de principios de junio, con el sol radiante, el cielo limpio y los abundantes prados bañados de pequeñas gotas de rocío se convertían, a medida que el astro rey se desperezaba en una feria de luces multicolores.
También se despertaba la vida en casa de Nato y era por lo general su hermana Clara que vivía con él y su mujer, Nati, la primera en hacerlo.
Clara era una mujer trabajadora y afable, inocente, servicial y con problemas al pronunciar la letra erre, lo que hacía la delicia de la chiquillería y algún mayor.
Tenía los ojos, casi siempre llenos de orzuelos y legañas, “picajosos” y enfermos por falta de agua más bien y de cierta higiene, quizás. Y cuando alguien la preguntaba; sobre todo los chiquillos.
-Buenos días Clara, ¿Cómo van tus ojos?
Ella siempre respondía con la misma cantinela:
-“Bueno hijo, así, así... unos días mejodes y otros peodes.”
Y las risas, y hasta la carcajada llenaban el ambiente sin que ella percibiese el porqué de la misma.
Aquella vivienda, una de las más humildes del pueblo, estaba un poco dejada de la mano del destino.
Nato, como se conocía en el pueblo al hermano de Clara, era un hombre tranquilo, cachazudo, paciente. Más que Job, al decir de algunos. La palabra nervios o prisa no estaba en su mente ni existía en su vida y hasta es posible que la de preocupación, tampoco. Él no iba a alterar la monotonía de los días y las faenas, así que, para que correr. Tampoco aspiraba a riquezas y bienes materiales. Con tener para vivir y alguna botellita de orujillo, era más que suficiente.
No tenía futuro más allá de mañana. La vida no le había premiado con hijos. Por algo sería. Alguien le había dicho que los humanos complicamos las cosas creyendo lograr felicidad con otras metas y en el camino se olvidan de ésta y somos más infelices. Por tanto no había que apurarse.
Su carácter se hizo más taciturno y hasta a veces huraño a partir de aquel día de octubre en que los mineros de Guardo se enfrentaron a las tropas en el pueblo y una bala perdida hirió a una de sus vacas. A partir de aquel momento se le oía decir con frecuencia aquella letanía de “hombre solo hombre de paz y no se pelea con nadie más”
Aquella mañana, después de vestirse con su sempiterno pantalón de pana negra y su chaqueta de igual color, se encaminó a su faena. Había cogido el mazo de destripar terrones. Se había palpado los bolsillos de su desgastada y ajada chaqueta para cerciorarse de que su petaca, librillo, encendedor y navaja estaban en ellos y con el desayuno en las manos salió de casa pacientemente y con desgana.
Muchas eran las faenas que habían hecho los demás cuando Nato comenzaba la suya.
Por aquella época muchas mozas salían a la vega y los sembrados, a las cunetas y los deslindes a coger “vallicas” y “cojido”. Esta faena que no era otra que la de escardar o segar hierba “de nadie” hasta llenar el saco o el canasto del verde producto que servía para alimentar los conejos o el diverso ganado que se tenía.
Muchas veces la vega fue testigo de amorosas aventuras, citas inconfesadas y bromas entre la mocedad. Las cercas y setos llenas de arbolado que marcaban los deslindes entre propiedades, eran un lugar ideal para guardar los secretos de citas, bromas, escarceos y desencuentros entre los jóvenes. Muchas veces en las bromas conjuntas ganaban ellos y otras al revés. Dependía del número que hubiese en cada bando y de la gente que estaba faenando por la vega.
A veces, ir solo o sola era un riesgo asumido, sobre todo si en alguna otra ocasión se había participado en el bando ganador, porque llegaba el momento dulce de la revancha.
Solían las mujeres hacer” bajadas de pantalones” a los hombres y éstos, se conformaban con quitarles las medias. Prenda estimada sobremanera por aquel entonces. Y en alguna ocasión, ellos y ellas, más atrevidos habían pasado por las partes “pudendas” un ramillete de ortigas.
