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12-05-11 07:27 #7775258
Por:EAF

EL MITIN
Ahi les dejo un pequeño relato para quien guste de la narración.


Se estiró la chaqueta del traje, sonrío y se subió al atril. El mitin empezó como todos los anteriores. Su nombre por megafonía, salva de aplausos y el himno del partido. Comenzó a hablar con la confianza que años de entrenamiento y experiencia le habían otorgado. Las palabras surgían solas de su boca. Con una cadencia regular y el tono apropiado para cada frase. Con la velocidad justa para que la pronunciación no las amontonase una sobre otra.
La campaña estaba siendo larga. En menos de diez días ya había hablado otras cinco veces ante pabellones repletos. Pero la fuerza de la costumbre mantenía al cansancio a raya. Eso y viajar en avión privado, claro.
Como siempre, en menos de un párrafo, su mente huyó. El movimiento de su cuerpo, la voz, los gestos. Todo estaba tan ensayado que no necesitaba de control cerebral. Y él, podía abandonar el lugar y dedicarse a pensar en otras cosas. Normalmente los pensamientos eran banales: el partido del domingo, la bronca con la parienta, el culo de la secretaria, las notas de los niños…
Pero aquel día algo se encendió o se apagó dentro de su cabeza. Decenas, si no cientos de preguntas existenciales comenzaron a bombardearle. ¿Qué es lo que hago realmente metido en política? ¿Para qué lo hago? ¿Soy buena persona? ¿En serio hago todo lo que puedo? ¿Soy un embustero o son mentiras piadosas? Y así, una tras otra ponía en peligro los cimientos de tres cuartas partes de su vida. El armario en el que durante este tiempo había guardado todas las dudas, todas las falsedades y las mentiras, había reventado de repente y sin avisar.
Recordaba claramente como de joven, había entrado en el partido cargado de buenos deseos. O eso creía. Años de auto engaños y de medias verdades habían distorsionado el recuerdo de aquella época. ¿Realmente lo hizo altruistamente o había algún motivo egoísta que lo llevó a ello? ¿Afán de protagonismo? ¿De poder? ¿De dinero? Y ¿Cuándo habían comenzado las mentiras?
Hablando de mentiras, acaba de pronunciar enorme y la muchedumbre lo vitoreaba. Una de aquellas que, de tan grandes que son, suenan extrañas al pronunciarlas. El público parecía no inmutarse frente aquella sandez. Era como si fuese cómplice de su embuste.
Rápidamente volvió a sumergirse en su debacle interna. El caos mental no afectaba para nada al discurso. Que seguía siendo limpio, armónico y acompasado. Las manos danzaban en el aire al ritmo de cada afirmación. Con furia cuando atacaba al rival y mecidas suavemente a la hora de realizar sus propuestas. ¿Y las falsas promesas? Le resultaba tan normal decir voy a hacer tal, realizaré cuál a sabiendas de que jamás ocurriría que se asustó.
Le costaba percibir la realidad dentro de su vida personal. Tanta mentira profesionalizada ahora ponía en duda el resto de su vida. Su matrimonio, las amistades, la familia. Todo podía estar siendo falso y todo lo que creía falso podía ser real.

Repentinamente, el nudo de la corbata se había cerrado sobre el cuello y le costó coger aire. Sintió calor. Tomó un trago de agua y continuó hablando. Su oratoria seguía impecable. Nadie de entre los congregados percibía el derrumbe que él sufría.
La gente bufaba cuando cargaba contra el oponente y lo jaleaban cuando se erigía como paladín del bien y defensor de todos ellos. Un caballero justo y misericordioso que de defendía la inmaculada bandera democrática a capa y espada. Los compañeros del partido también batían palmas y sonreían ante sus declaraciones. Los compañeros. Fulanito se llena los bolsillos a dos manos. Menganita solo se preocupa de su imagen en la prensa. Ese otro vendería a su madre si el precio fuera bueno. Y aquel de halla está con nosotros pero podía estar con los otros perfectamente. Y si somos los buenos, ¿Cómo serán los otros?
Cada idea enlazaba con la siguiente y lo hundía un poco más en una verdad incómoda. Se había caído la máscara que durante tanto tiempo había ocultado todo aquello. Había pasado tras las bambalinas y descubría por fin, que todo es maquillaje, vestuario y atrezo. Como en una obra de teatro en el que el personaje era un héroe pero el actor, un villano.
Su conciencia estaba siendo torpedeada justo en la línea de flotación. Y el agua entraba más rápido de lo que podía tapar los agujeros causados por las verdades disparadas a matar por su propia mente.
Sólo unos pocos se dieron cuenta, pero la voz le comenzó a tremer. Y el gesto diseñado de su rostro empezó a desdibujarse. El sudor colmataba su frente y la lengua golpeaba contra un paladar reseco. Durante unos segundos volvió a concentrarse en el auditorio y en las personas que lo llenaban. Acababa de prometer la defensa de las pensiones cuando sabía perfectamente que en la situación actual, esas pensiones eran inviables. No la suya claro, que estaba asegurada desde hacía tiempo. Si no las de los que lo escuchaban que, al menos, deberían intuir la falacia. Sin embargo, los vítores continuaban. Creían la farsa o querían creerla. Se irritó profundamente. ¿Por qué aquellas personas no subían y lo destripaban a él y a los otros? Deberían clavar sus cabezas en una pica y no aplaudirles. No era posible que todos ellos y los que en otro lugar, escuchaban a su contrincante político, fuesen tan estúpidos. Eran como un rebaño de ovejas que bala alegremente mientras el pastor las conduce al matadero.
Al fin y al cabo él era un sucio mentiros pero ellos eran los que lo habían consentido. Los palurds que lo votaban. Los que depositaban toda su confianza en él. Los que no hacían nada cuando lo veían vivir en el lujo a costa de los impuestos que ellos mismo pagaban. Los que olvidaban las promesas incumplidas…
Gritaba. La mano golpeaba contra la hoja que leía con cada punto y cada coma. Él no lo percibía pero tenía los ojos inyectados en sangre. La luz de los focos maximizaba las gotas de saliva que saltaban de su boca igual que la espuma entre los dientes de un perro rabioso. Ya no había vivas, ni palmas y nadie lo ovacionaba. Pero él seguía recitando perfectamente el guión que días antes, sus asesores habían diseñado para él.
Sentía una fuerte presión en el pecho y el brazo izquierdo se mantenía aferrado al atril. Tenso y rígido. Él discurso llegaba a su fin y tras pronunciar la última palabra, justo antes de que un infarto masivo y fulminante lo derrumbase espeto a los presentes:
- ¡Imbécils!
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