Dientes de leche ¿Cuál es el animal que más dientes tiene? La respuesta la conocen bien los chavales de ahora: el Ratoncito Pérez. Pero cuando a mí se me cayeron los dientes de leche, este ratón no había llegado a Sahelices. El primer diente en dar señales de muda ya llevaba varios días moviéndose, mi madre intentando sacármelo y yo huyendo. Estas cosas, como otras muchas en la vida, se arreglan mejor entre los colegas, quienes estaban al tanto de mi dientecito. Cuando decidimos que ya estaba a punto, tras deliberar en medio del trinquete, Tete el Pistolero entró en su casa, birló del azafate un trozo de hilo y, tras explicarme el procedimiento y que no me dolería, dio varias vueltas con él al diente, tiró, y allí estaba el objeto de las molestias, colgando, sin que prácticamente yo me hubiera enterado, ocupado en escupir saliva de color rosa. El diente era una cosa diminuta, parece mentira que hubiera creado tantos miedos. Luego hicimos las cosas como Tete dijo que había que hacerlas, así que, con el despojo en la mano, nos fuimos en comitiva al cementerio y lo tiramos por encima de la tapia. Volvimos otra vez al trinquete, yo ya había dejado de escupir, y seguimos jugando como antes. Durante esos años hicimos varios viajes hasta el cementerio. Al menos los dientes de leche de mi pandilla terminaron allí. Era una especie de fiesta cada vez que cumplíamos con este rito. Desconozco si era una tradición de Sahelices o la importó Tete, cuya familia procedía de Sahechores.
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