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Santa María del Páramo - Leon

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España > Leon > Santa María del Páramo
30-01-11 14:57 #6966803
Por:mari 1

CARMEN POSADAS
Carmen Posadas


¿Popeyes? No, gracias






Es curioso este asunto de las modas y cómo de pronto se introducen en nuestras vidas cánones estéticos que antes nos parecían absurdos, feos e incluso algo inquietantes.
Un ejemplo de esto es la depilación masculina.
Ahora los tíos van más pelados que gusanos, estética que no va nada conmigo, la verdad, porque nunca le he visto el punto a los efebos, ni siquiera cuando tenía veinte años.

Pareja con esta estética suele ir la famosa «tableta de chocolate». Con eso estoy más de acuerdo, ya ven ustedes. No está nada mal la visión de un ejemplar de hombros anchos y piernas y brazos bien torneados, que diría un cursi.

Lo inquietante, sin embargo, es que para lograr este aspecto hay que pasarse horas en el gimnasio haciendo pesas, abdominales, flexiones y demás rutinas, lo que lleva a pensar que a un tipo que dedica tantas horas a cultivar su cuerpo de cuello para abajo poco tiempo le queda para cultivarlo de cuello para arriba... Resumiendo, lo confieso: no soy gran devota del mens sana in corpore sano. O lo soy, pero sin llegar al fanatismo.

Creo que un poco de ejercicio es bueno y agradable, pero no veo la necesidad de machacarse en el gimnasio o pulverizarse los meniscos y mucho menos aún «cultivarse» hasta convertirse en vigoréxico o en la caricatura de Popeye.
Hasta ahora nunca he proclamado muy en alto mi falta de interés por esta fiebre que nos invade. Creo que es muy peligroso decir que una no adora la gimnasia, quedas fatal.

Ya saben ustedes cómo es esto de la corrección política. En esa tiránica religión laica que hoy impera, hay cosas con las que no se puede disentir y una de ellas es el culto sin límites al cuerpo, al que ahora se ha sumado con el entusiasmo de los neófitos parte del sexo masculino. Sin embargo, tal como ocurre con los novatos, me da la impresión de que se están pasando de la raya.
Y no hablo ahora de la depilación, las mechas en el pelo, la ropa superfashion, etcétera; me refiero a esa idolatría al músculo que antes enunciaba y que -según leo- entraña no pocos peligros.

¿Sabían ustedes que detrás de esos bíceps bien torneados y de esa sublime «tableta de chocolate», se esconde, cada vez con más frecuencia, el uso de anabolizantes?

Por lo visto, en los últimos tres años se ha triplicado el consumo de estas sustancias, hasta el punto de que el dopping ya no afecta solo a deportistas profesionales, sino a muchas más personas, sobre todo a hombres. Los efectos de dichas sustancias no pueden ser más alarmantes: disminución del volumen testicular, infertilidad, síndrome de abstinencia... ¿Sorprendidos?
Esperen, porque faltan tres o cuatro perlitas: disfunción eréctil, alopecia, depresión y hasta aumento de mamas. Las autoridades sanitarias han dado la voz de alarma, pero nadie parece hacerles caso, puesto que los anabolizantes se venden falazmente como suplemento alimenticio para llevar una dieta más sana.
Desde que el mundo es mundo, el ser humano ha sido capaz de cualquier sacrificio o estupidez con tal de alcanzar la belleza máxima.

Las mujeres lo sabemos bien, puesto que desde niñas conocemos eso de «para presumir hay que sufrir». Pero una cosa es torturarse los pies con unos stilettos de quince centímetros o malgastar horas, sufrimiento y un pastoncio en distintos tratamientos de belleza (actividad a la que ahora se han sumado con entusiasmo los hombres) y otra muy distinta poner en peligro la salud.

Tal vez porque ellos hasta ahora eran ajenos a estas vanidades las han abrazado con el entusiasmo -y la temeridad- de los conversos. Pero, curiosamente, lo que ignoran todos estos adoradores del cuerpo es que, a menos que lo hagan por satisfacer su narcisismo o por gustar a los de su propio sexo, a nosotras no nos va demasiado la hiperbelleza masculina.
Y es que, así como para los hombres el aspecto físico es el primer atributo que valoran en una mujer, para nosotras el suyo no es más que una cualidad que sumar a otras a las que otorgamos mucha más importancia.
Como el coraje, por ejemplo, o su capacidad emprendedora o de liderazgo y -sobre todo- su inteligencia. Atributos, por cierto, que no se adquieren haciendo pesas.
Puntos:
31-01-11 14:21 #6972371 -> 6966803
Por:Luzdivina1963

RE: CARMEN POSADAS
Yo voy a opinar acerca de este tema.
Tengo que reconocer que a mi los hombres depilados me encantan y lo he descubierto hace poco .Exactamente en el 2005 ,mis dos parejas anteriores eran de los de : el hombre y el oso cuanto mas feo mas hermoso ¡¡¡ y yo nunca he estado de acuerdo con esto, nunca .
A mi me gustan los hombres bien cuidados ,todo en exceso es malo, todo, está clarisimo sin obsesionarse .Bueno resulta que los 2 ,(los osos) jaja que está claro que no me gustaron por su fisico sino porque me parecian buenas personas y lo eran pero descuidados para todo sobre todo para cuidar el amor , para regarlo,en fin resumiendo cuando ya convives con ellos queda lo que hay resultaron muy vacios ,dejados , y a la sopa boba a recibir y poco dar y encima peludos y poco activos .
Pues bien los mande fuera de mi vida y conoci a un hombre que encima de que se depila ,hace deporte , cuida su alimentación sin pasarse ,sin anabolizantes ,es culto ,es equilibrado, cariñoso, marca tableta , es sensible ,humano y dispuesto a dar y tambien a recibir ,en una palabra : maravilloso . Está buenisimo y es bueno, lee, estudia , trabaja y no tiene ni un pelo . Pues que quereis que os diga : Viva la madre que lo parió . Tiene defectos claro, pero vamos se me aparecio la virgen . Merecio la pena ¡¡¡ asi que a nadie le amarga un dulce .
vivan los hombres que se depilan , vivan los que hacen deporte ,vivan los hombres sensibles y cultivados por dentro . Lo ideal es un equilibrio y yo lo he conocido. Existe.
Saludos .
Puntos:
27-03-11 15:34 #7375077 -> 6972371
Por:mari 1

Re: carmen posadas
luzdivina me alegro mucho por tu chico,, a dado con una chica.... simpática , clara y que sabe disfrutar de lo bueno ji ... Guiñar un ojo
deja la Virgen descansar un poco Riendote y haznos una visitina,,con aprecio.... Sonriente saludos.



Carmen Posadas


El verdadero «efecto contagio»






Desde que un joven tunecino decidió quemarse a lo bonzo encendiendo la llama de la revolución en todo Oriente Medio, el mundo entero habla del «efecto contagio».
Muchos son los que, para explicarlo, mencionan el papel que han tenido las redes sociales, hasta tal punto que se habla ya de «las revoluciones de Facebook» y de «la diplomacia Twitter».

Sin embargo, como muy bien saben los historiadores, esas corrientes libertarias eran igualmente veloces e imparables en tiempos en los que las redes sociales estaban en pañales o ni siquiera existían.

Tal es el caso, por ejemplo, del «efecto dominó» ocurrido en Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín o, para ir más atrás en la historia, la casi simultánea independencia de los países americanos, cuyos diversos bicentenarios se cumplen por estas fechas.

