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EL CRISTO DE LOS CANTOS

Poblacion:
España > Leon > Saelices del Payuelo (Valdepolo)
EL CRISTO DE LOS CANTOS

Generaciones de sahelicenses estuvieron recibiendo de sus antepasados una herencia poco usual: piedras de diferentes formas y tamaños de las que ningún orfebre lograría extraer metal precioso alguno. Habían formado parte del Cristo de los Cantos y ese era su valor.
-Velay tiene usté el canto que le decía. Una docena o más de mis abuelos l'han tenido'n sus manos y'en los cimientos de sus casas.
La anciana señalaba con su bastón una vulgar piedra que estaba -que sigue estando hoy en día- en el lugar más destacado del cimiento de su vivienda, pero sin destacar ella misma porque los líquenes y musgos no la diferenciaban de las otras piedras que ayudaban a mantener el precario equilibrio de aquella vetusta casa.
-Más de sesent'años ha'stau ahí ese canto. Yo, como no tuv'hermanos, no levanté casa'l casarme y mi padre no l'arrancó del cimiento com'habían hecho su padre y su agüelo y los demás.
-O sea que los cantos iban de cimiento en cimiento.
-En la nuestra familia, sí. Otras familias, sab'usté, l'harían d'otra manera, pero'n la nuestra, cuando'l primogénito se casaba, el padre arrancaba'l canto del cimiento pa qu'el hijo lo pusiese'n la casa nueva.
Pregunté a la anciana si tenía noticia de otros Cantos del Cristo que estuvieran identificados como tales.
-Haberlos tié qu'haberlos ¿sab'usté? Pero andarán por ahí enterraus en algún sitio o tiraus por las calles del pueblo. Nadie, que yo sepa, recuerda en Sahelices la tradición del Cristo de los Cantos.¡Cómo m'hubiera gustau tener hijos pa poder arrancar el canto del cimiento y que la tradición s'alargara!
No prometí nada a la anciana. Pero, mientras aquella mujer secaba con el delantal el reguero de nostalgia que resbalaba por sus mejillas, me prometí a mí mismo que yo haría lo posible para que la tradición durase al menos una generación más. Hoy, al trasladar al papel lo que mi memoria conserva de la historia que la anciana me contó hace tres lustros, creo dar cumplimiento a mi promesa.
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Sahelices se había refugiado junto a la lumbre para protegerse del helor procedente de Peñacorada que había conquistado la aldea en aquel postcrepúsculo otoñal. Un aldeano y su perro bajaban hacia Sahelices por el camino de Valdepolo. Aquel hombre sentía en sus carnes la frialdad de la noche, pero era tan insensible como sus conciudadanos a la luz desperdiciada por la luna sobre los sardonales del camino porque aquel hombre era ciego.
-Está cayendo yelo del cielo; nevará pronto -dijo Cirilo el ciego a su perro; éste no perdía de vista a su amo y dio un pequeño tirón a la correa para preservar a Cirilo de una rama de roble que, inadvertida a la intuición del ciego, se entrometía por uno de los laterales del camino .
Cirilo bajaba satisfecho hacia Sahelices porque acababa de tomar una decisión que le había tenido ocupado y preocupado los últimos meses; el perro aceleró el paso porque prefería ver a su amo recogido en los límites de la aldea antes de que la noche y los lobos bajaran hacia ella.
-¿Te gusta el sitio que hemos elegido para construir el Cristo? Tú vigilarás para que nadie se acerque hasta que esté terminado.
El perro lanzó un ligero aullido de asentimiento; también de alegría porque ya las primeras casas de Sahelices disputaban su sitio al robledal. Otros olfatos en la aldea se habían apercibido de la cercanía de Cirilo y sus ladridos de bienvenida cortaron el aire helado.

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-No se supo nunca, ¿sab'usté?, por qué Cirilo había hecho la promesa de construir un Cristo. Lo cierto's qu'el ciego se pasó'l resto del otoño y parte del invierno recogiendo cantos d'entre las nieves y levantando un Cristo enteramente hecho de barro y cantos.
-Algún sahelicense ayudaría al ciego en la tarea.
-Velay s'equivoca usté. Cirilo advirtió que nadie s'acercase a ver su Cristo hasta qu'estuviese terminau o l'echaría el perro. Y t'ol pueblo de Sahelices sabía qu'aquel perro obedecería lo que su amo le mandara a'nque se quedara sin piel. Mentras que los trabajos duraron, y muchos tuvo el pobre Cirilo pa'ncontrar tantos cantos con tanta nieve, nadie s'atrevió ni a girar la vista en dirección al Cristo en construcción a'nque tuviera que pasar po'l camino de Valdepolo.

