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Riosmenudos un pueblo emprendedor

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Riosmenudos un pueblo emprendedor

RIOSMENUDOS UN PUEBLO EMPRENDEDOR


Trabajo elaborado por
Luis-Manuel Mediavilla de la Gala
(Publicado en el Nº 11 de Cuadernos de la Peña)


INTRODUCCIÓN:A pesar de las cortas distancias que hay entre nuestros pueblos, cada uno posee características y peculiaridades que le distinguen de los otros. Cierto que tienen mucho en común, pero cuando te acercas a ellos y a poco que penetres en su interior, surgen los detalles particulares. En Riosmenudos percibes pronto el rastro que dejaron las gentes que pasaron por su historia, siendo las más señaladas de esas huellas, sin duda alguna, el sentimiento de religiosidad conviviendo en armonía con la capacidad industriosa de sus habitantes. Nada fácil de lograr, pero Riosmenudos logró el equilibrio soñado entre lo divino y lo humano, entre el cuerpo y el espíritu, en un ora et labora, símbolo en otros tiempos del ideal monástico y meta que hoy vuelven a proponer los movimientos sociales que hablan de unos estilos de vida racionales, no sólo para el hombre, sino para la propia tierra que nos sustenta.

EL PUEBLO
El origen del nombre de Riosmenudos es, aparentemente, uno de los más evidentes de toda la comarca y hace mención al gran número de riachuelos y arroyos que confluyen en su término con el río Valdavia.
Hacia 1790, hubo un Sacerdote en el lugar, creo que nacido aquí mismo, llamado Manuel Cosgaya; quien, poseído por inquietudes culturales e influenciado sin duda por los aires de la ilustración, nos dejó unas interesantes notas sobre nuestros pueblos, en un informe que pasó a T. López, así como diversos datos sobre Riacos, para uso y gobierno del Concejo. Acerca del pueblo dice, casi poéticamente, que se halla
«...tendido como un perro a la falda de un zerro, dividido por el medio, quasi todo en llano en el Camino Real que hay en el Valle…está a cuvierto de los nortes y cierzo, pero expuesto ha los Abregos, perjudiciales a sus edificios; por el medio día y poniente una dilatada planicie haunque no como las pampas de Tucuman… está bastante frondoso con sus huertas frutales y no frutales...».
Este hombre ilustrado, del que echaremos mano en otros capítulos, nos dejó también el ingenuo, pero interesante plano del lugar, que aparece en la página II, cuyo valor estriba principalmente en su rareza y antigüedad, pues no conozco ningún otro caso similar, referido a nuestra comarca.

Por su parte, A. Manrique, recoge en su historia de Congosto una coplilla que allí se cantaba sobre las gentes de los pueblos del contorno, asignando a los habitantes de Riosmenudos, junto a los de Baños y Respenda, el apelativo de Migueletes. Sería curioso averiguar el origen de tal calificativo, ya que si se refiriera sólo para los primeros, podría tener su explicación en el nombre del Santo Patrón, pero al abarcar a los otros dos lugares, se abre la incógnita. Una posibilidad, podría buscarse en la coincidencia de tal nombre, con el que recibían los integrantes de las cuadrillas de Guerrilleros, que lucharon bravamente contra las tropas francesas en la Guerra de la Independencia; en cuyo caso, estaríamos ante una referencia interesantísima, sobre el papel que desempeñaron nuestras gentes en aquella heroica contienda.

Los barrios y las casas.
El caserío de Riosmenudos, ubicado seguramente en sus orígenes en el entorno de la iglesia, se fue levantando con posterioridad a uno y otro lado del Camino Real, luego carretera, aunque siempre tendió a extenderse al norte del mismo y en él se reconocían antiguamente, nada menos que diez o doce barrios, que comenzaban por el de Arriba o Cimero, como le citan en la venta de una casa en 1797 y que sitúan junto a la fuente; luego estaban los de Abajo y del Medio, completándose la lista con los de la Iglesia, de la Fuente, de la Fragua, del Terrero, de la Loma y del Colgadero, a los que aún se añadían el propio Camino o Calle Real y un antiguo Casar, a extramuros del pueblo, pero lindando con él, en la pradería al norte del Camino Real; paraje, en el que debió existir un caserío en época lejana. Hoy, en la llamada Calle Alta, ya sólo habitan las minas de piedra, maderos y adobes de viejas casas y cuadras, otrora animadas de vida y que ahora nos ofrecen los últimos vestigios de la arquitectura popular que imperó hasta mediados del pasado siglo.

En Riosmenudos, hubo dos o tres casas de arquitectura señorial; quizá la más antigua fue la conocida últimamente como de los Mayorazgos, la cual ha desaparecido prácticamente de la escena en época reciente, a pesar de que ofrecía evidentes señales de un pasado esplendor, como la fachada de ladrillo antiguo y los marcos de cantería que lucía en puertas y ventanas; incluso algunos mayores del lugar, creen recordar que ostentaba en su fachada un blasón ya desaparecido. Cuentan que, en su interior, tras ascender las señoriales escaleras, había un largo pasillo al que daban varias puertas que lucían sendos retratos de personas pintados en sus tableros, lo que, parece ser, impresionaba mucho, por lo que los niños del pueblo, eran amenazados en sus travesuras, con llevarles a esas habitaciones, cuando la casa estaba ya abandonada.
Pero la historia ya venía de atrás, pues Aquilia recuerda que, a pesar de ser su familia muy amiga de los dueños, nunca se atrevió a subir a ver los retratos
«Tenía miedo, pues se decía que te miraban siempre, tanto si ibas como si venias...».
Hoy sólo queda en pie la casa solariega de los García de Guadiana, con su fachada, escudo y leyenda bien conservados, en la que habita la familia de Nestor y Agustina. Pero, como luego veremos, en Riosmenudos debió existir, allá por la Edad Media, un palacio o casa fuerte.

Los puentes.
El mencionado sacerdote, nos habla también de los puentes que había aquí en su época: «su puente mayor por los años 1630 se hizo de piedra, a lo menos los pilares, hoy de madera se han descubierto los zampeados (anclajes de madera y piedra)...» y en el plano vemos que cita otros dos más: el de San Roque y el de Los Molinos.

Efectivamente, hasta fechas no muy lejanas, hubo al menos tres puentes para cruzar los ríos en distintos puntos de su término. Se trataba de los clásicos y rústicos puentes de madera, sobre los que se extendía una capa de tierra y céspedes para facilitar la rodadura. Se les denominaba y conocía con los nombres del pago o de la ubicación donde se hallaban, como los de San Roque, el del Medio y el de Encima, que mencionan los documentos, aunque por la situación de los dos primeros, cabe pensar que existió otro más, el de Abajo. Mariano, que conserva frescos sus recuerdos de la infancia, dice que conoció tres de ellos: el de San Roque, justo debajo de la Ermita, por el que pasaba el antiguo Camino Real; luego estaba el Mayor o de la Era, donde se juntaban los dos ríos; el tercero estaba ya más abajo del pueblo, para cruzar el Río de Roscales.

Puentes que, junto con los caminos, eran la principal preocupación del Concejo a la hora de realizar obras de conservación, por supuesto, de huebra, como mandaban sus antiguas Ordenanzas:
«...que los regidores…cada unos en su año essttén obligados a rreparar y aderezar puenttes, pressas caminos calzadas...-. .. que tengan mucho cuydado ... de juntar al dicho su concejo y acer reparar abrir y desenbaraçar los dichos caminos...»,
cuyos gastos establecían, en las mismas Ordenanzas, la aplicación de los importes recaudados por penas y sanciones que se produjeran a lo largo del año. Muy astutamente y, a diferencia de otros pueblos, no establecían multas en vino, sino en dinero, con la coletilla «para gasttos de puenttes y caminos deel dicho lugar...», con lo que evitaban causar mala impresión y posibles correcciones de los Jueces de Visita que debían aprobarlas. Multas que, sin embargo, irían seguramente a pagar los refrescos, con los que aliviaban el trabajo que realizaban para el pueblo, sin otra compensación.

Un asiento en los libros de Villaoliva, nos informa que, en 1877, se cortó en sus montes«...la madera para el puente de Riosmenudos...»;[/i al no especificar para cual de ellos, cabe pensar que fue para el del Camino Real o de San Roque. Mariano recuerda,[i] “como si fiera hoy” que, al derribar el puente antiguo de madera para hacer el puente actual,
«[i]Aparecieron los anclajes de troncos de roble perfectamente conservados…Allí, debajo del agua quedaron algunos enterrados
...». Corría el año 1971 y esta obra fue el pistoletazo de salida para una sucesión de otras mejoras que modernizaron y mejoraron el pueblo sustancialmente, pues al año siguiente se acometió el abastecimiento de agua, al que siguieron sucesivas pavimentaciones de las calles. Ya en la década de los 90, llegó el turno del consultorio médico, la casa del Tele-club, las aceras de la carretera, los nichos del cementerio y la ampliación del abastecimiento de agua desde una fuente de Pisón. Abastecimiento que, según me cuenta Jaime, el Alcalde actual, pronto contará con un depósito regulador del caudal, evitando así posibles altibajos en el suministro.

Y las fuentes.
Riosmenudos no sólo fue un pueblo de ríos, sino también de fuentes. Esperanza Rodríguez recuerda la que había en San Roque a ras del suelo, en la que se aprovisionaban de agua para el consumo doméstico; fuente que desapareció al construir la báscula actual. Estaba también el Caño de Alejos, un poco más arriba de la iglesia (en la Vandileja); y la de la Loma, por encima de la escuela nueva. Ya en el campo, eran nombradas las de Valdiruelo, Los Sestiles y Fuente Nueva, Fuente Gatón, Cantuzal, Caño la Hera, y otras.


UN POCO DE HISTORIA
Existe una especie de desafortunado criterio o creencia, de que estos pequeños pueblos carecen de una historia que merezca la pena conocer. Grave error y en él radica gran parte del despego que tenemos hacia ellos y por ende, hacia la propia comarca. Y error doble, porque, por humilde que sea, siempre aparecen en ella destellos y datos sumamente interesantes, que nos hablan de nuestros orígenes y del camino que nos ha traído hasta aquí.

En cuanto a Riosmenudos, como veremos más adelante y coincidiendo con lo que anticipa el citado M. Cosgaya:
«la fundación del pueblo no consta (pero) el cronista Yepes ... dice había sido monasterio su Parrochia por la era de 1200»,
lo que nos da pie para pensar, que el pueblo surgió al abrigo y servicio de un primitivo monasterio, convirtiéndose, hacia la fecha citada, en simple parroquia del lugar. Monasterio que, seguramente, se hallaba en el solar de la iglesia actual, con el cementerio en sus proximidades, el cual quedó fuera del recinto al sufrir algún tipo de remodelación todo el entorno; quizás al construir la iglesia. El citado cronista local, nos cuenta, ya en 1790, que
«los sepulcros que se dejan ver en su zementerio y se han descuvierto habriendo los cimientos de las casas ha ella contiguas, denotan vastante antiguedad..». Sepulcros que han seguido apareciendo, incluso en época reciente, como me cuenta Nicomedes, quien recuerda haber visto, cuando se hizo la casa de Pedro Peláz, varias sepulturas hechas con lajas de piedra (tipo medieval), en las que junto a los huesos, aparecían jirones de ropas negras,
«como de pana a terciopelo».

Los documentos.
Las primeras referencias históricas de Riosmenudos, las he hallado en la historia de San Zoil, de Carrión, escrita por M. Ramírez, quien afirma que entre los años 1050 y 1090, este monasterio recibe, de los Condes Don Gómez y Doña Teresa, la donación del convento de San Pelayo de Toro, del que dependían una serie de pequeños monasterios, entre otros, el de San Miguel de Riosmenudos. Por su parte, A. Manrique menciona, en su obra ya citada, varios documentos del Monasterio de Sahagún, que sitúan en Ríosmenudos algunas de las propiedades de los monasterios del Rebollar y de San Román. Posteriormente, en 1199, la documentación de San Zoilo, vuelve a registrar, según J. Pérez, otra donación que le hace Ferrando Petriz de tierras y solares en el lugar, así como la compra de las heredades que aquí tenía Doña Sancha Sogni, que según transcribe C. Estepa, incluía:
«...solares populatos el ad populandum, terrass cultas et incultas, montes et valles, fontes, rivos, ortos, pratos, molendinos, exitus el regressus..».

Todas estas propiedades de San Zoil, terminan siendo traspasadas, en 1228, al Monasterio de San Román de Entrepeñas, gracias a una permuta de bienes entre ambos monasterios. Y ya en 1239, en pleno dominio de San Román, este monasterio concede la iglesia de San Miguel con todas sus tierras, a un tal Guijelmo, mientras viva, a cambio de la mitad de los diezmos y otros servicios, cultivando las tierras a medias, con la condición de que no podrá vender ni hipotecar nada de ello; el documento reza así:
«...damos a vos don guigelmo la igle(s)ia de riomenudos co(n) quanta he(re)dat nos hy avemos por en v(ues)t(r)os días .)
y más adelante añade algo muy interesante:
«..hi el palacio con suas casas e con so uerto..»,
informándonos así de la existencia de un palacio o casa fuerte, seguramente del tipo de las que hemos descrito en anteriores Cuadernos.

Unos años más tarde, en 1258, el Prior de San Román, vuelve a firmar un acuerdo de vasallaje con un matrimonio de Riosmenudos, cuyo texto, que resulta muy ilustrativo, transcribo en la parte esencial del mismo:
«yo domi(n)go yua(n)es pr(i)o(r) de sa(n)t roma(n) do(y) a vos d(on) andres et a vu(est)ra mugier dona y//a na una nu(est)ra he(re)dad en riomenudos . -. Et vos q(ue) fagades y (alli) casa et por tal plecle (trato/acuerdo) q(u)e qu(an)tos fijos ovieredes o nietos et de(n) cada año 1 sueldo de din(e)ros por enfurcio(n) el por uesas III s(ueldo)s el por maneria III s(’ueldo)s... el si alguno esta carla q(ui)sier creba(n)tar aya la ira de dios el de sa(nt)a maria et de sa(an)t roma(n) et de todos los sa(nl)os et peche a la ot(ra) p(ar)te LX (moravedis)...».
De hecho, San Román continuó, a todo lo largo de su historia, con diversos bienes en Riosmenudos. Aparte de la iglesia, que le daba derecho, al principio, a un tercio y, finalmente a la mitad de los diezmos, poseyó también casas, solares y tierras, que le significaron rentas y vasallajes. A cambio, debía contribuir al ornato de la iglesia y sus oficios, lo cual parece ser olvidaba con cierta frecuencia, por cuya razón, el Visitador Pastoral le embargó los diezmos que le correspondían en 1634, para adquirir con su importe unos ornamentos dignos.

Fuentes directas.
En el siglo XIII o XIV, fecha dudosa, en la que se confecciona el Becerro de las Presentaciones del Obispado de León, sobre las iglesias de la diócesis y sus circunstancias, hallamos otra referencia sobre Riosmenudos. El texto, transcrito por J.A. Fernández, es como sigue:
«En Riosmenudos, Sant Migell. De Sant Roman. Da en terçio IIII maquilas, medio centeno e medio çevada; e en procuraçion un maravedi; e en carnero 11 sueldos e medio; e lo que finca lieva el padrón la meatad e el clerigo la meatad, fora un dezmero del rei.».
Como ya dijimos, por esa fecha, la iglesia pertenecía a San Román, que, como patrón o dueño, se llevaba la mitad de los diezmos y el Cura la otra mitad, aparte de las cuatro maquilas del tercio que pertenecían al Rey; por su parte, el Visitador Pastoral cobraba un maravedí y el Obispo dos sueldos, valor del carnero que le correspondía cada año.

A mediados del siglo XIV, otro Becerro, el de Las Behetrías, nos vuelve a ofrecer otra visión del pueblo; ahora, respecto al Señorío del mismo y los tributos que pagaba. El texto, según trascripción de G. Martínez, es el siguiente:
Reto Menudo
Este lugar es solariego de Johan Rodriguez de Çisneros e de Ruy Gonçaiez de Vega e de fiios de Gutierre Garçia de Cornon.
DERECHOS DEL REY,
Dan al Rey moneda e serviçios quando lo echa en su tierra.
E non pagan yantar nin martiniega nin fonsadera nin lo paga ron nunca.
DERECHOS DE LOS SENNORFS
Dan cada uno por ynfurçion al sennor, cuyo es el solar en que mora, cada anno tres çelemines de çenteno.

Vemos que el señorío estaba repartido entre tres familias, una de ellas radicada en Cornón, lugar que, en otros tiempos, se apellidó De los Hijosdalgo. Nos llama la atención el nombre que da al pueblo, Reto Menudo, posible error del amanuense que escribió el texto. Luego hemos de esperar hasta 1753, para hallar una descripción pormenorizada del pueblo y su economía en el Catastro de Ensenada, que veremos más adelante. Y ya en e! siglo XIX, nos encontramos con dos Diccionarios Geográficos, el de S. Miñano, quien en 1825 escribe:
RIOSMENUDOS DE LA PEÑA, (RIOS MENUDOS), y despoblsado de RIACOS, L. R. de España provincia de Palencia, partido de Carrión, obispado de León. R. P., 32 vec., 132 hab., 1 parroquia. Situado al pie de una cuesta y orilla del rio Valdavia. Clima frio abunda de aguas. Prod. buenos pastos y yerba. trigo, cebada, centeno, lino y todo género de legumbres; ganado vacuno, caballar y alguno lanar. Industria: 1 molino harinero. Dista 8 leguas de la cabeza de part. Contr. 508 rs. 32 mrs.

Veinticinco años más tarde, P. Madoz amplía esta información con los datos siguientes:
RIOSMENUDOS 1. Agregado al yunt de Respenda en la prov, de Palencia (46 leg.), part jud. de Cervera de Rio Pisuerga (4) and. terr y c. g. de Valladolid (24) y dióc. de León (48 ) SIT.. en un pequeño valle, al pie de una cuesta y cerca del r. Valdavia; su clima es frio, combatido por los vientos de N. y O., y propenso a dolores de costado y calenturas catarrales. Consta de 24 casas e igl. parr. (San Miguel) servida por un cura de entrada. Confina el TERM. por N. Vega de RIACOS; E. Recueba; S. Congosto y O. Cuerno. Su TERRENO disfruta de monte y llano, y es bastante productivo; toca en su térm. el r. ya citado. Los CAMINOS son locales y en mediano estado. Prod.: Trigo, cebada, centeno, avena, toda clase de legumbres y lino; se cria ganado lanar y vacuno; caza de liebres y perdices. IND.: la agrícola y un molino harinero: 24 vecinos, 125 almas, CAP. Prod. 32.790 rs. IMP 1962.