¿Cómo se produce entonces este tipo de movimientos sincrónicos? ¿Cómo se ponen de acuerdo personas de países distantes y diversos para, de pronto, alterar el statu quo? Según los sociólogos, la respuesta está en la «ignorancia pluralista». Tras esta expresión se oculta un comportamiento humano tan curioso como perfectamente comprensible. Según este, la gente tiende a ocultar sus verdaderas preferencias porque cree que las personas de su entorno no piensan o sienten como ellos.
He aquí un ejemplo: en 1975, el sociólogo Hubert O´Gorman observó que la ignorancia pluralista era responsable de la errada percepción que los blancos de Carolina del Sur tenían sobre la segregación. En realidad, la mayoría de ellos estaba en contra del trato discriminatorio dispensado a las personas de raza negra, pero no se atrevía a manifestarlo.
Sin embargo, en cuanto se enteraban de que eran muchos los que pensaban como ellos, se producía un cambio radical en su actitud porque, como señaló O´Gorman, el mero hecho de saber que existe una corriente de cambio ya propicia un cambio.
En la Universidad de Princeton fueron un paso más allá y decidieron utilizar el fenómeno de la ignorancia pluralista para acabar con los malos hábitos respecto de la ingesta incontrolada de alcohol. Primero, descubrieron a través de encuestas anónimas que la mayoría de los estudiantes estaba en desacuerdo con las grandes borracheras de fin de semana, pero que no se atrevían a comportarse de otro modo por miedo a quedar como mojigatos. Una vez sabido esto, en lugar de prohibir el alcohol, lo que se hizo fue divulgar las cifras de las encuestas realizadas.

Para volver al ejemplo de Oriente Medio, podemos decir, por tanto, que en Túnez, en Egipto o en Libia la población estaba harta de los abusos de sus tiranos, pero no se atrevía a manifestarlo por miedo a no ser respaldada por sus pares.
Por eso, en cuanto se hizo patente que todo el mundo deseaba un cambio, tal deseo corrió como la pólvora ayudado, qué duda cabe, por las redes sociales. Pero no solo por ellas, sino también -o mejor dicho, sobre todo- porque la fruta estaba madura (por no decir «podrida») y solo necesitaba una mínima sacudida para que cayera del árbol.
La pregunta ahora es: ¿sirve la ignorancia pluralista como ayuda en la segunda fase de un cambio, esto es, para construir una democracia y una paz social?
La respuesta, me temo, es solo «según» o «depende». En ocasiones, como durante la Transición española, por ejemplo, el hecho de que la gente pensara que sus pares estaban de acuerdo en dos cosas: en su pavor a volver a las dos Españas y en intentar el camino de las democracias occidentales, sirvió para consolidad la democracia y la monarquía. Sin embargo,
en los países del Este que se liberaban del yugo soviético, unos pueblos, los más evolucionados, emprendieron el camino de la democracia.
Pero otros se debaten aún entre extrañas nostalgias y la siempre alargada sombra de la corrupción.
¿Qué va a ocurrir en Oriente Medio? Nadie lo sabe, pero los países occidentales harían bien no solo en ayudar política y económicamente, sino prestando atención a este curioso fenómeno de la ignorancia pluralista que está detrás de todo cambio. Sabiendo, además, que, en potenciarlo e incluso en «tunearlo», sí pueden jugar un papel decisivo las redes sociales.
Puntos:
28-03-11 09:56 #7379720 -> 7375077
Por:caelma

RE: Re: carmen posadas
buenos dias voy a respodern como madre y como mujer , como madre ami me prece q mi hjo q no se depila para nada , q hace deporte muchisimo y q se arrgla , q se alimenta bien q no se deja , nada tien e q ver con eso metro sexuales , q no, a el no le importa los pelos y su novia tampoco asiq no creoq imoporte mucho los pelos si hay una buena persona equlibrada y sensata lo demas sobra ,,,para mi, es mi opninion , como mujer me da igual ,,, para mi la persona es loq vale ,,, y si ademas le gusta estar bien pos mejor q mejor un saludito.....caelma
Puntos:
12-04-11 14:04 #7512501 -> 7379720
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Carmen Posadas.....Y tú más....

Con elecciones en media España a la vuelta de la esquina:

tiemblo al pensar en la sobredosis de política de vía estrecha que se nos viene encima.
Pertenezco a esa generación para la que la lucha política era algo grande, vital, exaltante.
Ahora casi parece mentira,
pero hubo un tiempo en el que aún creíamos que nuestros dirigentes pensaban en nosotros, en el bien común.
Un tiempo en el que uno tenía, al menos, la impresión de que su meta era mejorar las cosas, servir a la comunidad, cambiar el mundo.

Claro que entonces no había políticos «profesionales» o apparátchiki. Me refiero a personas (como el presidente del Gobierno sin ir más lejos) que nunca han tenido actividad laboral fuera del ámbito de la política, con lo que eso implica.
Por un lado, implica una obvia desconexión con ciertas realidades de los ciudadanos y, por otro, un apego desmedido al cargo, puesto que quedar fuera del poder significa irremisiblemente quedarse sin trabajo y, por tanto, sin medio de vida.
Todo esto, unido a un encono cada vez más acusado entre los dos partidos principales, hace que las campañas electorales se hayan vuelto un rosario de acusaciones mutuas, diatribas y monsergas que hacen que a uno le den ganas de decir aquello de paren el mundo que yo me bajo.

Sí porque, con la que está cayendo y con las situaciones angustiosas que vemos en la calle, lo único en lo que ellos piensan es en tirarse los trastos a la cabeza, sacarse trapos sucios e intercambiar insultos como niños estúpidos cuyo gran argumento ante las denuncias de los otros es decir «y tú más».
¿Que mi política es inoperante; mi partido, corrupto; mis ideas, absurdas; mi inteligencia, la de un mosquito? Y tú más, siempre «y tú más» como único razonamiento.

Visto lo visto,
yo me pregunto a qué demonios se dedican esos carísimos estrategas, esos brillantes asesores de imagen a los que los partidos de uno y otro signo pagan un pastón por indicarles cómo enfocar sus campañas electorales.
A lo mejor a ellos también los ha atacado el llamado «síndrome de la Moncloa».
Ese que abduce a los políticos hasta tal punto que ya no son capaces siquiera de comprender lo que espera el pueblo de ellos.

Y es que solo así se entiende que su enfoque de la campaña sea ese afán por compararse con el adversario de modo tan estúpido cuando lo que tendrían que hacer es distinguirse de él.
O, lo que es lo mismo, hablar de lo que van a hacer ellos, no de lo que hacen o dejan de hacer los otros.
Yo comprendo que es mucho más sencillo como estrategia recurrir a ese ardid infantil del «y tú más»
que proponer nuevas ideas, entusiasmar con enfoques diferentes y esperanzar con un liderazgo tan inteligente como eficaz.

Comprendo también que, en pasadas elecciones y en campañas electorales anteriores, recurso tan barato como este haya dado buenos resultados porque el viento soplaba a favor y la situación económica del país parecía sólida y próspera, de modo que bastaba con presentarse como menos malo que el adversario para salir elegido.
Ahora, en cambio, no solo no es así, sino que su actitud parece una burla, una tomadura de pelo.
Alguien, por tanto, debería decirles a los políticos de cada uno de los partidos, a todos los candidatos tanto regionales como nacionales y, por supuesto, a todos sus consejeros áulicos que tanto presumen de saber de mercadotecnia y estrategia electoral que ya basta de marear la perdiz
y, por extensión, a todos nosotros.
Que tiempos excepcionales requieren personas, si no excepcionales (eso ya sería demasiado pedir, visto el percal),
que al menos sepan sintonizar con lo que la gente realmente necesita.

