Riego de la Vega - Leon

Antonio Trevin Lomban
23 de agosto ·

Comparto una reflexión de Daniel Ordás no solo por estar totalmente de acuerdo, sino también por lo pedagógica que me parece.

Hacerse viejo no es un mérito, basta con no palmarla, pero los cumpleaños tienen siempre algo especial, a pesar de ser un día cualquiera.

Ayer me dió por leer sobre la Guerra de Argelia, porque precisamente el 22 de agosto de 1962, 12 años antes de yo nacer, fué el atentado contra el General de Gaulle, entonces Presidente de Francia. Ese general, heroe contra la Alemania nazi, conciliador con la Alemania democrática, que unió Europa y silenció vergüenzas.
Me fascinó el tema y seguí leyendo.

Ese país que conocí como mero obstáculo en el camino de vacaciones a España, ese país al que miles de basilienses van a comprar cada semana para ahorrar unos francos, ese país al que iban los españoles a ver películas porno que tenían tanto de porno como hoy un anuncio de champú o el videoclip de cualquier canción. Ese país al que llegó en octubre de 1961 mi padre en su primera emigración con una maleta de cartón y donde la bienvenida fueron 3 argelinos muertos en la estación, abatidos por la policía. Ese país con su Paris de Disneyland y la vivienda de mi exnovia.

Ese país en el corazón de Europa había vivido un golpe de estado poco antes de yo nacer. Habían asesinado a 200 manifestantes y arrojado sus cadáveres a la Seine en la capital del amor. Las ordenes las había dado un tal Maurice Papon, nunca condenado por ello, pero sí muchos años más tarde por haber sido un colaborador nazi.

En estos días en los que damos todo por hecho y conseguido, en los que nos aburrimos de bienestar y cuestionamos el sentido de la vida si nos quedamos sin fútbol o cobertura de móvil, conviene recordar.

Que un nieto de currante emigrante como mi hijo vaya a estudiar ingles a Estados Unidos, no es normal.
Que pueda cruzar la frontera en bici sin frenar, no es normal.
Que yo pueda votar, no es normal.
Que mi mujer pueda votar es aún menos normal.
Que puedas echar gasolina en Francia y con las monedas que te devuelve el gasolinero puedas tomar un café en Alemania, no es normal.
Que mi hija vaya a clase con hijos de millonarios e hijos de inmigrantes, sin saber cual es qué, no es normal.
Que cientos de personas de todo el planeta me puedan felicitar para mi cumple, no es normal.
Que pueda escribir esto en libertad y tú leerlo donde sea, no es normal.

Toda esta nueva normalidad es fruto de desarrollo, sacrificio y suerte. A muchas generaciones antes de la mía les tocó solo el sacrificio, a muchos contemporáneos míos les faltó la suerte y aquí estamos los que podemos leer y escribir en libertad, viajando sin fronteras y consumiendo con pocos límites.
Aquí estamos los que nos quejamos, porque podemos y porque tenemos esa nueva normalidad que perder.

Hoy que el victimismo y el findelmundismo van gratis en las bolsas de patatitas y las botellas de Coca Cola, quizás, aunque no sea tu cumpleaños (para el mío vuelve a faltar un año), deberíamos de recordar a veces esa normalidad que está en juego cuando nos enfrentamos por poco y despreciamos lo que tenemos.

¡Feliz resto del año a todos!