Atreverse a cambiar andalucÍa Ni el liberalismo primitivo, ni el régimen de la restauración, ni la república, ni la dictadura franquista ni, como se ha demostrado, el socialismo de Suresnes han logrado la equiparación andaluza con el nivel de bienestar de las mejores regiones de España y Europa. Andalucía necesita atreverse a cambiar si quiere ser una gran región europea, no sólo para vivir en ella, sino para trabajar y prosperar en ella. El PP, única opción realista de cambio, tiene tres banderas básicas: la de las libertades y la autonomía ciudadana cabal en el seno del proyecto de España, la del progreso real y la igualdad de oportunidades frente al progresismo de pacotilla y la de la ética civil y política en un estado democrático y constitucional. El cambio es urgente si se quiere evitar la consolidación definitiva de un régimen que ya ha extendido su tela de araña de manera inmisericorde y si se quiere salir del sufrimiento social derivado de la pésima labor de gobierno y de la gestión infame de una crisis económica extremadamente cruel en Andalucía. Pero en la campaña electoral andaluza de 2012, bicentenario de unas Cortes que se celebraron en Cádiz y dieron a España la buena nueva de la democracia liberal, nada está escrito. Ha llovido mucho desde aquel sueño ilustrado, reformista y liberal de una Andalucía próspera que logró ser la primera región de España en disponer de un alto horno, precisamente en Marbella, o cuya banca gaditana fue la más importante de la nación. También ha llovido mucho sobre los programas totalitarios que, supuestamente fundados en el deseo de libertad y justicia social, unos y otros, condujeron al abismo a la sociedad española y, muy especialmente a la sociedad andaluza, que se empobreció como nunca antes. Y ya ha llovido demasiado desde la transición política española y el deseo de autonomía de los andaluces que se aupaba sobre la reclamación de la equiparación económica, social y cultural con las mejores regiones de España y Europa. Ni aquel liberalismo primitivo, ni el régimen de la restauración, ni la república, ni las dictaduras ni, como se ha demostrado, el socialismo de Suresnes han logrado dicha equiparación. Andalucía necesita atreverse a cambiar si quiere ser una gran región europea, no sólo para vivir en ella, sino para trabajar y prosperar en ella. El régimen andaluz y cambio como atrevimiento Cuando el PSOE llegó al poder municipal subida a los hombros de la izquierda comunista en 1979, no tenía otro discurso que el generalista del socialismo rampante heredado de un marxismo nunca bien estudiado en el socialismo español desde los tiempos de Pablo Iglesias. Pero aquel grupo de injertados en el tronco socialista llamado entonces “el clan de la tortilla” demostró su ambición y capacidad organizativa triunfando en Suresnes y desplazando a todo un socialismo histórico que, aunque incapaz de oponerse a la dictadura de Franco, contenía la sabiduría de la experiencia del por qué se había producido la guerra civil y los errores cometidos. La ausencia de raíces definidas –en el PSOE la E de español fue sido siempre natural -, y el desparpajo ético de sus primeros dirigentes condujeron al PSOE andaluz a abrazar, si se quiere de manera oportunista, el andalucismo enarbolado por un partido competidor, por socialista y andaluz. Era el Partido Socialista de Andalucía de Alejandro Rojas Marcos. Desde ese andalucismo, táctico y nunca de principios, que les obligó a aceptar a regañadientes la figura de Blas Infante y otros símbolos nacionalistas, lograron reeditar en Andalucía lo que el PNV y Convergencia i Unió hacían ya en el País Vasco y Cataluña: un régimen cuasi nacionalista fundamentado aquí en el discurso socialista. La combinación de los símbolos del nacionalismo andalucista, la creencia en la superioridad intelectual y moral heredada del marxismo y una idea de la organización más próxima al leninismo (“el que se mueve no sale en la foto”), estructuró del discurso del régimen. Como todos los partidos nacionalistas, el PSOE andaluz no podía compartir la identidad andaluza que decía representar con nadie. Por ello, su primer paso hacia un régimen que degeneraba la democracia constitucional incipiente fue la negación del papel complementario y enriquecedor de la oposición. A su alrededor, fue sembrando al contrario de lo que quiso Stuart Mill, menosprecio por la dignidad democrática de la oposición. La UCD y el PA fueron, a las primeras de cambio, tildados de traidores al proceso de establecimiento de la autonomía andaluza, independientemente de la verdad de los hechos. El PP, entonces AP, fue identificado con el franquismo y, posteriormente, con el empresariado explotador. IU, la inteligente aventura regeneracionista de Julio Anguita, fue calificada de locura extraterrestre. El PSOE andaluz ya estaba en condiciones de considerar que lo público sólo podía ser bendecido y administrado en el altar socialista, arteramente identificado con “lo andaluz”. Consecuentemente, que el PSOE ganara las elecciones era el modo normal de vivirse la democracia en Andalucía y el arrinconamiento, e incluso ensañamiento con la oposición, era de justicia porque no ser del PSOE en Andalucía era propio, no de la libertad, sino del pecado. Es más, se ha llegado a inyectar en la opinión pública andaluza que sólo las victorias del PSOE son legítimas. PP, IU y PA eran, esencialmente, transgresores del código nacional- andaluz-socialista instrumentado por Rafael Escuredo como treta para ganar unas elecciones y consolidado después como elemento vertebral del régimen cimentado sobre dicha falacia. Aquel falso pero insistente pregón del socialismo andaluz, repetido hasta la saciedad por muchos profesores aupados por el régimen a una estructura educativa partidista y martilleado de manera inmisericorde por los medios de comunicación públicos(usados como si fueran propiedad del PSOE) y los privados afines, llegó a calar en los ciudadanos andaluces........ |