La pequeña crónica.
La historia del día a día de estos pequeños pueblos, suele reducirse a la sucesión de modestos aconteceres, por lo general de escasa trascendencia exterior, pero que se constituyen en hitos y referencias de la vida y de la crónica local. Quizá uno de los que despertó más expectativas, una vez superada la sorpresa inicial, fue la institución de Ayuntamiento propio en 1846, aunque su escasa permanencia, poco más de dos años, pronto dio al traste con la euforia de tal novedad.
Ya en el Siglo XX, sobresale la construcción de la carretera, hacia 1910, que vino a sustituir al antiguo Camino Real, aunque modificando su entrada en el pueblo, pues el camino pasaba por delante de la ermita de [b]San Roque[/b]. Otro suceso de primer orden, fue la fundación del Sindicato Católico de Labradores, que echó a andar en 1916, promovido por varios vecinos del pueblo, entre ellos Venancio de la Hera y, seguramente, por el propio Párroco. Prestaba diversos servicios, como el Economato que funcionaba en la casa de Eduardo García, y en el que se vendía de todo, siendo atendido por dos asociados que se turnaban cada año. Pero lo que más perduró de esta asociación, fue una seleccionadora de grano que estuvo en activo hasta no hace muchos años. Según P. Carasa, este sindicato llegó a contar en 1920 con 122 socios, ya que también se habían afiliado gentes de los pueblos próximos.
Pero sin duda, fue la llegada de la luz eléctrica, hacia 1926, el acontecimiento más celebrado por los vecinos. El teléfono tardaría en hacer acto de presencia en el lugar otros cuarenta años más, poco antes que la fundación del Tele-club en 1967, cuyos inicios tuvieron una gran repercusión en el pueblo. Visto con los ojos actuales, pudiera parecer que se trató de un asunto de escasa importancia, pero en aquellos momentos, cuando los pueblos estaban sufriendo los duros efectos de la emigración y parecía que se les cerraban todas las puertas hacia el futuro, la llegada de la televisión, entronizada en estos locales, abría una ventana al mundo y su pantalla inundaba los ojos y las mentes de maravillas incontables.

Y algo de leyenda.
Como unas pizcas de leyenda nunca vienen mal a un pueblo, anotaré ahora lo que me contaron Nicomedes y su hermano Martiniano, sobre la misteriosa visita que hizo al lugar, hace unos cuantos años, un supuesto militar, provisto de planos y mapas, intentando localizar una cueva o pozo de antiguas minas, que el visitante creía ubicar hacia la zona de Las Adoberas.

Pero con mayor margen de seguridad, corren por el pueblo dos o tres leyendas sobre hallazgos, en tiempos pasados, de supuestos tesorillos. Uno, que si arando en el campo; otro, que si en la pared de una antigua casa y el tercero, que si al realizar algunas reformas en una corte de ovejas. Seguro que ninguno fue espectacular, pero sí que debieron de dar mucho que hablar en solanas y cocinas.
«Al lado izquierdo de la carretera, según se sube, un poco más acá de La Varguilla, donde había un chopo, aparecieron medallas y otras “cosas”…
me contó Mariano. No lejos de allí, se halla el paraje conocido como La Quintanilla, cuyo significado alude a la antigua existencia en el lugar, de una villa o caserío

Otra leyenda, hace aparecer a una vieja avara, que guardaba sus ahorros en una olla escondida en el muro de su casa, en cuyo punto y por fuera, iban a lamer las ovejas y las cabras. Temiendo la vieja que alguien pudiera relacionar esta afición con su secreto, restregaba el lugar con grasa de sapos para intentar ahuyentarías. Cuentan de ella, que era tan tacaña que, al llegar la Cuaresma, compraba una libra de aceite y tenía libra y media cuando acababa, pues untaba el caldo con una pluma que regresaba con más carga que al salir; el resto del año, como ya no era de abstinencia, usaba sebo.

También con visos de leyenda, casi perdida en la memoria colectiva, el relato que me hizo Miguel, de tres mozas de Roscales que venían a la fiesta de Riosmenudos, a las cuales las sorprendió una tormenta a la altura de Campo Rodrigo, lo que las obligó a guarecerse al abrigo de un gran espino, sobre el que cayó un rayo causándolas la muerte.

De Guerras.
No se tiene noticia de sucesos bélicos por estas tierras durante la época moderna, aunque sí llegaron a verse movimientos de tropas y sobre todo, se sufrieron las consecuencias.

El dato más antiguo que he hallado sobre las repercusiones de las guerras en Riosmenudos, corresponde a 1794, fecha en la que los mozos del pueblo que midieran más de cinco pies de estatura, o cuatro a seis líneas menos, si presentaban esperanza de crecer algo más, se vieron obligados a participar en tres sorteos para presentar a otros tantos reclutas. En uno de los sorteos, iban junto a los mozos de Respenda; en otro, con los de Baños y en el tercero, con todos los de Los 24 de la Peña. Es decir, que si tuvieron muy mala suerte, pudo tocarles en los tres sorteos y, si buena, se libraron de tal reclutamiento, hecho para nutrir el ejército «por el tiempo que dure la guerra con los franceses». Mozos a los que se prometía una paga de dos reales diarios, desde el momento mismo de su alistamiento tras el sorteo.

Pocos años más tarde, llegaron también hasta el pueblo los ecos de la Guerra de la Independencia, con toda la inseguridad e incertidumbres que significó la invasión de la francesada. Seguro que cuando aquello acabó, no les resultó molesto cumplir con los recados que pasaron al Concejo, en 1813, el Procurador y el Escribano de Los 24, sobre diversos informes que debían presentar acerca de varios asuntos, entre ellos, de los posibles bienes de franceses o sus partidarios; de si se conocía y si se había jurado la nueva Constitución; de si se había formado Ayuntamiento acorde con ella; de los Frailes que hubiere en el término; un empadronamiento general, sin ocultación alguna, y cuentas con recibos de los suministros entregados a las tropas españolas. Los facilitados a las francesas, quedaron a beneficio de inventario.

Los franceses habían sido exigentes en extremo y de una soberbia y prepotencia insoportables, de lo que Riosmenudos guarda memoria evidente: el 21 de abril de 1809, el Gobernador provincial, exige al Concejo 474 reales de cuota trimestral para la «subsistencia de la tropa», apremiando a los Rejidores con manifiestas amenazas: «Se procederá contra las Justicias con todo rigor», si no lo ingresaban en el plazo de cuatro días, lo cual, «le evitaría el disgusto de valerse de la fuerza». Vamos, que además de pagar, tenían que darle las gracias por perdonarles la vida. Casi dos mil reales al año, que correspondían a 80 por vecino, más los impuestos generales, resultaban una carga harto dolorosa, cuando encima, era para pagar al ejército invasor.

He hallado una nota curiosa del Párroco de esa época, D. M. Cosgaya, en la que relata la entrega de los diezmos del año 1809 al ejército Cántabro; diezmos que hubieron de llevar hasta Camporredondo. También menciona el paso por el pueblo de las tropas francesas:
«El aciago día de Nuestra Señora de Marzo, en el que estubieron en este pueblo de quatro a cinco mill franceses...».
Ocho años más tarde, libres ya de la opresión y del expolio, la contribución del pueblo a las arcas del Estado era ya sólo de 1.163 reales; aunque también es verdad que siempre caían algunas que otras derramas, como las obras de la cárcel de Saldaña, por cuyo concepto correspondió pagar quince reales a Riosmenudos.

Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, no tardó en volver a correr la pólvora, con motivo de las Guerras Carlistas, que dieron pie a la presencia en la comarca, de varias cuadrillas de seguidores del Pretendiente, con la consiguiente aparición de tropas Realistas, en su búsqueda y persecución. Aún guarda la gente el recuerdo de lo oído a sus mayores: «Los Carlistas se escondían en La Mata y bajaban al pueblo pidiendo les hicieran tortillas...», me contó la Señora Elisa; y Abilio me habló de lo que entonces debió ser máximo secreto, la cuadra donde, al parecer, se llegaron a guardar las caballerías de aquellos casi guerrilleros.

Más triste fue lo de la Guerra Civil, que dejó un amargo sabor en Riosmenudos, pues aparte de la muerte en combate de Lorenzo Peral, la crónica negra de aquella contienda, registra tres fusilamientos nocturnos, en las proximidades del pueblo, de varias personas de la zona, cuyos cuerpos yacen enterrados en el cementerio, gracias a la caridad de los vecinos del lugar.

LAS ANTIGUAS ORDENANZAS
En Riosmenudos volvemos a encontrarnos, por quinta vez, con las Ordenanzas de otro pueblo de nuestra comarca; Ordenanzas por las que se rigieron y administraron desde inmemoriales tiempos, aunque en el transcurso de los siglos iban adaptándolas a las circunstancias cambiantes de la historia, pero sometiéndolas siempre a la aprobación y respaldo de las autoridades superiores. Si bien todas ellas ofrecen rasgos comunes o muy próximos, solían presentar algunas diferencias de contenidos, al abordar asuntos, problemas o inquietudes particulares de cada lugar. Pero las de Riosmenudos nos muestran un peculiar estilo o forma de abordarlos; podríamos decir que son más expresivas, pues suelen dar razones y explicaciones en cada uno de los distintos artículos o capítulos; explicaciones que nos permiten conocer o intuir las motivaciones y las preocupaciones que guiaban a sus redactores.

Las que hoy presentamos, datan en su mayor parte de 1618, en copia legalizada de 1730, aunque hacen referencia a ciertas actualizaciones y también, a otras más antiguas aún, de las cuales,
«...mucha parte se perdio y las demas por ser muí antiguas se an rronpido e canzela do...».
Estas y otras consideraciones, ocupan el primer folio que dedican a la presentación de las mismas, además de encomendarlas y ofrecerlas
«A honrra Gloria y A/avanza de Dios Nuestro Señor y de la Reyna de los Angeles Nuestra señora y deel glorioso Sn Miguel Arcanjel Nuestro patron... ».
Se trata de unas Ordenanzas muy extensas, con más de un centenar de artículos, contando los añadidos posteriores, algunos de ellos muy prolijos, lo que hace inviable recogerlas íntegras en esta pequeña publicación, por lo que nos limitaremos a pasear un poco por sus dilatados textos, deteniéndonos brevemente en aquellos capítulos que resulten más curiosos o llamativos y que no se mencionen en otros apartados de este Cuaderno. Pasaremos por encima de los que sean más comunes, como los muchos que dedican al manejo de los ganados o relacionados con los cultivos, abundancia que delata el interés que para ellos tenían estos dos sectores.

En esos múltiples capítulos, se habla de vecerías, pastoreos, selección del ganado, riegos, siegas, ensayos y otros muchos asuntos de índole parecida, pero hay tres o cuatro que merecen destacar aquí por su interés y significado.
Uno nos informa que, por entonces, era habitual llevar a los ganados de recría o cebo a los pastos de la montaña durante el buen tiempo: «algunos de los beçinos ... benden los dichos ganados y o//ros echan a los puer/tos para enberanarlos...». La nutrida cabaña ganadera del lugar, precisaba también de la presencia de mastines para protegerla de los lobos, por lo que establecen: «que cada veçino ... que ttubiere de quaren/ta cavezas de ganado ovexuno e cabruno arriba es/te obli gado a criar y críe e tenga un mastín para guarda del dicho ganado ... (y a cambio de ello)... le rrelebamos y liberttamos diez cavezas deel dicho ganado de toda con ttribuzion... ». Pero los mastines tenían un problema derivado de la presencia en el pueblo de «perrillas guzgas porque quando andan levanttadas se quedan los mastines con ellas en el lugar...», por lo que prohíben que nadie tenga tal clase de perras.

Hoy se ha olvidado el aprovechamiento que antiguamente se hacía de las bellotas del monte: «Por quantto suzede ... que en la mata de la Dehesa ... ay canttidad de grana de bellottas...», tratan de prevenir que se las cojan los de otros pueblos más próximos a dicha mata y ordenan que nadie «...sean osados a coger grana en la dicha matta ni echar los lechones a ella sin licencia del Conçejo.», porque, como ya hemos visto en otros pueblos, entonces era normal que los cerdos fueran al pasto, por lo que también mandan «que la vez de los lechones ande todo el año con guarda...».

Otro tema al que dedican varios y extensos capítulos, es el de los asuntos del Concejo, destacando los referentes a los nombramientos de los cargos del mismo:Regidores, Fieles, Merino, Mesquero, Cotero y Apreciador, así como las obligaciones y responsabilidades de cada uno de ellos, previendo situaciones conflictivas e incluso estableciendo penas para castigar sus dejaciones o descuidos: «e no se aga en contrario ... so pena que los Rexidores paguen todos los daños yntereses e menosçavos que deel proceder . ..resultaren...», aunque también dejan patente la obligación del vecindario no sólo a obedecerles sino también a respetarles: «y que sea creydo el dicho Merino por su juramento...». En su afan de buen hacer, llegan a considerar la posibilidad de que se presenten en el Concejo situaciones de dificil o dudosa solución, por lo que mandan que: «quando en e/dicho Conçejo se ofrecieren dudas y dicultades y d iferencias que los Rejidores deel. ..nombren quatro personas veçinos.. .para qn ellos solos bean las dichas dudas...ylas resuelban y concluyan...», con lo que nos dan una lección de sabia prudencia. Y prudentes son también al exigir que los nuevos Regidores «(tengan mucho cuydado y quentta de leer y entender es/tas ordenanzas y cada cossa y capittulo de ellas para que sepan y et/tiendan lo que estta y corre por su quet/ta y como nt de rejir y gobernar el dicho Concejo y ttengan las dichas ordenanças a mucha custtodia...».

Sin salimos del ámbito del Concejo, aparte de todo lo relacionado con la obligación de asistir a reuniones y huebras, hallamos una llamativa disposición sobre el comportamiento de los asistentes, pues anticipándose al surgimiento de posibles situaciones violentas, establecen «que esttando el dicho concejo e rrexidores junttos e congregados a son de canpana tañida.., que ninguna persona.. .sea osado a rreñir ni sacar armas conttra ottro ti darle o (tirarle bofetada o cachete o puntapie palo o piedra o ottra cossa ni le desafie o amenaçe ni le de higas o le desmientia ni le llame palabras ofensibas e njuriosas ni se vaya para el ayradamente.. .so pena que el que tal yciere...pague de pena quatírocientos marabedis ...», cifra muy estimable para aquella época. Hay que tener en cuenta que estas multas no tenían escapatoria, ya que de no pagarlas, el propio Concejo procedía a embargar o prendar algún bien del infractor, para subastarle y sacar el importe de la sanción y, así, mandan «que los rrej idores...puedan bender e rremtitar en publico Conçejo ttodas e qualquiera prendas que ayan sido sacadas por quebranríamienito de.. .capittulos en esttas ordenanças contíenidos...». Sólo había una condición, que valor de la prenda no superara los dos ducados, pues en ese caso se precisaba la licencia judicial para proceder a subasta.

Otro artículo nos deja patente la inseguridad que reinaba por aquellos tiempos a nivel general, pues ante el temor de la llegada al pueblo de gentes poco tranquilizadoras, prefieren agradarlas y hasta agasajarlas y, por si las moscas, establecen «que si suzediere venir...algunas personas con prebilexios bastantes para que se les de posada e comida de gracia o bagajes y ottras cossas o llegaren soldados y ombres de armasas ... cumplan a tenor (dichos) mandamienttos...e si no traxeren ...las raçones e fuerzas sobredichas e por ebittar mayores daños e gastto, los Rexidores les dieren alguna cosa ...ycieren m gastto de pan y bino o dieren algun dinero para despedir e echar.. .a los ttales caminanttes e rredimir pesadumbres e mayores gasttos...». Es decir, que les iba a resultar más barato el agasajo voluntario que las requisas o violencias.

En parecida dirección apuntan en otro capítulo, al disponer que «ninguna perssona vecino o morador .sea osado a encubrir ocultar ni disimular en casa persona escandalosa, de mala vida e fama.. .y si las ttales . . fueren ladrones salteadores, herejes, traydores a la Corona rreal o traen probissiones conttraechas y falsas o venden mercadurias proibidas. . .0 fueren fazinerosos y delinquenttes... que el dicho Concejo e regidores funtten y prendan a los ttales delinquenttes...y les remitía a la Xustiçia ... y si no fueren poderosos para les prender, los rrejidores den quentta con silençio y prestteza la justicia para que ella probea.»,

Y alguna razón tendrían también para temer que hubiera amigos de lo ajeno dentro del propio vecindario, asunto que abordan en otros capítulos: «que ninguna perssona veçino o morador...sea osado a hurttar.. . cossa alguna que sea de valor y canttidad de quatiro rreales, ora sea de una bez o de muchas beces, ni açes de ttrigo, zenteno y cevada, ni lino o linaza ni yerva segada o por segar ni quitte mojones de posesiones ajenas...». Pero como, en estos y parecidos casos, lo mejor era evitar la ocasión y con ella la tentación, deciden «que ninguna... sea ossado a acarrear ni acarree de noche.. .o abiendo nublado que se juzgue ser de noche.., en el (tiempo deel verano asta ser alzados y rrecojidos todos los fruttos...». Aunque lo explican, alegando los daños que podrían causar las vacas de los carros utilizados...

Los montes y su protección aparecen también contempladas en este abanico de precauciones: «que ninguno...sea osado a corttar ningun jenero de madera los monttes y tterminos...», multando a los infractores en consonancia con el tamaño del árbol cortado, distinguiendo entre los que valgan para vigas, cuartones o para simples postes, incluso por ramas o arbustos para leña: «que ninguno...sea osado a ttraer leña, esttacas, maderos, revollos ni otra leña mayor ni menor...». La prohibición la extienden también a la orilla de los ríos, de los que tampoco permiten sacar piedra sin permiso, ni arrancar céspedes en los ejidos y parajes del Concejo.

Esa preocupación por la conservación de los montes, alcanzaba también a un tema tan actual como los incendios: «que ninguno...sea osado a poner fuego e quemar montes, paramos, cerraduras, salces, escovales e rrastroxos..». Disposición que demuestra que, en aquella época, ya se consideraban como desastres los incendios forestales y que el Concejo de Ríosmenudos, mostró ser un adelantado al enfrentarse tan expresamente a tales desaguisados, imponiendo a los infractores severas sanciones de hasta 400 maravedís.

Esta prevención hacia los incendios, abarcaba también el ámbito urbano, ya que ordenan «que los Rexidores. ..cada uno en su año anden a visiltar las chimineas e perguas he ornos he si allaren peligros de fuego por esttar mal aderezados,..», deberían multar y obligarsu reparación en el plazo de tres días y de no cumplirlo, procederían al derribo del elemento peligroso.

Hasta aquí, el resumen de los 87 capítulos originales de estas Ordenanzas, a los que posteriormente irían añadiendo algunos más en ocasiones sucesivas, desde 1636 hasta 1817. Añadidos que no aportaban nada novedoso, ya que solían corresponder a modificaciones o matices exigidos por el cambio de los tiempos.

LA ECONOMÍA
Como todos los pueblos de La Peña, su economía estuvo basada históricamente en la Agricultura y la Ganadería, de las que vivían la práctica totalidad de las aproximadamente 25 familias que, con ligeros altibajos, habitaron en el pueblo; aunque, como luego veremos, también conté con algunos artesanos.

El mencionado cronista del siglo XVI nos lo describe de una forma muy peculiar. Habla de la fecundidad de sus huertos y añade:
«...así podría estar la mayor parte de su termino , si su incuria supiera aprovecharse deel beneficio del Agua; pero ya van perdiendo la modorra ... (hay) una buena dehesa de prados de buena calidad pero poco avundante con otros tres retazos de la misma especie. La vega produce escelente lino y el demás terreno bueno para todos granos y hortalizas.».


Cifras y datos.
Las cuentas que se conservan de los diezmos, vienen a ilustramos ahora, sobre el volumen de la cosecha que obtenían en épocas pasadas en los principales cultivos. Los cálculos permiten estimar que, cada año, entraban en el pueblo unas 315 fanegas de trigo; otro tanto de cebada y el doble de centeno, además de otras 20 de avena, amen del lino y la hierba.

La pradería y los pastos, sostenían a su vez, una ganadería compuesta, según datos de 1753, por, al me nos, 57 cabezas de vacuno, principalmente bueyes para la labranza, más otras 25 de recría; 13 yeguas, 10 burros, 32 cerdos y 468 cabezas de ovino, algunas cabras y unas pocas colmenas. Hay que tener en cuenta que, estas cifras, corresponden a una declaración para Hacienda, lo que nos hace suponer que, con toda seguridad, son cifras a la baja y que el censo real fuera sensiblemente mayor.

