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Cadalso de los Vidrios - Madrid

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España > Madrid > Cadalso de los Vidrios
20-01-09 13:41 #1658668
Por:comprension

Lumbres y Mares
LUMBRES Y MARES DE CADALSO

El mar siempre ha poseído una fascinación misteriosa para los habitantes del interior. Mi relación infantil con él se circunscribía solamente a la contemplación de postales de ciudades marineras y de una foto de unos tíos míos bañándose en la playa de Málaga, y otra de mis padres regresando en avión de su viaje de novios a Valencia (imagino que se bañarían, digo yo). No obstante, guardo infinidad de recuerdos juveniles sobre leyendas, aventuras o de simples imaginaciones que tenían como principal protagonista el mar y que las gentes de mi pueblo referían al abrigo de la lumbre los eternos anocheceres de invierno, aquéllos en los que nunca había prisa para nada porque no existía nada mejor para entretener el tiempo que oír y contar historias, darle rienda suelta a una imaginación que pugnaba deseosa por ser satisfecha. Nos sentábamos en corro frente a la lumbre, los niños como yo a los lados del fogón coronado éste por una chimenea humilde que inspiraba humo y cuentos por igual. De cuando en vez los mayores nos pedían que les alcanzáramos con las tenazas un ascua incandescente para encender el cigarrillo que liaban parsimoniosos ante la mirada sorprendida y atónita de los más pequeños. Tomaban aliento con las chupadas del cigarro y reanudaban incansables sus narraciones mientras la mujer de la casa atizaba el ascuarrir o alimentaba con leña el fuego. Nuestras caras se ponían rojas como el tomate y no sabíamos si era debido al calor o al reflejo de las llamas, o quizá fuera la causa de ello la timidez infantil o el desasosiego de lo escuchado… ¡Vete tú a saber a estas alturas qué era lo que provocaba en nuestros semblantes suaves y tiernos aquellas “subidas de pavo”!

Oíamos cosas que nos inquietaban, ya fuera por el temor o por la satisfacción maravillosa que generaban en nuestros subconscientes, todas se proyectaban a las duermevelas de las frías noches arrebujándose entre mantas y pensamientos. Era como una suerte de espectáculo mágico, un sortilegio que nos elevaba y nos transportaba a lugares hasta entonces desconocidos por nosotros. La felicidad y el miedo marchaban de la mano, aunque fundamentalmente llamaba mi atención la truculencia de algunos relatos que los mayores no nos omitían aun a sabiendas de la desazón que tamaños desafueros originaban en nuestros pequeños espíritus. Únicamente un mayor, Alfonso se llamaba, les reprochaba a los demás que nos atemorizasen de esa forma. Era un ser sensible, discreto y muy instruido por esos libros que leía incansable a cualquier hora y en cualquier lugar del día. Incluso leía sobre su borrico cuando venía del campo acompañado de su perro, componiendo los tres una escena de una plasticidad insuperable que se recortaba melancólicamente por la carretera al atardecer. Ponía música en una vieja gramola, notas instrumentales muy distintas a las que yo escuchaba en la radio en “Peticiones del oyente”. Una jornada primaveral le pregunté sobre aquella música y él, pacientemente, me comparó la similitud de los cantos de los pájaros que enriquecían esa mañana el campo, con los trinos que brotaban en ese mismo instante de su disco. Pero no me dijo más, tornó a escuchar absorto mirando el infinito y yo me quedé más perplejo que al comienzo, sin saber apreciar bien la diferencia entre cantos, trinos y sinfonías.

Antes de hablar de Alfonso, lo que yo quería comentar es que las viejas historias que oíamos no serían bien vistas por los padres actuales. Supongo que les hubieran advertido a nuestros narradores que esos cuentos delirantes podían acarrear a los niños un trauma para los restos, algo parecido a una depresión infantil de consecuencias futuras imprevisibles e irreparables. En cambio ellos -los mayores, claro- y nosotros lo veíamos normal; en todo caso –ya digo- algo inquietante por lo que decía Alfonso de que podíamos pasar en vela la noche, nada grave por otra parte. Lo realmente penoso y preocupante de esa época era que tus padres no pudieran darte de comer adecuadamente. El resto… el resto eran “mariconadas”, decían ellos mientras adquirían un aire a medio camino entre la suficiencia y la advertencia: “Te daba así, mocoso…”, y amenazadores levantaban el brazo con la mano abierta y girándose sobre sí mismos. ¡Cuántas cosas raras les pasan a los niños de ahora que desconocíamos los de entonces!

