Cubas de la Sagra - Madrid

En las últimas semanas, a propósito del ‘caso Bárcenas’, se está produciendo una bunkerización preocupante dentro del PP. Sus dirigentes tienen la piel muy fina y se quejan de que los ciudadanos salgan a la calle a protestar. Muchos han hablado de otro 11-M, quejándose de que la gente se acerque a las sedes del PP. No tenían tantos escrúpulos cuando ellos mismos encabezaban manifestaciones en las que se llamaba cómplice de ETA al ex presidente Zapatero. Que se aguanten. Quejarse de las manifestaciones en medio de esta realidad tan brutal -sean en las sedes, en las plazas o en los alrededores del Congreso- es el colmo de la insensibilidad. El paro aumenta, la economía no crece, miles de personas sobreviven con un sueldo de miseria, la pobreza se extiende y encima no se puede salir a la calle a protestar.

En algunos casos, como el del portavoz del Gobierno madrileño, no hablamos de insensibilidad, sino de provocación. Hay algo peor que ser un reaccionario, y es ser un reaccionario estúpido, que es una definición perfecta para Salvador Victoria. Algo parecido se podría decir de la concejala de educación de Marbella.

De la encuesta del CIS:

El CIS hace dos preguntas a los encuestados sobre las intervenciones parlamentarias. Primero pide una impresión general y luego una opinión personal sobre las aportaciones hechas en los discursos. En el primer caso, al 51,3% le pareció muy mal o bastante mal la intervención de Rajoy. Ese porcentaje se eleva al 61,7% en el caso de Rubalcaba. Al 30% el discurso de Rajoy le pareció muy bien o bastante bien (el 11,9% en el caso de Rubalcaba).

Pero cuando se pregunta a los encuestados si están de acuerdo con los discursos de los dos líderes, las opiniones son mucho más negativas. Un 69,7% está poco o nada de acuerdo con lo que dijo Rajoy. Un 77,2% rechaza en los mismos términos el discurso de Rubalcaba.

Este es un Gobierno al que sólo le puede salvar algo que venga de fuera, además de la debilidad congénita del líder del PSOE. Y lo que ha ocurrido ha sido justamente lo contrario. Las previsiones ofrecidas por la Comisión Europea sólo un día después de los discursos arrancaron de raíz el optimismo –es cierto que mesurado– del que alardeó el presidente. Lo único que queda es el búnker resguardado por los medios amigos.