Estos datos, aparentemente cuantiosos, no deben ocultar la realidad de unas economías realmente humildes, por no decir pobres, que debían soportar unas cargas e impuestos excesivamente gravosos para ellas, pues además del diez por ciento largo de las producciones citadas, debido a los Diezmos y Primicias, habían de pagar los Impuestos Reales que, en 1590, ascendían a 245 reales, cifra que prácticamente se había triplicado, cuando se hace la declaración citada de 1753, fecha en la que ya pagaban 708 reales cada año, por razón de Alcabalas, Millones, Cientos, Servicio Real y Aguardiente. Luego estaban las diez y ocho cargas de granos que debían pagar anualmente por el foro del termino de Riacos, a lo que se añadían varios Repartimientos o derramas motivados por los más diversos conceptos, como el de los Puentes forasteros, que andaban por los 70 reales al año o los 120 derivados de la administración local y del Concejo de los 24, en el que estaba integrado Riosmenudos y a ellos, siempre se añadía una larga serie de imprevistos y gastos menores, como Verederos, Ordenes, Visitas, Limosnas, Refrescos, Cirujano, Herrero, Castrador, Misas, Conjuros y otros más.

Los repartimientos por Puentes forasteros, resultaban a veces cuantiosos y seguramente no siempre eran bien vistos, pues correspondían a obras públicas realizadas en lugares más o menos lejanos, por lo que su utilidad directa resultaba dudosa en muchos de esos casos, como los 27 reales que pagó en 1758 «para la obra del puente de piedra y calzada de la villa de Valderas.», aunque fue en 1772 cuando se alcanzó uno de los máximos históricos, con siete derramas, por un total de 151 reales para los puentes y calzadas de Cervera, Frómísta, Gradefes, Vílloldo, Lebrones, Cordobilla la Real y San Milán de Juarros, incluso para la Pesquera que existía en Villoldo. Hasta para la construcción del Canal de Castilla, se le requiere al Concejo en 1832, que haga el ingreso del descubierto que tiene por el arbitrio que le corresponde pagar para tal obra,

También es verdad que el Concejo poseía varías tierras y prados de los que obtenía algunas rentas; concretamente, se trataba de una tierra de regadío, 17 de secano y siete prados, amen de las eras, los ejidos, las majadas y otras terrenos de matorral. Este elevado número de propiedades del Concejo, en comparación con otros pueblos, podría explicarse por la citada condición de donar una tierra para lograr la vecindad, exigencia que, a su vez, debía estar motivada por la necesidad de pagar cada año las mencionadas 18 cargas de grano.

El Concejo, consciente de la estrechez de las economías familiares, permitía ciertas libertades a los vecinos para mejorar sus cortas economías, como las intrusiones consentidas en terrenos del común, con objeto de redondear las superficies de las fincas particulares a base de roturar zonas limítrofes. Invasiones que se valoraban y cobraban a los vecinos, dando así carta de naturaleza y posesión de esos retazos, como sucedió en 1867, 1873 y 1882. En otra ocasión de 1857, se repartieron diversas Suertes de tierra entre todo el vecindario en el prado de Correcaballos, con el fin de recaudar fondos destinados al pago, en nueve años, del censo que el Concejo tenía pendiente con la Hacienda Nacional, derivado seguramente de un préstamo obtenido para la adquisición definitiva del término de Riacos. En 1874, se repartieron nuevas Suertes sólo para leña, sin permitir roturar el terreno concedido, pero cobrando a cada uno el valor en el que fueron tasadas las parcelas.

La citada forma, tan irregular, de apropiarse y adjudicase tierras por la vía de las intrusiones, debió llegar a tomar un carácter abusivo, pues en 1890, el Concejo se vio obligado a amenazar con acudir a los Tribunales, contra los propietarios que continuaran invadiendo los terrenos del Común.

El Catastro de Ensenada.
El conocido vulgarmente como Catastro de Ensenada, fue un increíble esfuerzo realizado por la Hacienda del Estado en 1750, para conocer, con mayor exactitud, la riqueza del país y distribuir más justamente las cargas entre las tierras y las gentes de España, estableciendo lo que bautizaron como la Única Contribución. Fruto de aquel proyecto, quedó para la posteridad una descripción inestimable de cada lugar y sus circunstancias, que hoy nos permite reconstruir, en cierta medida, la imagen que ofrecían nuestros pueblos hace dos siglos y medio, ya que nos ofrecen numerosos datos e informaciones generales sobre los términos, los cultivos, los ganados, las casas, las familias y hasta de las costumbres y un sinfín de otros detalles de los pueblos y sus habitantes.

El documento más conocido, de los que se elaboraban en cada lugar, es el que se denominaba las Respuestas Generales. Se trataba de un cuestionario con 40 preguntas, cuyas respuestas nos permiten ver hoy la radiografía del pueblo. En el caso de Riosmenudos, ocupan diez folios escritos por ambas caras, de cuyo contenido ya hemos hecho y haremos uso en varios capítulos de este Cuaderno, por lo que aquí nos limitaremos a dar una visión general de su contenido.

Comienzan por declarar que el «lugar es propiedad del Real Patrimonio», es decir, de Realengo, por lo que pagaban los citados impuestos al Tesorero Real en la villa de Carrión. Seguidamente, pasan a describir el término, señalando los distintos tipos de terreno existentes en el mismo, así como los cultivos principales y sus rendimientos, para lo que nos ilustran también sobre los tipos de medidas de superficie que utilizaban: fanegas, cuartos y celemines de sembradura para las tierras y carros de hierba para los prados; en este apartado llama la atención la lista de frutales que había en sus huertos. «ziruela regañada, negrilla, berdexa y blanca; pera de campanilla, manzana agridulce y membrillo.». Luego hacen un detallado informe sobre los mencionados diezmos, así como la relación de gastos e ingresos del Concejo. Igualmente, citan los dos molinos y seis colmenares existentes en el término, así como las casas y vecinos del pueblo, indicando las profesiones y lo que estiman que gana cada uno por su trabajo o negocio; en esas fechas había en el lugar quince Labradores, siete Tejedores, dos Sastres, un Carpintero, un Pastor y un Criado, amen del Cura-Párroco y un Pobre de solemnidad. Y, por supuesto, también nos hablan de la taberna y el hospital.

Censos de vecindarios.
Por el citado Catastro, sabemos que en 1753 había 29 casas habitadas en el pueblo, incluida la Casa de Concejo que, según dicen, estaba
«...sittuada en el barrio que dizen de medio, que se compone de dos piezas cubiertta a Iteja yana; una sirve para las Juntas ... y la otra para fragua...» y lindaba al Levante con un arroyo y, con calles, en las otras tres fachadas. En 1797 actualizan los datos y aparece un censo de habitantes, compuesto por quince Labradores, cinco Tejedores, dos Sastres, un Herrero, un Tabernero y cuatro Pastores, dos de ovejas, uno de yeguas y el cuarto, de vacas.

De estas y otras fuentes, he sacado los datos del cuadro siguiente, que nos permiten conocer la evolución del pueblo en los últimos siglos, comprobando como se mantiene estable la población a lo largo de casi cuatro cientos años, hasta alcanzar su máximo a principios del siglo XX, para caer en picado a finales del mismo.
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AÑOS CASAS FAMILIAS HABTES
1...1591.................25
2...1759.................24
3...1797......25.....................164
4...1826.................32..........132
5...1841.................36
6...1850.....24...... ...24..........125
7...1874 34
8...1910.............................215
9...1940.............................216
10...1991.....46.......................69
11...2001..............................48
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1)Censo de vecindarios. 2) Vecindario de Ensenada 3) Encuesta de Fomento 4) S. Miñano 5)Boletín provincila de la provinncia 6) P. Madoz 7)B. de Bengoa 8)Estadística del Obispado de LEON 9 Diccionario geografíco 10.11 Nomenclator de Castilla y León.


El Territorio.
El pueblo de Riosmenudos se halla a mil metros de altura sobre el nivel del mar y su término, aparece reflejado en el plano que ocupa las páginas centrales, elaborado con la colaboración de Miguel. Dicho término, según la declaración que hacen en 1753, medía
«de Levantte a Ponientte ttres quarttos de legua; del nortte al Sur quartto y medio de legua y su zircunferencia dos leguas y media cuya figura es la del margen.»,
siendo la superficie de 805 fanegas, de las que 19 eran de regadío, 37 de secano y 243 centeneras, más 125 carros de pradería, correspondiendo el resto a montes y pastos, todo ello sin contar el término de Riacos, que luego veremos. Sin embargo, la descripción que hace el mencionado cronista de 1793, quien nos dejó el curioso plano que vemos en esta página, sí parece incluirlo, pues dice que mide
«de norte a sur, quarto y medio de legua. De oriente a poniente siete quartos de legua, desde e! centro deel pueblo hasta su confin oriental cinco quartos de legua; al occidental media Lo ancho del valle de oriente a poniente media legua. Atraviesan por uno y otro lado varios vallejos de labrantío con algunas cuestas intermedias. Las aguas todas vajan por sus respectivos valles».
Lógicamente, estas descripciones no servían para delimitar los términos, por lo que se recurría a las clásicas mojoneras, que, en teoría, hubieran debido de significar una seguridad y una exactitud definitivas, pero que en la práctica, siempre andaban en discusión entre unos pueblos y otros.

Los Pleitos por las rayas.
El paso de los años, las incertidumbres y los altibajos de los pueblos y del propio país, motivaron en algunas épocas el olvido de viejas costumbres y de pasados acuerdos, dando lugar a frecuentes conflictos de intereses y diferencias de criterios respecto a los límites o rayas entre lugares vecinos.

Este pudo ser muy bien el caso del pleito que mantuvieron Ríosmenudos y Roscales en 1647, a cuenta del derecho de pastar, rozar y beber los ganados del primero, en los parajes de Mataluenga Valdeolea Valdehontanares y otros, lo que les llevó a los tribunales de la Real Chancillería de Valladolid. A la vista de los elevados gastos que tal pleito suponía, estimando que
«son dichos términos muy corttos y de poco balor y se puede gasttar mucho mas en litigio que ellos balen...»,
decidieron aceptar el arbitrio de Jueces de Compromiso, para lo que eligieron a los Párrocos de Muñeca, Cubillo y Recueva, quienes lograron un acuerdo amigable, acuerdo que debió perdurar durante siglos, hasta que las circunstancias socioeconómicas lo dejaron sin interés.

Apeos y Mojoneras.
El mejor recurso que tenían los pueblos para evitar conflictos de este tipo, era la realización frecuente de Apeos y Mojoneras, ya comentadas en anteriores Cuadernos. Riosmenudos usó de ellas con frecuencia, respetando lo que mandaban sus Ordenanzas: «que de sseis en seis años los rrejidores que a la saçon fueren juntten su conçejo para tde apear y apeen ...por antte escribano Real que de los dichos apeos de fee...». Los más frecuentes fueron con Baños, lugar con el que apearon la raya en, al menos, ocho o nueve ocasiones, desde 1605 hasta 1896; a pesar de ello, aún tuvieron un conflicto en 1609, que se resolvió satisfactoriamente basándose en anteriores apeos, por lo que debemos suponer que existió algún apeo más, anterior al de 1605.

También realizaron estas operaciones con Roscales en, por lo menos, cuatro ocasiones, entre 1720 y 1874 y con Vega y Cuerno entre 1683 y 1922, para deslindar y renovar las mojoneras de los terrenos que tenían en régimen de las famosas y conflictivas Comunidades de Pastos, tan habituales en toda la comarca, por las que un pueblo permitía pastar en un paraje de su pro piedad a los ganados del pueblo vecino, el cual, a su vez, procedía a la recíproca Los motivos eran de lo más variado, como poder acceder al agua para abrevar, disponer de una majada para sestear, conseguir un área mayor para el pasto al unirlo con lo suyo propio lindante con lo compartido, etc. La idea no era mala y seguramente resultaba ventajosa para ambas partes, pero a medida que se sucedían las generaciones, se iban perdiendo los acuerdos más o menos tácitos y olvidando referencias mutuas, lo que, como hemos comprobado una y otra vez, daba pie a con conflictos y pleitos frecuentes, casi siempre demasiado costosos; pleitos que incluso hoy en día, siguen enzarzando a algunos pueblos de la comarca, a pesar de que, hacia 1922, se suprimió este tipo de acuerdos de términos compartidos, comuneros o de comunidad de pastos, como el que Riosmenudos tenía con Roscales en el Páramo, el cual disuelven definitivamente en 1931.

Otro motivo frecuente de amojonamiento, lo constituían los ejidos del Concejo y las cañadas que había en cada término para los desplazamientos del ganado hacia los diferentes pastos. Estos espacios públicos, estaban siempre sometidos a la presión de las fincas privadas colindantes, por lo que sólo la buena voluntad y la experiencia y memoria de los mayores podían mantener íntegros. Para evitar olvidos, recurrían a materializar este conocimiento a base de mojones, que incluso reflejaban en Actas, como la que levantan en Riosmenudos en 1887, para fijar los límites y dimensiones de las cañadas existentes en el Cigoñal y el Escudillo, camino hacia los pastos de Riacos; operación que fue reconocida y aprobada en sesión del propio Ayuntamiento de Respenda.

RIACOS y SAN PELAYO
Hemos visto y hablado en anteriores Cuadernos, de los numerosos núcleos de población surgidos en la comarca, durante los primeros momentos de La Reconquista, que pronto sufrieron el abandono de sus pobladores, dando lugar a lo que hoy conocemos como Despoblados, de los que aquí tenemos dos ejemplos.
San Pelayo.

Entre Vega, Riacos y Riosmenudos, debió existir uno de esos antiguos asentamientos, del que ni la memoria, ni casi los documentos, guardan referencias de los mismos. Es el caso de San Pelayo, nombre que acoge el recuerdo de un poblado que, seguramente, fue conocido en su tiempo con otra denominación, pero que pasó a la historia documental con el del Santo Patrono titular de su iglesia, pues sólo en el ya mencionado Becerro de las Presentaciones del Obispado de León, que nos da noticia de las iglesias de la diócesis en los siglos XIII y XIV; cuando relaciona las pertenecientes al Arciprestazgo de San Román, aparece citado este enclave, pero con una escueta frase que transcribe J.A.Fernandez: «E Sant Pelayo que esta yerma»; es decir, que por aquellas fechas, el lugar ya estaba totalmente abandonado y no mereció más comentarios, que sin embargo sí dedica a otros enclaves que comieron la misma suerte, como es el caso de Canduela, también próximo geográficamente. Poco más he hallado hasta el presente acerca de este caserío, salvo las observaciones de Mariano y Nestor, que sitúan un paraje con ese nombre en La Vega, un poco más arriba de San Cosme y San Damián.

Riacos.
Al otro lado del río y prácticamente frente al pueblo de Riosmenudos, sube un valle hacia el Poniente, conocido como Val de Riacos; a su pie, río arriba, se encuentra el paraje conocido como La Poblada, que probablemente fue el asentamiento del primitivo caserío que los documentos identifican como Riacos, lugar de Señorío, que sufrió la despoblación hacia el siglo XIII o XIV, pues como luego veremos, hacia esa época aún se le consideraba habitado, con su propio Concejo, aunque seguramente, nunca pasó de ser un pequeño caserío. A quedar despoblado, dio pie a su arrendamiento a Riosmenudos hacia el siglo XV. Según los citados Nestor y Mariano, en este lugar han aparecido restos de paredes o cimientos al hacer las obras de Concentración Parcelaria.

El término que abarcaba este caserío, es descrito en las comentadas Respuestas Generales, de la forma siguiente:
«tiene de Levante a Poniente tres mili y novecientas varas castellanas, que [i]hacen tres quartos de legua y ciento y cinquenia varas. De e! Norte a! Sur mill quatrocientas y veinte y una que hacen un quarto de legua y ciento y setenta y una varas y de circunferencia ocho mill doscientas y diez y cinco varas ... sus confrontaciones son por el Oriente con el termino de este lugar (Riosmenudos) por el Poniente con el de Villanueva de Fon/echa por el Mediodía con el lugar de Cuerno y por el Norte con el de Vega de Riacos, su figura es la del margen...»; [/i]y más adelante, añaden que el referido término medía 786 fanegas, de las que 56 eran de regadío, 163 de secano, 7 de prados, 431 de monte bajo en su mayoría y otras 111 de erial.

El Señorío.
La primera referencia documental del Señorío de este lugar, data de 1453, año que cita en una interesante declaración de 1792 el licenciado Andrés de Villegas, al decir que, según una escritura de 1453, (transcribo sus palabras),
«...dio aforo y censo perpetuo Gonzalo Ruiz de la Vega a dicho concejo de Riosmenudos y sus vecinos el termino del Despoblado Riacos con todos sus caminos, prados, pastos, montes, exidos, ríos, aguas y molinos, con todas las demos heredades de Rentas y Linares y demás aprovechamientos que el tenia, y con las demás que poseía en los lugares de Vega, Cuerno y Varajores excepto la casa y huerta que tenía sita en dicho lugar de Vega, y el citado concejo de Riosmenudos se obligo a pagarle diez y ocho cargas de pan (grano) mediado Trigo y Cebado...».
El tal Gonzalo, que era hermano del célebre Marqués de Santillana, ostentaba también por entonces el Señorío de Guardo y otros muchos lugares. La escritura de este contrato, redactada en estilo medieval, se expresaba así de gráficamente, al ceder el término,
«... con todas sus pertenencias, desde la piedra del rio fasta la foja del monte ... quanto agua riega y sol escalienta...».

Otra antigua referencia que tenemos sobre este Señorío, aparece en las antiguas Ordenanzas de 1618, en las que se habla del pago del trigo y cebada al Señor de Mazuelas y de ellas parece desprenderse que este tributo se recaudaba, total o muy principalmente, de la ganadería, a tanto por cabeza. El dato anecdótico se halla en la forma que tenían de llevar el grano entre cuatro vecinos, por riguroso turno:
por quantto este...lugar estta obligado a llevaryponer en el palacio de Maçuelas elpan...que el conçejo deve en cada un año...y siempre se a llevado calle ayta...».

Hacia 1740, surgió una posibilidad de acceder a la propiedad del término, a raíz de ciertas disposiciones, un tanto contradictorias, sobre despoblados y baldíos. De hecho, llegaron a formalizar la compra en dicho año, con el depósito de 3.800 reales en la Tesorería General, recibiendo a cambio la escritura correspondiente a dicha compra. Pero la disposición citada debió adolecer de serios defectos, ya que prevalecieron los recursos y la oposición de los titulares afectados, que por entonces y para el caso de Riacos, era el Marqués de la Lisera, quien demandó al pueblo por impago del foro correspondiente. Para hacer frente a todos los gastos que se derivaron de la operación y sus consecuencias, se vieron obligados a tomar en 1746 un primer censo o préstamo de 8.000 reales, cantidad que devuelven en dos pagos, uno en 1755 y el otro en 1760; aunque, el endeudamiento por tales motivos, llegó a alcanzar en 1753 la importante cantidad de 19.000 reales.

En la mencionada Encuesta de la Única contribución de 1753, declararon que el término
era Señorío, el que pertenece al Marques de la Liseda residente en la ciudad de Salamanca y la Jurisdicción a Su Magestad Dios le Guarde y no saven que dicho Marques tenga titulo alguno mas que la Posesion inmemorial el qual dicho termino le tiene aforado a este lugar y por el le paga animal y perpetuamente diez y ocho cargas de pan mediado trigo y cevada...».

