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Valdetorres de Jarama - Madrid

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España > Madrid > Valdetorres de Jarama
23-05-09 21:27 #2319543
Por:No Registrado
La radio
Que nos juzgue la vida, donde empieza la defensa donde termina el delito. Maravillosa gente corriente, individuos vulgares, que suben al estrellato empujados por el hambre.
Peces de colores que animan el estanque de la vida, amapolas en un campo de trigo.
Todavía hoy me parece ver a aquél encorsetado inspector de hacienda tirarse de los pelos, ante aquella insignificante mujer, que le hacia ver lo blanco negro y la noche cerrada por una tarde de sol radiante.
En casa no teníamos radio como es natural con un sueldo de 16 pesetas y cinco a masticar lo que nos caía en suerte y así fuimos creciendo sin el cocidito Madrileño de Pepe Blanco ni la salvadora de la Lola, hasta que un amigo de mi padre que había aprendido a montarlas nos propuso vendernos una a plazos.
La puso mi madre enfrente de la puerta de la calle, digo yo que seria para que las vecinas vieran que habíamos subido nuestro estatus, en el aparador que había conocido mejores épocas quedaba desnivelada pero un cartón soluciono el problema, y entonces aprendimos que había una niña de fuego.
Pero como en Caperucita se presento el lobo disfrazado de inspector de hacienda, enseño sus enormes colmillos y echando fuego por los ojos grito:
¡ Treinta pesetas !, por los derechos de tener radio.
Consiguió el malvado asustar a la familia en pleno, que estaba reunida al calor del fogón. A mi madre casi le da un infarto y entonces seguro la hubiera palmado.
La radio no es nuestra contesto con un suspiro de voz.
¡ eso es ilegal, ustedes la tienen funcionando !
Todos los colores del arco iris pasaron por la cara de mi madre, otro suspiro igual que un quejido ¡ no tenemos dinero !
Haber, ¿ como se llama su marido ?
Raúl Mendoza, contesto mi madre.
En la cocina, un revuelo de sillas, ¡ se habrá vuelto loca !
Estuvimos tres meses apagando la radio cuando llamaban a la puerta, hasta que una tarde se presento el inspector de hacienda.
¿ Raúl Mendoza ?, vengo a cobrar los derechos de la radio.
Aquí no es, contesto mi madre.
El tío se quedo mas seco que la mojama y más estirao que un regaliz.
¿ su marido no es Raúl Mendoza ?
Mi marido se llama Juan Fernández, y nosotros no tenemos radio. ¡ pase usted !, si quiere, dijo con un aplomo asombroso mi madre.
El pobre hombre no salía de su asombro.
Si yo he estado aquí
Se abra usted equivocado de puerta, decía mi madre cada vez mas segura, dominando la situación.
Su despedida fue un eco continuo, yo he estado aquí y así fue repitiendo pasillo adelante.
No pudo comprender, cómo gentes corrientes, vulgares, en defensa de la vida resultan geniales.
¡ Que nos juzgue la vida !











