Roderos - Leon

Roderos, es un pequeño pueblo de la provincia de León, situado a 15 kilómetros al Sur de la capital, en la ribera del río Porma, entre el Puente Villarente y Villarroañe. El paisaje del pueblo tanto entrando por el Puente como por Villarroañe presenta una bonita y bella panorámica, resaltando su arboleda que sigue el cauce del río, con sus maizales y demás plantas que le identifican como ribera.

Entrando en el pueblo con dirección Villarroañe, lo primero que nos encontramos es con el parque, donde destaca el agua de su cascada, a continuación a la izquierda casi en frente, está la cafetería, donde se reúne el vecindario para pasar sus horas de ocio, jugando la partida y comentar sus trabajos. Seguimos la carretera con dirección a la iglesia, hasta llegar a la calle de San Antonio, donde podemos leer una inscripción que se encuentra en la casa nº 2 que dice; La Cantina, esta inscripción según los vecinos, recuerda la cantina de mediados de siglo pasado que se encontraba en dicha casa, donde los jóvenes organizaban sus bailes al son de la dulzaina que el señor Solutor propietario de ella hacía sonar con agrado viendo a los jóvenes como se divertían derrochando alegría por los cuatro vientos, y ahora los señores lo recuerdan con nostalgia.

Seguimos la ruta y entramos en la calle del Medio que nos lleva a la iglesia de San Salvador con su espadaña al lado, un templo pequeño pero muy bien cuidado en el que en el mes de Mayo las niñas decían versos en homenaje a la Virgen, dicho templo se contempla pocas veces lleno, todo debido a la baja intensidad de la población, por su arquitectura se cree que pudo haber sido construida a finales del siglo XVIII en la que se puede ver como resalta la talla de La Virgen del Carmen, que, aunque, su patrón es San Salvador, el pueblo homenajea más a esta Virgen, que, aunque es conocida mundialmente por su semana de calor, también lo es, por las tres famosas cosas que las jóvenes la piden. La salud, el dinero. y un buen marido, que no fume tabaco ni beba vino.

También debemos de detenernos en la espadaña donde se encuentran situadas las dos campanas, la grande y la pequeña.
A falta de radio, de televisión, de internet… las campanas ofrecían el lenguaje universal, informando puntualmente a los vecinos los principales acontecimientos, y el rutinario paso del tiempo. Todo el mundo entendía las señales.
Para muchos, las campanas y la sombra de la torre, en el caso de Roderos la espadaña, era el único reloj de que disponían.
Eran tiempos, en que los seres humanos todavía se orientaban por el Sol durante el día, y por la noche por las estrellas, si te sorprendía la noche en descampado o en el monte.
Las campanas se ocupaban de anunciar el lento y monótono anuncio de la misa cada mañana: el sencillo toque del Ángelus invitando a orar: el volteo alegre de los domingos: el repique y volteo de las fiestas acompañando a la procesión por las calles recién barridas: el toque a rebato, ahora intempestiva pidiendo ayuda desesperadamente por un incendio u otra grave amenaza: el inconfundible doblar tocando a posa –din… don…din…don……-alternando la grande y la pequeña, primero lentamente, y luego cada vez más acelerado, hasta conjuntar los dos sonidos, el grave y el agudo, para terminar con un estallido aterrador de tristeza y pena, o el breve volteo nervioso poniendo a las campanas bocabajo cuando la tormenta “traía ruido” y el pedrisco amenazaba la cosecha, con este gesto desesperado, y casi supersticioso se creía que las campanas servían también para ahuyentar las tormentas, y la cosa tenía fundamento: de hecho en el rito de consagración se las atribuía esta virtud, no siempre efectiva cuando se la ponía a prueba en todos los ornamentos relacionados con la iglesia, solo las campanas y el cáliz eran los dos únicos vasos que litúrgicamente eran consagrados, los demás eran bendecidos.
El sonido de las campanas marcando el rumbo de la vida hasta la sepultura.

Salimos de la iglesia y nos introducimos en La Plaza Mayor donde en las fiestas se celebran las verbenas hasta altas horas de la noche. Si se trata de degustación como son pinchos morunos, bollos preñados, paella, churrasco etc. es el lugar más idóneo de la villa. Las atracciones para los pequeños también se instalan en ella. Hasta finales del pasado siglo también se encontraba en ella, la “fragua” donde el herrero del pueblo machacaba el hierro para restaurar la herramienta, herrar el ganado para el trabajo etc., al mismo tiempo que se cuestionaban problemas a todos los niveles como así ocurría en las cuadras durante los inviernos al calor de los animales, pasando estas noticias rápidamente a la señora de la casa quien se encargaba de divulgarlas en el acto por los cuatro vientos.

