Riogordo - Malaga

Dice Manuel Chaves que el Gobierno tiene como objetivo: empleo, empleo y empleo. Lo repite tantas veces justo el día en el que conocemos que continúa la sangría de afiliados a las listas del paro, que uno se pregunta cómo es posible seguir sin inmutarse con una política que está claro que da resultados contrarios a los esperados, se coja por donde se coja. Dice también el señor vicepresidente tercero del Gobierno que no cree que una comisión de investigación sirva para algo en el caso de las prejubilaciones fraudulentas en algunas empresas andaluzas sometidas a expedientes de regulación de empleo; que quien tiene que investigar y castigar a los culpables, en el caso de que los haya, es la justicia. Dice más cosas, muchas más y, aunque se repite hasta resultar cansino, en ninguna de ellas desprende la deseada credibilidad.

Con un apestoso clima de tangentopoli a la española y sin un Antonio di Pietro a la vista, que nos limpie a todos las manos, España se parece cada vez más a la cueva de Alí Babá y sus cuarenta secuaces. Causa, además, una triste indignación comprobar que la sociedad se conforma, nos conformamos, con generalidades simplistas que se resumen en frases tan manidas e inservibles como la de que “todos los políticos son iguales”. Injusto, por otra parte, porque los políticos no son todos iguales. No, por lo menos, en el sentido peyorativo que les señala como ladrones, después de que ayuntamientos, comunidades y demás administraciones públicas de todos los colores se vean salpicadas, un día sí y otro también, por casos de corrupción, que son, sencillamente, casos de flagrante pillaje.

No, no son todos iguales, en ningún partido. Hay muchos, la mayoría, a los que, ni aún buscándoselas, les podríamos sacar las oscuras cosquillas de la corruptela. Pero la especie política está ya tan manchada, tan contaminada por delincuentes que se meten en la profesión para delinquir con más éxito, puede que incluso con mayor impunidad, que, quizás, haya llegado la hora de que se muestren mucho más inflexibles con aquellos que, desde las filas de su partido, nos han estafado a todos. Sin más excusas. Son ellos, los políticos, quienes tienen que establecer filtros mucho más estrictos, porque nuestros representantes, como la mujer del César, no sólo tienen que ser honrados, también parecerlo. Sus departamentos de “Asuntos internos” tendrían, visto lo visto, que mirar y remirar que las manos están inmaculadas, ya desde antes de que la tentación se convierta en tejemaneje y derive después en claro delito.

Pero como representantes nuestros que son, no deberían estar solos. Los políticos de un país son la cara visible de su pueblo, son, más que nada, su reflejo, y tenemos que erradicar para siempre cualquier mínimo síntoma de tibieza frente a esa picaresca que nos ha caracterizado durante siglos. Igual que en Madrid tenemos la manía de decir que hace fresco cuando, en realidad, lo que hace es un frío del demonio, en toda España seguimos marcados con la idea de que uno es un listo cuando, por ejemplo, “saca” a la compañía de seguros unas perras, declarando un falso siniestro. A quien no lo hace, no porque no pueda, si no porque sus principios no le dejan, aún se le considera por muchos un “pringao”. En todo caso, “pecadillos menores”, decimos si nos pillan infraganti. Pero constituyen, en cambio, el caldo de cultivo para que quien tiene la oportunidad, se aproveche de ella en beneficio exclusivamente propio y todavía algunos, en vez de escandalizarse hasta la nausea, como sería de esperar, se lamentan en secreto de no ostentar un cargo público para poder “resolverse la vida”, sin tener que molestarse siquiera en enviar el cuponcito del bote de Nescafé para optar al premio del sueldo vitalicio. Y qué mejor forma para ello que prejubilándose durante un ERE en una empresa en la que jamás se había puesto el pie, pero sí la pezuña.