En 1788, solicitan un informe pericial sobre las posibilidades legales de librarse del pago del citado foro, informe que les da muy escasas esperanzas; de hecho, las cosas habían vuelto a su cauce histórico en 1792, fecha en la que el pueblo de Riosmenudos mantiene un pleito con el de Vega, a cuenta de un pretendido derecho de éste a pastar en el término de Riacos, sin poseer documento alguno, ni tampoco contribuir al pago del mencionado foro, que recaía íntegramente en los vecinos y Concejo de Riosmenudos. Por esa fecha y,
«para hacer más llevadera esa carga acordaron distribuirlas (ciertas parcelas) entre sus vecinos por suertes ó quiñones...» -

En tal estado continuaban en 1843, fecha en la que firman en Cervera un contrato de reconocimiento de esta obligación, con la única diferencia que debían entregarlo en Castrillo de Villavega, donde residía el apoderado del Marqués de la Conquista, por entonces dueño del dominio real del término.

Este Señorío fue pasando a lo largo de los siglos, desde el hermano del Marqués de Santillana, hasta el Marques de la Conquista, pasando por el Vizconde de Amaya y el Marqués de la Liseda, hasta llegar en 1913 a las Señoras Engracia e Isabel Álvarez y Álvarez. Hacia 1928, el pueblo pudo convertirse finalmente en propietario, para cuya operación, según recuerda Mariano, tuvo que vender todas las fincas de cultivo que poseía.

La Ermita.
Comentario aparte merece la iglesia que fue de este despoblado, de la que ha llegado a nosotros su recuerdo como Ermita de San Cosme y San Damián. La primera cita documental hallada, corresponde al [b]Becerro de las Presentaciones [/b]del Obispado de León, de fecha incierta, pero siempre anterior al siglo XV, dato que es importante para nuestro caso, pues en ese momento da al lugar carácter de vigencia, menciona al Concejo. La cita, según trascripción de JA. Fernández, es como sigue:
«En Riacos. Sant Cosme e Sant Damian. Del Conçeio. Da en terçio 1111 maquilas, medio çenteno e medio çevada; e en procuraçion 1 maravedi; e en carnero II sueldos e medio; e lo al llevan los clerigos.»

Esta ermita fue agregada en 1634, con sus rentas y bienes, a la iglesia parroquial de Riosmenudos, pues los ingresos que tenía, apenas si daban para la conservación del edificio, que debía hallarse muy mal parado, ya que, en 1636, se gastan 290 reales en su reparación y, al año siguiente otros 54 para dorar las imágenes de los dos Santos. En 1681 se registra una noticia alarmante, pues abren una investigación para averiguar
«quienes perssonas hablan detteriorado la hermitta de S. Cosme y San Damian».
Y un dato curioso, se hallaba rodeada de olmos, ya que en 1648 registran en sus cuentas un ingreso de once reales por la «oxa de los olmos de Sn. Cosme»; es decir, subastaban la poda o roza para hacer capachos para el ganado y, por lo elevado de la suma, se deduce que los olmos eran varios y de buen porte.

Esta ermita gozó en sus tiempos de una gran devoción entre los habitantes de Riosmenudos, como prueba el testamento de Alonso de Guadiana, quien, en 1694, deja mandado que digan en ella dos misas por la salvación de su alma y la de su mujer: «mas otra missa por cada uno de nos en la hermita de los gloriossos Marttires San Cosme y Su Damian...». Los últimos datos documentados sobre ella, corresponden a sendas anotaciones de 1703, fecha en la que venden «los olmos que estiaban junito a la Hermitta de Sn Cosme.» y de 1723, año en el que aíin realizan un fuerte gasto en su reparación. Pero en 1759 aparece anotada la venta de «la madera y rettama de la Hermitta de San Cosme»; hecho y fecha que significan el acta de defunción de la misma, pues además coincide con lo que manifiesta M. Cosgaya en su mencionado informe de 1790:
«Como a un tiro de vala ... estava la parroquia antigua de Sn Cosme y San Damian de el referido despoblado. Se ha demolido en mis días por el Concejo de Riosmenudos Señor (Haunque no propietano) de este en virtud de una scriptura de foro perpetuo que celebro por los años 1453 con Gonzalo Ruiz de la Vega Señor de Castrillo (y) Tordehumos...». Informe que nos sitúa en el final de todo rastro edificado del antiguo despoblado.

Este hombre nos ubicó también la ermita, en el plano que vimos antes, y de ella aún dan fe las gentes del lugar, aunque no llegaron a ver ni las ruinas, pero si les llegó el recuerdo de sus mayores. Mariano oyó contar que alguien halló allí, al arar, una pequeña figura de mármol; y su sobrino, Nicomedes, afirma haberla visto en casa del vecino que la encontró, opinando que se trataba de un Niño Jesús y, que también se halló en dicho paraje una extraña moneda triangular. Cierto o leyenda, la finca radicada en ese punto, seria conocida posterior mente como Linar de San Cosme y San Damián.


LO RELIGIOSO
El pueblo de Riosmenudos presume de su gran religiosidad, lo que parece ser cierto y verdad, pues aparte de opiniones y testimonios, tenemos los hechos, como las numerosas vocaciones religiosas habidas en el lugar desde muy antiguo. La primera noticia nos la da en 1790 el citado Don Manuel Cosgaya, al hablarnos de otros dos preclaros sacerdotes naturales del lugar: Don Juan y Don Pedro Roldán, Prior y Canónigo respectivamente de Lebanza. Ciñéndonos. a los tiempos modernos, podemos recordar a varios Sacerdotes nacidos en el pueblo, encabezados por Don Emilio Peláz. y Don Maximiano García, seguidos por Don Emiliano Cosgaya y Don Maximino Peral;. y en los últimos tiempos, , Don Elpidio García, (ordenado en 1958) recientemente nombrado Canónigo de la Catedral de Palencia, Don Miguel Salvador (1959)y Don Fidel García (ordenado 30-06.1972) . Tampoco han faltado las vocaciones para las Ordenes Religiosas, entre las que hallamos al Padre Agapito Gregorio, al Hermano Cesáreo Baños y a las Hermanas Concha Peláz, Elisa Peláz, Clotilde Llana y Balbina Peláz. Vocaciones, unas y otras fruto indudable de ese espíritu religioso que impregna el sentir de todo el pueblo. Por ello, fueron frecuentes en el pueblo los Cantamisas y Tomas de Hábito; ocasiones solemnes que reforzaban ese sentimiento de religiosidad familiar y colectiva que mencionaba al principio.

Por si estos datos no fueran suficientes para avalar esa afirmación, tenemos otros dos índices que señalan en la misma dirección: El uno, la permanente preocupación, a lo largo de los siglos, por las personas pobres; preocupación que, si bien fue general en toda la comarca, en ningún otro lugar alcanzó tan altas cotas, como luego veremos y que le dio fama de pueblo caritativo. El otro índice es aún más objetivo; se trata del alto número de Aniversarios que dejaron fundados sus vecinos al morir, con la intención de que se- siguiera rezando por sus almas "por siempre jamás ", como disponían en sus testamentos; he contabilizado nada menos que 56 en un informe del -siglo XVIII, cifra que prácticamente duplica la de otros pueblos comarcanos.

Como interesante curiosidad y aunque no fiera natural del lugar, hay que citar la presencia en Ríosmenudos de Don Pedro Diez de Valdeón; Cura Párroco en los primeros años del siglo XVII y Comisario del Santo Oficio, es decir, de la Inquisición; caso no detectado hasta ahora en ningún otro pueblo de La Peña.

La Iglesia.
En la Iglesia de Riosmenudos, con reminiscencias románicas, llama la atención su robusta espadaña, rematada por un antiquísimo tejado a tres aguas que cubre el campanario; Tejado que presenta cierto sabor medieval, gracias a la airosa armadura de madera que se levanta a partir de los muros que, a su vez, se quedan en fuertes antepechos del espacio interior. Este tipo de tejados debió ser habitual en siglos lejanos, tanto en los campanarios de las iglesias, como en las torres o casas fuertes que existieron en muchos de estos pueblos.

El Cronista local del siglo XVIII habla muy elogiosamente de este templo parroquial, que dice está construido de
«...piedra mármol, su espadaña y escalera de el mismo material. No tiene mas que una nave pero decente, su pavimento todo adoquinado Su pila bautismal la mejor del Arciprestazgo. Tiene- tres altares los dos nuebos y el mayor antiguo con quatro primorosas tarjetas y varias efigies de bulto, todo estofado. Su custodia (Sagrario) por la fragancia que esala al abrirla puede ser e enebro o de otro material olorosos, por no recurrir a superior causa, se halla pintada la passion con tal viveza o, lo fino de los colores y estofado que oy de voca a voca ha un facultativo natural de la ciudad de Santiago y residente en la de Leon son de las pinturas mas acavadas que habia visto; no pase por exageracion pues de el libro de fabrica ... consta sea obra de aquel famoso Paredes tan zelebrado por Pons .. hay una sepultura dotada de la familia de los Alonssos. Fueron bienechores de esta ygllesia D Juan de Roldan Prior perpetuo de la Real Abadía de Lavanza y Dn Pedro Roldan canonigo de la misma, naturales de este pueblo, la dieron una cruz de plata Parrochia excelente y una casulla de terciopelo carmesi labrado y su zenefa de ylo de oro lios Aposioles bordados en ella. Su fecha por los años de 1640. El Comisario Dn Pedro Diez de Valdeon cura de ella hizo su sacristía en 1611 …toda de sillería ... el portico...por lo vistoso y capaz no es para omitido...».

En tiempos del tal Don Pedro, se hizo también retablo, cuyos trabajos debieron comenzar hacia 1610, prolongándose varios años. La construcción fue obra de “Juan gil de Palacio, Architecto vecino de Cervera», quien realizó todo el retablo, sagrario y cajonera, mientras su dorado y estofado corrió a cargo de «Andres de paredes, pintor vecino de Tamara”.. Ambos fueron cobrando a lo largo de los años, hasta 1643, el importe de trabajo, cuyas cuantías fueron de 700 y 11.000 reales, Aproximada y respectivamente; cantidades que cobraron siempre en especie, procedente del grano que la Iglesia recibía cada año en concepto de Primicias. Los trabajos, tan prolongados, debieron dar lugar a multitud de anécdotas, como la multa de quince reales que puso el Visitador Pastoral al Pintor, «por ayer fecho lumbre por (dentro de) la yglesia.» o que, cuando fueron a tasar lo realizado hasta 1624, no aparecía el contrato, por lo que debieron enviar a un recadero hasta León o quizás a Támara, en busca de una copia. Fueron pasando los años y en 1772, se vieron obligados a dorarle de nuevo, gastándose en ello otros 1.500 reales.

Aún no habían acabado de pagar el retablo, cuando advierten en 1641 que «los arcos de el cuerpo de la Iglesia parece que han hecho vicio y esttan amenaçando ruina) por lo que se reclaman los servicios y dictamen de “un Maestro perito en el arte “. Como la economía no andaba boyante, debieron aguantar hasta 1662, año en el que colocan cimbrias, iniciando en 1666 las labores de derribo de los muros para su arreglo, pues hablan de los “oficiales que desycieron la yglesia”. Los trabajos fueron contratados por un tal Diego de Corlado, prolongándose hasta 1671, colocando de paso puertas nuevas; la factura total ascendió a más de 4.500 reales, por lo que se vieron obligados a echar mano de todos los recursos disponibles, como vender cuatro carneros y siete ovejas que poseía la Virgen del Rosario y a sendos préstamos del Hospital y de la Ermita de San Roque, por 334 y 506 reales respectivamente, para lo que este último debió vender, por orden del Sr. Obispo, la vaca y las dos jatas que poseía.

La obra debió dejar patente algún tipo de contraste desfavorable con la torre o campanario existente hasta entonces, pues en 1675, inician el aporte de piedra de Valdeur (Dehesa de Montejo), contratando la obra con el Licenciado Laurencio de la Torre, Cura-Párroco de Aviñante y con Francisco Sierra, Maestro Cantero, a quienes acabaron de pagar en 1686 los más de seis mil reales que costó la obra, aunque el gasto siguió coleando varios años más, ya que se vieron obligados a tomar un préstamo en Cervera por 2.200 reales, al 5% de interés.

Lanzados por la vía de las obras, rematan el siglo levantando la Panera en 1692, para guardar el grano de los Diezmos, Primicias y otras aportaciones. En dicho año, se produjo un caso infrecuente: Manuel Alonso, vecino del lugar, suscribió con la Iglesia un censo, a favor de ésta, de 500 reales, «por el entiierro de una sepolttu ra debaxo del coro a lado del ebangelio.», el cual comenzó a rendir a la iglesia un rédito de 25 reales al año; sin duda, se trata de la que menciona el citado Cronista.

El nuevo siglo, no interrumpe la fiebre constructora, continuando con varias obras de mejora y acabado, hasta dejarla como hoy la conocemos, pues entre 1712 y 1722, construyen el portal y el osario y en 1748 levantan los estribos de refuerzo y dotan al cuerpo principal de la cornisa de piedra que aún le adorna.

Ermitas, Santuarios y Monasterios.
A lo largo y ancho de la comarca, se prodigaron en tiempos pasados las ermitas, de cuya inmensa mayoría, apenas si queda el testimonio de su nombre, designando el paraje donde se asentaron, pero habiéndose perdido, en muchos casos, la memoria de su pasada existencia.

Tal es el caso de la que hubo en el término conocido como San Cristóbal o Alto de San Cristóbal, donde existió una ermita dedicada a este Santo, la cual aún existía o, al menos, era perfectamente recordada en 1720, a juzgar por la anotación que hacen ese año al realizar el apeo de una mojonera con Roscales:
«En el ttermino propio del lugar de Riosmenudos a do dizen San Chisitobal junto al camino que ba de Riosmenudos al dicho Sanituario... ».
Así, como Santuario, designan en tiempo presente al, sin duda, pequeño templo que allí existía. Pero cuando repiten el apeo en 1874, ya no debía quedar nada del mismo en pie, ni posiblemente en el recuerdo vivo, pues se limitan a mencionar el Alto de San Cristóbal De esta ermita hablamos ya, con mayor detalle, en el Cuaderno dedicado a Recueva, pues parece ser que se hallaba en su término o, al menos, dependiendo de su Parroquia. Sea como fuere, nos encontramos aquí con otro caso de una ermita ubicada en la raya de dos pueblos, lo que viene a confirmar la idea que avanzábamos en dicho Cuaderno, de ermitas y devociones compartidas entre dos o más lugares y punto de encuentro y celebración colectiva entre los vecinos de ellos desde tiempos remotos.

Por otro lado y seguramente más antiguo que esta ermita, también existió en Riosmenudos un monasterio, conocido como Monasterio de San Miguel, del que he hallado las dos referencias documentales que veíamos al principio, al hablar de la historia del pueblo. De ella se desprende que, este Monasterio, se hallaba en plena actividad en el siglo XI y que fue hacia el 1200 cuando devino en Parroquia del lugar, lo cual resulta muy posible y no sería el único caso en la comarca, de un primitivo Monasterio convertido posteriormente en Iglesia parroquial, caso que vimos también sucedió en Recueva.

Pero la Ermita más destacada de Riosmenudos y una de las pocas que quedan en pie en la comarca, es la de San Roque, la cual fue profanada hace unos quince años, para llevarse la talla del Santo que destrozaron al sacarla, ya que aparecieron algunos restos esparcidos porl suelo. Talla que, seguramente, es la que menciona el Visitador Pastoral en 1611, cuando anota que:
«Visito su merced la hermita... el altar...con su retablo del gloriosso Santo de talla y pintura.».

La devoción a San Roque, que en épocas pasadas tuvo su Cofradía, como luego veremos, se ha limitado y limita en los últimos tiempos, a la celebración de un Misa el día 16 de agosto, a la que asistía todo el pueblo en los últimos años de la Antigua Cultura, a pesar de coincidir con el fuerte de la recolección. Cuenta Mariano que ese día,
«Madrugábamos un poco más, para hacer uno o dos acarreos antes de la Misa; incluso, si andábamos apurados, dejábamos el carro al lado de la Ermita oíamos la Misa desde la puerta.».

Hoy en día, no parece tener más actividad que esa a lo largo del año; pero antiguamente, era costumbre celebrar diversas misas a lo largo del año por las almas de los Cofrades o de algún difunto que así lo dejaba dispuesto en su testamento, como fue el caso de Alonso de Guadiana quien, en 1694, dispone que, de las Misas rezadas que deja mandadas, dos de ellas se digan
«en la hermitta del gloriosso Sn Roque donde somos hermanos...».

Otra Ermita que atraía la devoción de las gentes de Riosmenudos, era la de la Virgen del Otero, de Congosto, en la que se registra un milagro en el año 1956, del que fue beneficiado protagonista Constantino Herrero, vecino de Riosmenudos, quien, según la versión que recoge A. Manrique, recuperó un brazo herido, cuando ya estaba prevista su amputación. A esta Ermita iba el pueblo en Rogativa el último día de mayo, junto con otros seis del contorno.

Cofradías.
En la historia de Riosmenudos, se registra la existencia de, al menos, cuatro o cinco Cofradías: la de Los Doce o de San Cristóbal, la de San Andrés, la de Las Ánimas y la de San Roque. De la primera, contamos con dos breves citas documentales; una de 1726, que nos da noticia de haber pasado sus bienes a la Iglesia del lugar, lo que significa que se había disuelto por entonces, como nos confirma el mencionado Cronista local, al escribir en 1793 que hubo en el lugar «dos cofradías fundadas, la una de Doce, su titular Sn Cristóbal y la otra de Ánimas, ambas extinguidas” Carecemos de más información para conocer sus fines y funcionamiento, salvo los que parecen desprenderse de sus nombres.

Pasados los años, se puede decir que se refundó la segunda, pues según las notas facilitadas por Concha, la Cofradía de Las Benditas Ánimas se constituyó en 1931, la cual estuvo vigente hasta 1970, habiendo sido Juan Peláz su último Presidente. Los cofrades estaban obligados a visitar a los enfermos y ayudar a los necesitados, fueran o no de la Cofradía. Pagaban la modesta cuota de 1,75 pts., que se reducía en un real para viudas y solteros. Otra fuente de ingresos era la postulación que hacían por las casas, con el fin de recaudar fondos destinados a la compra de las velas, con las que acompañaban el momento de dar la Extremaunción a los enfermos y pagar las Misas que encargaban por las Ánimas a lo argo del año. Es curioso constatar, que esta costumbre parece heredada de la Cofradía de San Roque, que establecía en su Regla
«que todas las beces que se llevare el Santisimo Sacramento a algun enfermo hermano nuestro.. encienda el cirio de la hermandad y el Mayordomo o un hermano vaya alumbrando al Santísimo Sacramento hasta que vuelva a su lugar...»,

Pero la actuación más destanacada y recordada de esta Cofradía de Las Ánimas, llegaba con ocasión del fallecimiento de algún vecino, cuya fosa debían cavar entre los dos cofrades que vivieran más próximos a la casa del difunto; mientras tanto, otros tocaban a muerto cada hora. Ya en el entierro, cuatro de ellos, menores de 60 años, eran los encargados de portar el cadáver y todos los demás tenían la obligación de acompañar, cuya falta se sancionaba con 50 céntimos. Mariano recuerda que todos llevaban una vara rematada por una pequeña Cruz de madera pintada en negro, siendo algo más grandes y de mejor hechura, las que portaban los cargos de la Cofradía; estas Cruces permanecían guardadas en la sacristía de la Iglesia. El día tres de mayo, Invención de la Santa Cruz, se reunían en Junta para dar cuentas y hacer proyectos.