Y que lo que necesita son soluciones, no palabras vacuas.
Y menos aún «ytumases» e insultos tontos, una estrategia propia de niños de once años en un patio de colegio, pero indigna de personas que aspiran a regir los destinos de un país. ¿Pero es que nos han visto cara de tontos o qué?




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08-05-11 10:15 #7725831 -> 7512501
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
El don de la obviedad






Mi amigo Ramón Buenaventura, que es escritor exquisito, sostiene que hay dos tipos de autores: los que tienen el don de la obviedad y los que carecen de él.
Según Ramón, este don es tan banal como útil, pues consiste en decir con gran fanfarria y prosopopeya cosas que el lector ya sabe requetedememoria.
Cosas tan interesantes como «lo importante en la vida son los amigos y la familia» o «mi mayor ambición es ser una buena persona» o incluso, obviedad de obviedades, «hay que apostar siempre por la felicidad». Y quien así escribe llega a tener mucho predicamento porque se produce una empatía inmediata con ciertos lectores que se dicen: mira tú, pero si eso es lo mismito que pienso yo, qué persona tan sensible soy y qué gran escritor es este que comulga totalmente conmigo.

A otros escritores, en cambio, se les cae la cara de vergüenza antes de escribir topicazos de este tipo porque piensan, primero, que el lector no es tonto y, segundo, que un autor es alguien que está obligado a mirar las cosas desde una óptica diferente, descubrir nuevas verdades, nuevos caminos.
Antes, este tipo de escritor era el que más se valoraba, lo que llegó a producir también una cierta perversión.
Más o menos hacia mediados del siglo pasado, el afán por ver la realidad desde una óptica diferente propició el encumbramiento de ciertos autores que, a fuerza de decir que veían la realidad con otros ojos, lo que hacían era escribir una serie de absurdos alambicados que no entendía ni su padre.
Absurdos que los papanatas intelectuales jaleaban y aplaudían haciéndonos creer que solo mentes exquisitas llegaban a apreciar esos conceptos ininteligibles disfrazados de ideas elevadas. Supongo que esos polvos trajeron estos lodos y todo ello, unido a que la cultura ahora va de la calle a las academias y no al revés, hace que esta se haya desacralizado en exceso.
Conste que yo no estoy en contra de la desacralización de la cultura. Es más, soy firme partidaria de bajarla de esa torre de marfil tan alta, tan inaccesible (tan aburrida también) a la que tradicionalmente intentan subirla algunos.
Pero una cosa es hacer de la cultura algo interesante y a la vez entretenido y otra muy distinta, abaratarla hasta el punto de que todos acabemos razonando como niños de primaria.

Este asunto del don de la obviedad da para mucho más.

Hace poco estuve en una reunión en Berlín en la que participaron importantes personalidades de la vida empresarial, política y cultural tanto de Alemania como de España.
Una de las conferenciantes era Trinidad Jiménez, a la que tengo simpatía.
Claro que al escucharla afirmar como quien descubre el Mediterráneo que lo «fundamental» en las relaciones internacionales es el respeto bla, bla, y que solo una Europa unida superará todos los retos bla, bla, me debatí entre dos posibilidades: bien que su capacidad no da para ideas más sofisticadas o bien que sigue el famoso método Churchill.

Él decía que, paradójicamente, cuando más embarazosamente escasa es la información contenida en un discurso es cuando mejor se conecta con la audiencia, puesto que la afirmación más eficaz es la obviedad.

Claro que también decía que esto solo funciona con una audiencia poco instruida y que la máxima fundamental de cualquier orador es adaptar el discurso al público que tiene delante.

Visto que los presentes en la conferencia de Jiménez iban desde el ministro de Asuntos Exteriores alemán a los presidentes de las compañías más importantes de toda Europa,
no tengo más remedio que volver a la primera de mis dos posibilidades. Una lástima, porque, como digo, le tengo simpatía a la ministra.

Pero más simpatía le tengo al sexo al que pertenezco.
Por eso me da vergüenza ajena que mujeres en puestos relevantes se expresen como párvulas.
Y es que a un hombre se le perdona decir obviedades de tal calibre, pero nosotras, con el machismo residual que aún impera, nos arriesgamos a que al primer traspié nos suelten eso tan injusto -y otro topicazo, dicho sea de paso- de «mujer tenía que ser...».




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12-06-11 14:05 #8136395 -> 7725831
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Mujer tenías que ser






Mi cuñado Eloy, que tiene la amabilidad de leer habitualmente estas Pequeñas infamias, me hizo el otro día un reproche sobre mi último artículo.

Era el titulado El don de la obviedad y en él yo argumentaba que lamentablemente cuando una mujer en un puesto relevante dice una tontería no es lo mismo que cuando la dice un hombre.

Eloy sostiene que no, que igual que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, lo mismo ocurre con las memeces, las diga quien las diga. Como creo haberles comentado más de una vez, yo no me considero feminista o, al menos, lo que se entiende por tal.

Aun así, creo que a las mujeres nos queda todavía mucho por remar hasta que se solucionen algunas diferencias básicas entre ellos y nosotras. Por ejemplo, esta: nadie juzga al género masculino por la conducta de un solo individuo y, sin embargo, no ocurre lo mismo si se trata de una mujer.
Pongamos el caso más típico de todos, la forma de conducir. ¿A quién no se le ha escapado alguna vez un «mujer tenía que ser» al ver a una señora un tanto vacilante intentando aparcar sin éxito o torpeando de alguna manera?
Lo mismo ocurre con el caso que enunciaba más arriba. En el mundo de los hombres, si un político suelta una soberana estupidez, nadie dice «qué imbéciles son los hombres». Por la misma regla de tres, da igual, por ejemplo,
lo vociferante que se ponga un entrenador de fútbol. Aunque chille como una cacatúa, a nadie se le ocurre decir que los hombres son todos unos histéricos o unas verduleras. Y, si no me creen, imagínense por un momento al señor Mou convertido en señora Mou...

Creo que los hombres, de un tiempo a esta parte, están haciendo un gran esfuerzo para subsanar conductas y actitudes que han sido habituales en el pasado.
Muchos son, por ejemplo, los que ayudan en casa y comparten tareas domésticas.
También son muchos los que se enorgullecen de que su mujer triunfe en el terreno profesional e incluso no les importa favorecer su carrera y quedarse en un segundo plano si la de ella es más brillante que la suya.
Sin embargo, todas estas actitudes responden más a un acto de voluntad (muy meritorio, por cierto) que a una convicción arraigada. En otras palabras, son tantos los siglos, por no decir los milenios, en que las cosas eran de otra manera que existe un machismo residual muy difícil de erradicar. Por eso el marido superguay que colabora con las tareas domésticas a veces no es más que lo que yo llamo un feminista simbólico.
Me refiero a ese que dice «mira cuánto ayudo» mientras recoge dos colillas y mete un solitario platito en el lavavajillas. Por eso también, aunque un hombre diga que está muy orgulloso de que su mujer tenga un trabajo más brillante que el suyo, tampoco se priva de hacerle sentir que tiene a sus hijos «abandonados» por causa de sus largas jornadas laborales.
Y por fin, ese machismo residual al que antes aludía es el responsable asimismo de que no se juzgue igual a hombres y mujeres en el caso que señalaba más arriba por las tonterías dichas por unos y otras, y que lamentablemente las de las mujeres se acaban atribuyendo a todo el sexo femenino.
Esa es, por cierto, la razón por la que estoy en contra de las cuotas y de la monserga de la paridad en puestos políticos. Porque, al final, lo que sucede es que eligen para un cargo relevante a una mujer, no por sus méritos, sino por el mero hecho de pertenecer al sexo femenino, con el consiguiente peligro de que la elegida no sea especialmente avispada.
Decía Simone de Beauvoir, a mediados del siglo pasado, que la verdadera igualdad entre hombres y mujeres se alcanzaría cuando mandase una mujer tonta, tal como ocurre en el mundo de los hombres.

