Guarros ubicuos Cuando el sol ha dejado de castigar sales a andar por el paseo marítimo. Enseguida los ves: el padre con bermudas a media canilla; la madre, luciendo buenas lorzas tostadas; los gurriatos, con patrióticas camisetas. Así avanza la piara con un propósito, a lo que se ve, común a todos sus miembros: sembrar el suelo de cáscaras. No otro puede ser a la vista de con qué habilidad ardillil pelan las pipas y a qué velocidad las engullen, tirando al suelo las cáscaras, unas veces tomándolas de la boca y otras escupiéndolas, directamente. Te los puedes encontrar también sentados en un banco, con la misma tarea, y comprobarás cómo dejan los alrededores. La familia que come pipas unida permanece unida. Seguro que son el mismo hombre y la misma mujer, el verraco con su verraca, a quienes en la playa, por la mañana, has visto cómo al terminar un cigarrillo enterraban la colilla en la arena. Y el mismo hombre o la misma mujer que anoche al bajar la basura a los contenedores no se molestó en echar la bolsa dentro. Sí, seguro que son los mismos guarros ubicuos. No te librarás de ellos. Cuando, tras las vacaciones, vuelvas a la ciudad o pueblo donde vives te los volverás a encontrar en el parque devorando pipas o cepillando al perro —¿con collar rojigualdo?— y dejando tiradas matas de pelo. Son los mismos, seguro, aunque tengan otra cara, otro vestido, otra edad. Malditos. |