Encarna ENCARNA Se conocieron en nuestra boda el 26 de junio de 1980. Encarna iba invitada como amiga de Paloma. Vicente por ser amigo mío desde aquellas lejanas y entrañables jornadas del Instituto de San Martín y por nuestras correrías adolescentes sobre su vespino amarillo. Pasamos un día nupcial inolvidable que rematamos en la discoteca Cleofás, calle Goya, muy de moda por aquel entonces en Madrid. Allí bailaron sus primeras canciones lentas. Y ya, en la madrugada, les sorprendimos lanzándose tiernas miradas furtivas que denotaban el imparable inicio de su amor. Encarna tenía una mirada expresiva, que dirigía directa a los ojos de sus interlocutores, su cara albergaba una expresión satisfecha, radiante, como de permanente felicidad. Vicente, desde que nació, sigue siendo un hombre bueno. La puerta de su “sede” en Manuel Becerra, siempre estaba abierta a todo aquél que fuera a visitarle, que éramos legión. Nunca nos faltó su invitación ni su alegría al ver aparecer a sus paisanos o amigos. Muchos de mis viajes procedentes de Argel tenían como primer destino la cafetería Seny para darle mi primer abrazo y tomar las primeras cervezas, mientras intercambiábamos las últimas novedades acontecidas en mi ausencia. Igualmente era obligada la visita por San Isidro, al salir de los toros. Más de una vez nos fuimos a acostar casi al alba, entre sonrisas, parabienes, amistad y… sus sempiternas recomendaciones de prudencia y educación, que nunca olvidaba repetirnos. Cuando volvimos de Argelia, la primera boda a la que asistimos fue a la suya. Durante la ceremonia el sacerdote tuvo el bonito detalle de recordar que se habían conocido en el enlace de unos amigos, Paloma y Miguel. Años después, dos hijos, Carolina y Carlos, vinieron a incrementar la felicidad de Encarna y Vicente. Un día del Cristo cadalseño vi a Carlos tocado con la camisa de La Muñana de su padre. Y Vicente no disimulaba su emoción y su orgullo por el hijo muñanero largamente querido. Una de esas noches festivas le comenté a su hija, Carolina, los valores humanos que atesoraban sus padres, cerca Encarna hablaba dichosa con Paloma. Vicente, discreto siempre, nos miraba alejado unos pasos, gratamente sorprendido. La chica se emocionó por mis comentarios y, sin poder contenerse, rompió a llorar. Su padre se acercó solícito, emocionado también, y rodeo a su hija con sus brazos transmitiéndole su infinita ternura mientras le hablaba con amor: “No llores, hija, Miguel es un buen amigo, pero posee una rara habilidad para decir las cosas a la gente a la que aprecia que acaba dejándote desmadejado por la emoción”. Y allí nos quedamos todos suspendidos, flotando, en una emoción. Por las rendijas del corazón se nos iban introduciendo, suaves y aterciopeladas, las notas musicales que llegaban desde La Corredera. En Nochebuena, al terminar la cena, cuando todos nos transmitimos deseos de paz, solidaridad, cariño, alegría… se nos marchó Encarna a un lugar donde seguir repartiendo felicidad y amor. Vicente y sus hijos la abrazaron entre sollozos y él tornó a acariciarlos con su inmensa ternura, sosegándoles y pidiéndoles entereza y valor. Se fue la mujer, la madre, la persona buena que era. Las lágrimas que ahora nos brotan nacen de los mismos corazones, pero no aparecen por la misma razón que nos florecían en las Fiestas Cadalseñas. Y es que se nos ausentó Encarna con una sonrisa adornando su rostro y con sus labios susurrándonos: Feliz Navidad. |