Las Ordenanzas de 1730, hablan de la existencia de otras dos Cofradías:
«por quantto las hermandades e junttas de cofradias dee dia de la Tnan.sfigurazion en agostto y se come en comunidad en elporttal de la yglessia de estte dicho lugar y el dia de Santto Andres que en la dicha forma se come en el ospiltal deel dicho lugar esttan a cargo de los rrejidores para las açer cumplir y cobrar las (tercias de cada vecino que es dos livras de pan para darlo de limosna a los pobres que los dichos días se allan en el dicho lugar...». Vemos que sólo identifican a una de ellas, quedándonos la duda si la otra es la de Las Animas, que aún estuviera vigente en esa fecha o se refiere a una cuarta, distinta, relacionada con la Transfiguración. La tercera, seria la de S Andrés, la cual ya existía en 1665, fecha en la que figura en un par de anotaciones referentes a sus cuentas:
«Yo Gaspar Carbonero...cura del (lugar) como abbad de la Cofradía de Sn Andres sita en el Hospital de dicho lugar...».
Vemos explicada así la razón de que celebraran su reunión y comida anual en el Hospital, como expresan en las Ordenanzas.

Así pues, por aquellas fechas del 1730, se hallaban en activo, al menos, tres Cofradías en el pueblo, pues a las dos que citan las Ordenanzas, hay que añadir la de San Roque que, para entonces, llevaba más de cien años de existencia, celebrando su consejo o reunión y comida anuales el día de su Patrón. La Regla de esta Cofradía, establecía muy claramente el cómo y el quién organizaba dichos actos, sin implicar a los Regidores del lugar, como sucedía en las dos anteriores.

Esta Cofradía se promueve en 1603, siendo aprobada su Regla ese mismo año por el Visitador Pastoral, y refrendada unos años más tarde por el propio Papa, como nos dice el mencionado Cronista, por «una Bulla en pergamino (de) la Santidad de Paulo V en 1611...». La citada Regla ofrece interesantes informaciones, como su ámbito comarcal: «recibiremos a todas e qualesquiera personas eclesiasticos y seglares asi hombres como mujeres deste lugar de Riosmenudos y de los lug res comarcanos.». Estaba regida por un Abad, elegido entre los Sacerdotes cofrades y administrada por varios Mayordomos, ubicados en los distintos pueblos, aunque el principal tenía que ser de Riosmenudos. Debía celebrarse una Misa cada mes en la Ermita, para que «...los vivos alcancemos la gracia y los difuntos gloria...». Celebraban cabildo y comida, el Sejo, el día del Patrono, tras las Vísperas y la Misa solemne en la Ermita, para cuyos gastos, cada Cofrade debía contribuir con dos celemines de trigo al año, más una libra de pan para los Pobres que acudían ese día a Riosmenudos, pan que, «con la vianda que sobrare.. .de la comida se de de comer e vever a los pobres que...se hallaren presentes así del hospital del...lugar como venidos de otra parte...». Vamos viendo de dónde procede la costumbre que conocimos como Rancho de los Pobres.

También resultan muy ilustrativas las cuentas de esta Cofradía; por ellas sabemos que el número de Cofrades osciló entre los 63 de 1670 y los 119 de 1779, los cuales procedían del propio Riosmenudos y de, al menos, otros diez pueblos más o menos limítrofes, incluso aparecen dos cofrades de Cubillo. La comida se basaba en carne o pescado, si coincidía en día de abstinencia; lo habitual era sacrificar una vaca o, en su lugar, seis o siete carneros y si tocaba pescado, hasta tres arrobas de curadillo o de sicial, que eran pescados secos o salados; y siempre, ocho o más cántaras de vino tinto; pero, cada uno, debía traerse el pan de su casa.

Tenía una economía muy saneada, pues aparte de las donaciones y de las cuotas de entrada y salida de los cofrades, poseía tres o cuatro prados y un linar, así como varias cabezas de ganado, por las que contribuía con cinco cuartos de trigo para el pago del Pastor, según anotan en 1698, lo que les permitió acumular un caudal de 1.181 reales y hacer préstamos a la propia Iglesia.

Y, para terminar, un detalle muy interesante: la Ermita debía ser propiedad de la Cofradía, a juzgar por cómo se expresa el Visitador Pastoral en 1611: «la hermita que esta dicha Cofradia tiene...». La cofradía siguió en activo durante varios siglos, ya que en 1840, aún se elegía el Mayordomo. como un cargo más de los que tenía el Concejo por entonces.

Aniversarios y Caridades.
Ya hemos hablado, en anteriores Cuadernos, sobre estas manifestaciones de la fe religiosa de nuestros antepasados y si hoy volvemos sobre el tema, es para dejar constancia de las diferencias halladas en Riosmenudos respecto a otros lugares. Por un lado, no aparece registrada ninguna Caridad, con la salvedad de la relacionada con el Día de Las Candelas que luego veremos y, sin embargo, se duplica el número de Aniversarios, registrándose nada me nos que 56 casos en 1753, época de esplendor en este tipo de fundaciones, cargando su obligación y atención indefinidas, sobre otras tantas fincas, cuyo principal beneficiado era el Párroco del lugar, a cambio de sus Misas y rezos por las almas de los fundadores. Sus importes oscilaban entre doce maravedíes y 39 reales de vellón, dato que habla de la difusión de esta práctica entre todas las familias, independientemente de su nivel económico.

La Procesión del Encuentro.
Como en Recueva, también en Riosmenudos celebraban la Pascua de Resurrección con una Procesión del Encuentro, animada, casi escenificada, con una loa que cantaba el suceso. Se trata de unos cánticos muy parecidos, a veces iguales, a los de Recueva, aunque quizás algo más extensos que, en forma dialogada, van entonan do alternativamente los acompañantes de las imágenes de Jesús Resucitado y de la Virgen María.
Concha lo describe así:
«La imagen de Maria la llevaban por una calle con velo negro acompañada por las mujeres. La imagen de Jesús resucitado la llevaban en andas por otra calle acompañada del Sacerdote y de los hombres.»,
cantando cada grupo por su cuenta, pero al producirse el Encuentro, entonaban todos a una:
Los que traéis a Jesús,
las que lleváis a María;
haced tres posas que son,
señal de las tres caídas
.
En ese punto, «Se detienen las imágenes en la plaza del pueblo haciendo tres reverencias. Luego cantan a dos coros, alternando el que canta a Jesús y el de María..»
Este canto dialogado está dividido en tres partes: una primera, de salutaciones; una segunda, de alegría por la Resurrección, con el consabido cambio del velo negro de la Virgen, por el blanco y, por último, el retomo triunfal hacia la Iglesia, rematado por unos Glorias especiales:
Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
Gloria al Espíritu Santo;
Gloria a la Madre Bendita,
en este Domingo Santo.
De la redacción del texto de estos cánticos, parece deducirse una escasa antigüedad de los mismos y, por ende, de la propia Procesión, lo que no quita para lamentar que, ésta, como muchas otras costumbres que pervivieron hasta no hace muchos años en nuestros pueblos, hayan caído tan penosamente en el olvido.

Los Pobres y el Hospital
Como hemos visto en otros pueblos, también Riosmenudos costó en tiempos pasados con un Hospital para acoger a los Pobres que pasaban por el lugar, aunque con la diferencia de que, el de aquí, contaba con una Cofradía, la de San Andrés, ya citada, encargada de tutelar y subvenir a su funcionamiento y cuyo Abad en 1665, se llamaba Joan Roldan. Me cuenta Miguel, que el recuerdo de los mayores, lo situaban a la altura de la huerta de Nicomedes, al lado derecho de la carretera, en la salida hacia La Venta. Aparte de la casa-hospital, la fundación poseía antiguamente un corral en el barrio de La Fuente y dos prados, uno en Los Alamos y otro en La Dehesa, bienes que seguramente perdió en el siglo XIX, por obra y des gracia de las desamortizaciones.

Esta fundación venía de muy antiguo, pues ya aparece contemplado en las Ordenanzas de 1618, para prohibir que se acoja en él a
«perssona escandalosa de mala vida e fama ni perssona que ssea cassada y no yziere bida maridable...».
Posteriormente, en 1753, las referidas Respuestas Generales nos hablan de su funcionamiento:
«en el havita una mujer para el cuidado y asistencia de los enfermos que a el llegaren y para el manttenimiento...cada vezino de estie lugar, los de Cue no, Vega de Riacos y Barajores dan un zelemin de ttrigo… ttiene diferenttes prados cuia renta (es) para reparos de la casa y para los Povres ynterin mejoran o se les pasa a otro pueblo (y) se k pide limosna para su mantenimiento.».

Vemos que este Hospital prestaba servicio a los cuatro pueblos, pues según anota el Visitador Pastoral de 1611, había sido
«...fundado por los vezinos de Riosmenudos y otros lugares comarcanos los cuales tienen la obiigazion de tener el dicho hospital en pie...».
Vecinos que siempre debieron andar bastante remisos en los pagos, aunque en 1630 se hallaba
«vien reparado y por ospitalera a Maria F., viuda...».
Pero en 1632 y 1634, aparte de informamos que tal hospital se titulaba de San Andrés, el Visitador alude a un pleito y ejecutoria del Obispado para hacer prevalecer la obligación de contribuir todos los vecinos de esos pueblos; situación que no debió normalizarse, pues en 1639 y, sobre todo en 1680, a vista del mal estado de la casa y el ajuar, recuerda que
«qualquiera que moría en esos pueblos... tenia la obligazion de dejar un cabo de ropa: almoada, sabana o manta y dar cada conzejo un carro de leña al hospitalero un zelemin de trigo cada vezino...».
Pero los Mayordomos de la Cofradía que lo tutelaba, descuidaban la recogida de esas ropas, la Hospitalera su limpieza y los vecinos el pago del celemín de trigo; vamos, que unos por otros, la casa sin barrer.

En los últimos tiempos de la Antigua Cultura, perdidos los bienes de estas fundaciones benéficas y, como el problema subsistía, no decayó el espíritu caritativo y buscaron nuevas fórmulas para atender a estas gentes necesitadas, sin techo ni lecho, que recorrían lo pueblos demandando limosna para ir tirando. Cuando querían o tenían que pernoctar en Riosmenudos, se presentaban en casa del Alcalde, quien les asignaba el vecino de turno para acogerlos por una noche; turno que se simbolizaba con una pequeña Cruz de madera, conocida como La Cruz de los Pobres. También había algunos que iban ya a casa fija, por la confianza de años anteriores o por conocimiento de otros tiempos, en cuyo caso, solían dejarles dormir en las cocinas, pero, por lo general, dormían en los pajeros de las cuadras, lugares mullidos y calientes. El pajero era un gran cajón hecho de tablas que, ubicado junto a una pared y justo debajo de una trampilla del pajar, servía para retener la paja que se arrojaba desde arriba para las atenciones del ganado. «Los chicos solían gastarles bromas, como colocar algún espino entre la paja o, cuando se hallaban ya instalados, echar les un montón de paja encima desde el pajar...». Pero lo más destacado de este espíritu de caridad, fue el Rancho de los Pobres, acto conocido en toda la comarca y que consistía en una comida que se preparaba el día de la Fiesta local, costumbre que perduró hasta los años 60 del pasado siglo, cuyo desarrollo reconstruimos con los testimonios de Agustina, Concha y Mariano:
«Unos días antes, se pedía por lar casas para hacer el rancho... Los vecinos daban garbanzos, titos, cabezas de oveja, cordero y cerdo, jamón añejo, tocino, chorizo, carne... Los mozos preparaban la leña la víspera y cortaban el pan al salir de Misa e! día mismo de la comida De madrugada, dos o tres vecinos encendían otras tantas hogueras para colocar en ellas sendas y enormes calderas de cobre, en las que procedían a cocinar los alimentos recogidos las vísperas. Estos vecinos eran casi siempre los mismos: Juan Peláz, Basilio Rodríguez, Marcelino Roldán, Jesús Arto, Martiniano Peláz y Macario Álvarez El convite tenía una gran llamada, a la que acudían hasta un centenar de comensales que, sentados en el suelo, llenaban la calle desde la carretera hasta la fuente.. Venían familias enteras y hasta se llebaban para casa las sobras. La comida comenzaba con la Bendición hecha por el Sacerdote, dando así entrada a los mozos quienes, provistos de grandes soperas, cazo y delantal, comenzaban el reparto del rancho. .. Hubo años, alía por los 50, que incluso re repartió una peseta a cada asistente...».

Rogativas y Bendición de los Campos.
Otra costumbre que perduró en nuestros pueblos, hasta fechas relativamente recientes, fuee la Bendición de los Campos en la primavera. En Riosmenudos se hacia el día de San Pedro Mártir, como anotan en un documento del siglo XVJJI, por cuya celebración pagaba el Concejo cuatro reales de vellón al Cura Párroco del lugar.
Andando el tiempo, no sólo se afianzó esta costumbre, sino que cobró auge, pues Elisa y Mariano recuerdan que llegó a realizarse en cinco días al año; los dos primeros, por San Marcos, el 25 y el 29 de abril, fechas en las que iban de procesión hasta la era cantando letanías de rogativa. Los otros tres días, en las vísperas de La Ascensión, uno carretera abajo, otro por el camino de La Vega y el tercero, por el del Cementerio. Aún añade Mariano que, «Cuando la Guerra, prohibieron hacer las procesiones por la carretera, quizás para evitar con fusiones con movimientos de tropas...»

OFICIOS Y PROFESIONES

Es en este capítulo, donde mejor se puede apreciar la vitalidad que tuvo el pueblo en épocas pretéritas, al comprobar la larga serie, seguramente incompleta, de oficios, profesiones y actividades que ejercieron sus habitantes.
Gentes de muchos oficios.
La pequeña historia de Riosmenudos, registra la existencia en el lugar, de innumerables artesanos y profesionales de los más diversos oficios. Remontándonos a 1753, vemos que aparecen censados dos Sastres: Antolín Luis y Manuel de Renedo. Sastres que, seguramente cortarían más de una vez los lienzos que, por entonces, elaboraban los seis Tejedores que trabajaban en el lugar: Alejo Valbuena, Fernando García, Juan Martín, Manuel Rene do El Mayor, Pedro Serrano y Pedro Gregorio; pero, en 1771, ya sólo se censan tres artesanos de este gremio: Froilán de Renedo, Santiago Gregorio y Martín Herrero. Con el paso de los años, fue desapareciendo esta actividad, hasta quedar un solo representante a principios del siglo XX, Gregorio Gavilán, a quien recuerda su Nieta Ángela, sentado ante el telar que tenía instalado en el portal de su casa, con el que tejía sábanas y lienzos para camisas que él mismo confeccionaba. Por su relación con este mundo de los tejidos, hay que recordar también a Natividad Cubillo quien, con su hija Olvido Rodríguez, realizaban primorosos Bordados por encargo, hacia los años de 1940, según recuerda su Sobrina y Prima, Esperanza Rodríguez: «Eran muy apreciados y solicitados por tiendas de Guardo y Palencia. También dieron enseñanzas de este arte a numerosas jóvenes y mujeres del contorno, desplazándose incluso a otros pueblos para ello.». Por esas fechas, poco más o me nos, ejerció también de Modista en el lugar, una tal Isabel, que luego pasó a residir en Congosto.

Volviendo a 1753, nos encontramos con un Carpintero, Manuel Peláz; en 1848, lo era Francisco de Arriba y ya en tiempos recientes, Timoteo García Cosgaya, realizó también algunos trabajos de este oficio, alternándolos con la Labranza. En la actualidad, aún se puede ver la Sierra Mecánica de Ladislao, hijo de Fidel García, que fue Maderista toda su vida. Este equipo, perteneció a la Serrería que tuvo Pablo Alcalde en La Estación de la Peña.

De la época moderna, aún se recuerda a Pedro Cuesta, que ejerció de Zapatero, oficio que tuvo otro antecesor en el pueblo, hacia 1850, y del que se conserva una cuenta de siete reales por solar unos zapatos. Hasta hubo un Alpargatero, llamado Eugenio, quien confeccionaba este calzado de esparto, allá por la década de 1930; calzado que era muy apreciado, pues por aquellos años se aprovechaban hasta las suelas de las zapatillas viejas, a las que las mujeres cosían paños nuevos, para que pudieran volver a ser utilizadas; «Incluso se recogían para recomponerlos, si se veían tiradas por los vertederos...»

En aquella dura época, se practicaron numerosos oficios y trabajos, como el de Adobero, que ejerció Luis Manrique, para atender encargos de terceros; o las labores de Cestería, que realizaba Paulino Cosgaya, según me contó su Hija Aquilia:
«Hacía escriños con la paja de centeno afirmándola con tiras de corteza de mimbres, que separaba abriendo en tres las varas, en toda su longitud para lo que se valía de una cuchiilla que tenía tres hojas en estrella, lo que permitía luego la fácil separación de las tiras de la corteza... También confeccionaba otros útiles diversos, como piezas para el arado, bieldos y escobas, que hacía con una hierba alta y resistente que crecía en los prados, la cual había de recogerse entre San Juan y San Pedro, un poco antes de segarlos; formaba con ella unos haces que ataba con las dichas tiras de corteza; eran muy buenas, pero incómodas, porque no tenían palo y había que barrer agachados...». También elaboraban este tipo de escobas y otras más fuertes para barrer la era, Jesús Arto y Aniceto Villacorta, escobas que llevaban a los mercados de Saldaña para su venta. También hubo afamadas Cereras, como Joaquina Gavilán y Hermenegildo, quienes dominaban el arte de elaborar velas a partir de la cera obtenida en los colmenares del país.

Sin embargo, no he hallado noticia alguna, de la residencia, en Riosmenudos, de profesionales relacionados con la salud, aunque sí se detecta la preocupación de sus vecinos, por contar con sus servicios, para lo que el Concejo procedía a contratarlos con forasteros; como en 1753, año en el que atendía al pueblo, tanto para las curas y atenciones sanitarias, como para rasurar la barba de sus vecinos, el Cirujano de Villanueva de Abajo, llamado Andrés García, a quien abonaba el Concejo 182 reales de vellón aunque para los diagnósticos y recetas de re medios, contaba con la atención de Pedro Rebanal, Médico residente en Buenavista, con quien tenían con tratada esa atención, por una cuota anual de 75 reales.

Entre los muchos negocios emprendidos en Riosmenudos por los años de 1930, 40 y 50, llama la atención el embotellado de Gaseosas que realizaba Pedro Gil, en cuyo negocio le sucedió Alejo Vallejo. También Pedro, en compañía de su Hermano Joaquín, hacían de Mecánicos, reparando bicicletas y motos.
«En aquellos años, se empezaban a poner motores en las beldadoras y era habitual verles por las eras para reparar o poner a punto este o aquel motor, pues eran los que entendían de ello en el pueblo...», me cuenta Miguel.

En los apartados siguientes, hablaremos, con mayor detalle, de otros varios oficios y negocios, pero quiero cerrar éste, presentando a dos actuales artesanos de la madera, dos Tallistas nacidos en el lugar, que elaboran bonitas figuras de madera, los Hermanos Félix y Martiniano Peláz. De las manos del primero, salen preciosas imágenes y de las del segundo, objetos variados, entre los que sobresalen las espectaculares maquetas de iglesias u otros motivos, en las que se hallan integrados teléfonos completos y en disposición de ser conectados a la red.

