San Martín de Valdeiglesias - Madrid

Aunque pudiera parecerlo, los artrósicos brazos en alto que desfilan en la foto no están en una parada de autobús solicitando a un funcionario conductor que detenga tan funcionario vehículo: están cantando el Cara al sol para homenajear a los Caídos de la División Azul.

Lo mejor que se puede decir de esos difuntos homenajeados es que no siempre se van los mejores. A veces, las menos, entre el horror de una guerra aparece un rayo de justicia poética, esta vez para alcanzar a aquéllos que portaban la ideología del yugo -para redimir-, y la flecha -para matar-. Los huesos que le hacen el trabajo al estiércol en las tumbas del cementerio de La Almudena, fueron suyos seguros servidores de Franco: falangistas, que no colmados de fascismo en la Guerra Civil, fueron a calmar su negra sed defendiendo al régimen más sanguinario de la historia, el nazi.

Esta imagen sería impensable en Alemania, un pueblo que entiende que el honor de miles de judíos convertidos en macabro jabón merece ciertas prohibiciones y toneladas de pudor histórico. Pero España es un país que no se libra del eco de la pandereta. Sabe lucir sus vergüenzas con pizpireta caspa.

Treinta y dos años de libertades de papel mojado no han vaciado las llenas cunetas de la piel de toro. Los campos patrios siguen sembrados aún de la simiente insepulta de quienes murieron por defender la democracia. Con Ley de Memoria Histórica y sin ella. Pero ya lo ven, se sigue reparando la memoria de los “viejos camaradas” golpistas, metiendo billetes –vía subvención, vía Federico Trillo- en sus homenajeados huesos torácicos como si del tanga de una stripper se tratara.

Mientras tanto, el juez Garzón, la única toga que se remangó para escarbar en las fosas borradas del mapa de la inmaculada Transición, va camino del banquillo de los acusados a requerimiento de los vástagos del régimen. Ver para creer.

Autor: "El observador sarcastico"