Las risas por un lado y los juramentos y voces por otro, no hace falta reflejarlas aquí, porque es fácil imaginarlas.
Quizás la vida del pueblo no diese para mucho más y era menester dar salida a la imaginación y a las ganas de juerga, reprimidas muchas veces por el ambiente, la época y muchas cosas más.
Tampoco eran juegos o bromas que salvo raras ocasiones pasasen “a mayores”. Pero unos y otros sabían a quienes se las podían hacer.
Con el sol de media mañana ya en lo alto, Nato se tomó un descanso y se acercó a una fuente próxima a beber un trago. Sacó su cuarterón de su vieja y usada petaca, su librillo y se puso a liar un cigarro. Pequeño, porque no era muy mañoso en esta labor y además casi nunca lo acababa de fumar porque a las cuatro caladas ya se había apagado y labios y cigarro permanecían pegados mutuamente durante muchas horas. Buscó en lo profundo de su deshilachado bolsillo, aquel mechero que llevaba atado al cinto para que no se le perdiese y comenzó a “chiscar” para prender aquella mecha de algodón que hacia mucho tiempo había perdido su color amarillento. Aquel mechero, era un tesoro para él, y no solo porque siempre encendía. Se decía de ellos en el argot pueblerino “que daban por culo al viento” sino, porque fue un regalo que su vecino Leoncio le trajo de Santander.
Pocas eran las pertenencias de Nato, pero su mechero y su vieja navaja con cachas de madera de haya y hoja reluciente, eran dos posesiones valoradas sobremanera por él.
Un grupo de cuatro cogedoras (de las que me reservo el nombre en esta ocasión pero que mucha gente del pueblo sabe quiénes eran y son.(N..C..B..E..) se habían ido juntando sin querer, ni premeditación. Era, como si el destino, caprichoso y contradictorio hubiese guiado sus pasos hacia el mismo lugar. Ya hacia tiempo que sabían de la presencia de Fortunato no lejos de la suya, y como el día se las había dado muy bien y aún era pronto para regresar se tomaron con calma y sin prisas su charla y merecido descanso. Sabían, que si volvían a casa pronto otras tareas esperaban y no era cuestión de apurarlas todas, porque nunca se acababan.
De nuevo el destino se mostraba retador y pícaro. Él, que parecía haber guiado sus pasos hacia un mismo lugar estaba guiando ahora sus pensamientos y hasta sus miradas en una misma dirección...Nato
No hizo falta mucho tiempo ni palabras para convencer porque su cuerpo pedía un poco de alegría de forma que de sus cuatro gargantas brotó al unísono la misma idea :
¿Y si le bajamos a Nato los pantalones?
No dijeron más, se miraron con ojos encendidos unas a otras. Esbozaron una burlona sonrisa y, dejando juntos los tranchetes, azadillas, sacos y cestos se encaminaron hacia la víctima de su broma.
Cuando Nato las vio llegar, nunca pensó que se acercaran a lo que venían. Él, que a pesar de joven ya estaba casado, pensaba que esas cosas eran de mozos y mozas solteros y paciente como era, no veía amenaza en la proximidad de aquellas cuatro mozas a las que de sobra conocía.
- Vendrán a la fuente- pensó y siguió tranquilo.
Al llegar ante él, dos de las mozas bebieron agua; una “a morro” otra, impulsando con su mano agua hacia la boca.
- Buenos días Nato.- saludaron. Vamos a bajarte los pantalones, le dispararon sin más.
Él, hombre sereno donde los haya, las miró a las cuatro y algo en su interior se agitó un poco rompiendo su calma. Dio un largo tiempo a su pensamiento antes de responder con firmeza:
- No tenéis “huevos”.- respondió al reto. Haciéndose el gallito y quizás subestimando la fuerza y decisión de las mujeres. Se ofrecía ahora retador al tiempo que se levantaba cachazudamente y poniendo las manos en el cinturón comprobaba instintivamente que estaba bien “preto”. No tiró el cigarrillo, que ya para entonces estaba apagado y esperó el primer envite de las mozas apretando los pies en el suelo y separando un poco sus piernas.