De Herreros y Herradores.
Como era habitual por todos estos pueblos, Riosmenudos tuvo una fragua propiedad del Concejo, para las reparaciones y composturas de los aperos de labranza, trabajo que realizaban los Herreros que se fueron sucediendo en el pueblo o por forasteros, cuando no le había residente. El primer Herrero conocido del lugar, fue Andrés de la Vega, quien, en 1626, hace por dos reales, 50 agujuelas y “adereza unos clavos viejos” para las obras que se estaban realizando en la Iglesia. En 1706, un tal Fernando Bustamante sale del pueblo para ir «...de aprendiz en el ofizio de Zerraxeria y herreria...». En 1753, vuelve a registrarse la presencia y servicios de otro Maestro Herrero, llamado Pedro Martín, vecino de Roscales y contratado por 90 reales de vellón «por el trabajo de componer rejas y otros aperos concernienzies a sus la branzas».Este importe se recaudaba exclusivamente por reparto entre el ganado de labor, según se dispone en las viejas Ordenanzas. En 1771, vuelven a contar con un Herrero residente en el pueblo, llamado Martín Diego.

En la última época de esta profesión, destaca Valerio Rodríguez, que tenía fragua propia, a quien sucedió Jesús, El Gallego. Antes que éstos, lo había ejercido Segundo Valbuena, quien atendía también a Recueva y, como Herrador, vino en su tiempo, Marcos Peral, desde Roscales

De Molinos y Panaderías.
Aunque en la actualidad no hay ningún molino en el término, sabemos a ciencia cierta de su existencia en épocas pasadas, incluso en plena Edad Media; recordemos al respecto el documento de 1199 que vimos al principio, en el que se hablaba de los Molendinos. Posteriormente, el contrato de 1453, vuelve a hablarnos de ríos, aguas y molinos en el término de Riacos.

Y así, en plural, se prolongó la existencia de los molinos en Riosmenudos. La primera noticia posterior y concreta de ellos, la tenemos en las antiguas Ordenanzas de 1618, en cuya época se arrendaban al mejor postor, pues en ellas mandan a los Regidores que
«echen en rrenta y arrienden en publico pregon los molinos, tierras y prados e los demos propios que el dicho concejo tiene...».
Así vemos cómo en 1689, es adjudicada la explotación de uno de ellos a Ventura Gavilán, vecino del lugar, del que sale fiador Andrés Antón, quienes dicen, en el correspondiente contrato, que
«nos obligamos con nustras personas y bienes...de dar y pagcu..al conce ro... tres cargas de trigo y cevada. ..por razon de que me da en rentta ami el dicho Venttura...un molino que dicho Concexo tiene para este presente año, el qual dicho pan de trigo y zevada les (tengo que dar bueno, seco, limpio de dar y itomar a suisfazion del dicho concexo, rrexido resy vezinos del para el cha del Sseñor San Simon prime ro que viene destte presente año...».

La mejor información disponible de ellos, nos la facilita el mencionado Catastro de Ensenada de 1753, donde se anotan dos molinos, propiedad del pueblo, para el servicio de todos los vecinos, durante los siete meses del año en que funcionaban, tras el paréntesis de los riegos de primavera y verano. Estaban situados, uno a continuación del otro, en el Cuérnago que llamaban del Berral, junto al Prado de los Molinos, detalle que también figura en el plano de aquella época. Se trataba de dos pequeñas construcciones, sólo capaces para alojar la rueda de seis cuartas y media de que estaban dotados y poder moverse para el trabajo.

Pero estos molinos debieron desaparecer hace ya mucho tiempo, pues ni Mariano da fe de ellos, aunque sí oyó que, cerca de uno, se enriaba el lino, en los Enriaderos del Cuérnago, se decía entonces y, que ese molino, estaba en La Vega, en el Prao-Molino. Por otra parte, según me aseguró Urbano Luis Martín, en Riosmenudos funcionó, en tiempos pasados, un molino del oilo, aunque no he hallado ninguna otra refencia al respecto.

En cuanto a las Panaderías, la historia también viene de lejos, pues las mismas Ordenanzas del siglo XVII, mandan igualmente a los Regidores, que saquen a subasta cada año el servicio de Panadería y, en 1801, el Juez de visita, advertía que si se detectaba
«la mas leve falta en el peso del pan perderá todo cuanto tenga para vender y se aplicara para...los pobres...»
y si fiera reincidente, se le multaría además con dos ducados y, a la tercera ocasión, se añadiría pena de cárcel.

En el pasado siglo, aproximadamente entre 1930 y 1978, ejerció este oficio un Panadero de mucho renombre por la comarca, Nicolás Gil, al que sucedió su hija Cristina, junto a su marido Mariano Merino. Ella me ha contado que tuvieron muy mala suerte al principio, pues se les quemó la casa en 1932, salvándose ellos de milagro, ya que fue de madrugada.
«Entonces se portó muy bien el Pueblo con nosotros, ayudándonos con madera y acarreo de materiales; incluso tu Padre (me dice), que nos hizo las ventanas, le dijo al mío: “No te preocupes, ya me pagarás cuando salgas dal apuro...Era un buen hombre». Tal fue el desastre, que su Madre hubo de salir por los pueblos con un burro, pidiendo para casa quemada y añade: «Llevábamos un certificado del Alcalde y las gentes nos daban algo de grano, pues entonces había poco dinero...».

Reconstruyeron lo perdido y, poco a poco, fueron saliendo del hoyo, llegando a mejorar y modernizar las instalaciones, siendo unos adelantados de la mecanización, al montar una amasadora accionada por un malacate que movía un burro, a falta de mejor fuente de energía. «Eso significó una gran comodidad y mayor rapidez, pues hasta entonces, hacíamos la masa, a veces de cien kilos de harina; a mano.». Llegaron a repartir pan por muchos pueblos del contorno, desde Pisón, por el norte, hasta Villanueva de Abajo, por el sur; al principio, con un burro, luego con un carro y una mula y, al final, con una furgoneta que llevaba Colás el hijo de Cristina. Me contó Maurilio Gavilán, que aún recordaba la estampa de Mariano Merino, llegando a Villalbeto en el carro y la mula cargados de pan, con su inseparable faria en la boca.

Los Mesones.
Es frecuente hallar referencias de los Mesones, en los documentos antiguos de nuestros pueblos, como un servicio del que debían disponer para dar de comer y hospedar a personas transeúntes. Aunque no alcanzaron gran importancia como negocios, merece la pena hablar hoy de ellos, porque en Riosmenudos, se les cita en diversas ocasiones, a veces con detalles muy interesantes.

Comienzan a hablar de ellos en las propias Ordenanzas de 1618, al mandar que los Regidores velen porque exista Mesón en el pueblo y que sea «...de calidad la tal posada para ospedar guespedes...» y, que no descuiden el cobro de la fianza correspondiente.
Pero donde aparecen los datos más curiosos, es en las actas y notificaciones de los Jueces de Visita, como el llamado Arancel que establecen en 1744, con nueve puntos que debe cumplir el Mesonero:
1).- «...que se de a los huéspedes sal, manteles y cuchillo sin llevarles cosa alguna»
2).- «Que tenga buenas camas y al de a cavallo lleve un real y al de a pie medio.»
3).- «Que vendo el zelemin de cevada con su paja a dos maravedís mas, de como se venda en los mesones de esta villa.» (En Saldaña).
4).- «Que tenga zelemin, medio zelemin y quartillo cotejado por los Fieles da esta Villa.»
5).- «Que tenga buenos arneros y pesebreras
6).- «Que no tenga haves ni zerdos
7).- «Que no admita en su casa a jente baganmnda ni de mal vivir, y conozido que lo son de quenta a la Justti cia
8).- «Que no tenga en su casa Juegos ni tablajerias
9).- «Que ponga este aranzel en parte publica donde se pueda leer

Todo un código de buenos usos para la hospedería, que nada tiene que envidiar a lo que se estila en la actualidad. Pero aún iba más lejos el de 1801, especialmente en lo referido al control de los huéspedes, pues ordena
«a los dueños de las posadas...que todas las noches a las nueve de ella mamden razon de los guespedes que a ella llegasen...y caso de sospecha o conoc miento de hallarse en ellas gente de malbibir les prendan las Justicias- y conduzcan a este Juzgado...». Todo era por la paz y quietud de los lugares y sus vecindarios.

Y las Tabernas.
Por supuesto, tampoco faltó en Riosmenudos el servicio de Taberna, que luego daría paso a la Cantina y hasta Baile público. Las primeras noticias concretas de una taberna, aparecen en la declaración que presentan a Hacienda en 1590, en la que hacen constancia del pago de seis ducados en concepto de Alcabala de la Taberna, en cuyo año calculan se vendieron doscientas cántaras a cuatro reales cada una. Cien años más tarde, según unas cuentas de 1701, nos enteramos del nombre de los Taberneros de esos años: Pedro Magdaleno, al que sucede Gregorio Roldán. Posteriormente, en 1753, el Concejo tenía arrendada la Taberna, por 250 reales, a Alonso de Guadiana, vecino del lugar.

Lógicamente, las antiguas Ordenanzas de 1618, también prestaban atención al tema en tres de sus artículos. Comienzan por encarecer a los Regidores que saquen cada año, a subasta, el servicio de Taberna, la cual se halle surtida con vino de sattisfazion, exigiendo al Tabernero, en quien se remate, la adecuada fianza para que las «...renttas sean zierttas y seguras y no aya falíta ni quiebra en ellas...». Vamos, que las intenciones podían ser buenas, pero las deudas las carga el diablo. Este mandato debieron llevarlo a rajatabla, ya que así lo hacían constar todavía en el acuerdo del Concejo de 1832, en el que establecen
«que para el día veinte y ocho de octubre cualquiera persona que coja la taberna tiene que entregar la mitad del principal y la otra metad para el cha de San Silbestre y no entregandolo en los dias seña lados se pone de multa diez reales por cada un dia que lo retrasare...».

En las citadas Ordenanzas, también pretendían que se asegurase el abastecimiento y previendo que en algún momento del año se hallarían los caminos intransitables, dificultando o impidiendo el suministro de vino procedente de las mejores zonas de aprovisionamiento, autorizan a proveerse en tales circunstancias en lugares más próximos, como Villasarracino o Villaherreros.

Además de exigir el suministro de un vino de calidad, el Concejo controlaba también los precios de venta, para lo que mandaban que
«el ttavernero ttraiga siempre tesítimonio por Escribano rreal de a como ques tta e/dicho vino por canttara...»,
es decir, el precio que pagó por él, autorizándole después la ganancia establecida de costumbre y no más. Pero debía existir cierta picaresca por parte de los Taberneros, quienes, aparte de posibles bautizos, se aprovechaban en algunos casos para redondear las ganancias, como da a entender un mandato del Juez de Visita quien, en 1756, ordena aplicar los
«prezios con toda y gualdad para los forasteros como para los naturales...».

Estos Jueces de Visita, especie de inspectores o supervisores que controlaban el orden y el buen hacer en los pueblos de su demarcación, también se preocupaban de velar por las buenas costumbres, como deja de manifiesto el escrito que llega a Riosmenudos en 1801, por el que se prohibe
«vajo la multa de dos ducados por la primera vez, duplicado por la segunda e y gual por la tercera y ocho días de carcel. . la ystancia de noche en las tavernas cuya frecuencia trae funestas consecuencias...»,
castigo que afectaba tanto a clientes, como a Taberneros. Taberneros que, además de la renta que pagaban al Concejo, debían satisfacer el impuesto real que, en el año 1828, ascendió a 28 reales. El Tabernero de ese año se llamaba Juan Rodríguez; cuatro años más tarde, le había sucedido Marcos Vicente, el cual ya tuvo que pagar 34 reales por el mismo concepto. En 1850, aún aparece registrado un Puesto de vino y aguardiente a nombre del Concejo, por el que pagaban 68 reales de contribución y algunos otros cargos.
De la época moderna, sabemos que, en 1890, regentaba la Taberna, un tal Donato Delgado, aunque ninguno de los hoy vivos llegó a conocerlo, como tampo conocieron el Almacén de Vinos titulado “La sin Bombo”, como rezaba el cartelón colgado en la fachada,del cual, sí que daba fe Cristeta. Este cartelón, que pare demostrar y anunciar la existencia de buen vino, aun que sin bombo y platillos, perduró varios años en la pared, después de haberse ido a Respenda su dueña, Rosalía, para establecerse allí de Cantinera.

Por entonces, las Tabernas habían ampliado, a otros productos, el abanico de sus ofertas, convirtiéndose en las Cantinas que aún hemos conocido, de las que la primera referencia que tenemos en Riosmenudos, es la que regentaba, hacia 1920, el Tío Gapitín, (Agapito Alonso), cuyo hijo, Serviliano, se desplazaba en días señalados a los pueblos, como vimos en el Cuaderno de Recueva, donde instalaba una Taberna de ocasión. Con posterioridad, puso cantina Segundo Valbuena, a la que siguieron, por los años de la Guerra, las de Alipio Rodríguez, Julián Peláz y Fidenciano Peral. Y ya, por los años 1940 y 50, llegó a haber dos Bares en el pueblo: el Joaquín y Pedro Gil y el de Alejo Vallejo, quien incorporó al negocio el atractivo de un Salón de Baile, animado por una enorme gramola.


Un Cosechador.
Los tiempos modernos trajeron nuevas necesidades y nuevos servicios, como el de Cosechador, que no Cosechero, ya que éste, cosecha únicamente lo que cultiva, mientras que aquél, presta sus servicios a terceros, inca paces de abarcar por sí solos esa tarea. Este es el caso de Exiquio y Emilio Martín Ruiz, quienes, desde hace cuarenta años, recorren la geografla regional con sus enormes cosechadoras.

Antes, habían comenzado a prestar los servicios de su tractor, hasta que sintieron que el desafió de las nuevas tecnologías, quedaba fuera del alcance de los Labradores de la Comarca, por lo que adquirieron la primera cosechadora. Entonces, incluso Teodora, la esposa del primero, le acompañaba con el tractor y el remolque, para recoger el fruto de las pequeñas y múltiples parcelas que tenía cada Labrador. Me cuentan que, tal circunstancia, obligaba a cosechar, de seguido, todas las tierras de un mismo pago, lo que motivaba el curioso cortejo de mujeres que seguían a la cosechadora, cargadas con un brazado de sacos y talegas vacíos, para recoger el grano de cada parcela, cuando la llegaba el turno.

A la primera cosechadora, siguieron otras cuatro y, con ellas, nuevos horizontes de trabajo, extendiendo su radio de acción hasta los limites más lejanos de la provincia de Valladolid, donde iniciaban la andadura, cosechando de regreso, a medida que los campos de cereal iban madurando, hasta llegar a La Valdavia y, por último, a La Peña. Desde 1968 a 1985, Exiquio tuvo también el primer y único Taxi que hubo en el pueblo, con el que prestaba servicios en todo el contorno. Unos de los viajes más curiosos que realizó por entonces, hasta dos veces por semana, fueron los que hizo para llevar gentes de estos pueblos al Curandero de Santander. Interesante detalle, que retrata toda una época.


[b]USOS Y COSTUMBRES[/b]
Dejo siempre para el final, el capítulo correspondiente a los usos y costumbres más personales y familiares y no porque lo considere de menor importancia, sino, todo lo contrario, por entender que corresponde a lo más esperado y lo que más y mejor saboreamos, por ser lo más próximo y hasta lo que hemos vivido. En esta ocasión, cuento además con la colaboración de un nativo del pueblo, Félix Peláz Baños, quien recuerda para nosotros las incidencias de la recolección, en el apartado que sigue y titula como,

Un día de Trilla.
Ya ha cantado el gallo... ¡ARRIBA!. Aún no ha amanecido pero hay que levantarse para ir a acarrear. Lo primero que se hace es tomar algo para desperezarse: galleas pan, orujo, chocolate... A los animales hay que alimentarles con un buen pienso (harina y paja), pues la jornada va a ser larga
Comienza la faena. Los bueyes o vacas salen de las cuadras con un aire cansino, son uncidos y llevados al carro que ya les espera con las angarillas puestas y se emprende el camino hacia la tierra que ya se ha fijado de antemano. El silencio del amanecer es misterioso y en cantador al mismo tiempo. Sólo se escucha el chirriar del carro con las piedras del camino, algún p4/aro mañanero o el sonido de otro carro que se nos ha adelantado, compitiendo a ver quién es el primero en madrugar. Al pasar junto al río, el murmullo del agua saltando entre las piedras da una nota de alegría. En lo alto del cielo, nos vigila “el lucero del alba “, que con su resplandor parece damos los buenos días. As1 como sin querer, llegamos al lugar destinado.
El que está en el carro, prepara lo necesario para que todo esté listo. Desde abajo, se va elevando la mies con un gran horcón, cuidando de no herir al que está en el carro, pues las puntas del horcón están muy afiladas. Mientras, el perro está atento a que quiten el último “brazao” de la morena, ya que siempre hay algún ratón distraído que caerá en sus garras. Después de pasar de una morena a otra, al fin el carro está hecho. Sólo falta peinarlo con el rastro y echar las sogas para que la mies llegue a su destino: la era. Allí se tira todo el contenido del carro formando pequeños montones; y luego, a casa a desayunar unas buenas sopas albadas con unos deliciosos torreznos con pan.
Para repartir el trabajo, otros miembros de la familia, si los hay van a extender la mies en forma circular para que el sol la caliente. A los animales se les da la comida adecuada para que puedan soportar el calor y la fatiga de la jornada, Hacia las diez, se prepara a los animales para la trilla. El día está soleado y podremos hacer bien la parva. Los animales son enganchados al trillo y comienza la faena. Las primeras vueltas las dan los expertos. Después de un rato, son los jóvenes, niños y niñas, los que ocupan el trono en el trillo. Pronto empiezan los problemas: los animales se salen de la parva; algunos trilladores llegan tarde con el cesto o la lata cuando algún animal hace sus necesidades; el trillo “arrolla“y los mayores se enfadan con los niños.
Ya molida la mies superior, se da la vuelta a la parva con unas horcas de metal o de madera. Aprovechan los trilladores y los animales para descansar un rato. Luego siguen las monótonas vueltas y más vueltas, esperando que la parva pida que se la dé vuelta de nuevo, Y así llega la hora de comer. Vamos a las mochas, debajo del carro o en la caseta y allí despachamos la buena comida, que nos han preparado manos cariñosas. Para que los animales descansen y refresquen, se los lleva al río.
Llega la hora de seguir. Los que han madrugado, echan la siesta bajo el carro, en las mochas o donde puedan. A la gente joven les toca seguir en el trillo, repitiendo una y otra vez: ¡arre, arre!... La parva se va moliendo y poco a poco llega el momento de coger la pala de madera para dar otra vuelta; se hace la “corona” para que la paja esté más al alcance del trillo y se haga más rápido la parva. Se dan las últimas vueltas y cuando se cree que ya está listo para aparvar, se da por terminada la trilla.
Una yunta de animales se acopla al aparvadero; la familia y vecinos acuden y se apoyan encima del aparvadero para hacer peso y así se va recogiendo toda la parva en medio del jolgorio de los niños que se sienten aliviados del trabajo monótono que han realizado. Se hace el montón con mucho arte, en forma de cono o alargado y el trabajo se ha terminado. Y mañana... ¡Dios dirá
!

Las Coladas.
Una de las labores más curiosas que debieron realizar las mujeres en épocas pasadas, cuyo proceso ha pasado totalmente al olvido, fueron Las Coladas, de las que hemos hablado ya en anterior ocasión, pero que cada nuevo testimonio que recibo, aporta otras facetas y variantes, que completan el cuadro, como el facilitado por Agustina y sus Primas Carmina y Pilar, que aún llegaron a conocerlas en su casa.

La colada se hacía sólo con la ropa blanca y como era una labor de envergadura, que llevaba un par de días de duro trabajo, únicamente se realizaba dos o tres veces al año, en abril y en octubre, por lo que se juntaba una cantidad considerable de ropa, «Hasta ciento diez camisas lavamos en una ocasión», recuerda Agustina.