Que nos juzgue la vida, donde empieza la defensa donde termina el delito. Maravillosa gente corriente, individuos vulgares, que suben al estrellato empujados por el hambre.
Peces de colores que animan el estanque de la vida, amapolas en un campo de trigo.
Todavía hoy me parece ver a aquél encorsetado inspector de hacienda tirarse de los pelos, ante aquella insignificante mujer, que le hacia ver lo blanco negro y la noche cerrada por una tarde de sol radiante.
En casa no teníamos radio como es natural con un sueldo de 16 pesetas y cinco a masticar lo que nos caía en suerte y así fuimos creciendo sin el cocidito Madrileño de Pepe Blanco ni la salvadora de la Lola, hasta que un amigo de mi padre que había aprendido a montarlas nos propuso vendernos una a plazos.
La puso mi madre enfrente de la puerta de la calle, digo yo que seria para que las vecinas vieran que habíamos subido nuestro estatus, en el aparador que había conocido mejores épocas quedaba desnivelada pero un cartón soluciono el problema, y entonces aprendimos que había una niña de fuego.
Pero como en Caperucita se presento el lobo disfrazado de inspector de hacienda, enseño sus enormes colmillos y echando fuego por los ojos grito:
¡ Treinta pesetas !, por los derechos de tener radio.
Consiguió el malvado asustar a la familia en pleno, que estaba reunida al calor del fogón. A mi madre casi le da un infarto y entonces seguro la hubiera palmado.
La radio no es nuestra contesto con un suspiro de voz.
¡ eso es ilegal, ustedes la tienen funcionando !
Todos los colores del arco iris pasaron por la cara de mi madre, otro suspiro igual que un quejido ¡ no tenemos dinero !
Haber, ¿ como se llama su marido ?
Raúl Mendoza, contesto mi madre.
En la cocina, un revuelo de sillas, ¡ se habrá vuelto loca !
Estuvimos tres meses apagando la radio cuando llamaban a la puerta, hasta que una tarde se presento el inspector de hacienda.
¿ Raúl Mendoza ?, vengo a cobrar los derechos de la radio.
Aquí no es, contesto mi madre.
El tío se quedo mas seco que la mojama y más estirao que un regaliz.
¿ su marido no es Raúl Mendoza ?
Mi marido se llama Juan Fernández, y nosotros no tenemos radio. ¡ pase usted !, si quiere, dijo con un aplomo asombroso mi madre.
El pobre hombre no salía de su asombro.
Si yo he estado aquí
Se abra usted equivocado de puerta, decía mi madre cada vez mas segura, dominando la situación.
Su despedida fue un eco continuo, yo he estado aquí y así fue repitiendo pasillo adelante.
No pudo comprender, cómo gentes corrientes, vulgares, en defensa de la vida resultan geniales.
¡ Que nos juzgue la vida !











Que nos juzgue la vida, donde empieza la defensa donde termina el delito. Maravillosa gente corriente, individuos vulgares, que suben al estrellato empujados por el hambre.
Peces de colores que animan el estanque de la vida, amapolas en un campo de trigo.
Todavía hoy me parece ver a aquél encorsetado inspector de hacienda tirarse de los pelos, ante aquella insignificante mujer, que le hacia ver lo blanco negro y la noche cerrada por una tarde de sol radiante.
En casa no teníamos radio como es natural con un sueldo de 16 pesetas y cinco a masticar lo que nos caía en suerte y así fuimos creciendo sin el cocidito Madrileño de Pepe Blanco ni la salvadora de la Lola, hasta que un amigo de mi padre que había aprendido a montarlas nos propuso vendernos una a plazos.
La puso mi madre enfrente de la puerta de la calle, digo yo que seria para que las vecinas vieran que habíamos subido nuestro estatus, en el aparador que había conocido mejores épocas quedaba desnivelada pero un cartón soluciono el problema, y entonces aprendimos que había una niña de fuego.
Pero como en Caperucita se presento el lobo disfrazado de inspector de hacienda, enseño sus enormes colmillos y echando fuego por los ojos grito:
¡ Treinta pesetas !, por los derechos de tener radio.
Consiguió el malvado asustar a la familia en pleno, que estaba reunida al calor del fogón. A mi madre casi le da un infarto y entonces seguro la hubiera palmado.
La radio no es nuestra contesto con un suspiro de voz.
¡ eso es ilegal, ustedes la tienen funcionando !
Todos los colores del arco iris pasaron por la cara de mi madre, otro suspiro igual que un quejido ¡ no tenemos dinero !
Haber, ¿ como se llama su marido ?
Raúl Mendoza, contesto mi madre.
En la cocina, un revuelo de sillas, ¡ se habrá vuelto loca !
Estuvimos tres meses apagando la radio cuando llamaban a la puerta, hasta que una tarde se presento el inspector de hacienda.
¿ Raúl Mendoza ?, vengo a cobrar los derechos de la radio.
Aquí no es, contesto mi madre.
El tío se quedo mas seco que la mojama y más estirao que un regaliz.
¿ su marido no es Raúl Mendoza ?
Mi marido se llama Juan Fernández, y nosotros no tenemos radio. ¡ pase usted !, si quiere, dijo con un aplomo asombroso mi madre.
El pobre hombre no salía de su asombro.
Si yo he estado aquí
Se abra usted equivocado de puerta, decía mi madre cada vez mas segura, dominando la situación.
Su despedida fue un eco continuo, yo he estado aquí y así fue repitiendo pasillo adelante.
No pudo comprender, cómo gentes corrientes, vulgares, en defensa de la vida resultan geniales.
¡ Que nos juzgue la vida !











