De profesión: MEDICO Sería por mis cuatro o cinco años cuando empezé a tener conciencia de que existía, y no precisamente por su profesión, sino que fue un asunto de " Fuenteovejuna todos...", fruto de los tiempos que corrían, carentes de " novedades en el pueblo", semejanza de unos días con otros, y ello unido a la popularidad local del personaje, su "proximidad" con sus pacientes y su naturalidad y descreimiento. Un día cualquiera el bueno de Don Alejandro, que así se llamaba nuestro héroe, apareció por el pueblo "Guiando" un flamante coche, de un rojo precioso, descapotable, pero...diminuto: " el coche de la Tómbola", se le ocurrió a alguien, como buen cadalseño, experto en la ironía y el oficio de apodar. Aquel acontecimiento, comidilla general casi todo un verano, supuso, para mí, tomar conciencia de que en Cadalso teniamos médico, que se llamaba Alejandro con el Don delante, por supuesto y, sobretodo, que era el dueño de "el coche de la Tómbola", ese que, a su paso, levantaba expectación, generaba sonrisas sarcásticas y, en el fondo, sana envídia. Don Alejandro fue médico de vocación y, me atrevería a decir, de devoción. Siempre al pie del cañón, noche y día, laborable o festivo, Nochebuena o el Cristo, a él le daba igual, estaba dispuesto para actuar. Visitaba en el domicilio cada día sin fallar y, si las circustancias lo aconsejaban, por la tarde, hala, vuelta a empezar. Con tanto trajín, como podéis imaginar, a su presencia se sumó la de ese coche tan "especial", con lo que su popularidad no se hizo esperar. Al bueno de Don Alejandro, tanta sorna, la verdad, le llegaba a enfadar, aunque, profesional como la copa de un pino, para sí quedaban sus malhumores. En mi casa supimos mucho de su oficio y entrega, pues mi madre, la pobre, cada dos por tres y, cada tres por dos, padecía de cólicos que, con el tiempo, supe que eran biliares, casi siempre de madrugada y dolorosísimos, que necesitaban de la ciencia de nuestro galeno. Fueron muchas las veces, muchas las madrugadas, algunas incluso de las sonadas(Nochebuena, Nochevieja...); JAMÁS vi una mala cara, un mal tono de voz, al contrario, llegaba raudo y veloz, hacía su diagnóstico y aplicaba, él mismo, el tratamiento, intravenoso en muchas ocasiones, y,feliz por el trabajo bien hecho y el deber cumplido, volvía sobre sus pasos en busca del merecido descanso,...si podía. Su consulta, uno de mis iconos de infancia, situada en la hoy llamada, como no podría ser de otra manera,Avda del Dr. Menendez Nº 1, permanece intacta en mi memoria; era lúgubre, espaciosa, con puertas misteriosas, escalera al frente, una mesa en el centro repleta de periódicos y revistas, algunas de ellas...!médicas!, muchas sillas verdes, metálicas y frías, muy frías, como toda la estancia, ¿sería el frío de la inquietud, del miedo?...probablemente, y al fondo, a la izquierda, tras una sólida puerta de nogal, la fábrica de la salud, primero un despacho, con sus estanterías de libros mágicos: Anatomía, Farmacología, Medicina Interna, ¿qué será Medicina Interna?, Pediatría...uf...que follón, y un cuadro, sí, un cuadro repleto de caras juveniles, ilusionadas y responsables, andá, si está Don Alejandro, !qué joven está!...la Orla de su promoción y, a continuación, una sala amplia, luminosa, inmaculada, blanca, la sala de ¿torturas?... no, en absoluto, de CURAS: escayolas, vendajes, suturas... en fín, el camino hacia la vida. Todo ello, sin darme cuenta, fue calando en mí y, al cabo de unos años, quise ser como ese HÉROE anónimo(víctima de su pasión, murió al año de jubilarse, de un cáncer de pulmón, sin haber fumado un pitillo en su vida, secuela, probablemente, de las radiaciones que recibía cuando, dejándose algo más que los ojos, quería ver la lesión). Me matriculé, ilusionado, en Medicina, pero, las circustancias, el destino o,probablemente, la falta de ambición, me dejaron a mitad de camino, donde estoy, aunque, humíldemente, en lo que a entrega se refiere, no me queda ningúna lección. Gracias Don Alejandro: por el esfuerzo, por la entrega, por el ejemplo, la vocación, y el amor a la medicina y a los enfermos. Con admiración le recuerdo y deseo que esté donde merece, para los que somos creyentes: en el Cielo. Gracias de corazón. |