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Las cualidades de un buen gobernante
LUNES 16 DE FEBRERO DE 2009 13:10 ALFONSO PALACIOS COLUMNAS - GOTAS AMARGAS
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Feb 16 | alfonso palacios. Hace unos cuantos días, durante una reunión de amigos, comentábamos las circunstancias que rodearán las próximas elecciones, y alguien dijo mostrando cierto enojo: ¡yo voy a votar en blanco o me abstendré de hacerlo! Pues en el panorama no se ve ninguna figura que amerite mi voto....! Yo lo miré con extrañeza, dispuesto a decir algo, pero se me adelantó alguien y le respondió: eso no está bien, cada voto en blanco, cada abstención, es un punto a favor del sinvergüenza que haya gastado más dinero en engañar al pueblo.

Luego, alguien más dijo: entre los posibles candidatos no hay donde escoger. Uno de ellos se caracteriza por una soberbia luciferina, otro por ser un pícaro redomado y el tercero por ser un delincuente que espero condenen en los tribunales algún día. O sea: muy pocas opciones valederas, o mejor dicho: ¡ninguna! Y así siguieron dando rienda suelta a su amarga frustración, que es la de muchos ciudadanos pensantes (porque el grupo de amigos se caracterizaba por ser personas de formación en inteligencia), mientras yo les miraba con tristeza, no lo oculto.



Luego de todo ello, y habiéndome levantado a servir algo, me reintegré al grupo y aprovechando una pausa les pregunté: ¿díganme algo, si ustedes tuvieran que escoger entre unos corruptos y un soberbio, por quién escogerían?..... Y se hizo un silencio profundo. Luego, alguien, con sonrisa socarrona, respondió: allí está la respuesta, como siempre. ¡Eres un bandido que nos ubica rápidamente!

Es así, pues, como la conversación giró en torno a las cualidades que debería tener un gobernante, lo cual nos tomó bastante tiempo de discusión, encuentros y desencuentros, pero al final nos pusimos de acuerdo en lo siguiente:

La honestidad es la primera cualidad que el nuevo gobernante debe demostrar fehacientemente. Para ser absolutamente confiable, correcto, sin tacha para todos sus gobernados. Eso le dará la fuerza necesaria para llevar a cabo sus planes de corto y largo plazo. La concedería una gran autoridad.

Una mente lúcida e ilustrada, puesta al servicio de su gestión. No al servicio de los aduladores que le llevan y traen grandes negocios de un lado para el otro, disfrazados de una blancura que daría envidia a los ángeles, cuando sabemos de sobra que en los círculos del poder político se fraguan negros y turbios negocios que hacen aparecer de un día para otro grandes fortunas. Una mente limpia es sabia, es inteligente, entendida, afectuosa, amable, pura y buena. Sin necesidad de haber pasado por los claustros universitarios.

Es indispensable que tenga eso que llamamos alma, la cual expresa en el hombre su pureza, intuición, cordura. Le da la visión necesaria para mirar más allá de su nariz; y le saca de los ojos la "venda del poder" que lo aleja de su pueblo, para convertirlo en un egocéntrico. Poner el alma en la gestión, es dejar un sello imborrable, es dejar marcada la identidad con mayor fuerza de un monumento, o un bronce recordatorio. Es la obra realizada la que perdura.

Después de mucho discutir acordamos denominar a la siguiente cualidad como el espíritu, que es la sustancia que le da fuerza al gobernante, es el combustible que pone en marcha la máquina de hacer. Está en contra de la inoperancia, la vagancia y las manos cruzadas. Pone todo de si por el trabajo, la acción incansable de realizar; cientos o miles de cosas por el bien de la comunidad. El espíritu crea, gobierna, cuida y protege. Confiamos así en el espíritu de un gobernante porque nos da seguridad.

Cuidar la vida de la nación, y por ello tiene una inmensa responsabilidad. Aquí es donde pueblo y gobierno deben juntar sus lomos, para cuidarse unos a otros.

Actuar y expresarse siempre conforme a la verdad. Es la única realidad de todo esto, sin ella el gobernante entra en un intricado mundo de mentiras. Es tan difícil salir de esta red, como imposible. La verdad nunca varía ni cambia. Es absoluta, honesta, segura, y digna de confianza. Sólo con la verdad se consigue la tranquilidad de conciencia, que es indispensable para un gobernante. Y hay que recordarle que la verdad es captada por el pueblo y cuando la percibe se hace más tolerable la espera de la solución de sus necesidades. Por ello es que decimos que quien tiene la verdad en la mano, debe tener el mando.

Quien gobierna con amor, que sería la siguiente cualidad, consigue el calor de su pueblo, alienta la obra en sus manos, y abre los caminos infinitos del trabajo. Sus gestiones serán fructíferas, porque esgrime sus pedidos con amor. No con odios ni rencores.

Finalmente estuvimos de acuerdo en que todas las cualidades ideales para un buen gobernante están íntimamente relacionadas entre sí. Cada una ayuda a definir la otra, y la carencia de ellas harían desplomar las ilusiones de aquel votante quien con la inocencia de un niño le dio el mandato por cuatro años. Y que no era posible encontrar un candidato, entre los que se nombran en la actualidad, que llegara ni la mitad de estas cualidades.

Después de ello, entre bromas y carcajadas, analizamos al presente y los pasados gobernantes de nuestro país, los cuales fueron motivo de chistes teñidos de ese humor amargo que busca en la broma un consuelo para el tremendo desencanto que todos ellos han producido, sin excepción, durante los últimos casi veinte años. Y ello nos llevó a comprender la razón por la que los ciudadanos cada vez son más pícaros, ya no creen en nada ni nadie, y buscan de cualquier forma su propio bienestar, así sea pasando por encima de la leyes y las buenas costumbres.

Cuando ya era bastante tarde, alguien, con socarrona sonrisa, dijo lo siguiente: por lo que hemos conversado hoy, hemos tenido la mala suerte de haber tenido en los dos últimos decenios gobernantes deshonestos; cuyas mentes estaban obnubiladas por la ambición de lograr obscuros objetivos; desalmados pues no tuvieron el menor reparo en implementar políticas neoliberales desoyendo el clamor del pueblo; con un espíritu bastante mercantilista, que no han cuidado los logros que nuestros padres y abuelos lograron para construir un país basado en un modelo solidario de desarrollo y entregarlo a los más rastreros intereses económicos; y que no gobernaron por amor a los ciudadanos, sino a su insaciable sed de quien sabe qué ocultos propósitos. Espero que en las próximas elecciones seamos un poco más inteligentes, y no nos dejemos engañar, otra vez.

Y después de ello, nos despedimos no sin algo de tristeza en el alma.