Pasado medio siglo, no tengo más remedio que enmendarle la plana a Madame B y decir que la igualdad se alcanzará cuando mande una mujer tonta... y la gente, al comprobar lo boba que es, no sonría condescendientemente y exclame: «¡Mujer tenía que ser!»
Puntos:
21-06-11 13:17 #8206897 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Mensaje en una botella






Escribo estas líneas mientras se celebra la larguísima Feria del Libro de Madrid,
una cita anual que permite a un escritor conocer por fin a muchos de sus lectores.

Siempre que reflexiono sobre este viejo oficio de juntar palabras, me acuerdo de esos chistes de náufragos en los que puede verse a un barbudo individuo en una minúscula isla escribiendo un mensaje para luego encerrarlo en una botella y lanzarlo al mar.

Porque escribir conlleva precisamente eso: uno nunca sabe a qué playa o a qué otro náufrago puede llegar.

Y es que la nuestra es una actividad tan solitaria que, cuando uno se encuentra con un lector que le dice «tal frase de su libro me ayudó en un momento duro» o tal artículo «se lo he mandado a todos mis amigos porque es lo que yo siempre quise decir y no sabía cómo», se piensa con infinita satisfacción: «Qué alegría, esta botella al menos no se estrelló contra las rocas,
hay alguien por ahí a quien le llegó el mensaje» y, entonces, se siente uno el náufrago más feliz del mundo.

Claro que todo eso era antes, porque ahora Internet, ese inmenso océano por el que navegamos todos, está lleno de islas (llámense páginas, portales, blogs o como se quiera) y no digamos de náufragos, que lanzan multitud de botellas con sus correspondientes mensajes.

Una de mis ´islas` favoritas, por cierto, se llama Canal Literatura y surgió de las profundidades de la más antigua red de conversación en tiempo real (IRC-Hispano) allá por el año 2000 gracias a la iniciativa de María Luisa Núñez.
El objetivo era -y es- dar oportunidades a escritores noveles, fomentar la lectura así como cualquier otro tipo de actividad literaria, aprovechando para ello las ventajas de las nuevas tecnologías, con el objetivo primordial de dar voz y difusión a los que no la tienen.
Algo muy necesario en este gremio nuestro en el que, a la soledad del náufrago a que antes aludía, hay que sumar otra aún más dura: la dificultad de romper ese inexorable círculo vicioso de ´no me conocen-no me publican;
no me publican-no me conocen` con el que todos nos hemos encontrado al principio de nuestras carreras.

Si les hablo de Canal Literatura, no es porque María Luisa y su marido, Salvatore, sean mis amigos, que lo son, sino porque la labor que llevan a cabo me parece extraordinaria.
Para que se hagan una idea, les diré que en 2010 su portal -o ´isla` como a mí me gusta llamarla- ha alcanzado la muy significativa cifra de dieciséis millones y medio de visitas,

con casi cuatro millones de páginas vistas, además de estar, por supuesto, presente en las principales redes sociales como Facebook o Twitter. Toda esta actividad está destinada, además de a dar a conocer los textos de sus visitantes, a facilitar el intercambio de información y experiencias diversas, pero también a propiciar encuentros tanto virtuales como presenciales.
Primero, entre los escritores en ciernes y, luego, con escritores consagrados, algo que nosotros, los viejos náufragos de la era pre-Internet, jamás hubiéramos soñado siquiera.

Sin embargo, lo que más me gusta de la isla de María Luisa son dos cosas que aún me falta enumerar.
La primera, el concurso literario que organizan cada año con premios para las distintas disciplinas literarias.

En él participaron en la edición anterior cerca de quinientos escritores.
Y una vez acabada la cena y la entrega de premios, todos los años e indefectiblemente, acabamos bailando salsa, merengue y lo que se tercie para confirmar que la literatura es algo divertido y no esa cosa solemne y pomposa que algunos se empeñan en encerrar en la tan famosa como aburridísima torre de marfil.

Y la segunda y más importante razón que me admira de esta iniciativa es la forma en la que su isla se mantiene a flote sin más medios que el apoyo desinteresado de algunos (como el periódico La Verdad de Murcia, por ejemplo).
Claro que nada de esto sería posible sin el entusiasmo y la entrega de María Luisa y los suyos, que lo hacen todo por amor al arte -o más concretamente en este caso, por amor al viejo arte de juntar palabras-.

Por eso yo, en nombre de todos los náufragos que día tras día nos dedicamos a lanzar nuestros mensajes en otras tantas botellas al mar, quiero darles las gracias.

Desde que existen islas como Canal Literatura nuestra labor es un poquito menos solitaria y, desde luego, mucho más feliz.
Puntos:
04-07-11 09:54 #8293095 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Tantas tontas tiranías






Lo confieso sin ambages: me aburre el jogging, aborrezco el spinning, me postran el pilates y las pesas.

En resumidas cuentas, detesto todas esas rutinas agotadoras que realizamos para cumplir con el mens sana in corpore...

en ustedes ya saben qué. Lo más curioso del caso es que yo fui muy deportista de niña e incluso gané alguna medallita en atletismo y estuve en un equipo de jockey.
Sin embargo, ahora el único ejercicio que hago, refunfuñando, es una tablita de gimnasia de quince minutos (todos los días, eso sí), un poco de baile y paseos por el Retiro.
En resumidas cuentas, nada que me machaque los meniscos y me triture las articulaciones.
Y lo hago solo porque me gusta, sobre todo lo del baile. Si de paso me sirve de ejercicio, mejor que mejor, pero no estoy dispuesta a sacrificar el poco tiempo de ocio que tengo torturándome.

Aun así, hasta ahora cuando alguien me preguntaba ese lugar común de «¿qué haces para mantenerte en forma?», yo mentía como un político en campaña electoral.
«¡Uf -murmuraba, dejando que la vista vagase suavemente hacia el infinito-, hago de todo!, ya sabes, es tan importante ejercitar el cuerpo.» Porque ¿cómo le explicas a la gente que no crees en uno de los más sagrados mandamientos de la vida moderna?
¿Cómo la convences de que hacer ejercicio es una opción personal y no una obligación?
Obligación, además, que si no cumples te convierte en un tipo raro, torvo, casi un sospechoso asocial.
Y lo mismo ocurre con otras tiranías de esta sanísima vida moderna en la que estamos instalados.