Dejamos la plaza y seguimos por la misma calle para entrar en La Real, que nos lleva a las escuelas construidas a mediados del siglo pasado, que, aunque, su arquitectura no aporta nada, muchos vecinos del pueblo recuerdan sus anécdotas de la infancia con una profunda nostalgia, en la actualidad hasta que se construyó la casa de cultura en el año 2009 que fue inaugurada el día 6 de Agosto por todo lo alto donde no faltaron los famosos pinchos leoneses con un vino español y demás, al mismo tiempo que las autoridades honraban con su presencia la solemnidad del acto y el entusiasmo de los vecinos, éstas, eran utilizadas para celebrar asambleas y también durante las fiestas patronales las competiciones de naipes y otras actividades. Cruzamos la carretera en frente de las escuelas y nos encontramos con la sierra, una industria que debido a la situación del País, tuvo que cerrar en el año 2008, que había sido ubicada en el pueblo por su abundante arboleda propia de la ribera, que luego al llegar la Concentración Parcelaria desapareció una mayoría.
Cruzamos de nuevo la carretera y entramos en “La Gran Vía de el Molino” donde podemos observar en el nº 1 el Consultorio Médico, construido en el año 2005 ya de construcción moderna, donde los vecinos acuden a sus consultas dos veces a la semana.

Continuamos la ruta, por “La Gran Vía de el Molino” donde pasando las eras que están sin edificar aparece un nuevo poblado como si fuera otro pueblo, al dar la vuelta a la izquierda, siguiendo hacia el molino, está la casa de la señora Socorro, muy apreciada por todos los vecinos por su actitud con los jóvenes y niños en las fiestas quienes recuerdan su delicado chocolate y otras meriendas que prepara en ellas, seguimos la calle y a poca distancia volvemos a dar otra curva a la derecha que siguiéndola cogemos la recta que nos lleva al molino, encontrándose ambos lados de fincas rústicas sin edificar.

EL molino.
Uno de los monumentos más emblemáticos de Roderos es, “el molino”, la gente recuerda con tristeza alguna de las anécdotas que hay de él en los años de estrecheces cuando se le precintaban los inspectores para que no negociasen con la harina durante el Estraperlo o “Mercado Negro”, hasta comprobaban la piedra si estaba caliente de haber molido. Al haber tanto recuerdo y la gente haber oído hablar de él, al asignar los nombres a las calles, la que comienza en el consultorio y que nos lleva a él, se la concedió el honorable nombre de, “La Gran Vía de el Molino” los vecinos se emocionan al ver tanto recuerdo.
El pueblo también recuerda aquella presa cuando iban a pescar cangrejos, en el agua que al seguir su camino entre la arboleda ya desaparecida ésta nos arrastraba hasta la rueda del solitario molino.
Al llegar al molino se encontraba una arquitectura popular donde las piedras del tapial embellecían sus paredes al ser construido éste a principios del siglo pasado, que debido a las nuevas tecnologías éstas, han desaparecido,

También hay quien recuerda una bonita poesía de “el molino” que habían aprendido en la escuela que decía;

El molino
Sigue el agua su camino,
y al pasar por la arboleda,
mueve impaciente la rueda
del solitario molino.
Cantan alegres
los molineros,
llevando el trigo
de los graneros;
trémula el agua,
lenta camina,
rueda la rueda,
brota la harina,
y allí en el fondo
del caserío,
a par del hombre
trabaja el río.
La campesina tarea
cesa con el sol poniente,
y la luna solamente
guarda la paz de la aldea.

Antonio Fernández Grilo

El molino a parte de los recuerdo que trae a la gente, está lleno de historia, los vecinos recuerdan entre otras cosas, aquella presa cuando iban a cangrejos, los que había y luego las meriendas que hacían con ellos, estos señores derrochaban alegría por los cuatro vientos.
Desde este caserío se divisa la torre de Villarroañe que se encuentra a tan solo kilómetro y medio de Roderos.
Dejamos el molino que es donde termina el pueblo, un pueblo muy alargado que por eso dicen ¡Viva el pueblo de Roderos! que es, estrechito y largo, señoritas no las hay, hay labradoras con garbo, y seguimos por la misma calle que, aunque a partir de éste se considera camino de concentración es la continuación de “La Gran Vía de el Molino” que nos lleva a Villarroañe. Según algunos vecinos de Roderos, pero, que ninguno de los nacidos en el siglo XX, lo conocieron, entre la torre de Villarroañe y Roderos hubo otro pueblo (NAVES) que según estos señores compartían la iglesia con Villarroañe, parece ser que a eso se debe que la iglesia se encuentre en el extrarradio del pueblo de Villarroañe. El pueblo de NAVES desapareció sin dejar a penas rastro alguno, pero, según algunos historiadores, hace muchos años e incluso siglos había enfermedades que eran incurables en aquellos momentos, lo que aquellos hombres denominaban “peste”, y a consecuencia de esto morían todos los del pueblo o casi todos, luego al desaparecer la iglesia la transformaban en una ermita quienes la asociaban a San Roque por ser el patrón de la “peste” cosa que en esta ocasión al compartir la iglesia se entiende que en el pueblo no la había, pero, en Villarroañe si que tienen la ermita de San Roque, datos que coinciden con las hipótesis que manejan los historiadores.