Los nombres de la memoria Las personas que fueron asesinadas en Mollina eran, en su inmensa mayoría, jornaleros atenazados por el hambre y la miseria. Los nombres de la memoria Las personas que fueron asesinadas en Mollina eran, en su inmensa mayoría, jornaleros atenazados por el hambre y la miseria. Sus simpatías estaban del lado de las fuerzas políticas que defendían la República Española y al morir, dejaron un reguero doliente de viudas y huérfanos tan pobres y desvalidos como ellos. Detrás de cada uno de los nombres que aquí aparecen se encuentra la historia de un ser humano arrancado brutalmente de la vida. Juan y Josefa fueron uno de los matrimonios al que los militares rebeldes abatieron a tiros el mismo día en que tomaban Mollina. Eran padres de cinco hijos y sus cuerpos, abrazados y temblorosos, cayeron acribillados bajo el hueco de las escaleras de su casa, en la calle Albaicín. Francisco era el nombre del padre y del hijo que fueron arrastrados a pie por la calle Alta hasta las tapias del cementerio donde aguardaban sus verdugos. Allí fueron fusilados al alba junto a otros diez inocentes. El padre era maestro de obras y un buen dibujante. En su casa se leía a diario la prensa y fragmentos del Quijote. Amaban la lectura. Su pertenencia a la Unión General de Trabajadores fue la causa esgrimida por quien les delató. Otros cinco padres de familia murieron al lado de sus hijos así como varias parejas de hermanos. Dolores y la mayor de sus hijas, del mismo nombre, fueron sacadas de su casa a la fuerza y conducidas a la cárcel de Capuchinos de Antequera. Allí acu-dían a diario sus hijas, Carmen y María, para llevarles comida, hasta que un medio día de septiembre, al llegar con su pobre fiambrera, les dijeron que ya no hacía falta que fuesen más. Las dos mujeres habían sido fusiladas aquella madrugada frente a las tapias del Cementerio. Patricio se enteró de la muerte de su mujer y de su primogénita quince días después. Trabajaba fuera de su casa, de sol a sol, cuidando bestias. Regresaba a ella cada dos semanas. Más mollinatos fueron fusilados en distintos lugares de la ciudad, algunos antes incluso de llegar a ella y sus cuerpos abandonados en cunetas y fosas. Comenzaba a correr el mes de marzo, a las puertas de una primavera no estrenada de mil novecientos treinta y siete. ¡Cuánto dolor!, ¡Cuánta vida arrebatada! Ahora el pueblo escribe sus nombres y el de todas las víctimas olvidadas y lo hace sobre un monumento levantado en su memoria. Con él Mollina dice: ¡Nunca más! Miguel Ramos Morente * |