La tiranía, por ejemplo, de sustituir la leche de toda la vida por la de soja,
o la de consumir yogures contra el estreñimiento o el colesterol, zumos que palían los sofocos de la menopausia y cereales que prometen una talla 38.
De nada sirve argumentar que la leche de soja sabe a rayos y que tiene menos calcio que la de vaca;
o que los yogures/batidos/zumos son alimentos y no medicinas que hay que tomar por prescripción facultativa.

No, no, nada de esto se puede decir porque estas nuevas tiranías se han impuesto en nuestras vidas como otros tantos mandamientos de esa tiránica e inapelable religión pagana que es la corrección política.
Una que no tiene ni dios ni profeta, pero sí ángeles (todos aquellos que cumplen a rajatabla sus mandatos) y también feísimos demonios, que somos los que no comulgamos con sus preceptos.

A mí todo esto me coge ya demasiado vieja como para tomármelo en serio, la verdad.
De hecho, soy tan vetusta que he vivido otras tiranías y otros infiernos que ahora parecen un chiste.
Por ejemplo,
el tiempo en que se consideraba que el aceite de oliva era veneno comparado con el de maíz, que vivió un esplendor tan corto como fulgurante con todo tipo de beneficios dietéticos y cardiosaludables que ahora se atribuyen -y con razón- al llamado ´oro verde`. También he vivido el fulgor y muerte de multitud de cachivaches mágicos, como pulseritas de propiedades extraordinarias que prometían curas milagrosas contra el reuma, la artrosis o, sin ir más lejos, la que hizo furor el año pasado.

Me refiero a ese cuento chino fabricado en plástico de colorines (cómo admiro a los genios que consiguen forrarse con estas milongas)
que prometía mejorar el equilibrio y la potencia sexual.
Dicho de otro modo, pertenezco al minúsculo y menguante club de los que no creen en las modas saludables.
Pienso, por ejemplo, que muy pronto saldrán estudios que digan que lo que el cuerpo agradece es un ejercicio moderado y no ese machaque sistemático rayano con la vigorexia.
Otros que proclamen que la soja es una verdura como tantas con sus virtudes y sus defectos y no el bálsamo de Fierabrás, mientras que yogures, zumos, etcétera, son alimentos y no medicinas curalotodo.

Estoy segura de que ese día llegará y, mientras tanto, yo lo esperaré comiendo lo que me gusta y bebiendo lo que me da la gana, bailando un poquito y paseando de vez en cuando por el Retiro, que está al lado de mi casa, porque la vida sana para mí es eso. Lo demás son cuentos o -a veces incluso- historias para no dormir.
Puntos:
31-07-11 12:19 #8463698 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Hasta ahora me había resistido a hablar de ese dilema femenino que se ha dado en llamar el techo de cristal.

Me refiero a la invisible barrera que impide que las mujeres alcancen las metas profesionales para las que están capacitadas.

El carácter de invisibilidad, según leo en un texto sobre el tema, «viene dado por el hecho de que no existen leyes, ni dispositivos sociales ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación».
Sin embargo,
algo ocurre para que, a pesar de que el número de universitarias supera con creces el de universitarios, pese a que las notas de las chicas suelen ser mejores que las de los chicos y están consideradas trabajadoras mejores y más responsables que ellos, a los máximos puestos ejecutivos solo llegue del uno al tres por ciento de las mujeres.

Otras cifras son igualmente desalentadoras.

Hablan de que la diferencia salarial entre unas y otros es de un diez a un treinta por ciento menor, a pesar de que las mujeres trabajan más que los hombres en casi todos los países.

Si, como digo,
hasta ahora me había resistido a hablar de esta inquietante cuestión, no es porque me parezca baladí, muy al contrario.

La razón es que no estoy de acuerdo con el diagnóstico que hacen las propias mujeres del porqué de este fenómeno.

Por lo general suelen atribuir las causas a razones tales como que las estructuras de las empresas son jerárquicas, con hombres ocupando casi todos los puestos y eligiendo, por ende, a otros hombres para trabajar junto a ellos.
seamos más afectivas «puede entrar en contraposición con el mundo masculino, donde los vínculos humanos se caracterizan por la racionalidad y con afectos puestos en juego mediante emociones frías, esto es, menos intensas, más indiferentes».
Algo que es tanto como decir que somos unas histéricas y neuróticas en el trabajo.
Otras de las razones que aducen y con las que no comulgo tampoco es que las mujeres -tememos- ocupar posiciones de poder.

Algo así afirmaba nada menos que Simone de Beauvoir en una frase que Vargas Llosa recordaba en estas páginas hace solo unas semanas.
Según ella,
nosotras deseamos ser discriminadas porque en la discriminación encontramos algún tipo de comodidad que nos exonera de la responsabilidad de ser libres e independientes.
Yo creo que esta aseveración tal vez fuera cierta a mediados del siglo pasado con más de la mitad de las mujeres sin preparación para ganarse la vida, pero no lo es ahora,
sesenta años más tarde, por fortuna, de modo que habrá que buscar la explicación en otro lado.
A mi modo de ver, el problema radica en algo tan elemental como nuestro orden de prioridades,
en lo que estamos dispuestas a sacrificar y en lo que es intocable.

Y eso tan innegociable tiene un nombre que no es -matrimonio- ni -estatus- ni ninguna de las zarandajas romanticonas que se nos atribuyen,
sino simplemente -maternidad-.
Eso explica, por ejemplo, por qué hay más universitarias que universitarios y por qué las mujeres trabajan mucho mejor que los hombres durante los primeros años de su vida laboral.
Mientras la prioridad es estudiar y trabajar somos las mejores.
La complicación viene luego, cuando el reloj biológico empieza a señalar que ha llegado la hora de tener hijos.
Entonces, ya no hay puestazo de campanillas que valga, ni consejo ni bonus millonario.
Todo pasa a un segundo plano si interfiere con el deseo de ser madre y ocuparse de los hijos.
Por eso creo que todos los esfuerzos que se realicen para acabar con el famoso techo de cristal tienen que ir dirigidos hacia la conciliación.

Y eso no significa, como muchos piensan, dar la posibilidad de trabajar menos horas por menos dinero,
lo que inevitablemente nos convierte en trabajadoras de segunda clase.

Significa, por ejemplo, racionalizar los horarios para que una mujer pueda trabajar las ocho horas de rigor y no llegar a su casa a las diez de la noche.
Algo tan sencillo y evidente, pero difícil de conseguir, porque las inercias son siempre complicadas.
Algo, por cierto, que nadie nos va a conceder si nosotras no luchamos por ello.

))))))los nacimientos descienden según estadísticas,,,que se puede hacer??? para que la mujer compagine pagar el piso ,limpiarlo,,ser madre ,ser hija, y si seguimos a este ritmo ser ...Donde esta el limite .... la madre del cordero ???PreguntarEllas
y ellos?????...............M.M



012345678910
Puntos:
31-07-11 14:41 #8464436 -> 8136395
Por:Leonesa.

RE: Re: carmen posadas
Gracias y muchas gracias...por vuestro buen Racionalismo...

Me encanta leeros, teneis una gran capacidad de expresion.
Y con un poco de suerte, quizas algun dia nos crucemos en el retiro.
y rompamos moldes de las caderas.....

Muchas gracias y Saludos..... Muy Feliz
Puntos:
28-08-11 14:32 #8626947 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
a tí por participar,saludos. Muy Feliz


Carmen Posadas


Mira, mamá, sin dientes






Saben aquel que diu que estaba Jaimito estrenando bici nueva, venga pasar por delante de su madre, venga llamar su atención.

