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17-12-13 20:13 #11755917
Por:Conde de Mollina

La luz y el tunel
Articulo de Antonio R. Naranjo:

No parece discutible que ya se vea una luz al final del túnel, pero tampoco es descartable que sea la de un tren y vayamos en dirección contraria. La mejora tiene un aspecto desesperado, como el de esos tipos que meten la tarjeta de crédito en el cajero y cruzan los dedos para que haya saldo, convirtiendo en un sorteo lo que debía ser una certeza. Lo que mide la resistencia de un país a la crisis y su capacidad de sobreponerse no es la psicología, por mucho que ayude, sino la economía, y los datos al respecto son tan halagüeños como una colonoscopia sin anestesia.
La deuda es ya similar al PIB, el déficit real lo aumenta anualmente en unos cien mil millones, el paro alncaza cifras oficiales tercermundistas, el fraude fiscal supera al de toda Europa y el crédito a las pymes decrece y se encarece a niveles de señora en la postguerra que empeñaba la sortija de la abuela al usurero.

La mejora, en fin, es fruto exclusivo de dos circunstancias coyunturales, una tan casual como una lluvia en agosto y la otra tan solvente como dejar de comer para poder pagar la letra del piso: la bajada del tipo de interés, que permite financiarse la deuda más barato y el ahorro en servicios esenciales, que permite sostener el Bienestar del Estado a costa del Estado de Bienestar.

Con ZP, que era a la economía lo que Belén Esteban a la gramática y a la demagogia lo que Messi al fútbol, España se transformó en un Titanic cuyo capitán gritaba "¿Nos damos un bañito?" mientras el buque se iba a fondo, pero Rajoy se ha concentrado en salir al rescate del iceberg, avalando que parezca anatema hablar de una pesada herencia que no desaparece en dos años como no lo hace una hipoteca: ni ese recurso, legítimo y casi de justicia, puede esgrimirse hoy fácilmente sin que suenen las trompetas ¿progresistas? despreciándolo.

El último presidente del PSOE es el principal responsable de una herida económica y otra educativa brutal, de consecuencias devastadoras y a largo plazo: no sólo por lo que no hizo mientras ardía el bosque, sino por insuflar en la ciudadanía la infantil sensación de que bastaba con tener principios para apagar el fuego, como si en la vida todo dependiera de lo que uno quiere y no de lo que puede. Zapatero no fue un gran demócrata con una lectura social de la vida impagable, sino un cretino irresponsable que se homenajeaba a su conciencia con las esperanzas de todos: sus supuestas buenas intenciones sólo fueron un camuflaje de su incompetencia y sectarismo, un lujo que se permitió porque sabía que la cuenta la pagarían todos menos él.
Pero Rajoy, de momento, no le ha mejorado como se esperaba: sí, ha detenido la sangría y ha cogido al país cuando se despeñaba por el precipicio (ahí tienen a Solbes para demostrar, a esos incautos que tildaban de antipatriota a cualquiera que previera la crisis, en qué zarpas hemos estado), pero por el sorprendente método de quitar un médico antes que un asesor y de confiar en que le recarguen la tarjeta de crédito para no reformarse a sí mismo.

La ira de una parte de la calle no es consecuencia de lo que hace, sino de lo que no hace, pues ello ha alimentado la absurda sensación de que a todo hay derecho si el que gobierna lo reconoce, algo que Rajoy atestigua al insistir en la soberana sandez de que adopta medidas que no le gustan, algo impropio de un ferretero y no digamos de un presidente.Y así, hasta quemar contenedores encapuchado o pedir que te paguen una beca en el extranjero aunque tu expediente sea mediocre, se sitúan en la misma jerarquía que tener una sanidad o una educación decentes, sin que la evidencia de que somos demasiados para demasiados pocos cotizantes sea suficiente para que una parte de la sociedad aprenda a sumar y acepte que no nos salen las cuentas: somos casi 50 millones y sólo cotizamos unos 17, autónomos y empleados públicos incluidos.
Su escaso impulso reformista, más allá de cuatro operaciones de maquillaje y una cruel asfixia a la empresa tipo y al trabajador medio, avala que hoy en España no haya casi nadie convencido de que hay que cambiar y sufrir para que mañana exista un mañana.

Y es en éste paisaje lunar, plagado de soflamas y lugares comunes que avegüenzan a cualquier mente mínimamente instruida, donde vamos a vivir una temporada, con la sensación de que todo puede ir a peor aunque desemos, por patriotismo cívico elemental. Porque hay luces que iluminan la oscuridad, pero hay otras que ciegan o aparecen, dicen, en el momento de la muerte.
desea que el presidente, cualquier presidente, tenga razón. Pero ya hemos aprendido, cruelmente, que la política reciente fue un ejercicio de prestidigitación y psicología colectiva en el que un manta, hoy con libro autobiográfico, decía gansadas para animarnos que a la hora de la verdad nos han reventado.

Saludos.
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Conde de Mollina
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