Riego de la Vega - Leon

“A los niños se les engaña con juguetes, a los mayores con prejuicios”, dejó dicho el general espartano Lisandro, y tenía mucha razón. Muchas de las falacias ideológicas que se vierten desde el poder autoritario sobre la conciencia colectiva van destinadas a eso, al engaño y a la manipulación, con el fin de esconder una realidad objetiva que le deja en evidencia por ser resposable de lo que, precisamente, atribuye a otros.

En un debate televisivo en la Sexta noche de la semana pasada, uno de esos debates, que suelo evitar, en los que la mayoría de los contertulios suelen ser personajes de esa derecha extrema que nos parece increíble que aún exista, salió a colación un asunto que siempre me ha parecido una tremenda manipulación ideológica; una de esas falacias de las que hablaba, y un cajón desastre construido a la medida de la derecha franquista para volver del revés la realidad de un pasado que aún sigue sin estar, en este país, superado.

Yo no lo vi; ya digo, las suelo evitar. Pero he leído en la prensa “la bronca de Elisa Beni con Inda”, a colación de la propuesta de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de eliminar de la capital una treintena de calles dedicadas a altos cargos del franquismo. La periodista Elisa Beni, que me parece de las pocas personas sensatas, lúcidas y de ideas realmente demócratas que participan en esas tertulias, fue increpada por Eduardo Inda, del extremo centro, como dice Wyoming, posicionándose claramente contra esa iniciativa de Carmena. Y soltó perlas como “Carrillo es un asesino confeso”, o “Carrillo asesinó a seis mil personas en Paracuellos”.

Salió Paracuellos, a colación, ¿Cómo no?, ¡Paracuellos! es el gran arma arrojadiza de la derecha para hacerse acreedora de una condición de víctima que no fue tal, sino todo lo contrario. Desde que tengo uso de razón he escuchado ese eslogan franquista que pretende desdibujar en la conciencia colectiva lo que ocurrió en una dictadura terrible que asoló este país cuarenta años, y lo que queda; porque Franco murió, pero el franquismo sigue, a la vista está, vivo y coleando. Paracuellos fue un horrible episodio de la guerra civil, como otros muchos tantos. Hubo seis mil muertos. Algo terrible que nunca debió ocurrir. Con nunca debió ocurrir el letal golpe de Estado de 1936 contra el gobierno legítimo de la II República española, fruto de la voluntad democrática de los españoles, por una turba de fanáticos que se oponían a la democracia. Y mi opinión, que conste, no se basa en ningún adoctrinamiento, al contrario. Provengo de una familia conservadora, y de derechas. Se basa en la búsqueda de la verdad.

Fueron 6.000 los muertos en Paracuellos; en la guerra civil se estima que murieron 50.000 españoles en la zona de la retaguardia republicana, y más de 100.000 las personas que murieron en la zona sublevada, muchas de ellas aún en las cunetas. Es decir, murieron, sólo en los años de la contienda, cincuenta mil personas más de ideología demócrata que de ideología franquista, o fascista, hablando en plata. Se estima también en unas 50.000 personas las que murieron tras la guerra, en pleno franquismo, en época de paz, según la derecha; la mayoría de ellas sólo por ser de ideas contrarias a la dictadura.

¿Cómo se atreve nadie a llamar “asesino confeso” a un hombre que luchó con un enorme compromiso, el de su propia vida, contra el franquismo, y que fue uno de los artífices de la llamada transición a la democracia, mientras se defiende una ideología que asesinó a medio país? ¿Cómo se atreve nadie, en pleno siglo XXI, a llamar asesino confeso a nadie mientras defiende la ideología de un presidente del gobierno, Aznar, que se alió gustosamente, en base a una enorme mentira, a los que ocasionaron en Irak alrededor de un millón de muertos?

España es el único país del mundo que sufrió el fascismo y no lo ha condenado. Los cuarenta años del franquismo están llenos de ejecuciones por motivos políticos, es decir, de asesinatos. Todos los países europeos, excepto España, han juzgado a sus respectivas dictaduras y a sus culpables, y han desarrollado una política activa de reconocimiento a sus víctimas. Excepto España, repito, donde el PP bloquea por sistema cualquier intento. Franco estuvo matando hasta el final. Recordemos a Puig Antich, un joven anarquista, la última víctima, asesinado en 1974 por sus ideas. ¿Cómo tienen la indecencia de hablar de Paracuellos y de llamar a Carrillo “asesino confeso”? Los pueblos y ciudades españolas siguen homenajeando en sus calles a golpistas, fascistas, intolerantes y asesinos, asesinos de verdad. Como Queipo de Llano, ese militar franquista cuyo discurso era “Cualquier afeminado o desviado que insulte al Movimiento será muerto como un perro”. Y, a día de hoy, siguen teniendo defensores mediáticos y voceros.

Coral Bravo es Doctora en Filología