Pasó la primera vez y dijo: «Mira, mira, mamá, sin manos». Luego una segunda: «Mira, mira, mamá, sin piernas», y al cabo de un ratito una tercera: «Mifa, mifa, fafá, fin fientes...».

Me encantan los chistes, son imbatibles a la hora de retratar la naturaleza humana.

Sobre todo, en sus rasgos más malvados, en los más absurdos y ridículos.
En este caso, todo el mundo conoce a algún imbécil que, con tal de chulearse delante del personal, es capaz de perder los piños.

Y el verano, por supuesto, es el tiempo ideal para este tipo de -gestas-.
Lo malo es que en vez de ser un chiste suele ser una tristísima gracia.
Los periódicos se hacen eco día sí y día también de un muchacho que se ha quedado tetrapléjico por tirarse de cabeza en agua poco profunda, por ejemplo.
O de otro que saltó de un puente y se rompió la crisma contra una roca.

Y qué decir del llamado balconing, bonito neologismo que describe la hazaña de lanzarse a una piscina desde el cuarto o quinto piso de un hotel después de una sonada borrachera.

Y todas estas estupideces no tienen otra finalidad que ese patético «mira, mira, mamá» del que hablábamos antes, tonto sucedáneo de gloria que contenta a los que no son capaces de hacer algo interesante o grande o valiente de verdad.
Para más INRI, los tiempos adelantan no solo para lo bueno, de modo que las nuevas tecnologías se han convertido en el cómplice perfecto de este tipo de exhibiciones.
Ahora los «Mifa, fafá, fin fientes» de este mundo no se contentan con asombrar a los cuatro idiotas que les reían las machadas sin intentar disuadirlos, ahora quieren deslumbrar al mundo.
Por eso no es raro ver colgada en Internet la gesta de unos que se han dedicado a tumbarse en la vía del tren, cámara de vídeo en ristre, a la espera de que todo un mercancías les pase por encima.
O la de unos tipos que se dedican a saltar de la azotea de un rascacielos a otro con ayuda de una pértiga.
O a meterse -tal como he visto el otro día en televisión, y para mi espanto- en la jaula de los leones, donde uno de ellos acabó merendándole el brazo al intrépido.
Y lo peor, creo yo, es esto último.
No me refiero a la pérdida del brazo de aquel pobre desgraciado, y mira que lo lamento.
Hablo de que los medios de comunicación se hagan eco de horrores parecidos.
Supongo que no diré nada muy original si afirmo que los «Mira, mira, mamá» han encontrado en Internet su territorio ideal.
A mí este medio me recuerda mucho al Lejano Oeste que nos mostraban las películas y en el que se hacía gala de que era una tierra sin Ley.

Porque si los chistes son el reflejo humorístico de lo que es la naturaleza humana, Internet lo es de nuestro lado más inquietante y oscuro. Podríamos hablar, naturalmente, de los más conocidos horrores que florecen en la Red bajo el manto del anonimato.
Las amistades peligrosas, los chantajes o el escalofriante número de páginas de pornografía infantil que hacen pensar que, si son tan numerosas, todos, ustedes y yo, debemos de conocer al menos un par de personas con tan inconfesables inclinaciones...
Sin embargo, hoy quiero centrarme en ese tonto rasgo infantil que hace que algunas personas se dediquen a poner en riesgo su vida solo por la mínima gloria de asombrar o espeluznar al personal. ¿Qué se puede hacer para evitarlo, y cómo alertar a los jóvenes de que
es una solemne estupidez?
Una de las soluciones está en nuestra mano, y consiste en saber que ese lado exhibicionista idiota existe en todos nosotros, de modo que no hay que estimularlo aplaudiendo las gracias porque, por más que lo diga la creencia popular, no es más macho el que más machadas hace.

La segunda, que tiene que ver con evitar el efecto imitación, es más complicada, porque requeriría la ayuda de los medios de comunicación para evitar que se hagan eco de tales gansadas.
La tercera, y tal vez la más eficaz, sería, en vez de aplaudirles, pitorrearse de todos los «Mira, mira, mamá» y recordarles cómo acaba el chiste de Jaimito.
Y resulta que acaba siempre igual: fin fientes.




012345678910
Puntos:
28-08-11 17:02 #8627595 -> 8136395
Por:rafael de mallorca

RE: Re: carmen posadas
Sonriente -- Por Carmen Posadas ---



Como soy una calamidad con las máquinas y con todo lo relacionado con la informática, he tardado mucho en entrar en el mágico mundo de Internet. Me aburría tanto la idea de aprender aquello que empecé con la vieja y simple táctica de Narciso, que resulta tan pedagógica, hasta que fui adquiriendo soltura y gracias a ella ahora navego más o menos bien. La táctica de Narciso (ya, ya sé que no dice mucho en mi favor) consiste en teclear en el buscador, en este caso ‘Carmen Posadas’, y ver qué sale. Con este sistema he descubierto todo lo bueno y todo lo horroroso que se dice sobre mí en la Red, lo que me hace pensar que estaba mejor antes cuando, tal como lo planeó el buen Dios, ignoraba los pensamientos de mi prójimo.----
Puntos:
30-09-11 09:47 #8835116 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Riendote creo que cuando se es muy popular los pensamientos del prójimo sobre uno, si se utilizan con sabiduría,,son un completo cuaderno de aprendizaje........... Remolon M.M



La era Peter Pan ( Carmen Posadas






El otro día vi una entrevista que le hicieron a Pedro Almodóvar con motivo de su nueva película y me sorprendió un comentario suyo.

En un momento dado explicó: «La piel que habito no la podría haber rodado antes porque es producto de mi madurez como persona».
Eso dijo, y se quedó cortado como si hubiera dicho algo inconveniente.

Luego, azarado, añadió que bueno, que con eso de ‘madurez’ se refería a la experiencia, a la trayectoria, a lo que había logrado aprender con los años…
No he visto la película, de modo que no tengo opinión sobre ella, pero lo que me llamó la atención fue que una persona tan libre a la hora de expresarse y que –nos guste o no su obra– está por encima del bien y del mal tuviera que justificarse por usar el término ‘madurez’.
No creo que su reparo se debiera a que dicha palabra a veces pueda ser sinónimo de vejez.
Según dijo también en la entrevista, él está encantado de peinar canas.
Yo creo que a Almodóvar, que es un hombre inteligente y que, sobre todo, tiene una envidiable intuición para sintonizar con el público, lo que le preocupó fue haber usado, sin querer, una de esas palabras malditas y, por tanto, proscritas del vocabulario actual.
Me refiero, por ejemplo, a términos como ‘disciplina’, ‘orden’, ‘deber’ y no digamos ‘honor’, palabra horripilante que, según algunos, acuñó Franco en persona y hace inmediatamente entonar el Cara al sol.
Yo antes creía que esa fobia por palabras que, hasta hace unos años, gozaban tal vez de un excesivo peso en una sociedad era algo que solo pasaba en España.
Pero no, el fenómeno es general, nadie quiere ya estos palabros. Es cierto que dichos términos fueron en otros tiempos secuestrados por políticos totalitarios que están en la mente de todos. Y es que las palabras, en general, son peligrosas.
Se las puede cargar de un significado excesivo.
Pero también se las puede devaluar o erradicar, y eso es igualmente peligroso.
Porque una cosa son ‘disciplina’, ‘orden’ y ‘deber’ en boca de Hitler, por ejemplo, y otra muy distinta que sean usadas con mesura por un profesor o un maestro que respeta a su alumnos y desea inculcarles valores.
De la palabra ‘honor’ ya hablaré en otra ocasión, porque merece todo un artículo. Baste decir que durante siglos estuvo secuestrada por una moral pacata e ignorante que la destinaba sobre todo a lo que acontecía de cintura para abajo.