Si navegas en día soleado y calmo no dejes de mirar fijamente la superficie del mar, aconsejó Enrique que sirvió en Infantería de Marina en Bilbao. Verás que el sol choca contra las aguas formando autopistas acuáticas y luminosas, semejantes a las pistas de aterrizaje de los aeropuertos, flanqueadas a ambos lados por unos luceros diurnos que brillan rutilantes al contacto del sol con las crestas de las olas, como lo hacen durante las sobrecogedoras noches cadalseñas los luceros nocturnos colgados de la bóveda del cielo. Observa con los ojos de los niños, que todo lo miran y todo lo admiran (como Don Quijote), y descubrirás como dependiendo del lugar y de la transparencia, el tono de las aguas asume distintos colores: verde mar, azul marino, gris perla, negro enlutado… Bucea confiado y hallarás al capitán Nemo comandando el submarino Nautilus y a auténticos reinos sumergidos con su rey Neptuno dominando sobre castillos picudos, sirenas insinuantes, corales de ensueño, peces multicolores, colinas verdosas, simas traidoras, suelos resbaladizos y cielos llenos de lágrimas.

No olvidéis que cuando llega la noche, apostilló alguien que puso cuando menos una mirada tenebrosa, surcan los océanos depravados y sanguinarios piratas con pata de palo, parche en un ojo, garfio en la mano derecha y sempiterna embriaguez escandalosa. Ocasionalmente y entre sonoras carcajadas, acaban enamorados de la reina del burdel más cutre de un puerto olvidado del Hemisferio Norte y la abandonan a su desconsolado destino llevándose su nombre tatuado en el brazo. Se hacen a la mar acompañados de un loro parlanchín bajo un pabellón negro con calavera pintada sobre la cruz que forman la tibia y el peroné de su jefe desaparecido en el Caribe, después del último abordaje a un galeón español que transportaba oro de Potosí. Pero además de ellos, insistió, emergen monstruos marinos aterradores acompañados por hembras serpenteantes y mojadas que cambian los pulmones por branquias latentes llamando al Apocalipsis oceánico y destructor. ¡¡¡Ufff!!! Esto último acabó por descorazonarnos y nos quitó las ganas de conocer el mar, de remar y ni tan siquiera de nadar. El tío “Chiribitas”, que además de cadalseño era de los últimos de Filipinas y que bogó por esos mares algún tiempo, nos tranquilizó riéndose de las exageraciones del tipo de mirada sombría y ridiculizó su ignorancia marítima y humana. Felipe aventó cualquier temor que pudiera quedarnos al respecto cuando dijo con expresión dulce que la primera vez que se enamoró estaba junto al mar. Ocurrió en el malecón de un puerto del Cantábrico, después de darle un beso con sabor a salitre a una chica surcada por infinitas y bellas marejadas interiores, mientras su más hermoso verano adolescente se iba desvaneciendo sin remisión. Alfonso contagiado por la bonita confidencia agregó que cuando se recluye en sí mismo buscando serenidad, siempre se imagina en un apacible día de fina lluvia otoñal y huérfano de desamores, caminando lentamente y mirando distraído la arena de una playa del norte coronada de acantilados arbolados. Siguió un rato de silencio sin que nadie pronunciara palabra alguna, sólo roto por la expresión: “Ha pasado un ángel…” de la señora de la casa.

Cuando vi por primera vez el mar me quedé obnubilado. Aconteció en Torremolinos, lo divisé desde la novena planta de un edificio de apartamentos. Se me grabó la inmensidad del agua y del cielo que a lo lejos se confundían con la bruma mediterránea, varios veleros se encargaban de poner una nota encantadora al paisaje. Y también, de madrugada, la luna rilando sobre el mar y estremeciendo algún entrañable corazón enamorado. Jamás olvidaré la perspectiva que tuve del mismo desde un avión una tarde de septiembre. La imagen me acompaña desde entonces -y para siempre- formando parte de lo más íntimo y conmovedor de mi vida. Son esas caricias imperecederas que se morirán con uno latiendo y marcando tu existencia de emociones. En Barcelona, haciendo la mili, ya no fue igual, contemplaba el mar y no produjo en mí ninguna sensación especial. Sería la edad que te hacía ir deprisa a todas partes, sería esa etapa sin enamoramiento ni perspectiva de él en lontananza o quizá fuesen las experiencias de entonces las que desdibujaron aquella memoria náutica. Por el contrario, una noche en la bahía de Argel, calafateando nostalgias cadalseñas, me sobresaltó la mezcla desgarradora de fuegos artificiales, del mar bonancible y las composiciones sinfónicas de “Música para los Reales Fuegos Artificiales” y “Música Acuática” de G.F.Händel. Aquella combinación dejó honda impresión en mi alma. Aún hoy al rememorarlo se me ponen los pelos de punta, el corazón en un puño y los ojos vidriosos. Nada que ver con la presencia de buques de guerra de la OTAN efectuando el relevo de sus mandos en una dársena del puerto de Alicante una mañana de julio. Y es que la vida es un contraste inagotable.

