Riego de la Vega - Leon

Como dije hace poco, un gran iceberg está emergiendo y lo que parecían ser casos aislados de parafilias dentro de la iglesia son en realidad un solo caso de grandes proporciones, una gran tara que afecta a toda la institución en su sistema neurológico. Y esto, que ni mucho menos es algo nuevo, sucede porque la iglesia persiste en someter a sus miembros a normas conductuales contra natura.

La iglesia (la curia romana) conoce y ha conocido (estaría bueno) a lo largo de su historia los efectos de sus normas en su propia infantería. El problema para ella no es que su sistema sea aberrante, neurotizante. El problema es que ahora todas las cosas que le afectan trascienden rápidamente, dado que vivimos en una era de comunicaciones instantáneas, abiertas y universales. Ese es el gran problema.

Hasta el momento, los casos de pederastia, embarazos y otras secuelas del celibato han sido sistemáticamente ocultados por la curia y resueltos con traslados. El propio Ratzinguer estaba, tiempo ha, más preocupado por el efecto que estos casos podían tener en la imagen de la institución que por las consecuencias de mantener a los psicópatas sexuales en su puesto o trasladarles a nuevas diócesis donde no fueran conocidos.

Antes, las denuncias por abusos tenían pocas o ninguna posibilidad de prosperar. Era muy difícil demostrar determinados sucesos, y un individuo en solitario nada tenía que hacer contra una institución milenaria, con un poder político y social tan grande. Además, los mecanismos sicológicos del ser humano casi siempre le mueven a enterrar sus vivencias traumáticas, aunque éstas nunca dejen de actuar en el inconsciente.

Ahora está teniendo lugar una suerte de “alzamiento colectivo orquestado”. En todo occidente las víctimas han dejado de sentirse solas e impotentes; en muchos casos han superado la infinita vergüenza que les produce hacer públicos sus casos y han sentido el alivio de saber que no están solos, que son una legión y que al fin serán escuchados y públicamente resarcidos. El tiempo está a su favor.

Sólo queda lo inevitable. Que la inmensidad de fieles católicos se emancipe de su fanatismo y se formule, a título personal e íntimo, la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible creer en un dios, en una moral revelada, y actuar así desde el Vaticano, desde los obispados?

Perdonalos SEÑOR,pués SI saben lo que hacen,dandole rienda suelta a sus aberraciones lividinosas.