Saelices del Payuelo - Leon

– “¿Has dicho Niños en bañador?”.
Di, más bien, ”Niños en pelotas”.

Vienen los niños a Sahelices a pasar unos días. Preciosas criaturas.
Corretean a sus anchas por las calles ya no polvorientas, como antaño. Lástima me da.
Pero mucha más lástima me da que a los pobres niños les hablen en la sobremesa, y en la entremesa, de los defectos que pueda tener un individuo, sobre todo si el individuo es de la familia.
Eso ocurre en todas las casas; en todas las familias.

¡Pobres chavalines!.
Pobre verano.

Por favor, por favor, por favor: No opinemos sobre ningún individuo, JAMÁS, delante de una criatura.
Por favor, por favor, por favor.

Tienes razón... las mangan pardas. Pero ketehapasao???

No están claras ni tu afirmación ni tu pregunta.
Ahora bien; yo te respondo, Sangre.
Ojalá llegue a ser un caballero algún día.

Les tengo un respeto a los chavalines que ya hasta me asusto yo mismo. Sólo me atrevo a besarlos en la frente. Debe de ser como una enfermedad.

Me imponen.

Debe de ser como una enfermedad, pero te aseguro que, ante un niño, me quedo 'helao'.

Quienes habéis tenido criaturas, seguro que podríais escribir todo un anecdotario de ocurrencias sobre cada uno de estos “locos bajitos”.

Quienes no tenemos críos, disfrutamos de su imaginación a nuestras anchas; no hemos de reprenderlos, nada nos afecta sobre sus haceres.
Nos sentimos, simplemente, muy agradecidos a sus padres.
Los críos de 6 años, más o menos, son especialmente ocurrentes.

Una anécdota:

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Hoy estaba mi sobrina-nieta Sara mirando un cuadro de la Catedral que hay colgado en el pasillo.
Dice:
- “¡Hala; cuántas casas!”.
Es una foto que está hecha frente a una de las esquinas de la Catedral, de forma que el edificio parece enorme.
Y le contesté:
- “Es todo ello una misma casa”.
- “¡Que no; mira”.
Y apuntaba con un dedo para el cuadro, absorta.
- “Es la misma casa, Sara; lo que pasa es que tiene muchos ‘picuruchos’.
Continuaba mirando ‘las casas’, dudosa de mi afirmación.
- “Es la Catedral, Sara. Tú ya la conoces; has estado dentro”.
Salió corriendo por el pasillo.
- “¡Agüela, agüela!: ¿la Catedral, cuántas casas son?”.
Su ‘agüela’ esquivó la pregunta. Escuché aquello de:
- “Es un museo”.
Entró Sara en casa, con cara de póker, y me dice:
- “Ha dicho mi agüela que la Catedral es un museo”.
– “¡Ah!; pues entonces, SÍ”.

¿Veis lo bien que se siente uno sin tener que dar explicaciones?.

Estos niños de 2 años saben conducir un triciclo. Y hasta pedalean, pero sólo en llano; no pueden con las pendientes.
Sienten, pues, que las puertas del amplio mundo se encuentran cerradas para ellos.

Pero hay un método que les permite acceder al mundo mundial en cuestión de minutos.

Consiste en atar una cuerda a la guía de su triciclo y el otro extremo al sillín de la bici que conduce el capitán de la expedición. La longitud de la cuerda ha de ser de unos 3 metros; ya se sabrá el porqué.
Al arrancar ha de comprobarse que el niño tenga bien colocados los pies en los estribos de su caballo. Siendo así, ya puede darse el pistoletazo de salida. Hay que pedalear lentamente, podríamos perder un niño.
Antes de emprender viaje hacia el Universo es menester ir hasta la iglesia para comprobar que ya están puestas las campanas. Si están puestas, seguro que nos espera un gran día; incluso sin dolor de tripa y sin reproches de la madre o de la agüela. ”Un día más en el paraíso”.
Bendecidos por las campanas, comienza el itinerario.
Se va por la calle Frontón, cuesta arriba, hasta el final. La criatura siente que alguien ayuda a su caballo.
– “Una fuerza motriz, quizás; ¿el Creador de este mundo que vamos a conquistar?; no sé”.
Cuando se acaban las casas, la brisa de la mañana acaricia nuestras frentes. Todo va bien. Ya llegamos a la cuesta abajo del Arroyo de Valdemora. Aquí hay peligro.
El triciclo coge velocidad. Su jinete carcajea porque su caballo corre más que el de su ‘maestro’.
El capitán de la expedición se pone en medio de la carretera y engancha con la mano derecha la parte trasera del sillín del triciclo.
Pensó el capitán:
– “Por esta vez no te escapas. Son 3 metros de cuerda, ¿sabes?”.

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No había patos en la Laguna Diel, pero sí flores.
Y tampoco seré yo quien les enseñe a los críos cómo se frena en los triciclos ni en las bicis. Prefiero engancharlos del sillín.
Otras veredas existen en el mundo. Pero enseñarles a frenar es obligación de sus padres.
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En fin, que aquel día, como otros días, conocimos parte del mundo.

¡Qué excursión más guay¡, ¡vamos¡ que te lo pasaste tú todavía mejor que los críos "de rechupete merenguete" que no es decir poco.
Como una ha tenido la enorme suerte de disfrutar interminablemente estas ocurrencias y cuando empiezas a echarlas de menos, van y llegan -en el momento preciso- lo que se llaman nietos...-¡qué te voy a contar¡
Por precisar alguna (y no de las más curiosas)va y dice el de 2 años: "belo, belo", ¡ven mira¡ y no se enteraba, visto lo cual una le avisa¡ "beloooo" y Abel muy enfadado contesta: "bela" que no es "belo" que te llama "belo". Ésta se parece a aquella de Unamuno de "pacayo" en la que el infante se cansa de nombrarlo y cuando vas tú y le dices: mira el "pacayo" viene el consiguiente cabreo porque no has dicho "caballo"
Viene la de 4 y una le dice:" te quiero así así de tanto"(con los brazos hasta atrás de abiertos) a lo que ella contesta: pues yo mucho más abuela porque los míos llegan hasta el arriba del cielo.
Cualquier compañía infantil te transporta a otro mundo y cada cual debe sentirse bien orgulloso de la parte de niño que conserve, aún a pesar de los años. ¡A disfrutarlos tocan¡