La privatización de la sanidad y la crisis de los cuidados Carta de una paciente con dinero para poder pagar la asistencia hospitalaria privada, y que se pregunto de que hubiese sido de ella de no haber tenido dinero, también reflexiono sobre las pobres gentes que sin poder pagarse la sanidad privada se verán desatendidas y repudiadas en el sistema capitalista que nos quiere meter el PP de Mariano el recortados y el privatizados carta de una paciente con posibles economicos Gracias a todas las personas amigas que me han enviado su afecto. Sí, si escribo es que estoy ya algo mejor. La recuperación cuesta, sin embargo, porque a los derrumbes físicos se une la constatación, en vivo y en directo de la sanidad pública. Llevo una semana de convalecencia en casa después de otra pasada en un hospital donde cada vez más tengo la sensación de que la medicina se convierte en una técnica, alejándose, no sin dolor y pérdida de identidad, de todo lo que contenía –y debe contener– de relación y calor humano. Las personas se asimilan cada vez más a piezas defectuosas que entran para ser reparadas y salen a las pocas horas, confiando su estado en precario a familiares más voluntariosos que expertos en los momentos difíciles. No fue mi caso. Entré en lunes y salí sábado, a pesar de que el martes me llamaron a casa para informarme que sería operada al día siguiente. Fue muchas veces demasiado intensa la sensación, entre todos los dislates que he tenido que experimentar, que tanto caos sólo podía ser creado de manera expresa para ahuyentar a las personas, a toda prisa, de la sanidad pública. Sin embargo, tuve la oportunidad de comprobar de nuevo que se ponía, a disposición de las pacientes, habitaciones individuales a 70 euros noche. No supone mejores cuidados. Sólo supone, para el hospital y al margen del ingreso, menos habitaciones vacías. No quiero recordar el tiempo que pasé en quirófano. Sólo que la operación no pudo acabar por arritmias y sangrados, aunque el informe que me entregaron a la salida no cuenta nada de eso. Pero la epidural que finalmente consiguieron ponerme tras una hora de dolorosos intentos fallidos me impide olvidarlo. Después, un casi-vacío desazonador de esos cuidados que deberían acompañar la estancia de cualquier persona en el hospital. Si me auscultaron el corazón a los dos días de haber sido operada, fue porque lo pedí y lo page. Como también pedí un electrocardiograma cuando sufrí bradicardia y me costaba respirar. Por suerte, el aparato dijo que todo iba bien, y el cardiólogo de guardia, multiplicándose por tres o por cuatro, acudió sin aliento a tranquilizarme. Al día siguiente, el hematólogo de guardia (al parecer, único) no conseguía disponer del tiempo necesario para confirmar un INR (índice de coagulación) aceptable. Las lamentaciones que oía constantemente por la falta de personal y de medios se multiplicaron todo el tiempo de ingreso. Finalmente, salí. El stress y el dolor justificaron una baja de defensas total. Apareció un herpes zoster y finalmente una infección bronquial. Escribo entre tos y tos, con enormes ganas de reponerme para seguir en la brecha de la defensa de la salud y la sanidad pública. Y cuento con todos ustedes, porque la embestida de los recortes es enorme. Una última referencia. Ayer, sábado, tuve un episodio agudo en el que me era muy difícil respirar. Llamé al 061 (servicio privatizado). Me dijeron que debía ir al CAP de guardia, que no es ni siquiera el habitual. Sabía por mi inmunodeficiencia -y anteriores experiencias- que lo aconsejable era no salir de casa. Sólo cuando les amenacé con demandar por denegación de auxilio se ofrecieron (nada amablemente, por cierto) a mandarme una ambulancia. ¿Cómo es posible que desde la sanidad pública no pueda acudir a la cabecera de la persona enferma un médico que cura y que cuida? Tuvo que ser finalmente un doctor amigo de la familia y regado con buenos regalitos el que finalmente me auscultara y recomendara los inhaladores adecuados gracias a los cuales puedo escribir estas líneas. Lo reconozco: pese a mi mala salud de hierro, soy una persona afortunada (tengo dinero). Mis amistades y mi compañero han estado, como siempre, de matrícula. Pero me entristece pensar en todas las mujeres y hombres que están más solos, más desprovistos de recursos, frente a esta tremenda voracidad egoista que devora los resortes de la convivencia y abandona las personas a su enfermedad, a su miedo y a su dolor. Y las repara, si puede, si llega a tiempo y no se pierde ninguna vida en trámtites burocráticos u ocultando deficiencias causadas por la avaricia. Ernest Lluch se equivocó. Dijo que el siglo XX había sido el siglo de curar mientras que el XXI sería el de cuidar. Y lo decía, naturalmente, para todas las personas, como derecho de ciudadanía adquirido y legítimo (derecho de bienestar). Pero no es así. Reservan los cuidados para quienes pueden pagarlos. Y la cura también se pone en precario. Sometida a precio. (sitienes te curaras si no tienes que teden...) A pesar de que esta vez no me dieron ninguna factura en la sombra (porque salí en sábado) están convirtiendo la salud en una mercancía y la sanidad en su botín. |