Ourense - Orense

EL SÚPER DE LOS POBRES
06-02-2008 17:08:39

En la España en la que actualmente vivimos, una gran mayoría de la sociedad nada en la abundancia. El retorno de las libertades, el acceso al mercado europeo y otras circunstancias positivas han provocado que el país haya experimentado un profundo cambio económico y social. Todo ello se ha traducido en modernidad, progreso y ha contribuido a mejorar el estado del bienestar. Sin embargo, para un sector de la ciudadanía no todo es de color de rosa.
Ese mayor bienestar ha provocado, a su vez, que las desigualdades sean más evidentes. Un simple paseo por las cercanías de algunos establecimientos de la ciudad nos permite contemplar casi a diario la realidad de esa otra parte de la sociedad, que vive inmersa en un alto grado de pobreza y de extrema necesidad.
A última hora del día, decenas de personas rebuscan entre la basura de los contenedores de algunos supermercados. En su interior se almacenan productos cuyo hallazgo es motivo de una auténtica celebración. De la alegría que supone contar con algo que llevarse a la boca esa noche. Son gentes de acá y de allá, unidos por un futuro incierto. Alguno de ellos salta exultante cuando encuentra entre los desperdicios una pizza congelada o un lote de yogures caducados.
Algo similar sucede en el lugar donde descargan los camiones de la empresa concesionaria de la basura en Ponferrada, encargados de recoger diariamente los desperdicios de algunas grandes superficies de la ciudad.
La estremecedora estampa debería ayudarnos a reflexionar ante determinadas actitudes; a hacer entender a algunos que el término crisis no siempre se refiere al estado de los mercados bursátiles. ¡Qué sabrán éstos de crisis!
Contra estas escenas, algunos establecimientos han comenzado a destruir la mercancía inservible que sale del almacén. Otros, sin embargo, han recurrido a soluciones mucho más graves. El jefe de zona de un súper del extrarradio ponferradino y de orense decidió, hace bien poco, acabar de raíz con el “problema”. Tan de raíz, que no se le ocurrió otra cosa mejor que obligar a sus empleadas a esparcir todos los días unos cuantos litros de amoniaco en el interior de cada contenedor, una vez lleno.
Según su versión, aquella escena estaba dañando la buena imagen del establecimiento y afectando seriamente a sus ventas. Teniendo en cuenta que ésta tiene lugar cada noche, una vez cerrado el establecimiento, no parece que la imagen de un local pueda estar en peligro. Ni mucho menos que las ventas se resientan por el hecho de que algunas personas necesitadas busquen entre la basura. Seguramente son ellos mismos los primeros que desearían abandonar esa práctica y poder entrar a comprar como el resto de los mortales.
Bienestar y solidaridad no son términos incompatibles. Lo saben bien aquellos empleados que se negaron a secundar las órdenes de su superior. Otros, con memoria más frágil, tienden a olvidar fácilmente sus orígenes y los de un país, el suyo, que algún día no muy lejano también se vio obligado a buscar entre la basura de los demás.

EL MUNDO