Cadalso de los Vidrios - Madrid

SESIÓN CONTINUA

¿No os acordáis? Siempre era primavera en aquellas sesiones continuas de cine al atardecer, en esas películas donde las mujeres olvidan y los hombres siempre recuerdan como si estuvieran dentro de un cuadro ingenuo y enamorado. Aparecíamos en la calle con un repentino optimismo, con una euforia desconocida, con ganas de caminar sin rumbo toda la noche, charlando por los codos, locos de abril, resucitando los crepúsculos rojizos de cinco o seis años atrás que prologaron aquellos primeros besos con sabor a guindas y zarzamoras, cuando hacíamos primero de jazmines y penúltimo de infancia, añorando los jerséis anudados eternamente a la cintura del país de las vacaciones, con una brizna inolvidable en los labios y dibujando mayo en la mirada y septiembre en el corazón de ella, mientras los primeros cubatas del estío nos animaban a bailar las lentas en los guateques con tu cara pegada dulcemente a un sueño. No me digáis que no vivíamos todos dentro de una película en cinemascope. Lo que no es nostalgia es imitación, decía un guionista de esas películas.

Salíamos del cine Condestable desenterrando también esa tormenta de melancolía que, ¡ay!, nunca ha superado nadie. Te brotaba tontamente cuando te hacías el encontradizo en la calle con la chica que te gustaba y ella ni siquiera te miraba, aquélla a la que le salían al reírse unos hoyitos en las mejillas pasaba cruelmente de ti. Pero, en cambio, tú seguías abrigando esperanzas; jamás olvidaste el día en que fue castigada por sus padres, quién se acuerda hoy del motivo por el que no la dejaron ir al baile al aire libre que se celebraba en la plaza por ser las fiestas del pueblo, la noche de los fuegos artificiales, la noche de la noria, la noche de los coches de choque, la noche del tiro al blanco con la escopeta de perdigones que tenía el punto de mira un poco desviado para que no le atinaras a las bolas de anís de colores, la noche en la que todos gritaban y sonreían, la noche, en fin, que armado de valor ibas a decirle a aquella muchacha (que olía a helado y pinos) que la querías para siempre porque tu futuro pasaba por su corazón.

Veréis, una vez encontré una mujer semejante cien años después. Yo estaba ligeramente triste, llovían aquella noche gotas de abatimiento y permanecía replegado en mí mismo intentando descifrar el misterio de mi vida. Se llamaba… Qué importa. Era buena, amable, generosa y con su mano acariciaba la mía cuando observábamos emocionados el pendulear de las estrellas colgadas del cielo. Me parece que no era muy alta pero sí muy bonita y tenía un temblor en su mirada que te hacía saber que era íntegra y noble. Nada más verla la conocí en el horizonte de una tarde salada de verano, nos pusimos los cascos de guerra y sin tregua nos herimos de amor como era menester. Me hablaba del mar y su encanto desconocido y a lo mejor, ahora, todavía me quiere cuando me recuerde. Desapareció en silencio. Sin tiempo para descubrir si era cierto lo que ella contaba que decía el viejo Sócrates, aquéllo de que el amor era lo único que él comprendía, sin averiguar si me habría gritado al reparar que había dejado la ropa abandonada junto a la pena y los zapatos la noche anterior, sin saber si nos hubiéramos amado los atardeceres frente al mar, si me hubiese seguido acariciando el pelo como aquella noche que llovía tanto y se dejaba oír el viento contra la ventana…

A veces retrocedo a ella, a esa borrosa zona del tiempo donde la memoria ríe con escozor y devasta el alma mientras negocias con los recuerdos para que no te hagan daño. Fue para mí la verdadera historia de amor, aquélla que no termina por sí misma, que no ha sufrido el contagio de la rutina y que nos consuela a las mujeres y hombres que, como yo, libramos grandes batallas de amores cabalgando sobre Rocinantes por los campos de las imaginaciones más hermosas. Son combates de los que salimos malheridos, sufriendo la ausencia de luz por todas las esquinas porque muchas veces, y a diferencia de lo que pensaba el entrañable Sócrates, no se comprende fácilmente el amor: el que ama no está libre de zozobra. A pesar de todo, seguirás esculpiéndote en el pecho la frase de Manuel Alcántara que dice: “Desde que sé que tu aliento se ha quedado por el aire, estoy bebiendo los vientos”. Y es desde entonces, más o menos, que estoy tocado por una historia de amor que no he podido quitarme de encima. Es mi sino, nuestro sino.

No es consciente de lo que hace de nosotros con sus escritos. GRACIAS de nuevo.

¡Qué cosas tan exageradas me dice, "cala2"! En todo caso muchas gracias. Sus comentarios vienen cubiertos con tanto cariño y sinceridad que se me cuelan directamente en el corazón.
Saludos

Si, cala2, es consciente, convicto y confeso; esta condenado a perpetuidad para seguir delitandonos.

Ja ja ja... "Furtivo" eso es.
Ya lo lees, "Comprensión", a seguir deleitándonos con tus escritos, pues tienes unos cuantos lectores esperando una nueva entrega.

DA GUSTO LEER ESTOS ESCRITOS.SE LE PONE A UNO LA CARNE DE GALLINA. UN LECTOR MAS.

tu no sabes lo que es eso

"....que olía a helado y pinos....". Le pido permiso para citar su
frase. Porque, también para mí, para muchos creo, muy pocas cosas
tienen aromas tan intensos y tan definitorios de una época, hace tiempo pasada (en el calendario, no en el alma, en la cual estos recuerdos no caducan nunca, todo lo contrario, nos la moldean).

Gracias por su esfuerzo, por su tiempo.