Riego de la Vega - Leon

Esperanza Aguirre va sobrada, o eso quiere creer ella. Cuando el común de los mortales, si se le hubiese ocurrido salir huyendo de la policía habría tenido un serio problema legal, Aguirre, con la inestimable colaboración de algunos sectores judiciales, se puede marchar de rositas. Si a cualquiera le creciesen como setas los colaboradores corruptos, tendría un serio problema de imagen y debería dar muchas explicaciones. Aguirre, no.


Y claro, así la lideresa se siente tan satisfecha y tan encantada de haberse conocido. Su desparpajo chulesco se ve reforzado cuando comete una barrabasada como despreciar a los agentes de movilidad y policía municipal y salir huyendo, y despreciar las órdenes de detenerse y un juez, Carlos Valle, considera que esto no es nada de nada. En contra del criterio de la Audiencia Provincial de Madrid, que ya reprendió a este juez por querer sobreseer la causa inicialmente y le obligó a investigar lo sucedido. En contra de la opinión de la propia Fiscalía, que si considera acreditado, cuando menos, una falta de desobediencia. Nada de nada. Aguirre vive un día de gloria, que se puede trocar en penas si el auto de sobreseimiento es recurrido ante la Audiencia Provincial, algo que previsiblemente ocurrirá y que previsiblemente modificará la decisión del juez Valle.

Del mismo modo, Esperanza Aguirre pretende jugar a ser la paladina de la lucha anticorrupción, cuando lo cierto es que, durante su mandato, la trama Gürtel extendía sus tentáculos hasta la náusea en la administración regional y en muchos de los principales ayuntamientos del PO. Y cuando no es Gürtel y su estrecho colaborador López Viejo, es Púnica y su estrechísimo colaborador Granados. Aguirre, como algunos corchos, pretende siempre flotar, no importa si está rodeada de aguas transparentes o chapotea en cloacas y ciénagas.

Aguirre se cree que ahora tiene despejado el camino hacia su sueño: competir por el Ayuntamiento de Madrid y, con un poco de suerte, usar el palacio de Correos, o al menos unos resultados aceptables en la contienda electoral, para su auténtico objetivo: moverle la silla a Mariano Rajoy, su íntimo enemigo en el PP.

Se equivoca la lideresa. Su problema para continuar en política con un mínimo de dignidad no es su presente, es su pasado. Tiene demasiados muertos en los armarios, tiene las alfombras como los Pirineos, de tanta basura como se ha pretendido barrer debajo de ellas. Y los ciudadanos no son ignorantes. La época de la gracia chulesca y retrechera de Aguirre pasó a la historia. Hoy, Esperanza no hace honor a su nombre, y es el mejor símbolo del pasado que todos los españoles queremos olvidar. Incluidos los votantes más lúcidos de la derecha.