Santa María del Páramo - Leon

EL PAISANAJE
Miau

23/01/2011 ANTONIO NÚÑEZ

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Vino Aznar a León y soltó el único discurso político relevante en la convención nacional del Partido Popular, que para todo lo demás fue un circo.
Mientras Rajoy saludaba a la afición con un «¿Cómo están ustedeees...?» y el audirio aplaudía con las orejas «bieeen...»
encuesta en mano, el ex presidente del Gobierno avisó de que «España es insostenible con diecisiete administraciones», léase autonomías, que se superponen unas a otras y a diputaciones y ayuntamientos con un coste desquiciado.
Luego quevedianamente requirió la espada, caló el sombrero, fuese y no hubo nada. A ver quién le pone el cascabel al gato.

Se esperaba que tras las palabras de Aznar, sensatas cual verdades de Perogrullo, los partidos abrieran un debate sobre la viabilidad del Estado autonómico, pero todos han pasado sobre ellas como pisando huevos o, mejor aun, para no pisarlos, visto que se acercan elecciones y no es prudente animar a la militancia enchufada por doquier con un «tú puedes ser el parado seis millones» como hacía Fraga, también de cuerpo presente, cuando era ministro y le llovían equis millones de turistas.
«Spain is direrent» todavía, pero en otro sentido, don Manoliño.

Allá por la transición cuando se inventaron las autonomías para que firmaran los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos fue Martín Villa
y remató el consenso invitando al famoso café para todos. Luego solía añadir en ruedas de prensa que las generaciones futuras juzgarían si se había acertado o no con el nuevo modelo de Estado. Coño, pues la mía, que ya estaba allí, opina que fue de juzgado de guardia.

La otra gran chapuza fue darles al PNV, CiU y compañía la oportunidad de actuar como partidos bisagra cuando no había mayorías absolutas de derechas o de izquierdas en el parlamento nacional, que era casi siempre. Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar -”a Leopoldo Calvo Sotelo no le dio tiempo-” tropezaron todos en la misma piedra que invariablemente beneficiaba a Arzallus y Pujol con cesiones multimillonarias en los Presupuestos.
Cuando parecía que las cosas no podían ir a peor llegó Zapatero, apadrinó un nuevo Estatut y les recomendó a las demás autonomías que hicieran lo propio, porque él pagaba la ronda. Como no había tarta para todos ni dinero el exministro de Economía, señor Solbes, se disculpó diciendo aquello de «me han encargado que resuelva un sudoku».

Poco después dimitió con cuatro millones y pico de parados -”por segunda vez, porque la primera fue con González-” para dedicarse a la jubilación y otros pasatiempos, cosa que el país le agradece de veras.

Estos temas son muy áridos, salvo que te pille la crisis en casa y hagas memoria.
Por ejemplo, cuando la Junta estaba en pañales allá por los ochenta, tanto que sólo era preautonomía, todo su bagaje burocrático era una oficinucha en el complejo de Santo Domingo para una delegada territorial, menuda ella, cargo que no tenía comparación con el de titutar del Gobierno Civil de toda la vida.
Entonces los periodístas ironizábamos sobre este duo dinámico diciendo que al gobernador le había salido una gobernadorina.
Hoy éste último ha sido degradado a la categoría de subdelegado y su único mando en plaza se limita a pasar revista a las fuerzas de orden público, cuando lo hay.
Todo lo demás -”sanidad, educación agricultura, minas, etcétera, incluso los bomberos para los incendios forestales del verano-” depende de otro que nombra la Junta con rango de delegado.

El desbarajuste autonómico ha llevado a situaciones esperpénticas como la apertura de embajadas catalanas en el mundo mundial, ríos blindados al estilo Ebro según por donde pase, educación obligatoria en euskera para aprender el teorema de Pitágoras y sandeces de este estilo.

La última ha sido contratar intérpretes en el Senado para que a sus señorías se les entienda en catalán, euskera o galego. Los traductores cuestan unos cincuenta millones de las viejas pesetinas al año, pero según la ministra Leire Pajín es una ganga aun en tiempos de crisis por cuanto fomenta la unión y el consenso en la alta cámara territorial de España. Con esta tropa no hay quien se aclare, así que mejor me lo traducen al cristiano.

Ya tengo ganas de que funcione como Dios manda la terminal del nuevo aeropuerto de León para vuelos internacionales y encontrarme vía New York con un guipuchi y otro de Castelldefels. Nada más aterrizar el jumbo me ofrecería de traductor con un «aquí el que más y el que menos chamuya el spanglis. ¿Pero vosotros cómo os las vais a apañar».

Agur y adeu fiau.