Valderas - Leon

Hoy me ha pasado una cosa de lo más extraordinaria. Pa que luego digan que los milagros no existen. Un joven, ataviado con delantal y portando una tartera de pereruela, se me acercó a mediodía y me dijo: “Es para usted, señor Genarín III. Un señor que ayer estuvo comiendo en nuestro restaurante ha dado orden de que le traiga una ración de conejo idéntica a ésta hasta el día 22 de mayo”. Destapó la tartera en el banco mientras del bolso del delantal sacaba, cual mágico prestidigitador, una botella de vino de Cuestasbuenas y un panecillo. Me quedé pasmao, pero el chico enseguida apremió: “Venga, venga, que todavía me quedan cuatro mesas que servir y he de llevarme la tartera”.
Mientras bebía pa ir entonando el cuerpo un tragín de vino le pregunté quien era ese mandatario que había tenido el detalle. “¿Obama? ¿El papa Benedicto? ¿El Rey, tal vez? pero él negaba con la cabeza. “Ah, ya sé, ha sido cosa del alcalde, que como ha oído que me he quedado in albis me quiere hacer la gracia”. “No señor, el alcalde tampoco ha sido”. “¿No, eh, pillín?” porfié, “Lo que pasa es que no quieres soltar prenda”, “No y no”, dijo rotundo. Entonces me acordé, mientras me llevaba una patica de conejo a la boca, de la conversación que había oído el otro día a dos mujeres que decían que al alcalde tampoco le debía quedar un chavo después de invitar a comer al Rebeco el día de Santa Cruz al periodista ese, Pery Repollo, y así desviar su atención y que no se fijara en lo que ponía la pancarta.
Pero como seguía de lo más intrigao, después de coger una tajada de momio, volví a la carga y le pregunté al camarero cómo era el hombre que me estaba haciendo el agasajo, más que nada por agradecérselo, si me topaba con él: “No es ni rubio ni moreno, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgao, vamos, que puede pasar por uno de esos viajantes de comercio que nos visitan por docenas todos los días”. “Anda, bribón que si hubiera sido una pivita bien que te hubieras fijao”, pero nada, ni por esas entraba al trapo. Así que agotados todos mis recursos, renuncié definitivamente a saber quien era mi ángel salvador y con el cachico de pan que me quedaba me empleé a fondo en arrebañar el moje de la tartera hasta dejarla niquelada, bebí el último culín de vino de la botella y solté, me pasa siempre que como bien, un eructo de lo más digestivo que hizo que el camarero saliera de estampida. “Mañana”, me dijo alejándose y casi gritando, “si quiere comer caliente, a esta hora y aquí mismo”, “Oiga, muchacho, espere”, “¿Qué” “¿No pue ser bacalao en vez de conejo, más que nada por variar un poco y no acabar estragao?” “Si el señor dijo conejo conejo todos los días, o se cree que aquí somos el Cottolengo del Padre Alegre’’.
Me tumbé en el banco dispuesto a dormir una siesta pero se me ocurrió pensar que iba a pasar después del día 22 y la fastidié, ¡Mira que si se acababa el mundo y este festín que ahora me hacían era una compensación divina por todo el hambre que había pasado! Y pa espantar los malos pensamientos me concentré en lo que haría esta tarde después de siesta: Podría ir al mitín o disfrazarme de mujer y colarme en la reunión extraordinaria de AMUVAS que promete ser interesante, pues según comentaron también las dos mujeres dimiten dos socias de la directiva. Y ahí estoy, dándole vueltas, la mar de indeciso.