Valderas - Leon

En estos días blancos y grises de enero, que tanto llaman al recogimiento y al sosiego, me he animado a hojear algunas páginas del libro de la Historia de Valderas que el Padre Albano escribió durante el año 1966. Admito que nunca me gustó demasiado ese libro. Por fin, ya conozco el motivo: yo no estaba preparado para apreciar su contenido, ni el esfuerzo y el cariño que su autor puso en él. Ahora, con el paso del tiempo, le miro como si tuviera una joya entre mis manos. Como él dice en su dedicatoria inicial, deseo que Dios le haya premiado sus esfuerzos y que todos los valderenses no se los olvidemos.
Cuando el Padre Albano publicó su libro, en el año 1968, Valderas estaba pasando por uno de sus mejores momentos: se ultimaban las obras del Colegio Libre Adoptado o Sección Delegada (el instituto) y el agua corriente y el alcantarillado habían llegado, por fin, a casi todas las viviendas del pueblo. Ya sólo algunos recuerdan lo que significó aquello para Valderas. Las idas y venidas, con pesados cántaros, de las mujeres y de los niños, acarreando agua desde las fuentes del pueblo y desde el cañoteja, el trajín con pozaletas de ropa sucia hasta el rio, los golpes contra los tajos levantando la ropa humeda sobre la cabeza, el frio atroz que dejaba muertas y doloridas las manos, y el hedor insoportable a excrementos y basuras de todo tipo en numerosos lugares del pueblo, que hacían recordar tiempos medievales, comenzaban a perderse en la memoria.

-Eh tú, chaval, vete corriendo al estanco y me traes un puro. Dile que es para el alcalde.
- Lo que usté mande Don Octaviano.
-Que dice el señor alcalde que quiere un puro.
-Aquí tiene usté el puro, señor alcalde.
-Muy bien, chaval, si que has corrido,si... Toma un real de propina y te vas a comprar un pirulí.

Yo no viví ese tiempo que tan lejano parece pero que no lo es, en que las mujeres de Valderas iban con sus pozaletas de cinz a lavar al río, las casas se iluminaban al oscurecer con carburo, salvo que se esperara a que amaneciera al día siguiente, la gente se movilizaba en burra a los mercados cercanos y las necesidades se hacían en un rincón apartado del corral, pero no me cuesta demasiado imaginar como era la vida hace sesenta o setenta años porque lo he oído contar muchas veces en mi entorno y eso, Panduro, es el legado que yo debo a mi familia como supongo que el que más y el que menos debe a la suya. Es el legado de nuestras pequeñas historias familiares que sumadas hacen la memoria colectiva que debemos, yo al menos estoy convencido de ello, preservar porque ellas son nuestro origen, nuestra seña de identidad en esta sociedad tan compleja que nos ha tocado vivir.

Cada día admiro más a esa generación que alguién denominó la generación del silencio, yo más bien diría que silenciada, de nuestros padres, haciendo economías de equilibrista para procurarnos una vida mejor que la que ellos tuvieron. Y a veces les digo, medio en serio, medio en broma:

-Si es que os ha tocado todo lo malo.

Y ellos contestan "Sí" o "Ya ves" o se encogen de hombros como queriendo decir "Era lo que había". Y es verdad, era lo que había. Las cosas en aquellos tiempos en blanco y negro no tan lejanos eran bien simples: Se iba a respigar porque había que respigar, se cenaban patatas solas porque no había otra cena, se iba a misa los domingos porque nadie (casi nadie) osaba exponerse, si faltaba, a ser señalado con el dedo implacable de don Bautista desde el púlpito.

Hoy los tiempos han cambiado, no es que sean ni mejores ni peores, son distintos y ellos, nuestros padres, también son distintos a como eran, pongamos por caso, hace cuarenta o cincuenta años. Pero creo que algo de su fortaleza de entonces, (nuestros padres, yo al menos así lo creo, de alguna manera o de muchas fueron supervivientes), se mantiene inalterable en sus vidas.

Hoy he vuelto a pensar en aquellas mariposas de alas blancas, en saltamontes inmóviles clavados en las pajareras, en un botijo a la sombra de un carro, en una mula sacudiendo las moscas, en un hombre aparvando la trilla, en una mujer barriendo la era, en nubes de vencejos oscureciendo el cielo…
Caía la tarde.