Anécdota de agradecimiento Gracias a todos los que empleáis un poco de vuestro tiempo para darnos alguna noticia o contarnos a los que vivimos fuera algo del pasado de nuestro pueblo. Como agradecimiento, os contaré una anécdota que tiene que ver con algunos usos y costumbres del pueblín. Y de paso, tal vez Marceliano u otro decida tomar el pelo a Eugenio Riol. En la actual huerta de Ciriaco, vecina de Celín, mi tío-abuelo Eugenio tenía unos pajares y una enorme gatera por la que los chavales nos colábamos a la huerta a coger cadicuernos y a buscar nidos. Gracias a esos pajares, mi hermano tuvo una época de esplendor económico. Resulta que algunas gallinas de mi madre entraban por la gatera y ponían huevos en el pajar del “tío Ugenio”. El otro Ugenio, mi hermano, lo descubrió, pero decidió que lo mejor era callarse y cavilar sobre cómo obtener beneficio del asunto. Cuando reunía una docena de huevos o media, se los llevaba a la Sra. Nila: “Dijo mi madre que me diera un trozo de jabón” Y entregaba los huevos, en pago por el jabón. Nila le daba el jabón y la calderilla que sobraba de los huevos. Entonces él esperaba a que nadie le viera y dejaba el jabón donde mi madre solía guardarlo, pero se quedaba con la calderilla para sus gastos. A mí me tocó, creo, alguna bola de anís en aquella bonanza económica. Cuando Faustina descubría la pastilla de jabón se sorprendía, pero como siempre era de más, nunca de menos, no iniciaba mayores investigaciones y lo achacaba a su falta de memoria. Otro día descubría medio kilo de azúcar con el que no contaba o una lata de sardinas. Pero un día le pareció que sus gallinas ponían poco y decidió encerrarlas, a ver si se animaban. Y parece que se animaron, pero Eugenio se quedó sin huevos y yo sin bola de anís. Mi hermano tardó en confesar sus tejemanejes y sólo entonces Faustina se pudo explicar las extrañas apariciones de jabones-fantasma y sardinas-fantasma en diferentes puntos de la casa. Leoncio Riol |