Villarejo de Salvanés - Madrid

Los últimos datos de la EPA vuelven a confirmar la peor de las derivas que puede adoptar un país: una mezcla de desgarramiento, exclusión social, incapacidad de integrar a través del trabajo y promoción de los emprendedores sin tener en cuenta el lastre cultural español. Es un quiero y no puedo, un te obligo pero te limito, un híbrido que recoge la peor parte de cada lado. Los datos son claros: más gente en paro – 363.300 personas se quedaron sin empleo en el cuarto trimestre de 2012-, baja la población activa en 176.000 personas, la mayoría jóvenes que emigran, aumentan los autónomos en 2012 hasta llegar a los 53.300; aumenta la temporalidad hasta alcanzar el 15,33% del total y disminuyen los trabajos a jornada completa en 473.440 personas.

Estos datos son muestras de un gradual y constante proceso histórico de reestructuración capitalista en su forma y modo de funcionamiento en la acumulación de capital. Nos encontramos en el ojo del huracán con los peores condicionamientos posibles. Se trata de acabar con toda una idea de entender la vida, las funciones de las personas, las perspectivas y el posicionamiento sobre como y desde dónde pensar la realidad y pensarse a uno mismo, es decir, asistimos a un radical cambio de subjetividad que busca ser funcional al mercado. Lo que ayer podía ser permitido hoy es un lastre: los servicios públicos y el derecho a la prestación laboral de desempleo. El modelo ideológico del emprendedor tan cacareado, tan puesto de moda por medios y gobierno, viene a sustituir la figura proletaria, por un precariado a veces asalariado, a veces falso autónomo, a veces pequeño empresario, a veces sin papeles, donde en distinto grado, condición, situación y descripción comparten la ausencia o erosión en lo referente a todo derecho adquirido, a toda garantía, a todo disfrute de paro, en definitiva a cualquier opción de integración social que no dependa de su capacidad subjetiva e individual.

Desmontar lo anterior para sustituirlo, no por algo mejor para el común de la gente, sino adaptándolo para alisar todo espacio a la especulación y la explotación capitalista. La ideología del emprendedor nos convierte a casi todos en emperdedores. Al mismo tiempo que creemos liberarnos de la esclavitud asalariada y del control del patrón, finalmente nos hundimos en un mar de relaciones de dependencia, sujetos a deudas por cobrar y por pagar, dependientes del humor de los grandes especuladores y conglomerados cuyos actos para enriquecerse, o abrirse paso en el mercado, repercuten directamente en la viabilidad del pequeño negocio. Todo ello en una profunda relación despótica con el capital que anima a romper las cadenas del trabajo y tomar el camino individual, para finalmente no liberarse jamás del poder de mando que ronronea siempre en la cabeza como las hélices de un helicóptero. El jefe puede ser una persona, un proceso informático, o una deuda. Salir de asalariado no tiene como consecuencia directa una mejora en las condiciones de vida, una liberación de la explotación, sino que funciona como mecanismo que adapta la extracción de plusvalor acorde a los requisitos de requiere la acumulación de capital en el siglo XXI.

La idea de emprendedor es el reverso de las aspiraciones comunistas, es decir, parte de las mismas premisas que podrían dar lugar a escenarios distintos, más liberadores. De ahí que no podemos atacar a la idea de “emprender”, de la ambición, de aventurarse en sí mismas, ¡al contrario! esas son facultades humanas geniales dependiendo de donde se enmarque la cuestión. ¿Acaso la implosión de salariado y la proliferación de trabajos autónomos, de emprendedores, además de ser funcionales a la economía a tiempo real –just in time-, no son también una forma de reorientar las aspiraciones del 68 y los 70, bajo la gestión privada? Por este motivo surgen proyectos financiados por capital semilla, capital riesgo, los business angels inviertan en talento, vía becas de bancos, incubadoras para emprendedores y financiación de grandes empresas: no organizan la producción, sólo se aseguran que se gestione la idea de una persona socialmente incubada bajo la forma de la propiedad privada y no orientado al beneficio común.

Pero el problema no se resume a un mero cambio en las relaciones laborales donde todos y todas pasamos a convertirnos en empresarios de nuestras capacidades, a esto, tenemos que añadirle la consecuencias propias de un país que parte de una estructura simbólica, cultural y política que dificulta mucho la aplicación de este nuevo mantra. Para ser emprendedores no basta con montar un negocio, un bar más, u otra cosa ya conocida y poco ambiciosa, es necesaria una pulsión desobediente que fomente el pensamiento divergente y la aspiración por la novedad. Un país con una larga tradición terrateniente y especulativa en la casta empresarial, un país que fomenta la cultura franquista del “tú pasa, no te metas en cosas raras”, no puede adoptar un modelo anglosajón más dinámico, rompedor y astuto. No puede emprender nada cuando la indigencia intelectual tapona a las ideas, cuando el lumpen que gobierna no ha llegado nunca ni a ser burguesía.

Así las cosas, la ideología del emprendedor dentro de la coyuntura de neoservidumbre española no deja de ser un simple mecanismo de desposesión de los derechos conquistados, tales como el paro o el convenio colectivo. Tenemos que tomar la deriva contraria, la de ofrecer tiempo-riqueza a la población para que desarrolle su talento en la sociedad del conocimiento, en lugar de precariedad, angustia y ruina, que sólo sirve para que las élites oligarcas continúen actuando como lo llevan haciendo desde el reparto de la tierra en la reconquista, como rentistas.