El proceso, descrito esquemáticamente, comenzaba con un lavado en el río, con agua y jabón. Por otro lado, se hacía un buen fuego, incluso en el patio de la casa, para hacer hervir el agua en una gran caldera; mientras tanto, se cernía (cribaba finamente) la ceniza procedente de la madera quemada en la hornacha o en el horno, echando a la caldera, cuando hervía el agua, como medio cuarto de esa cernada. Para entonces, se había colocado el corcho sobre un montón de arena; el corcho era un enorme recipiente cilíndrico, más bien un tubo, procedente del vaciado de un gran tronco de roble; como no tenía hondón, se ponían en el fondo una o dos talegas y, sobre ellas, se iban colocando cuidadosamente las prendas de lino que se pretendía blanquear, cubriendo la última con una tela vieja. Así preparado, se comenzaba a verter por encima el agua de la cernada, verdadera lejía, que iba empapando todo el conjunto hasta escurrir por el fondo. En ese estado, se dejaban pasar doce horas antes de sacar la ropa y comenzar a frotarla con agua limpia en una caldera. A continuación, se tendía en la era para que la blanqueara la acción del sol y, luego, vuelta al río para aclararla definitivamente y nuevo tendido al sol. Una labor de aupa, que realizaban íntegramente las mujeres.

El lavado de la ropa, fue una de las más penosas tareas que recaían sobre las mujeres, cuya estampa, reclinadas sobre el agua del río, forma parte del acervo de imágenes populares de la Antigua Cultura. Por la citada dureza, no debe extrañar que se buscaran soluciones para paliarla en alguna medida. Las más notables fueron los lavaderos domésticos, unos tallados en un bloque de piedra maciza, que resultaban muy eficaces, pero su peso y volumen obligaba a situarlos en el patio, en sitio fijo; además, eran caros. En cambio, los construidos de madera, resultaban más económicos y manejables, aunque eran menos seguros y duraderos; un ejemplo de estos últimos, o hallé en una antigua casa de Riosmenudos; el cual he intentado reflejar en el dibujo que acompaña a estas líneas; se trata de una especie de artesa forrada de zinz, con un agujero para el desagüe y soportada por un robusto caballete, pero, al revés que el de piedra, aquí debía complementarse con una pequeña tabla para frotar. El agua del pozo, terminaba por evitar los penosos desplazamientos y estancias en la orilla del río.

Las Carrerías.
Por su parte, los hombres también llevaban a cabo una serie de trabajos peculiares, como el acarreo, durante los meses de invierno, de carbón de las minas por pueblos de La Valdavia, llegando incluso hasta la Tierra de Campos; carbón que generalmente vendían por carros enteros, pero también por cestos, para ganarse unas pesetillas extras. Solían ir guiados por Emiliano, el de La Venta, buen conocedor de trochas y caminos abrigados de posibles guardianes de los abastos, pues, a ser posible, regresaban cargados con algo de trigo de estraperlo.

También viajaban hasta la zona de Sahagún, en busca del Vino de La Tierra. De ello me habló largo y tendido Nestor, quien, en sus años mozos, hizo ese viaje acompañando a dos Tíos suyos, Mariano y Félix de la fiera. Iban hasta Gordaliza del Pino, portando tres carrales en cada carro, la más grande en el medio, gracias a una armadura que colocaban en la trasera de estos. El viaje duraba cinco días, parando a dormir, al sereno, en Saldaña y Sahagún, tanto al ir, como al venir. El tercer día, madrugaban, para que les diera tiempo a cargar en Gordaliza y regresar a dormir otra vez en Sahagún. Llevaban viandas de casa, por lo que, a lo sumo, compraban algo de vino para el gasto del día. De aquel viaje, guarda el amargo recuerdo de un accidente sufrido con el carro ya cargado, cuya rueda pasó por encima de su pie; una buena rociada de alcohol, las estrellas que bajaron a verle y tres uñas perdidas, amen de un doloroso regreso, fueron las consecuencias del descuido.

Había otros que, en estas carrerías, se llegaban hasta Valdespino y Juarilla, pues gustaba mucho el vinillo de aquella zona, ya que se conservaba muy bien por aquí, ganado una chispilla que le daba frescor... “Se las- veía saltar al abrir la canilla.. “. Y hasta Juarilla fue también en una ocasión, con Nicolás Gil y su hijo, en una camioneta, para vendimiar y traer un cargamento de uva para vender. Este afán de trasporte itinerante, tenía un lejano antecedente en el tiempo, pues en 1771, aparece censado en el lugar, un tal Joseph Gonzalez, de profesión Arriero, para lo que se valía de pollinos.

Vecindades y Avenencias.
Nos hemos encontrado en Riosmenudos con algunas peculiaridades en el tema de los nuevos avecinamientos, por lo que volvemos a tratar este asunto tan polémico. Resultan desconocidos los orígenes del cobro de los llamados Derechos de Vecindad, aunque se les supone remotos y ligados a economías pobres y núcleos muy cerrados y de reducidas dimensiones. Las razones de tales cobros, se basaban en el capital de bienes y servicios acumulados por el pueblo en el transcurso de las generaciones anteriores, por lo que los recién llegados, debían contribuir de alguna forma, para poder entrar en el disfrute de los bienes del pueblo. A la vez, era una forma de disuadir a candidatos excesiva o exclusivamente interesados en gozar de las prebendas del lugar. De cualquier manera, resultaban un serio obstáculo para los pretendientes, especialmente para los recién casados, casi siempre con recursos muy precarios.

El importe de estas cuotas de Vecindad solía ser bastante elevado en todos los lugares, pero en el caso de Riosmenudos, tuvo claros tintes abusivos, dadas las exigencias que planteaban las antiguas Ordenanzas que, por un lado, obligaban a una estimable contribución en especie, para celebrar el recibimiento por los vecinos; nada menos que "una oveja o camero, dos cántaras de vino, seis libras de tocino y cecina y diez y seis tortas de buen pan "y, para el Concejo, deberían donar «una tierra, prado o linar y si la ttubiere linde de cañadas o exidos o eredad del Concejo estie obligado a dar el dicho propio allí». Además, si el aspirante era forastero, se le exigía tener casa propia, de lo contrario, era rechazada su petición de vecindad.

En 1794, modificaron las condiciones, reduciendo las cuantías del convite a vino, queso y pan, además de establecer diferencias de cuotas al Concejo, en función del origen del aspirante: 40 reales para el hijo de vecino; 80 para el forastero casado con hija de vecino y 160 si ambos, marido y mujer, eran forasteros, doblando también la ración del convite.

Diez años más tarde, vuelven a introducir otra modificación en estos Derechos: «que todo vecino que allegase a entrar por vecino se quede por criao del concejo asta interin que entre otro vecino». Nada dicen del convite, ni otros pagos, lo que hace suponer que habilitaron esta fórmula, por resultar menos onerosa para los aspirantes y ofrecer claras ventajas y comodidades para los ya domiciliados, que se veían así liberados de andadillas y otras servidumbres del Concejo.

Hacia 1850, se hallaba implantada en Riosmenudos y en algunos otros pueblos del municipio, otra costumbre muy relacionada con las Vecindades; eran las Avenencias, que según declaró Luis Cosgaya, vecino del lugar, en una investigación ordenada por el Gobernador, ser
«cierto.. .han exigido los Alcaldes Pedaneos á los jornaleros y demos industriales que no poseeen bienes raíces ni haciendas 16 o 18 reales anuales con el titulo de avenencia y á calidad de percivir todos los aprovechamientos del pueblo como el mas contribuyente...».
De estas palabras, parece deducirse que la razón de su existencia, radicaba en el hecho de que había una serie de vecinos que no contribuían bajo ningún concepto y, sin embargo, se beneficiaban de los bienes del Concejo. El Gobernador prohibió su aplicación.

Posiblemente, para entonces, ya se había perdido costumbre del pago de la Vecindad y había surgido lo de la Avenencia, como elemento compensatorio para los casos expresados. De hecho, me cuenta Mariano que, antes de la Guerra, ya sólo se pagaba como derecho simbólico, una cántara de vino y que cuando él se avecinó en 1939, ya no le cobraron nada; había desaparecido.

Escuelas y Maestros.
La pequeña historia de la Enseñanza en Riosmenudos, registra un interesante momento cuando, en 1921, el pueblo dona y destina a perpetuidad un prado en la Socasa, para «...beneficiar y estimular la enseñanza de los niños que hay en la actualidad y en lo sucesivo haya». Según el acuerdo adoptado, tal finca no podría ser vendida ni destinada a otro uso y su administración, así como de las rentas que produjera, corría a cargo de una Comisión formada por los miembros de la Junta Vecinal, el Concejal del pueblo, el Sr. Maestro y otros cuatro vecinos del lugar. Sus rentas deberían utilizarse siempre, para el fin expresado y sólo si superaban las 50 pesetas al año, podría destinarse el exceso a mejoras de la Escuela o a la educación de la juventud. Por entonces, ejercía de Maestro Don Emilio Alonso y, según cuenta Mariano, venían aquí los niños de Vega y Barajores. Y Aquilia recuerda que era un Maestro muy severo, que castigaba con facilidad, tanto con la palmeta en las manos, como con una vara que, para más inri, obligaba a que le buscaran los propios alumnos. «Pero enseñaba mucho; incluso venía un chico de Respenda, llamado Isaías García, atraído por esa buena fama.».
La preocupación por la enseñanza de los niños del pueblo, venía de antiguo en Riosmenudos, pues en 1784 y 1785, ya se registra la presencia de un Maestro, para cuyo pago, la propia Iglesia destina y contribuye con 20 reales al año. Y, en 1797, declaran la existencia de «Una escuela de primeras letras, la que asiste un Maestro de temporada de invierno, la que costean quinze niños y niñas poco mas o menos.», aunque en esa fecha, había en el pueblo 32 niños entre 7 y 16 años.

Para 1924, ya habían cambiado las cosas sustancialmente y había una Escuela oficial, aunque no debia haber cuajado aún la asistencia asídua durante todo el curso, porque ese año, el Alcalde del Ayuntamiento, impone una sanción de 37,50 pesetas «a los padres y representantes legales de los niños de Riosmenudos por no asistir a la Escuela, según denuncia el Maestro Nacional de dicho pueblo»; corría el mes de octubre y no todos los alumnos habían acudido a las enseñanzas.

Este detalle aparentemente negativo, no desmerece la trayectoria histórica del pueblo, siempre preocupado por disponer de un local adecuado para la enseñanza. Mariano recuerda la Escuela antigua, que se hallaba en la Casa de Concejo, hoy Tele-Club, la cual «era muy baja y muy mala, por lo que, hacia 1920, se hizo una nueva al lado de la Iglesia hoy Consultorio Médico, gracias a la influencia de un Diputado, a quien el pueblo dio sus votos" . Luego se rehizo la vieja con casa para el Maestro, con lo que hubo así dos grupos, niños y niñas.

Los esfuerzos del pueblo por tener un local digno para la Enseñanza, llegaron al extremo de que, cuando ya se había iniciado el proceso de despoblación en los años 60, hicieron un último intento por retener la Escuela, edificando una nueva, amplia y luminosa, en La Era, al otro lado del río. Pero los vientos soplaban hacia otras latitudes y era demasiado tarde para detener la historia. El posible riesgo para los niños, en el paso del río por el viejo puente de madera, sonó más como excusa, que como razón de fuerza, para denegar su uso. Así, en cincuenta años, se había pasado de un censo de 60 alumnos y dos escuelas, a perder el Maestro por falta de niños.

De Boda.
Algo hemos visto ya en anteriores Cuadernos sobre formas de las Bodas en la Antigua Cultura y, ahora, gracias a las notas de Concha, vamos a presentar una sus facetas más interesantes, las Coplas que se cantaban la víspera y el día de la boda.
La víspera, se presentaban los mozos en casa la novia para felicitarla, lo cual hacían cantando una larga serie de estrofas de salutación, de enhorabuena, de alabanza, de consejos y de despedida, con el tono y estilo de las que siguen, entresacadas del conjunto:
Informado estoy, Señores,
informado muy de veras;
que os veláis mañana,
Dios quiera que para bien sea,
y gocéis de matrimonio,
según tu amor lo desea.
Yo, de mi parle vengo,
a daros la enhorabuena.


Por ser el último día
que gozos de mocedad
todos los mozos y mozas,
te vendrán a acompañar
.

Al día siguiente, en el momento de salir para la iglesia, las mozas entonaban otra serie de coplillas alusivas a cada momento del camino y de la ceremonia:
Despidete, compañera
de la casa de tus padres;
que no volverás a entrar,
solterita como sales.
Ya tocaron a velarte,
con la campana mayor,
tu padre que tiene el cargo,
que te dé la bendición.

Ya llegamos a lo llano
Descansa, ramos de flores
Que estás muy fatigadita,
Se seguir a tus amores.
……….
Por el “si” que dio la niña
a la entrada de la iglesia;
por el “si” que dio la niña,
entró libre y salió presa.

Esta serie de cánticos, aún continuaba durante la comida que, hasta no hace muchos años, solía celebrarse en la casa de la novia. Allí llegaban mozos y mozas para animar el acto y, a ser posible, recibir algún obsequio.
Que viva el novio y la novia
y el Cura que los casó,
el padrino y la madrina
los invitados y yo.
A los padres de los novios,
no les pedimos dinero,
porque tienen hoy en casa,
buen despolilladero.

Pero al que no perdonaban, era al Padrino que, cuando se mostraba remiso al tradicional obsequio de los cigarros-puros, tenían para él otra copla muy apropiada, como recuerda Carmina:
El Señor Padrino nos tiene que dar,
un cigarro puro para poder fumar.
El Señor Padrino, si no tiene puros,
que nos dé dinero para comprarnos uno.


Estas coplas y otras por el estilo, se iban sucediendo durante un buen rato, animando el acto y dando pie a respuestas de algún comensal ingenioso, lo que se convertía en un toma y daca en clave de humor que, en ocasiones, rozaban los límites del buen gusto, aunque ese día se disculpaba casi todo. Entonces era frecuente la existencia, en muchos pueblos, de alguna persona con facilidad para componer esta clase de ripios y, en Riosmenudos, contaban con el buen hacer de Aurelio López.

También aquí, hallé antiguos contratos matrimoniales; uno está fechado en 1696 y en él aparecen los padres del novio, que era de Villameriel y los de la novia, de Riosmenudos, quienes dicen que, porque
«estta ttratado y conzerttado que la dicha Maria Luis se aya de casar y belar. -. con el dicho Pedro Pasttor siendoles dadas las tres canonicas moniziones. .y. . no resultando de ellas ympedimenio que ympida dicho mattrimonio y para que aya y tenga cumplido efectto, el dicho Alonso Pasttor en nombre del dicho su hixo, dijo que atiendiendo a las buenas partes y calidades honestidad y birttud que conc rren en la dicha Maria Luis y que mejor puedan llevar y sustentar las cargas del mattrimonio...mandaba y mando al dicho su hixo casa en la dicha villa de Villameriel para que pueda vivir comodamenle y se obliga ademas a.. .le enseñar a sus espensas el oficio de Carpintero.. .y que los jornales que ganare en su compañia o con otro Maesttro ayan de ser para el dicho su hixo...y ademas se obliga de dar tierras que agan dos obradas.. .y un obrero de viña.. .y a besttir a la dicha su nuera que a de ser... un ferreruelo de beinteno negro con su rrizo de terciopelo, un jubon de estameña prensada con sus forros, una mantilla de zeñir de lo mismo, una saya de paño de color con un galon y sus medias, ligas y zapatos segun estilo y acerle el gasto de la boda..y zien reales del importie de dichas bisttas se lo manda por via de mejora...». Vemos en este contrato, todo un catálogo de formas y detalles interesantísimos de las antiguas costumbres.

El otro contrato, data de 1723 y recoge un no menos interesante acuerdo, entre un viudo y una moza del lugar, por el que aquél se compromete a entregar a ésta, en concepto de arras, «por ser como es moza soltera, la mandaba y mando cinquenia ducados de vellon en lo mejor parado de sus bienes, a su escogecha (elección), ora en tierra, ora en prado o linar, y ademas de esto, las bistas como son las que siguen: lo primero una capa o ferreruelo, como es estilo de esta tierra, una anguarina de senpitterna negra, cuerpos de senpitterna morada con sus galones, delanttal de esttameña prensada roxa, una basquiña de estameña prensada rara con su galon de seda...».
En él hallamos nuevos detalles curiosos y, entre ambos, la descripción del vestuario que usaban nuestras Tatarabuelas.

Y de Luto.
La Antigua Cultura, estaba plagada de formas y ritos, usos y costumbres, con reglas y normas, a veces muy estrictas, que marcaban las pautas y regían las vidas de la gente a lo largo de toda su existencia, en los más variados asuntos. Uno de los más marcados por estas normas, fue el relativo a la muerte, con su cortejo de funerales, entierros, rezos y lutos, cuyos múltiples detalles y facetas, rememoro para nosotros Agustina, perfecta conocedora del tema, por haberlo vivido y presenciado en la última etapa de su vigencia.

El ritual del entierro, comenzaba con el Amortajamiento del cadáver, para lo que se recurría siempre a las mismas personas, dos hombres o dos mujeres del pueblo, a quienes no daban miedo los muertos, ya que entonces, a pesar de estar mucho más familiarizados que ahora con ellos, se les tenía un inmenso respeto, incluso pavor, quizás influidos por las prédicas religiosas, que solían recurrir al tremendísmo. A estas personas se las compensaba la labor, con alguna prenda del difunto.

Luego venía el Velatorio del cadáver que, colocado en la caja, o simplemente sobre un tablero, en medio de una habitación de la casa y alumbrado por un par de cirios, era acompañado por familiares y vecinos que se iban turnando a lo largo del día y, sobre todo, de la noche, de forma que nunca faltaba alguien, con frecuentes rezos.

Al producirse el óbito, había que resolver de forma urgente un par de asuntos: la Caja y la Fosa. La primera solía encargarse a la medida al Carpintero del lugar o de sus cercanías (Timoteo, el Padre de Agustina, hizo muchas a lo largo de su vida); era costumbre forrar- las por dentro y por fuera con tela negra, para los adultos, y con papel rosa, si era una niña o azul, si niño. Mientras tanto, era abierta la fosa en la tierra del cementerio, bien por los familiares del difunto, bien por los miembros de la ya mencionada Cofradía que había en el pueblo.

Al final, llegaba la hora del Entierro, al que solían acudir todos los habitantes del pueblo y muchos otros, llegados de lugares vecinos; recordemos lo dicho sobre el acompañamiento por parte de los Cofrades. Cuenta Concha que, antiguamente, se llevaba el cadáver, descubierto, sobre unas andas del Concejo, a hombros de cuatro personas y que posteriormente, incorporaron a ellas una caja para los vecinos que no se la pudieran pagar, en cuyos casos, al llegar el momento, tomaban los cuerpos y los depositaban, tal cual, en la fosa. «Lo vi de niña y recuerdo que me impresionó muchísimo...», comenta Agustina. Una vez enterrados, la sepultura pasaba al olvido, pues, a lo sumo, se colocaba una pequeña cruz de madera, que pronto se caía, ya que nadie volvía a cuidar la tumba, por lo que el cementerio estaba siempre lleno de hierbajos que, sólo de vez en cuando, alguien segaba voluntariamente, ya que ni siquiera se adecentaba como ahora para Los Santos, aunque ese día se iba desde la Iglesia a rezar unos Responsos.

