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Villalba de Guardo - Palencia

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12-09-12 17:35 #10545473
Por:delaheraluis

El Mendigo rico
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EL MENDIGO RICO

(Escuché está historia, varias veces, de labios de mi padre. Hasta que un día, al consultar el archivo parroquial descubrí a José y acudió de mis recuerdos.)
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Nadie sabía, cómo, de dónde ni por dónde apareció entrada la mañana por el pueblo.
Desaliñado y con ropas, más que sucias, muy usadas, pero con la cara y las manos limpias. Las uñas cortas y el mirar dulce y vivaracho de sus ojos que daban confianza.
Su piel, curtida por muchos soles y muchos vientos. Una frente brillante y sin apenas arrugas para su edad. Porque era, muy mayor para aquellos tiempos
No muy alto, delgado y ágil, de paso vivo y con un hatillo colgado al hombro, donde guardaba todas sus pertenencias. En su mano un cayado de avellana, más alto que él y un habla muy serena y dulce que incitaba a la conversación.
El otoño ponía las últimas bocanadas de cálido sol a la “brigaña” de las paredes, y el faenar de las gentes del pueblo se iba acabando.
Aún no habían llegado las primeras nieves y eso, que los Santos, ya habían pasado .
Algo había en aquel personaje de especial: aquel caminar, aquella mirada y aquel habla, tenían algo de misterioso. La gente enseguida lo notó, y, no sólo la gente, hasta los perros desconfiados de los extraños que llegaban a sus dominios y que debían guardar, al verlo callaban y se acercaban a él sin recelo y confiados. Bastaba un susurro y su mirada para que el animal dejase de ladrar.
Pronto se corrió la voz por el pueblo y los guajes al salir de la escuela recorrían las calles para buscar al singular personaje.
Pedía limosna con amabilidad y sin prisa a la vez que regalaba historias reales y fantásticas al oyente. Hacia observaciones y daba algún consejo como experiencia vivida y también preguntaba por las personas.
El tiempo era un regalo y la conversación una disculpa.
No era tampoco muy frecuente que al pueblo viniesen mendigos a pedir por las casas en solitario.
Las personas del pueblo aún tenían en la memoria los sucesos acontecidos dos años antes a D. Antonio Álvarez de Miranda y Cossio, cura de Mantinos y Azcipreste de San Román de Entrepeñas cuando regresando de Villalba en la Majadilla unos gitanos le habían atacado a él y su ayudante (historia que contaré).
El final de la corta y fría tarde de noviembre le sorprendió en casa del tío Félix Rodríguez que por aquel entonces era el juez del pueblo y vivía en la casa donde hoy viven Veva y Pedro.
La noche, llegada presurosa pidiendo su espacio. La “hornacha”, alumbraba la estancia y daba calor al hogar. Todo el pueblo, olía ya a leña y a recogimiento.
Fue invitado a cenar y a dormir aquella noche en el pajar de la cuadra
- Si, lo deseaba-
y, como no tenía nada mejo, aceptó la oferta.
-Si no es molestia para el dueño- dijo
Se prolongó la charla después de la cena, hasta entrada la noche. Tenía facilidad de palabra y una cierta habilidad para hablar poco de él aunque la conversación fuese animada.
El tío Félix supo, que venía del sur, de otras tierras más cálidas y secas, recorriendo los pueblos y sin meta definida, sólo tenía el destino que marcaba su ánimo al amanecer.
Descolgando el farol del techo de la cocina llevó al mendigo a la cuadra, que estaba atravesando el patio y le subió al pajar.
Enseguida el perro recibió a su dueño y al acompañante con alegría y, dejándole instalado se fue a dormir.
Dio las gracias al tío Félix a la mañana siguiente y después de beber un vaso de leche continúo llamando a las casas que le faltaban del pueblo para pedir la voluntad.
Si alguien no daba nada, no se ofendía ni ponía mala cara, ni le miraba enfadado. La misma sonrisa y las mismas palabras regalaba a todos.
Y desapareció del pueblo como vino, sin que nadie se enterase, pero echándole en falta.
El comentario por unos días en todos los hogares no fue otro que hablara de la huella dejada por aquel mendigo.
1893 había quedado atrás. No había sido un buen año para Villalba, pues trece personas habían fallecido: y de ellas, solamente el tío Bibiano Alonso Llorente de 63 años, El tío Pascual Llorente Martín de 82Y la tía María Montero Baldeón de 85 eran adultos. El resto dos jóvenes y los demás todos niños, de meses o de años.
Las cigüeñas, habían vuelto como siempre por San Blas a tomar posesión de sus viejos nidos y con su crotorar, “machacar el ajo” como decíamos los niños, e ir y venir para arreglar su casa alegraban los días.
La torre de la iglesia y el Soto les recibían con sus idas y venidas incesantes.
Todos los niños conocíamos sus nidos y en la época de “ir de nidos” eran respetados, claro que llegar con la mano hasta el fondo de su gran nido era una tarea casi imposible.
A los pocos días de llegar las cigüeñas llego el mendigo.
Se alegraron las gentes y se alegró él.
Había vuelto para no marcharse más, aunque esto, ni él, ni nadie lo sabía. Villalba iba a ser su destino final.
Mi bisabuelo Félix que era un hombre instruido para aquel entonces, pronto se dio cuenta de que aquel hombre era especial y lleno de experiencia y sabiduría en las cosas del campo y de los animales y le ofreció trabajo como ayudante de pastor para la primavera entrante. Necesitaba un zagal en el momento en que las ovejas comenzasen a parir.
Le ofreció cama y comida, porque José, que ese era el nombre del mendigo, no quiso otra cosa.
Comenzó una amistad, admiración y cariño mutuo entre mi bisabuelo, el mendigo y otras personas del pueblo, sobre todo niños, a los que encandilaba con sus viejas historias.
Y José dejó poco a poco de ser “El mendigo”.
Se fueron conociendo algunos datos más, no muchos de su vida, porque el destino quiso que aquella nueva vida que había comenzado no durase mucho.
Regresó una noche de su tarea empapado de lluvia, con los ojos brillantes y el cuerpo tiritando de frío. No le castañeteaban los dientes, porque apenas tenía y el día 2 de marzo de 1894 a las c5 de la tarde y con 74 años moría José Díez González según consta en el libro de defunciones del archivo parroquial. No se pusieron los nombres de los padres porque no se sabían. Ni consta la causa de su enfermedad y en su lugar aparece la palabra mendigo y sin testamento.
Ni siquiera se sabía con plena certeza si su nombre y apellidos eran los puestos. Se suponía porque al ir a revisar sus pertenencias había un viejo papel de color sepia y bien doblado que con buena caligrafía decía “ estas pertenencias son de José Díez González”
Pero la sorpresa llegó cuando fueron a amortajarle y en un bolsillo interior de su viejo y raido pantalón de pana encontraron atada con hilo de cáñamo una especie de cartera en cuyo interior había 100 pesetas ¡Todo un capital! Para la época que le hubiese permitido vivir mejor de lo que aparentaba.
El alcalde, y el cura, D. Eusebio, y mi bisabuelo Félix, que era el juez, decidieron donar el dinero a la iglesia para costear su entierro y hacerle un novenario y varias misas a la vez que en el acta de su defunción se hizo constar dicho donativo.
A su funeral no faltaron los “chiguitos” del pueblo que durante muchos años recordaron sus historias.
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