Que nos juzgue la vida, donde empieza la defensa donde termina el delito. Maravillosa gente corriente, individuos vulgares, que suben al estrellato empujados por el hambre.
Peces de colores que animan el estanque de la vida, amapolas en un campo de trigo.
Todavía hoy me parece ver a aquél encorsetado inspector de hacienda tirarse de los pelos, ante aquella insignificante mujer, que le hacia ver lo blanco negro y la noche cerrada por una tarde de sol radiante.
En casa no teníamos radio como es natural con un sueldo de 16 pesetas y cinco a masticar lo que nos caía en suerte y así fuimos creciendo sin el cocidito Madrileño de Pepe Blanco ni la salvadora de la Lola, hasta que un amigo de mi padre que había aprendido a montarlas nos propuso vendernos una a plazos.
La puso mi madre enfrente de la puerta de la calle, digo yo que seria para que las vecinas vieran que habíamos subido nuestro estatus, en el aparador que había conocido mejores épocas quedaba desnivelada pero un cartón soluciono el problema, y entonces aprendimos que había una niña de fuego.
Pero como en Caperucita se presento el lobo disfrazado de inspector de hacienda, enseño sus enormes colmillos y echando fuego por los ojos grito:
¡ Treinta pesetas !, por los derechos de tener radio.
Consiguió el malvado asustar a la familia en pleno, que estaba reunida al calor del fogón. A mi madre casi le da un infarto y entonces seguro la hubiera palmado.
La radio no es nuestra contesto con un suspiro de voz.
¡ eso es ilegal, ustedes la tienen funcionando !
Todos los colores del arco iris pasaron por la cara de mi madre, otro suspiro igual que un quejido ¡ no tenemos dinero !
Haber, ¿ como se llama su marido ?
Raúl Mendoza, contesto mi madre.
En la cocina, un revuelo de sillas, ¡ se habrá vuelto loca !
Estuvimos tres meses apagando la radio cuando llamaban a la puerta, hasta que una tarde se presento el inspector de hacienda.
¿ Raúl Mendoza ?, vengo a cobrar los derechos de la radio.
Aquí no es, contesto mi madre.
El tío se quedo mas seco que la mojama y más estirao que un regaliz.
¿ su marido no es Raúl Mendoza ?
Mi marido se llama Juan Fernández, y nosotros no tenemos radio. ¡ pase usted !, si quiere, dijo con un aplomo asombroso mi madre.
El pobre hombre no salía de su asombro.
Si yo he estado aquí
Se abra usted equivocado de puerta, decía mi madre cada vez mas segura, dominando la situación.
Su despedida fue un eco continuo, yo he estado aquí y así fue repitiendo pasillo adelante.
No pudo comprender, cómo gentes corrientes, vulgares, en defensa de la vida resultan geniales.
¡ Que nos juzgue la vida !























































Puntos:
24-05-09 16:48 #2322305 -> 2319543
Por:No Registrado
RE: La radio
madre mia, mira que se te ha ido el dedo.jejejejejje
Es una historia tanto interesante. pero ¿ has comido ajo?
jajajja
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