Poca vergüenza, la de los gobernantes que nos administran, Poca vergüenza, la de los gobernantes que nos administran, y no saben que, para repartir, primero han de recaudar. Equitativamente. Progresivamente. Aportando más, el que más tiene. Recibiendo más, el que menos posee. Si el Estado es el responsable civil subsidiario de los ciudadanos, es de equidad y justicia el paliar los estragos de esta crisis. El II Programa de Lucha contra la Pobreza en la Unión Europea define al pobre como “aquella persona, familia o grupo cuyos recursos -materiales, culturales y sociales– son tan limitados que les excluyen del mínimo nivel de vida aceptable en los Estados miembros en los que viven”. Son pobres los que se sitúan por debajo de un determinado porcentaje del gasto o ingreso medio de un país, en general, el 50%. Así se habla de línea de pobreza o umbral de pobreza. En la región andaluza, donde encontramos los menores niveles económicos nacionales, se observan también las mayores tasas de exclusión social. Existen 447.000 familias que cuentan con todos sus miembros en paro, lo que representa el 15% de la Comunidad de Andalucía, un 50% más de la media estatal. En un año ese número de familias ha crecido en 80.000 hogares y las cifras aumentan cada vez más. En el Estado hay en torno a 1.700.000 familias en esa situación grave sin ingresos, lo que representa un 10 %. Me indigna, a la par que me desasosiega, ver a personas de media edad, revestidos de una dignidad asombrosa, y con una cierta pátina de indiferencia por el resto de los que, simplemente, les miramos hacer, meterse, casi literalmente, en los contenedores, para rebuscar entre las bolsas, la comida que desechan los otros. Me indigna, mucho más, que ésto no solo no sea necesario, sino que es evitable. Que pase por egoísmo, insolidaridad y desprecio al ser humano. Me indigna, por supuesto, la impunidad con que algunos roban a los otros. Y que estos ladrones de guante blanco, que se lo están llevando todo, sean, encima, admirados por el resto; aplaudidos por la masa. Incluso, venerados. A veces, hasta envidiados. Estos contenedores, visitados por muchos, son el fiel reflejo de la vergonzosa situación en la que está el mundo hoy. Todo, no solo la parte que fue más soberbia. La que veía, sin mirar. La que oía, sin escuchar. La Europa envuelta de oropeles, deslumbrada por su refulgor dorado, que resultó ser solo chapa. Ciudadanos orgullosos de lo que no debe ser elogiado. Ahora, una clase media, esquilmada como nunca, se enfrenta a una nueva forma de vida, en la que lo social no está cubierto, como indican sus Constituciones, ni el ciudadano protegido. Nadie se merece lo que está pasando. No somos culpables. No somos responsables. Nadie nos está castigando. Todo este dolor nace de la insolidaridad, de la mala gestión. Del descaro de cínicos que gobiernan a los Gobiernos. Frente a ésto: la nueva Solidaridad. La real, la verdadera. Una red llena de nudos, sociales, paliativos del desastre. Seres humanos, unidos, frente al único enemigo común, luchando con ahínco. No quiero ver más a nadie hurgando en la basura. En ningún lugar del mundo. Pero, no porque los aparten de nuestra vista, sino porque no es necesario. Se consume tan solo la mitad de la comida que se fabrica. Cada día se tiran miles de toneladas de productos, mientras más de la mitad de la población mundial vive bajo el umbral de la pobreza, y muchos de ellos pasan hambre. Mueren de Hambre. Hambre que tan solo es el fruto de la Poca Vergüenza. Ángeles Ontiveros — ATTAC Sevilla |