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Villalba de Guardo - Palencia

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España > Palencia > Villalba de Guardo
16-03-14 16:25 #11934144
Por:delaheraluis

El día que cazando descubri VALDELADRONES
EL DÍA EN QUE CAZANDO DESCUBRÍ VALDELADRONES

Doce años tenía cumplidos, cuando descubrí aquel valle y su nombre. También aprendí, lo listas que son las libres y lo bueno que está un bocadillo de chorizo casero pinchado en un palo de urz, y asado a la lumbre en el monte, mientras el sol, era tan agradable, cálido y zalamero que parecía imposible que fuese el mismo del verano.
Fue un domingo, por Navidad, después de la salida de misa. Hacia un día tan agradable, tan bueno e irreal, que invitaba a dar un paseo por el campo, más que a cazar. Aunque, por si acaso, mi tío Pepe, cogió su escopeta del doce, el perro y unos cuantos hijos y sobrinos. No era la primera vez que varios de nosotros, todos de parecida edad, le acompañábamos. Él, parecía feliz de nuestra compañía tanto como nosotros, que escuchábamos sus lecciones y órdenes cual pequeño ejército en busca de liebres, perdices, palomas torcaces, zorros , o lo que se pusiera a la vista. Aprendíamos el arte de la caza de un buen maestro.
Dos días hacía que había caído una pequeña nevada que ayudada por el frio de la noche se conservaba ideal. Con la suficiente blandura para dejar en ella impresas las huellas de cualquier animal que se aventurara a salir a cazar o comer. Dicen por el pueblo los cazadores, que el primer día de nevada, las liebres se encaman y no salen a comer hasta uno o dos días después.
Al final de la cañada nos detuvimos un instante para tomar la decisión de qué rumbo coger. Tres son las opciones que hay: al norte, al sur o al oeste, Todas ellas son dobles según las preferencias. Pepe tomó la decisión del sur, el camino de las Majadas.
Pasado el valle de Valdilejas, la quietud y serenidad de la Majada nos llenó por completo. Su silencio sólo roto por el cantar de algún ave o por la precipitación al suelo de algún montón de nieve acumulado en las ramas de los robles.
La caza comenzaba y lo hacía con el aviso de siempre y más importante “nadie podría adelantarse a la línea del tiro, siempre había que ir por detrás del cazador” y además, en absoluto silencio. Si algo llamaba nuestra atención, un leve silbido bastaba para llamar la atención del cazador e indicarle el descubrimiento. Tan sólo el perro iba un poco a su aire, pero no lejos. Y bastaba un silbido para que si se había ido lejos, regresara.
Nos desplegamos en forma de flecha a izquierda y derecha de la punta de lanza que marcaba la escopeta.
Comenzó la batida, y, como éramos varios, amplio era el terreno ocupado.
A la altura de Los Terreros descubrimos la primera huella de una “rabona”.
Nuestro cerco se cerró en torno al rastro que dejaba la liebre, sobre la blanca alfombra y, hubo que contralar al perro para que no se lanzase lejos de nosotros.
Las huellas de la liebre eran fáciles de seguir y cada cuarenta o cincuenta metros desaparecían sin continuidad. Era entonces cuando aprendimos que, las muy astutas, daban un salto en cualquier dirección para despistar y seguían la marcha. Esto, nos obligaba a nosotros, una vez en ese punto a tener que alejarnos en cualquier dirección uno o dos metros y haciendo un círculo encontrar el nuevo rastro, y así, hasta que volvimos al punto de partida habiendo dado un gran círculo.
Pepe decía, que seguro que el animal nos estaba escuchando en medio de la quietud y silencio del ambiente, y riéndose de nosotros. Si por el perro fuese saldría corriendo detrás con resultado incierto de poderla luego cazar y perder al perro para el resto del día en su persecución.
Acabada la primera vuelta el nuevo rastro iba casi paralelo al primero hasta que nos llevó a la Majada Alta y allí nos cansamos y la dejamos.
Volveremos por ti en la tarde o tal vez mañana, dijo Pepe.
Pasado el Redero de la vacas nos encaminamos un poco hacia la derecha y, de pronto, VALDELADRONES, es decir, el valle de los ladrones.
Parecía una broma que en un lugar tan alejado del pueblo se refugiasen unos ladrones en medio de la nada.
Es un valle, no muy profundo, pero lleno de mucha vegetación, muy espeso. Con robles viejos y vestidos de líquenes, con urces albares más grandes que una persona y un lugar ideal para el raposo.
Mi tío decidió que íbamos a intentar dar una batida valle arriba por ver, si el astuto zorro se levantaba y salía de su guarida. Si estaba, y lográbamos levantarlo, lo arrearíamos valle arriba donde el cazador lo esperaba en un punto de obligado paso.
Recibimos instrucciones para “arrear” al raposo. Dos de nosotros iríamos por la derecha, dos por la izquierda y dos por el fondo del valle acompañados del perro. Daríamos un tiempo al cazador para ocupar su puesto.
A la media hora comenzó nuestro acoso, que consistía en dar voces y armar mucho escándalo a la vez que tirábamos piedras y azotábamos las urces con un palo. Se pretendía, asustar al animal y si estaba encamado, hacerlo salir de su escondite y que fuese valle arriba.
No hubo suerte, o el animal fue muy astuto.
Llegados al principio del valle nos dispusimos a dar cuenta de nuestras viandas. A la solana de la cabecera de Valdeladrones y acariciados por un sol espléndido, hicimos una pequeña fogata y afilamos y limpiamos unos palos de urz. Pusimos a asar nuestros chorizos. Enseguida comenzamos a oír un chisporroteo de la grasa al fundirse. Un olor a carne asada y su humo, despertaban nuestros sentidos y apetito. El espacio quedaba inundado del mismo olor. Aquel bocadillo sabía a manjar de cielo.
Puestos en marcha de nuevo y camino de vuelta, no habíamos andado ni quinientos metros, cuando el canto de la perdiz nos paró en seco. Le respondió mi tío, imitando su canto y, al poco rato, respondió de nuevo.
Muchos, por no decir todos los cazadores, sabían imitar ese canto y el de muchas otras aves. El de la “patirroja” era más frecuente, al ser una pieza codiciada en la caza. Las perdices hacían un estofado excelente y un guiso de patatas no menos sabroso. Sujetamos al perro para que no se lanzara antes de tiempo y, una vez localizada la orientación del ave con sigilo y total silencio nos fuimos aproximando. Había un bando, no sabíamos de cuántas, porque al responder a nuestros reclamos los tonos eran distintos y en distintos espacios.
El cazador se puso en alerta. Liberó el seguro de su arma y dejamos al perro actuar. Él, ya había “cogido el viento” y ponía todo su empeño, saber y olfato a nuestra disposición. Una estampida de alas puso sorpresa en el ambiente y dos tiros resonaron con eco en nuestros oídos.
¡Mirad hacia donde van y si ha caído alguna! Voceaba mi tío. Nuestra mirada se perdió en dos direcciones; una cercana, donde había caído una pieza, y otra más lejos, donde había posado de nuevo el bando, cinco o seis habíamos contado sin ponernos de acuerdo.
Llamamos al perro, que se había vuelto loco, rastreando una y otra vez el suelo donde habían estado las perdices y nos encaminamos a cobrar la pieza abatida.
Cobrada la pieza por el perro y dándole un premio, comenzó el rastro del lugar donde aproximadamente habíamos calculado que se habían vuelto a posar las perdices. Dos nuevos disparos sonaron en el aire que fueron suficientes para cobrar dos nuevas piezas. Una de ellas quedó “alicorta” y fue el perro el que la capturó.
Tres “patirrojas”, no estaba mal, para un día de caza, y sobre todo de asueto, diversión y pasatiempo.
El sol había perdido fuerza y se dejaba caer sobre el horizonte. Era el momento de regresar.
El camino de vuelta a casa se llenaba de comentarios sobre la jornada, preguntas y alegrías.
Y, en mi mente había un interrogante ¿Por qué el nombre de Valdeladrones a aquel hermoso valle?
Le pregunté a mi tío y me dijo que tenía que ver, efectivamente con un robo, pero que preguntase a mi padre que era mayor y sabría más.
Aquella pregunta se quedo en el olvido y allí ha descansado hasta hace tres años en que me topé con esta RESEÑA HISTÓRICA:

Ocurrió un 24 de febrero de 1747 en la iglesia de San Andrés del pueblo de Mantinos. Se robaron dos cálices, una cruz de plata parecida a la de Villalba y varias vestiduras sagradas y ornamentos. Se culpó a dos tratantes o vendedores de aceite procedentes de Cervatos de la Cueza que habían pernoctado en el pueblo. De madrugada salieron del pueblo, llegando a Villalba al amanecer y en vez de seguir por los demás pueblos, vega abajo, subieron al monte. Por el Camino Ancho llegaron hasta Villapún y de allí a la cantina de Villarrobejo y llegaron al anochecer a Cervatos.
Días después fueron apresados y trasladados a Guardo de donde se escaparon y voluntariamente se fueron a Valladolid a la Real Cancillería a entregarse convencidos de su inocencia y de que allí les tratarían mejor.
El caso es, que al poco tiempo en VALDELADRONES aparecieron algunas vestiduras de la iglesia de Mantinos encontradas por un pastor.
Posiblemente, al llegar a la Cañada de Villalba, debieron de coger el camino que va de la Majada a Renedo buscando el Camino Ancho y al atravesar Valdeladrones perdieron parte del botín o se deshicieron de él.
Parece ser que desde entonces a aquel valle se le llamó así.
Puntos:
17-03-14 11:12 #11934985 -> 11934144
Por:No Registrado
RE: El día que cazando descubri VALDELADRONES
Ok. Curro Jimenez te quiere a su lado
Puntos:
23-03-14 16:59 #11943415 -> 11934985
Por:No Registrado
RE: El día que cazando descubri VALDELADRONES
No serás tú, el tonto que anda perdido por los foros
Puntos:

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