Pero no acababan con el entierro los actos del día, pues faltaba el Agasajo a los familiares, en particular, a los llegados de fuera, a quienes se ofrecía una comida o merienda. En su opinión, era algo excesivo, pues llegaban a sacrificarse una o dos reses lanares, según el número de invitados; era casi una comilona que no tenía buena imagen, por lo que dejó de practicarse en los últimos tiempos.

En cuanto a los usos estrictamente religiosos, comenzaban con el Funeral, en cuya celebración era costumbre realizar Ofrendas, para lo que, antes de comenzar el oficio, se colocaban uno o dos cestos al lado del hachero o Sepultura de la familia, donde iban depositando sus ofrendas los familiares, ofrendas que consistían en panes o huevos. Estos cestos eran llevados luego hasta el altar, entre dos o tres mujeres, al llegar el momento del Ofertorio. Tales ofrendas, se repetían en los cinco o seis días más señalados del año; en estas ocasiones, eran ya varias las familias que ofrendaban por sus obligaciones, representadas por la mujer más significada de cada una; llevaba un pan en una mano y un velito encendido en la otra, el cual apagaban tras depositar el pan en el altar. Estos panes los llevaba luego el Sacristán a la casa del Sr. Cura. Las citadas mujeres, eran las encargadas de mantener vivas las sepulturas durante todo el año, para lo que cada una se situaba con un cojín, detrás de la suya, para encender una o dos velas en las Misas ordinarias y tres en las festivas, aumentando el número mientras se guardaba luto.

A continuación del entierro, se encargaban los Novenarios y hasta Trentenarios de Misas. Los primeros, solían celebrarse en los nueve días siguientes al funeral y los segundos, de forma discontinua, en la medida que lo permitían otros compromisos del Párroco. En estas Misas, también era costumbre que, la mujer de la familia del difunto, ofreciera un panecillo, el cual iba y venía todos los días de la casa a la iglesia y de la iglesia a la casa, hasta que, en el noveno día, lo cambiaban por uno reciente, que dejaban ya, para que se lo llevara el Sr. Cura.

Por último, estaba el tema de los Lutos, detalle de hondos significados personales y sociales, ya que, de un lado, simbolizaban el dolor de la familia y, por otro, significaban el sacrificio que hacían por su alma. Era una manifestación externa, que iba a ser observada y hasta controlada por el resto de la familia y, muy especialmente, por los convecinos. En Riosmenudos, según Agustina, tenían los lutos varias manifestaciones, siendo la más visible la del vestido, que para las mujeres era todo negro, incluido el calzado y, por supuesto, las medias y hasta un pañuelo para cubrir la cabeza, al menos durante el primer mes, tras el fallecimiento de alguno de los Padres. En los hombres, se limitaba a un brazalete negro en la chaqueta; los niños y niñas no solían llevar nada negro. Luego estaba lo de mantener cerradas las ventanas, la privación de bailes y fiestas, nada de cánticos o risas, ni tan siquiera conectar la radio. Estos lutos tenían establecidos unos plazos de tiempo que, en circunstancias normales, eran de medio año por los Abuelos y tres meses por los Tíos; un año por los hermanos y dos por los Padres y los hijos ya mayorcitos, pues por los niños no se guardaba luto, al considerar que iban directamente al Cielo.

Entierros, Misas, Responsos y otras manifestaciones de luto y dolor, se hallaron también presentes en siglos pasados, como nos atestiguan los antiguos testamentos, como el que otorgan en 1694 Alonso García de Guadiana y su mujer, María del Amo, vecinos de Riosmenudos. Documento que transcribo en parte, como elemento muy ilustrativo de todo lo dicho.

«Lo primero encomendamos Nuestra alma a Dios nuestro Señor que la creo y redimio ‘por ssu preciossa sangre. y el cuerpo mandamos a la tiierra por donde fueron creados. Ylten mandamos que quando la voluntad de Dios nuestro Señor fuere servida de nos llevar de estta presentte vida a la otira, que nuestros cuerpos sean sepulítados en la Yglessia del Señor Sant Miguel arcangel Parroquial de estte dicho lugar, en la Capilla Mayor al lado del evangelio en la sepulttura de Andres de Guadiana nuestro Abuelo ... iten mandamos que para sepulttar nuesttros cuerpos sean ocho sacerdettes por cada uno de nos...los quales digan Missas, Bijiliasy Responsso por nuestras almas...y el señor cura que es o fuere de estte lugar (diga Misa) por cada uno de nos los primeros nuebe dias de nuesitro fallecimientto... Ytten mandamos se ofrende sobre nuestras sepultturas por tiempo y espacio de medio año...por cada uno de nos.., vino y cera en ttabla segun costumbre... Yten mandamos que el señor cura de esta yglessia nos diga por cada uno de nos un rresponso cantado sobre nuestras sepultturas por tiempo y espacio de un año...todos los dias de dicho año... Ytten mandamos que con los mismos sacerdottes del dia de nuesttro enttierro se nos agan a cada uno de nos nuestras memorias de medio y cabo de año... Yten mando yo el dicho Alonso...se llamen a mi entierro al Señor abbad y demas señores hermanos de la Cofradía de los doce de avaxo donde soy hermano los quales cumplan con la rregla de Nuestra hermandad... Ytten...que el señor Cura de estte lugar nos diga..por cada uno de nos veyntte y quattro misas rezadas, las diez y ocho en el Altar Mayor, dos en el del Santisimo Christo y quatro en el de nuestra Señora del Rossario de dicha yglessia y dos en la hermitía del gloriosso Sn Roque donde somos hermanos; dos en la virxen Ssanfissima del Breço y ottas dos en la hermitta del Ssantíissimo Christo de las Heras... y mas otra missa por cada uno de nos en la hermitta de los gloriossos Maritires San Cosme y Sn Damian...».
Creo que no precisa comentarios.

Fiestas y Diversiones.
También se caracterizó Riosmenudos, en su pasado, por la sana diversión de sus gentes. Antes de contar con un Salón de Baile, organizaban baile los domingos, al son de la pandereta, en la plazuela de la calle que baja al puente, mientras que el de la Fiesta del Pueblo, el día de San Miguel, ocho de mayo, lo celebraban en la era. «Teníamos las mejores fiestas de todo el contorno.... y las casas se llenaban de invitados...», asegura Agustina. En los últimos tiempos, hubo también una fiesta de y para los Niños, que preparaba y animaba Macario Alvarez, por lo que era conocida como la Fiesta de Macario, quien les convocaba una tarde de agosto, juntándose toda la chiquillería del pueblo con disfraces y ganas de pasarlo bien todos juntos, gozando de unas horas divertidas, no sólo los niños, sino también todo el pueblo movilizado para darles y disfrutar de esa ilusión.

Por su parte, me contaron Mariano y Nestor que, para Navidad, los mozos pedían los Aguinaldos casa por casa:
«En Noche Vieja, por el Barrio de arriba y la víspera de Reyes, por el de Abajo...Se sacaba para tres o cuatro comidas; daban chorizos, tocino, costillas, morcillas, huevos, ...Daba para comer y cenar el día de Reyes; haciendo otra cena al día siguiente, a la que invitaban a los Señores Cura, Maestro y Alcalde y, algunos años, se hacía también una merienda con todas las mozas, segu da de un animado baile ... Valía más aquella alegría que todas las discotecas de hoy...». Eso, seguro.

Para pedir el Aguinaldo, usaban una parrafada muy formal, que recitaban al entrar en cada casa:
«Buenas noches tengan ustedes. Felices Pascuas les damos en compañía de su familia, con muchos aumentos de gracia y alegría, espirituales y temporales. El Nacimiento del Hijo de Dios, Santos Reyes y Aguinaldos.».
De eso se trataba, de los aguinaldos, que era lo concreto, pues lo otro, sólo eran palabras y buenos deseos. Cuenta Concha que, en las casas donde había fallecido un familiar ese año, rezaban un Padre Nuestro por su alma.

La víspera del día de Reyes, también iban los niños y mozalbetes a cantar al Señor Cura el Romance de los Reyes Magos y éste obsequiaba a los niños, con naranjas y un panecillo y a los mocetes, con castañas, las cuales comían al día siguiente todos juntos, según anota Concha en sus Crónicas de Riosmenudos. Primero, recitaban una estrofa de presentación y de petición:
Víspera de Santos Reyes,
segunda fiesta del año;
cuántos galanes y damas,
al Rey piden aguinaldo;
y yo se lo vengo a pedir,
a este Sacerdote honrado,
que no nos lo negará
si los Reyes le cantamos.

A lo que seguía el clásico canto o romance, Del Oriente Persia salen... Al día siguiente, aún se cantaba otra segunda copla que finalizaba dando noticia de su viaje:
Llegaron pues a Belén
y al Niño Dios adoraron
y después, con alegría,
a sus tierras regresaron
.

Otra fiesta que perduró hasta el pasado siglo, fue la de Las Candelas, que en Riosmenudos tuvo un complemento particular, añadido a la tradicional Presentación de los niños nacidos en el año. Ese día, estaba muy animado, debido a una antigua fundación que, según me informaron Agustina, Carmina y Mariano, dejó una mujer mucho tiempo atrás, basada en un prado cuyo aprovechamiento se subastaba cada año la víspera de Las Candelas. El importe se dividía en tres partes (Iglesia, Párroco y Concejo), con la condición de que en esa fiesta se celebraran Vísperas, Misa y Rosario. El Concejo, por su parte, convidaba al pueblo, «gastando en vino, lo que le había correspondido...Era la tradición...»; vino que se bebía entre todo el pueblo, en el mismo portal de la Iglesia, al salir de la función religiosa y, ya por la no che, a las diez y a las doce, se tocaban las campanas durante diez o quince minutos; «Decían los mayores, que ese día se despertaban los animales que tienen letargo...». Era una pequeña fiesta, cuyo origen radica claramente en una generosa Caridad que, milagrosamente, ha llegado hasta nuestros días, al haber quedado el prado en poder del Concejo, quien, a su vez, mantuvo la tradición. Esta fundación databa desde, al menos, el siglo XVII, pues en 1698, ya registran las cuentas de la Iglesia el ingreso del importe de un tercio, de una Caridad no identificada.

Pero la tradición de festejos colectivos de Riosmenudos, viene de muy lejos, pues recordemos lo dicho en el capítulo de las antiguas Cofradías, respecto a las anuales comidas que celebraban, de las que hasta las viejas Ordenanzas recogían en su articulado «Por quanhto las hermandades e junttas de cofradias de el día de la Trasfigurazion en agostto y se come en comunidad en el portial de la yglessia...y el dia de Santto Andres que en la dicha forma se come en el ospitiaL..». Curiosamente, están resurgiendo, en varios de nuestros pueblos, algunas costumbres antiguas, a veces por añoranza, a veces por mera coincidencia. Este es el caso de las comidas colectivas, que se celebraban en algún momento del año, y que ahora se concentran en un día del verano, para reunir al máximo de gente.

Aparte de estas manifestaciones lúdicas, de carácter fijo, general y más o menos institucionalizado, se producían, a lo largo del año, otras muchas de manera espontánea, informal y de ámbito más reducido, como las tertulias vespertinas, entre las que destacaban las protagonizadas por las mozas, como me describió Mariano:
«Por las tardes, se llamaban las mozas, unas a otras, para juntarse y bajar al río a por agua. Solían pararse en alguna esquina para charlar, ocasión que esperábamos los mozos para acercarnos y gastarlas alguna broma, como tirar el agua de algún caldero, cuya propietaria se veía obligada a bajar de nuevo al río, pero acompañada del que la cortejaba... No las parecía mal...eran ralos muy divertidos y esperados por todos...». Era el eterno rito ancestral del agua y el cortejo.

Pero la palma de todas las actividades de entretenimiento, se la llevaban los Veladeros, auténtica joya de la Antigua Cultura, tema ya tocado en otra ocasión, pero que retomamos para añadir nuevos datos y pincela das, como los que nos facilitó Nestor, hombre irónico, con un humor socarrón a la vieja usanza, quien nos deleita, al narramos las escenas que presenció en cierta ocasión, cuando fue invitado a un famoso Veladero, de identidad y lugar no revelados. Tales reuniones, se solían amenizar con juegos de muy diversa índole, entre los que destacaban las Representaciones teatrales, más o menos improvisadas por alguno de los asistentes dotados de la vena cómica o humorística. Uno de esos números, era el del Enfermo, a quien el Médico aconseja que debe tomar un gran tazón de sopas de ajo, lo cual hace con diligencia y gran teatralidad; pero le sientan fatal, produciéndole amagos de vómitos, que van aumentando de intensidad y frecuencia, con el agravante de que los provoca sobre unos y otros de los allí reunidos, con gran alarma y alboroto de los así amenazados con tal indeseable y repugnante diluvio, entre el jolgorio y risas del resto.

Pero la perla de estos pasatiempos, estuvo en el juego de la pastilla de jabón. Los asistentes se sentaron en corro, sobre sillas y taburetes, vendando los ojos al currante de turno, quien debía localizar y hallar, por el olor, la pastilla de jabón que se iban pasando los concurrentes. Era un juego harto pícaro, pues no hace falta mucha imaginación para suponer los lugares donde el vendado intentaría meter las narices, con la disculpa de buscar el jabón. Pero tenía sus contrapartidas, como su cedió en el caso narrado, en el cual, a un tión, no se le ocurrió otra cosa, que bajarse el pantalón y los calzones, ofreciendo su culo a la nariz inquisidora, con gran albo rozo del resto. El caso hizo historia y el narrador le puso la guinda y colofón definitivo: «Y allí estaba el tío grandón, agachado, con el culo al aire y todas los aparatos colgando...». Ante éste y parecidos pasatiempos, no es de extrañar que, los tales veladeros, estuvieran en el punto de mira de los celadores de la moral

Pero lo más normal para amenizar estas reuniones sociales, debían ser las partidas de cartas y, de vez en cuando, las sosiegas, a base de aguardiente con pastas, para cuya adquisición, escotaban los asistentes a diez céntimos por persona. Si se demoraba la decisión, siempre había uno que exclamaba: «Si habéis de ir, no tardéis” según rememoró Elisa.

Echando mano de nuevo a las notas de Concha, hallamos una visión de conjunto de estos actos:
[b]«Esta reunión era más bien de vecindario y apta para personas mayores. Tenía lugar en invierno, hasta la Cuaresma y se juntaban en una casa los vecinos después de haber terminado las tareas propias y de haber atendido a los animales. Las mujeres cosían, hilaban, hacían punto, rezaban el rosario..., los hombres jugaban a las cartas, hacían calceta (punto), escarmenaban y cardaban la lana. Hablaban, cantaban, contaban chistes... Entonces no había electricidad y trabajaban a la luz del candil (y más tarde), del carburo... a la vez hacían chocolate con bizcochos y orejuelas, acompañadas de vino dulce y orujo.».[/b] Y Aquilia, por su parte, recuerda que, en su casa, se juntaban otras familias, siendo las más habituales, la de Valerio Rodríguez y su esposa Nati y la de Nicolás Roldán y Graciana Revilla; así como la de Feliciano Peláz y Aniceta. Durante la velada, su Padre, Paulino Cosgaya, solía hacer trabajos artesanos y Valerio, a quien gustaba mucho leer, lo hacía en voz alta, para lo que exigía un silencio como en Misa, cosa que no siempre conseguía.

El Honor y la Honra.
En épocas no tan lejanas, fueron, el honor y la honra, los valores más estimados por nuestros antepasados, hasta el extremo de anteponerlos a la propia vida, por lo que aquellas gentes eran muy susceptibles, ante cualquier asomo que atentara a tales aspectos. Hallé una prueba de ello, entre los legajos de un antiguo Escribano, fechados en 1696; recojo aquí lo más esencial del asunto, no sólo por mera curiosidad, sino para ilustrar esta faceta de aquellas gentes.
«En el lugar de rriosmenudos ... ante mi el...escribano publico y testigos pareszio Vernardo Gon zalez Carvonera vezino de dicho lugar y dijo que.. .se querello...de Manuel Gonzalez vezino de dicho lugar sobre que con poco temor de Dios y el desacato de la Justizia con arrojo y colerico, siendo como es el dicho Vernardo...por misericordia de Dios, christiano Viejo limpio de ttoda mala rraza, hombre de bien y rrepublico y que como tal ha ejerzido los ofizios honorificos que le an echado como tal vezino... le dijo con animo de le ynjuriar que hera un mal hombre, vagamundo y que no savia como se sustentesva y a su muger y familia y otras muchas cosas... estaba en animo de seguir (la querella).... asta azicalar su ylustre creditto y (pero) atendiendo al servizio de Dios Nro. Sr. y que los pleytos son dudosos y costossos y que siendo creminales quando se litigan estan las partes con rencor y en estado de pecado mortal y conozíendo los prezepuos de la Santa Madre Yglessia porque Dios le perdone sus culpas y aviendo bisto que el dicho Manuel...con todo rendimiento y dolor de su agravio le a pedido humildemente le perdone la ynjuria...y que muchos sacerdotes y ombres de la Republica zelosos de la quietud pidieronle se aparte de la querella... y que el dicho Manuel .confiessa desele luego que Vernardo...es tal hombre de bien y de lo ylustre de dicho lugar y cassa, que las palabras...no fueron con animo de ynjuriar sino es que colerico y .ziego ... por lo que volviendole el honor...le omipte y perdona el agravio yynjurias...y pide ...se sirvan de sobreseer...». Texto que evidencia el valor que se daba a las palabras y a las intenciones, así como a los sentimientos.










LEXICO PEÑIEGO (Popular y arcaico; perdido o en desuso)
Aportación hecha por Carmina García Cosgaya, de algunas palabras del habla popular del pueblo.

ACORNAL: Cornal. Correa de cuero con la que se sujetan las cabezas de los animales al yugo.
ADIESTA: Filamento o barba de la espiga.
AGAYUGA: Fruto de un arbusto silvestre: del agayubo (Gayubo)
ARBESCUÑAR: Arañar.
BADIL: Barra de hierro que utilizan los Carniceros para destazar.
BRIGANA: Remanso, lugar resguardado del viento.
CALDUCHO: Caldo donde se han cocido las morcillas.
CAMOLITA: Cima de algo.
CANALITO: Cascada muy tenue de agua.
CARICARILLO: Parentesco adquirido entre los respectivos hijos del primer matrimonio de viudos que se casan entre sí.
CASCARITO: Persona poco juiciosa.
CAVA: Lugar del río donde frezan las truchas.
CIRRIÓN: Basura cenicienta adosada a la chimenea.
CORCUÑO: Cosido malhecho.
CUIERRA: Corona de paja trenzada, fuerte, sobre la que se posaban las calderas de cobre, para evitar su abolladura.
DERRANGADO: Rasgado, rolo.
DESENTREVENZAR: Separar la grasa o sebo del intestino animal.
DESTORN1LLAR: Esparcir la hierba segada a torno con el dalle.
ESTOLINGAR Balancearse en el aire.
GUZO: Puntiagudo.
JURRIARSE: Padecer diarrea.
LATA: Palo grueso donde se cuelgan los chorizos para su curado.
MACHORRA: Taruco de madera que se colocaba en las albarcas
MESERO: Recipiente de madera, semicilindrico, que se usa en las matanzas.
RUELLA: Recipiente plano y ovalado, tejido con mimbres, usado para colocar piezas de la matanza y para llevar los panes al horno. Solía llevarse sobre la cabeza.
RUFAR: Hacer ruido con la peonza, al bailarla
SOTULLO: Vano donde se recoge ¡a leña para que no se moje.
ZURRAPAS Trozos de la carne de cerdo situada junto a las costillas, que se suele cenar el mismo día de la matanza.
BRAO BIEN: Muy bien.
NITA CON TANGA: Lo uno por lo otro.
Enviado por: fisa | Ultima modificacion:02-06-2006 14:06
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