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ULTIMO POTRO

Poblacion:
España > Leon > Valbuena de Roblo (Crémenes)
ULTIMO POTRO
Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia,
una de las definiciones de potro es: “máquina de madera que sirve para sujetar los caballos cuando se resisten a dejarse herrar o curar”.Mientras que herrar sería: “ajustar y clavar las herraduras a las caballerías, o los callos a los bueyes”. No cabe la menor duda de que estos sesudos académicos jamás se pasaron por Valbuena o pueblos similares, para incluir en su certera definición a las sufridas vacas que sistemáticamente eran herradas (por suerte) para ser utilizadas como imprescindibles animales de tiro. Los montañeses tenían algunas cualidades y una de ellas era,ahorrar hierba (costaba mucho
recogerla para el largo, nevado y frío invierno) alimentando al animal que a su vez utilizaban para dar leche, carne, crías y tirar de los carros, arados, etc. Y éste no era ni más ni menos que la vaca.
Nuestra sufrida vaca, parda alpina en muchas ocasiones, que reducía su producción de leche cuando tenía que realizar pesadas labores de tiro y que hasta pocos días antes de parir y no muchos después de hacerlo, se veía enganchada al duro yugo, para así contribuir en la difícil tarea de desterrar la miseria de los pueblos. El ser humano (“animal generoso” donde los haya) para compensar su esfuerzo, le proporcionaba, a la vaca, un hermoso calzado, generalmente en las patas delanteras: los callos.
Estos “zapatitos” de metal que se clavaban en la planta de la pezuña externa del animal, le servían para pisar más seguro y evitar cojeras que mermaran su
imprescindible rendimiento.
Pero el “animal”, aunque animal, nuca fue tonto y en más de una ocasión se rebelaba contra este calzado externo que lo predestinaba a realizar más esfuerzos de los habituales. Por eso, la más clásica labor de herrado, en
la que una persona aguanta la pata del animal (fuese éste vaca, caballo, buey, mulo, etc.) mientras otra (generalmente más hábil) le colocaba el callo con precisión; resultaba pesada y hasta peligrosa en ocasiones. Y aquí es donde interviene este artilugio llamado potro.
Aunque existen diferencias importantes
en las formas, tamaños
incluso materiales, dependiendo
de la región española en
la que nos centremos; aquí nos
fijaremos en los potros de nuestros
pueblos de la montaña oriental
leonesa. Éstos tenían unas
partes básicas y comunes, que
eran:
- Cuatro postes de madera
(mejor de roble) verticales y bien
fijados en una base llana del
suelo, de forma rectangular.
- Cuatro traviesas superiores
horizontales que unen los postes
verticales. En las dos que enlazan
los postes delanteros con los traseros,
se solían enganchar las
cinchas, sogas o similares que
servían para sujetar al animal y
levantarlo ligeramente del suelo.
- Uniendo los dos postes delanteros
y a una altura media, una
pieza con forma de yugo donde
se fijaba el cuello y cabeza del
animal.
- Del suelo y también en la
parte delantera, otras dos piezas
en cuya pate superior se habían
hecho unas muescas para asentar
debidamente la rodilla doblada
de la vaca u animal a
herrar.
- En los más sofisticados, en la
parte superior de los postes traseros,
existía un travesaño para
sujetar el rabo.
- En muchos casos, para preservar
las maderas del agua, la
nieve u otras inclemencias del
tiempo, la estructura fundamental
del potro se cubría con un
sencillo tejado, donde la teja roja
hacía juego con la de las casas
del pueblo.
Éste no fue el caso del último
potro de Valbuena, que siempre
permaneció desguarnecido para
mejores ataques de torvas, ventiscas,
nevadas, heladas y demás
lindezas con las que nos obsequia,
gran parte del año, nuestro
severo clima de montaña.
Recuerdo aún varias de las escenas
que formaron la película de
la construcción de una de las últimas
obras públicas comunales
de nuestro pueblo (que no tiene
poco mérito). Los hombres, algunos
ya mayores (superando los
60 años), habían subido a la
Mata, el monte de roble que tenemos
al norte del pueblo. Sus
“armas” eran las de antes, las de
toda la vida hasta la aparición de
las motosierras: el hacha, el tronzador
y algunas sogas para arrastrar
los pesados troncos. En el
pueblo, de vez en cuando, se escuchaban
poderosos golpes de
hacha y potentes voces masculinas
advirtiendo de la caída de alguno
de los robles seleccionados.
Pasadas las horas, cuando los
troncos estaban cortados y preparados
para el descenso, veíamos
la hilera desordenada que
formaban en la bajada Pepe, Néstor,
Goyo, Leoncio, Lorgio, Carlos
y Mino (y que me perdonen si la
memoria me hace olvidar a alguno).
Tiraban de los troncos con
sus propias manos, siempre lo
habían hecho así en el monte,
cuando bajaban la leña y cuando,
antes, mucho antes, habían preparado
las carreterías para ir a
Campos. Sudaban, se paraban,
reponían fuerzas y continuaban
hasta el Canto de la Nogal. Allí
estaba el destino final, en un rincón
apartado, encima de la presa
y debajo de la Sierra del Pueblo.
Después vendría la labor más
técnica, menos cansada, quizás,
pero la que requería toda la sabiduría
que había aportado los muchos
años que llevaban herrando
con potro o sin él. También eran
estos hombres (unos más que
otros) expertos carpinteros con
rudimentarias herramientas (el
serrucho, la zuela, las limas, el
cepillo…) que les habían ayudado
en la difícil tarea de sobrevivir
cuando los tiempos eran de vacas
flacas. Con ellas habían construido
arados, rastros, horcas,
viendas, viendos, escaleras,
puertas, ventanas, taburetes,
cunas, andadores y hasta carros.
¿Cómo no iban a ser capaces de
hacer el último potro?
Por suerte o por desgracia, pasada
esta década de los setenta,
se fueron dejando, progresivamente,
de herrar las vacas. Aparecieron
algunos tractores o
carrocetas, desaparecieron ganaderos
y brazos para trabajar el laborioso
suelo de Valbuena. Y el
potro, que no tuvo excesivo uso
(posiblemente llegó una década o
dos tarde), fue quedando olvidado,
solitario y hasta medio cubierto
de zarzas, hierbas y ramas
que pretendían tapar un pasado
no muy lejano, pero sí muy extenso,
que algunos no queremos
olvidar.
Tampoco podemos ni debemos
dejar en el olvido a esos hombres,
nuestros padres o abuelos,
que fueron capaces de darnos un
ejemplo en lo que fue un buen
trabajo comunal y gratis.
COPIADO DE REVISTA SALAMON
Enviado por: carlos77 | Ultima modificacion:05-06-2010 14:08
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