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La ascensión del Camino del Cristo toma un kilómetro de respiro al cruzarse con el camino que sube desde la Aldea del Puente a Villamuñío; allí se forma un altiplano en el que una docena de encinas desmayadas se han agrupado en un mísero espacio y han unido su esfuerzo al de unos robles raquíticos para defender contra la reja del arado su derecho a la existencia. Sin embargo, cuando ese camino se llamaba Camino de Valdepolo, la llanura era un bosque bajo del que a veces brotaban nubes de vegetación que se encaramaban a las alturas en forma de gigantescos robles.
El cristo de Cirilo fue tomando forma lentamente en aquella falsa llanura; con sus dos metros de altura, se asomaba por encima del matorral lo suficiente para hacerse visible desde los dos caminos. Un mediodía del final de invierno, Cirilo regresó al pueblo.
-Ya'stá. Quien quiera rezar al Cristo, ya puede hacerlo. Los oídos de Sahelices se alargaron y el mensaje recorrió la aldea en pocas horas. Antes de que el día se extinguiera, la curiosidad había arrastrado a la mayoría de los sahelicenses a murmurar la primera oración ante el Cristo de los Cantos.
-A'nque este Cristo no haga más milagros, ya hizo uno bien gordo: dejarse hacer por un ciego y quedar tan guapín- musitó como primera oración una de las aldeanas.
A partir de aquel día los devotos crecieron en número y fervor. Los milagros atribuidos al Cristo de los Cantos también fueron amontonándose y llegó un momento en que los peregrinos llegaban de más allá de los límites del reino para implorar favores ante el Cristo de los Dos Caminos.
-Dicen qu'el primero en robar un canto al Cristo fue el mesmísimo obispo. Según se dice, vino a agradecer al Cristo de los Cantos que una peste que hubo mu' mala no hiciera daño al reino de León. El obispo se llevó con mucho disimulo un canto, se ve que pa no tener que volver a Sahelices y poder rezarle al Cristo desde su palacio en León.
Pero el gesto del obispo no pasó inadvertido a algunos peregrinos y Cirilo tenía que ir reponiendo con creciente frecuencia los cantos que estos se llevaban como reliquias.
-Y sin tiempo d'hacer del tó la última reparación se murió Cirilo el ciego. Dicen qu'una mañana l'encontraron tiesecico y muerto a los pies de su Cristo y qu'allí estaba también el perro a los pies de su amo.
De disimulo en disimulo, el Cristo de los Cantos fue perdiendo las manos, los brazos, la cabeza y cada vez era menos Cristo. Los matorrales le habían ganado la partida y dejó de ser visible desde los caminos que le rodeaban. Cada vez con menos disimulo, los peregrinos seguían llevándose piedras de aquel informe montón porque se había extendido la noticia de que la peste no entraba en la casa que tuviera uno de aquellos cantos.
-Dicen que nadie s'atrevía a reparar el Cristo por respeto a Cirilo. Pero ¿sab'usté?, yo no me lo creo. Fue por desidia, como siempre.
Por fin llegó el día en que ya no podía hablarse de reparación sino de reconstrucción y a eso sí que ningún sahelicense se atrevió. Ante la perspectiva de quedarse sin el Cristo de los Cantos y sin una reliquia del mismo, los vecinos de Sahelices consiguieron el permiso de la Iglesia para desmantelar lo poco que quedaba, cargarlo en un carretón y repartirlo por las casas de la villa.
-Ya le digo que cada cual hizo con aquellos cantos lo que le pareció. Este qu'aquí ve usté es el que tocó a la mi familia, hace d'esto más de 300 años. Y ahí se quedará porque yo prefiero qu'ahí se quede antes d'arrancarlo pa dárselo a uno qu'a lo mejor no iba a creerme qu'hace mucho tiempo formó parte d'un Cristo qu'hubo en el Camino del Cristo.

Pedro Lápidas

Enviado por: J. Payuelo | Ultima modificacion:31-10-2008 08:20
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