Hoy me gustaría centrarme en la palabra que hizo titubear a Almodóvar pensando que había metido la gamba.
¿Por qué?
Pues porque en estos tiempos queda fatal decir que uno es maduro.
Es más, lo que hay que ser es un inmaduro hasta los ochenta años, a ser posible.
Porque ser inmaduro es ser enrollado, sensible, auténtico y todas esas cualidades superbuenas y supercojonudas que ahora priman. Ya nadie quiere crecer, hay que ser niño toda la vida, como Peter Pan y Campanilla, mira tú qué guay.
Recuerdo que, hace unos años, se me ocurrió escribir un artículo en el que me asombraba de que tantos adultos leyeran best sellers que parecían pensados para chicos de quince años y me preguntaba si eso no les hacía sentirse tratados como niños.
Casi se me cae el pelo.
Recibí multitud de cartas indignadas en las que me decían que qué tenía de malo seguir siendo niño, que eso era precisamente lo que deseaban, serlo de por vida «porque en los niños está la verdad, la inocencia, la sabiduría, etcétera».

Traté de explicar que, a mi modo de ver, está muy bien preservar vivo el niño que uno fue, porque eso hace que uno no pierda la curiosidad, el entusiasmo, la ilusión. Pero una cosa es mantener ese niño dentro y otra muy distinta ponerlo al mando de la nave o, lo que es lo mismo, de nuestras vidas.
Porque madurar no es volverse insensible, como creen muchos; tampoco supone perder la alegría ni la capacidad de disfrutar. Es, simplemente, aprender de los errores.
¿Qué tiene de malo eso?
¿O es que hay que seguir tropezando una y otra vez con la misma piedra solo para demostrar que uno es muy auténtico, muy sensible, muy juvenil?
Puntos:
24-10-11 13:45 #8988652 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Carmen Posadas


¡Bu!






El otro día fui con mis hijas, yernos y nietos a un parque temático de esos en los que hay desde tiovivos a coches de choque, pasando por simuladores de `La guerra de las galaxias´, hasta, cómo no, varias montañas rusas a cual más espeluznante.

Recuerdo que, desde que entramos en el recinto, yo iba preguntándome si esos aparatos que le hacen a uno ponerse cabeza abajo y apretar los dientes para que no se le salga el corazón por la boca seguirían produciéndome tanto pavor como en mi infancia y adolescencia.
La respuesta la tengo enmarcada en mi casa: se trata de una foto en la que aparecemos mi nieto Jaime y yo en una montaña rusa (imagínense cómo será de aterradora si dejan subir a niños de cuatro años).

En la instantánea puede verse a Jaime, tronchado de risa pasándoselo en grande, y, a su lado, una venerable anciana (moi même) demacrada, ojos desorbitados de horror y aferrada a él -no para protegerlo, que ni falta le hacía-, sino como si fuera el último flotador del Titanic.

Esa soy yo, una cagueta.
Lo he sido toda la vida, y para mí es un absoluto misterio el atractivo que ejerce este tipo de miedo en el ser humano, el del chute de adrenalina y ay, ay, que me caigo. Como en general la fascinación por el miedo es un tema que me intriga, he leído bastante sobre él. Hace poco encontré un artículo que enumeraba las hipótesis más aceptadas últimamente.
Decía que, con toda una sobredosis de aterradoras películas gore y series sobre vampiros, hombres lobos, asesinos en serie y zombis haciendo fortunas en taquilla, gusto por los baños de sangre simulados le hace a uno preguntarse: ¿por qué fascina tanto que nos aterren o que nos produzcan asco? Hay respuestas para todos los gustos.

Una explicación psicoanalítica, por ejemplo, dice que se trata de una nostalgia de etapas infantiles en las que lo sucio aún no era tabú. Otra apunta a que ciertas películas de horror proporcionan al espectador masculino la posibilidad de revelar su lado femenino (a través de la identificación con la protagonista a punto de ser violada/asesinada/etcétera).
Otras sostienen que, si los vampiros causan estragos entre chicos y chicas, es porque se trata de la fantasía sexual de una violación y que los colmillos son símbolos fálicos. Incluso hay una que elabora una compleja hipótesis sobre la homosexualidad latente del monstruo de Frankenstein.

Yo leo todo esto aplicadamente, pero no acabo de comulgar con ninguna de sus teorías. De hecho, tengo la mía propia y aquí la dejo para ver qué les parece. Está basada en uno de mis escritores favoritos, Bruno Bettelheim, autor de un libro extraordinario, Psicoanálisis de los cuentos de hadas.
En él estudia por qué esas narraciones clásicas que todos conocemos y que siguen transmitiéndose de padres a hijos, a pesar de ser crueles y muy políticamente incorrectas (en ellas hay caníbales, como en `Hansel y Gretel´; incestos, como en `Piel de Asno´; amputaciones, como en `La sirenita´, etcétera), tienen una misión fundamental en la maduración del niño. Según él, sentir miedo, repugnancia y horror de forma vicaria, que es lo que sucede cuando uno lee un libro o ve una película, sirve para dos cosas.
Una obvia y moralizante: alertar de los peligros de la vida. Otra menos obvia: canalizar el miedo que todo niño siente a lo desconocido y darle forma (de ogro, de dragón, de bruja), con lo que se lo prepara para enfrentarse a los elementos malvados en la vida adulta. Es algo así como una vacuna que, a través de un pequeño dolor o pinchazo, lo salva a uno de un mal mayor.

Y es que sentir miedo es necesario. Pero hay miedos y miedos, y debe uno elegir el que le sea más útil sin causarle traumas. Por eso le estoy muy agradecida a mi padre, que, cuando mis amigas venían a buscarme para ir al -para mí horrible- parque de atracciones, decía: «Lo siento, Carmen está muy atrasada en sus estudios, se queda conmigo».
Y allí me quedaba yo con él, leyendo a Edgar Allan Poe y aterrándome con sus cuervos, sus gatos negros y su barril de amontillado. Porque ese estremecimiento sí me gustaba y, al mismo tiempo, sin yo saberlo, me ayudaba a crecer.
Puntos:
11-11-11 19:18 #9090480 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
La prueba del nueve ---------





Hay frases que no se comprenden en su momento, pero que, tiempo después, incluso años más tarde, cobran todo su sentido.

Para mí, una de ellas es esta: `Cuando uno tiene que tomar una decisión trascendental para su futuro, es conveniente hacerse esta pregunta

`¿Puedo sostener toda mi vida esta decisión que ahora tomo?
¿Sí o no?´´.
Aunque parezca excesivo decirlo, en muchos casos esta frase es la prueba del nueve de la felicidad o al menos de la serenidad, que es un estado de ánimo menos evanescente y caprichoso que el de la tan cacareada felicidad.
La frase me la reveló un festejante griego que tuve allá por el Paleolítico inferior y no le di importancia en su momento porque Dimitri, pongamos que se llamara así, no era precisamente el faro de Alejandría ni había descubierto la pólvora.
De hecho, era simple y un pelín cursi si me apuran.
Pero, como dice mi madre,
lo fascinante de esta vida es que hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día,
de modo que hay que estar atento, porque nunca se sabe cuándo ni de quién uno va a recibir un interesante retazo de sabiduría.

