Consumir productos ¿made in spain? Es cierto que los políticos actuales no suelen destacar por su agudeza intelectual y por su profundo conocimiento de la realidad social, baste recordar la vergüenza ajena que producen sus despistes ante algún reportero que se atreve a preguntarles por cosas serias, pero tan simples como el salario mínimo interprofesional, los índices del paro o, simplemente, el precio de un café. Otra cosa es lo asombrosamente espabilados que suelen andar a la hora de fijarse aumentos de sueldo, cobrar desorbitadas comisiones o colocar en buenos puestos a los de la familia, ya sea ésta política o sanguínea. Lo hacen con tanta osadía y con tan poca discreción que van dejando por todos los sitios pruebas acusatorias contra sus redes de espionaje o sus entramados empresariales para llevarse cuantas contratas públicas sea posible. Con estos antecedentes, sería como pedir un milagro si de quienes rigen los destinos del Estado y de todos los que vivimos entre sus fronteras hubiéramos esperado alguna propuesta coherente para afrontar esta profunda crisis que aqueja al capitalismo. Tampoco esperábamos soluciones de los expertos y dirigentes del mundo reunidos primero en Washington y después Davos. Y no las esperábamos porque esta gente lo que quiere es parchear los agujeros, cada día mayores, que se abren en el sistema de libre mercado (o de capitalismo salvaje, si lo prefiere el lector) para que la rueda siga girando en el sentido y a la velocidad que tantos beneficios ha proporcionado a multinacionales y bancos, y tanta miseria y explotación ha generado para la gran mayoría del planeta. Por eso las propuestas que han puesto en marcha los gobiernos consisten en trasladar recursos de los pobres a los ricos, en lugar de hacerlo al revés, que sería lo lógico. Mientras la crisis se ceba en las clases más desfavorecidas (paro, precariedad, hipotecas, etc.) los estados inyectan al sistema financiero en todo el mundo más de 17 billones de dólares, con la ingenua idea de que así los bancos prestarán a los ciudadanos y a las empresas, y así aumentarán la demanda y el consumo, lo que llevará a recuperar los niveles de producción y beneficios de estos años de crecimiento incontrolado. Aquí, además de dar dinero a los bancos (que es la receta universal, para gobiernos de derechas y socialdemócratas) nuestros gobernantes han tenido toques de verdadera originalidad; eso demuestra que nos mantenemos en lo de “Spain is different”. Entre esas ideas más ocurrentes e inoportunas, la insistencia en invitarnos a consumir productos españoles ha sido sin duda la que se lleva la palma. Empezando por dudar de que consumir más sea una buena salida para cualquier situación de crisis, hay que preguntarse y preguntarles a continuación cómo tienen la cara tan dura y tan poca memoria para salirnos ahora con una propuesta de vuelta a una autarquía trasnochada incluso durante los últimos años del franquismo. Y precisamente nos hacen esa propuesta desde el partido que más empeño puso en meternos en la OTAN, en la Unión Europea y en la moneda única. También han sido los socialistas los que hicieron las primeras y más gordas reconversiones industriales y los que abrieron nuestro mercado al capital transnacional. Ante la invitación del gobierno a consumir productos españoles, sólo se nos ocurre partirnos de risa, porque hoy apenas hay productos que sean genuinamente nacionales, gracias al libre mercado y a la economía global que tanto han alabado estos estadistas desmemoriados. Porque, ¿consumimos productos españoles si compramos en alguna de las cadenas de supermercados alemanas o francesas? ¿Se pueden considerar españoles los tomates, las naranjas o las chufas que empresas españolas cultivan en África, para ahorrarse costos? ¿Son españolas las prendas que confeccionan Zara y Lois en Pakistán o Marruecos? ¿Son españoles las empresas y bancos que ceden parte de sus acciones para entrar a su vez en otros consorcios mucho más poderosos? ¿Son españolas las compañías telefónicas que atienden nuestras llamadas desde América Latina? ¿Son enteramente españoles los coches, electrodomésticos y otros bienes de consumo que las empresas extranjeras fabrican en nuestro país, sin ninguna competencia nacional, porque nuestra industria ha sido víctima de reconversiones cuyo único objetivo era facilitar el camino a las multinacionales europeas y norteamericanas? Si nuestra economía está en manos del capital extranjero y nuestros sectores más activos (hasta que ha llegado la crisis) eran la construcción, el turismo y los servicios, ¿cómo vamos a consumir productos españoles? ¿quieren que nos comamos los ladrillos y el césped de los campos de golf? ¿Nos toman el pelo o son tontos de remate? |