Villalquite - Leon

Rajoy, sin garantías
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ANXO GUERREIRO

HACE tiempo que el PP está dispuesto a todo -incluido el juego sucio y el deterioro del sistema democrático- con el fin de recuperar el poder. Pero la comprensión, cuando no la complacencia, mostrada por el partido conservador hacia las inadmisibles declaraciones del teniente general José Mena Aguado sobrepasa todos los límites aceptables en una democracia. Porque Mena no sólo ha vulnerado la Constitución y las Reales Ordenanzas, que obligan a los militares en activo a mantener una estricta neutralidad política, sino que, en una inaceptable interpretación del artículo 8 de la Constitución, reclamó para las Fuerzas Armadas competencias que corresponden exclusivamente al Tribunal Constitucional, e insinuó la posibilidad de una intervención del Ejército que sólo puede producirse por orden expresa del Gobierno. Y aun en ese caso, se necesitaría la previa declaración del estado de alarma, excepción o sitio debidamente autorizados por las Cortes Generales, tal com o contempla el artículo 116 de la Constitución.

La ambigüedad mostrada por el PP con motivo del pronunciamiento del jefe de la Fuerza Terrestre invalida a la actual dirección conservadora para encabezar una alternativa de gobierno en España. Al no ofrecer las suficientes garantías democráticas, Rajoy sólo conseguirá volver a estrellar el tren popular en la misma piedra que lo hizo descarrilar el 14-M. Tampoco parece que el presidente del PP haya tomado nota de la experiencia ajena. En 1996, el PSOE perdió las elecciones generales por un escaso margen, lo que permitió a Felipe González despedirse de sus seguidores afirmando que le había faltado una semana o un debate para alzarse con la victoria. Aquella noche se acuñó el concepto de la derrota dulce. Pronto pudo comprobar el PSOE que no existe semejante cosa. Incapaces de asumir sus errores, los dirigentes socialistas, con González y Almunia a la cabeza, no hicieron más que agudizar la crisis de su partido, conduciéndolo a la contundente derrota del año 2000. Fue preciso que transcurrieran ocho años, y que se acometiese un completo cambio generacional para que el PSOE pudiese ejercer de nuevo responsabilidades de gobierno.

No parece que Rajoy haya sacado ninguna enseñanza de una experiencia tan próxima. Al contrario, da la impresión de estar dispuesto a repetirla. Al dar continuidad al aznarismo y asumir como propio el núcleo duro del equipo de su predecesor, va camino de convertirse en el Almunia del PP, y como aquél conducirá a su partido a una derrota estrepitosa.

Seguramente sea éste el peaje que debe pagar la derecha española para poder renovarse y desembarazarse del los tics autoritarios que todavía la lastran gravemente.