En efecto, con el tiempo he olvidado incluso la cara de Dimitri, pero, en cambio, recuerdo con frecuencia su curiosa sentencia.
Voy a ponerles un ejemplo práctico.
Imaginemos que uno debe tomar una decisión de esas que pueden variar el curso de su vida, un cambio de estado civil, por ejemplo, decidir si jubilarse o no, montar un negocio, confiar en alguien o en algo.

Por lo general, este tipo de decisiones se toman siguiendo los impulsos del corazón o los de la cabeza.
Del corazón si se trata de asuntos sentimentales o relacionados con parientes o amigos, y de la cabeza si son laborales.
A veces, las personas con experiencia o los jóvenes especialmente inteligentes combinan cabeza y corazón tanto en temas sentimentales como en laborales, lo que hace que sus decisiones sean más acertadas.
Sin embargo, son muy pocos los que a la hora de tomar una determinación se preguntan si más allá de su conveniencia (que es lo que se controla con la cabeza)
o de sus anhelos (que es lo que se controla con los sentimientos)
se trata de una decisión con la que puedan convivir de ahí en adelante.
Supongamos que se trata de una cuestión sentimental.
Apostar a fondo por una persona de la que uno está muy enamorado o, por el contrario, divorciarse de alguien de quien uno ha dejado de estarlo.
¿No ocurre muchas veces que, a pesar de que la cabeza o el corazón indican una cosa, uno tiene la sensación de que hay `algo´ que porfía y nos recomienda no hacerles caso a ninguno de los dos?

Por eso, en ocasiones nos sorprendemos actuando de forma extraña.
Como, por ejemplo, cuando uno, a pesar de querer muchísimo a una persona, decide no seguir adelante con ella.
O todo lo contrario, cuando elige continuar en un matrimonio que, al menos en apariencia, ya está muerto.
La gente llama a esto `cobardía´, pero yo creo que juzgar en casos así no es solo injusto, sino frívolo.
¿Es cobardía renunciar a lo que parece el amor de nuestra vida o hacerlo tiene que ver con una forma de sabiduría inconsciente que indica que los amores imposibles dejan de ser amores, precisamente, cuando se hacen posibles?
No, no es fácil ni justo juzgar a los demás, porque solo uno sabe con qué decisión sentimental puede convivir y con cuál no.
Y lo mismo ocurre con otras muchas, como la de seguir en un trabajo aburridísimo y rutinario.
O, por el contrario, con la de montar un negocio que, a priori, parece apasionante y lleno de posibilidades económicas.
Unos llaman a esto `intuición´; yo, más prosaicamente, lo llamo `estómago´.
Y es que esta víscera que, desde luego, tiene mucho menos glamour que el corazón y mucho menos predicamento que el cerebro es al final la que decide a veces por nosotros sin que lo sepamos.

La única que, de verdad, sabe con qué decisión puede uno convivir y con la que no, por muy interesante, romántica o ventajosa económicamente hablando que sea.
Y es que, en realidad, el estómago es la prueba del nueve. O, dicho de modo mucho menos fino, es el único que sabe qué somos capaces de digerir y qué no.
Puntos:
04-01-12 10:05 #9384220 -> 8136395
Por:mari 1

RE: Re: carmen posadas
Con el 2012 recién estrenado, me atrevo a hacer una profecía.
No, no crean
que pienso hacerle la competencia a Aramis Fuster y demás visionarios.

No tengo ni idea de si este año Guillermo y Catalina de Inglaterra cumplirán con la golden rule de los Windsor y anunciarán la llegada de un heredero antes de que se cumpla el primer aniversario de su boda.

Tampoco sé si Harper Beckham desbancará a Suri Cruise como la niña más elegante del planeta... u otras importantísimas profecías de esas que ellos manejan.
Ignoro también otras cosas que nos afectan más, como si la crisis nos dará tregua o si el euro acabará su corta vida estrellado contra las escarpadas rocas de la inoperancia de unos y del egoísmo de otros.

Lo que sí sé, en cambio, es que el 2012 será el año del Titanic.
No metafóricamente –esperemos–, sino en el más literal sentido.

Y es que el 15 de abril hará cien años que ese buque, considerado el más perfecto de todos los que hasta el momento se habían construido, cumplió con el cruel destino de los titanes que, según los griegos, pagaron muy cara su osadía de desafiar a los dioses.
He querido adelantarme a la `titanitis´ aguda, que sin duda empezaremos a vivir en breve,
para analizar un poco este fenómeno.
Posiblemente con Jack el Destripador, el hundimiento del Titanic sea el hecho luctuoso que más fascinación y más ríos de tinta haya derramado.
La razón, a mi modo de ver, es que puede considerarse una metáfora de muchos acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde.
Aquel naufragio se puede interpretar, por ejemplo, como preludio de lo que significaría la Primera Guerra Mundial, una contienda destinada a marcar el fin de un orden anterior con la decadencia de sus escleróticas instituciones y sus enormes diferencias de clase.

En efecto, así puede interpretarse, puesto que a bordo del Titanic viajaba lo más granado de los ricos del momento y acabaron como todos sabemos.
Otros opinan –recordando que el capitán mandó cerrar las puertas que comunicaban la primera clase con las demás para que los pasajeros de estas no tuvieran acceso a los pocos botes salvavidas que había– que el naufragio de aquel buque presagiaba otro hundimiento.
Ellos lo ven como el anuncio de la revolución bolchevique, la sublevación de las masas contra el egoísmo y la estupidez de los ricos.

Siguiendo esta idea, he intentado interpretar en la misma clave de metáfora lo que algunos están haciendo ahora con los restos del Titanic, para ver si consigo entender el tiempo actual.
Leo, por ejemplo, que para celebrar el centenario,
si a usted le sobran cincuenta mil euros de nada, puede apuntarse a una aventura exclusivísima: un crucero de cinco días que incluye un paseo submarino de diez o doce horas hasta el remoto paraje abisal donde duerme el buque.
Por lo visto, el submarino ruso diseñado para poder aguantar la enorme presión de los tres kilómetros de profundidad a los que se encuentra el buque tiene una cabina de apenas dos metros de ancho en la que caben dos afortunados turistas, además del piloto.

Según leo también, estos habrán de ir equipados con ropa especial para aislarse del terrible frío, y solo se les permitirá llevar unos sándwiches (el espacio no da para más).
Leo por fin que, a pesar de la crisis, del paro, etcétera, la lista de espera para darse este caprichito de cincuenta mil euros es nada menos que de tres años y hay bofetadas en la reventa.

¿Qué metáfora se les ocurre a ustedes?
A mí, que acabo de leer un informe de la OCDE que apunta que la diferencia entre ricos y pobres
se ha disparado hasta el nivel más alto de los últimos treinta años y otro que dice
que el sector del lujo aumentó en España un veinticinco por ciento con la que está cayendo,
lo único que se me viene a la cabeza es ese dicho francés que reza: «Plus ça change plus, c’est la même chose».

Cuanto más cambia el mundo, más se parece al de antes.
Puntos:

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CARMEN POSADAS Por: mari 1 06-09-10 10:23
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