Una mañana del primero de mayo de 1243, el infante don Alfonso, a quien la Historia apodará el Sabio, hace su entrada triunfal en la Murcia conquistada.
Hijo de Fernando III, rey de Castilla y León, al que el pueblo cristiano aclamaría santo siglos antes de que lo canonizase la Iglesia.
En el cortejo, cabalga un fraile franciscano muy querido por el rey Fernando. Es el confesor y consejero del infante. Su nombre es Pedro Gallego, ya que había nacido en Galicia.
Fray Pedro va a la cabeza del grupo de clérigos procedentes de Castilla y Aragón. A ellos se les encomienda la difícil tarea de evangelizar el reino de Murcia que, durante seis siglos, había permanecido bajo el dominio musulmán.
Este grupo de misioneros
formó el cabildo de la renacida diócesis de Cartagena, tomando como modelo el cabildo de Córdoba. A instancias del rey Fernando, el Papa
Inocencio IV (1243-1254) designa obispo de Cartagena, el 31 de julio de 1250, a fray Pedro Gallego, a quien consagra personalmente en Roma.