Hombre, “huevos” no tenemos, pero a ver si tenemos otra cosa- le respondió una de ellas.
No había acabado la frase cuando se abalanzaron sobre Nato con la intención de lograr su objetivo al primer intento.
Era una pelea desigual pero de incierto resultado, y a pesar de ser cuatro, bajar los pantalones a un hombre no debe ser tarea sencilla. Muchas eran las cosas a hacer sin contar con la resistencia del hombre antes de lograr el objetivo. Siendo como era una broma de mozos tampoco se trataba de ir a lo bruto o de tomar otras medidas más efectivas, que se suponía darían resultados más rápidos, pero más inciertos por la reacción que el sufridor pudiera tener. Bien sabían las mujeres que los hombres “ a malas “ son muy bestias.
En medio de aquella refriega se permitía casi cualquier cosa y en el calor de la lucha y entre tantas manos y cuerpos se tocaba todo. Había gritos, risas, sudor, intentos fallidos y vuelta a empezar.
Todo el espacio en la quietud de la vega lo llenaba aquel alboroto que el aire anunciaba a cada rincón.
Ya estaba el pantalón por debajo de las rodillas a base de toques sutiles y ciertas cosquillas en sitios concretos. Había sido difícil desabrochar el cinturón y los botones de la bragueta. Ya estaban a punto de lograr su objetivo que a bien seguro, no sería el primero. Porque... ¿Cómo no rematar la faena? ¿Cómo resistirse a la tentación de no bajar también aquellos largos calzones? Si lo más difícil era bajar el pantalón, bajar el resto sería coser y cantar.
¿Vaya Nato! ¿Necesitas una mano? Te veo apurado.
Aquella voz paralizó la batalla, dejó a las mozas confusas y hubo un momento de silencio total. Con el ardor de la pelea no se habían dado cuenta de que Pedro se había ido acercando expectante y curioso en espera del resultado. Y con los brazos en jarras sonreía a los cinco y esperaba un gesto, una palabra, un motivo para ser invitado y poder sumarse a la broma.
Pero algo cambió en la actitud de las mujeres que levantándose lentamente se sacudieron y compusieron sus ropas a la vez que un gesto de frustración se fue marcando en su cara y abandonaron el campo de la disputa.
No fue lo malo marcharse a recoger sus cosas para regresar a casa. Lo peor fueron las risas de los dos hombres; burlonas, triunfantes y hasta humillantes, reforzadas por aquellas palabras de Nato que crecido les repetía retador y con sorna...
-¡No tenéis güevos! ¡No tenéis güevos!
Ellas, que a punto habían estado de lograr su objetivo. Que ya se veían saboreando el triunfo y celebrándolo con su risa, por culpa de Pedro se veían ahora aturdidas y con mal sabor de boca.
Nunca en el pueblo, ni ellas, ni nadie, habían visto, ni volverían a ver a aquel Nato que ellas estaban viendo ahora. Sería un pequeño y agradable recuerdo el haber observado a aquella persona paciente y lenta hasta lo soportable con aquella exuberante exaltación y aquel estado de ánimo. La transformación sufrida por aquel hombre, durante y después de la broma era ahora comentario de las mujeres camino de casa.
Pero también comentaban que aquello no podía quedar así, aunque solo fuese por su orgullo malherido y los comentarios que en el pueblo se oirían cuando se supiese que no habían logrado bajarle los pantalones a Nato. Había que hacer algo y cuanto antes mejor. Así que el resto del camino sirvió para planear como acabar aquella malograda broma limpiando su fracaso.
Nato, se subió los pantalones. Se abrochó el cinturón. Comprobó que su mechero y su navaja no se habían perdido y orgulloso le ofreció su petaca y librillo a Pedro para que liase un pitillo y al pie de la fuente, dejaron transcurrir el resto de la mañana.
Cuán lejos estaba de imaginar que aquello solo había comenzado y aunque era el ganador del primer asalto aún faltaba el resto del combate.