Sin darnos cuenta se nos fueron aquellos mayores, aquellas lumbres y aquellas noches cadalseñas impregnadas de amor. Desolados Paloma y yo admiramos al atardecer un cuadro marinero de un pintor valenciano, creo recordar que se llamaba Gisbert, en el museo alicantino MUBAG. Acaban de llevarse a su hijo muerto. El padre tiene la mirada perdida junto a la lumbre y apoyada la cabeza sobre sus manos; la madre, transida por el dolor, agarra con fuerza una sábana blanca que cubre una mesa en el centro de la pieza. En su violento arrebato arroja del mueble los jarrones, el agua, las amapolas frescas, los retratos del hijo y todo lo que podrían haber sido él y sus noches bellas en el futuro. ”Solos”, aparece escrito con una fecha en la parte inferior derecha del lienzo. Amargamente solos en alta mar, recluidos para siempre en el recuerdo del hijo. Patetismo, tristeza, coraje, la vida en estado puro. El arte desgarrador que viene a abrazarnos, a sobresaltar los cimientos de nuestro sentimiento más humano. Nos alejamos pero nos imanta a los dos y volvemos asombrados, sobrecogidos, maravillados… Y es que es cierto, ¡SI!, que del tejado se cuela un haz de luz, como de esperanza… De las paredes de la sala penden infinidad de cuadros de reconocidos artistas con decenas de santos, catedrales y paisajes. No nos interesan. Nos arrebata un cuadro inundado de tristeza y ternura de un pintor casi desconocido. Es nuestro arte, nuestro sino, ese que nos conmociona, que se te mete por las venas y te hace ver lo que pasa en los espejos y en los corazones de las personas cuando nadie los mira. No entiendo ningún otro arte que no sea capaz de emocionarnos, de vaciar de contenido nuestro lado más ingrato y ayudarnos a ser mejores caminando en nuestra compañía.

Paloma y yo recorríamos el otro día en un barquito el litoral levantino. Apoyados sobre su barandilla no cesaba ni un instante de reflexionar sobre estas cosas. “¡Ya está!”, susurré para mí. Era “Primavera”, de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, el concierto que escuchaba Alfonso aquella mañana en que le abordé y me explicó el recital que tenían montado los pájaros de Tórtolas y los de su disco. Ahora vuelvo a ser feliz apreciando y saboreando de nuevo sus enseñanzas lejanas. Advierto que en el palo de mesana algún gracioso ha tenido la feliz ocurrencia de izar la bandera pirata junto a la española. Me invade en ese momento una euforia interior indescriptible que me hace exclamar mirando a lo alto: “Muchachos, ¡Ya tenemos tema para nuestra próxima cita nocturna!”












Puntos:
21-01-09 08:46 #1662222 -> 1658668
Por:FURTIVO

RE: Lumbres y Mares
Cuanto nos costaba, a los niños de entonces, conocer la mar; quizas por ese motivo, la mayoria, nos enamorábamos perdidamante de ella. Particularmente me gusta más "La Mar" me enamoro más facilmente si es femenina, envolvente, sinuosa.
Cuanto cuidado se tiene que tener con los niños de ahora, como tú dices,las historias que nos contaban, antaño,pueden crear traumas, etc, hasta eso nos costaba, tener traumas, quizas por eso somos felices con tan poca cosa, un recuerdo, una sonrisa, una historia de las de antes,la charla con un amigo,el recuerdo de los los pajaros y la "Primavera sinfónica",un paseo por la mar o ,simplemente, mirar al cielo.
Sigue insertando tus escritos, para los cortos de "pluma" como Yo, nos sirven de ejemplo y acicate.
Un saludo.
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