Las tardes de junio cuando el cierzo peina y despeina a su antojo, ondula y alisa, juega y se para en el mar de centeno que son las tierras del Alto. Con sus espigas a punto de cernir y bailando al compás del viento, son presagio de buen tiempo y señal de que el día va acabándose.
Son muchos los labradores que van a cortar “arren” para dar la cena a sus ganados y entre ellos Nato.
Las costumbres de las gentes del pueblo no pasan desapercibidas para casi nadie y para nuestras cuatro mozas, tampoco.
Habían quedado en reunirse sobre las siete, al final de la Varga Honda, junto a las ruinas del corral del tío Fausto, que tiempo atrás habían quemado los gitanos. Al abrigo del fresco viento del este, llamado por aquí “cierzo” y teniendo el pueblo y la vega a sus pies, se sentían las mozas confiadas y animosas. Que bonita era aquella etapa en el pueblo y su entorno. Todo verde; todo lleno de vida que a veces parecía escaparse aguas abajo por el Carrión. Esperarían a que Nato bajase con su haz de verde centeno y al comenzar la cuesta lo echase a rodar.
Previamente se habían cerciorado de que había ido solo, sin su mujer, ni su hermana. Tampoco había llevado el dalle, sino la hoz y sobre todo desearon que por esta vez nadie truncase su final como en la mañana. Sabían que esa posibilidad se podía dar de nuevo y las creaba cierta desazón.
Esta vez debían de hacerlo rápido y preciso, con más decisión y osadía, que no tuviese tiempo de reaccionar. Emplear más cosquillas y toques sutiles para algo les habría servido el primer combate.
Cuando Nato se agachó para echar a rodar su haz, varga abajo, ni siquiera tuvo tiempo de levantarse y menos aún de que su pesado y lento pensamiento reaccionase ante el ataque. Le habían cogido por sorpresa y casi, antes de ver la ansiosa cara de las mozas, sus viejos pantalones estaban en sus tobillos...y sus calzones también. En unos instantes, el cierzo de la tarde acarició con su frescura sus carnes e intimidades y a pesar de la refriega, un escalofrío recorrió su cuerpo y su carne se puso de gallina por el sonrojo.
Se tapó como pudo sus vergüenzas a la vez que se sentaba y con algún juramento intentaba darse cuenta de lo pasado y como estaba. Poco a poco comenzó a subirse su largo calzón, mientras las mozas rodeándole y con fuertes risas le decían:
-Si quieres te los volvemos a bajar.
Para que veas que no tenemos huevos-dijo otra.
Se alejaron cuesta abajo con la satisfacción y el orgullo que muestran las personas que cumplen con su deber y lavan una ofensa.
Nato, las vio alejarse y contempló a media varga su varado haz de centeno esperándole.
La tarde iba dando los últimos suspiros. El sol estaba a punto de ocultarse por Peña Corada y del camino de las Suertes llegaban rumores de animales y hombres regresando al hogar. A la cuesta salían los corderos haciendo mil cabriolas en espera del rebaño y mientras tanto, Nato pensaba que algún domingo del estío, cuando las mozas se fuesen a bañar, las seguiría y las escondería la ropa sufriendo su venganza por semejante atrevimiento.
Años más tarde, cuando ya viudo, se dio a la bebida y a mayor abandono. Él y su hermana Clara fueron llevados a un asilo de la capital. Y siempre que podía, por las tardes, salía al coche de Aja a ver si veía a alguien deVillalba y recibía noticias de su amado pueblo. Y cuando alguien le veía, limpio y aseado y así se lo hacían notar. Éste, con su infinita e inagotable tranquilidad miraba paciente al interlocutor y después de unos segundos le respondía:
-Sí, más limpio... pero no se lo deseo a nadie.
Y se alejaba lenta y parsimoniosamente viviendo en su recuerdo esta historia y miles de otras que había vivido en su querido Villalba y que por desgracia para él nunca más volvería a ver.
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