Riego de la Vega - Leon

Se puede ser un mal político, y es excusable. Se puede ser mal gobernante, y es un problema que se arregla con unas elecciones. Se puede ser mala persona, y eso la verdad tiene difícil solución. Pero cuando se es un mal político, un pésimo gobernante y una peor persona, entonces es cuando la situación se vuelve insostenible. Ayer, Ignacio González, con traje de meritorio para ver si el PP le deja presentarse a las elecciones madrileñas, demostró sobradamente que reúne las tres condiciones.


Una tarde de Pleno en la Asamblea de Madrid. Tomás Gómez, líder de la oposición, pregunta al presidente saliente, Ignacio González, si va a abrir los comedores escolares durante las vacaciones navideñas, y argumenta con cumplidos datos sobre el avance imparable de la pobreza infantil en la Comunidad. Todo normal, todo razonable, todo lógico.

Y es esa pregunta la que elige González para demostrar lo que lleva dentro y sólo muy de vez en cuando disimula. No sólo reniega de los datos aportados por entidades tan poco sospechosas de izquierdismo galopante como Cáritas o el propio Centro de Investigaciones Sociológicas, sino que acusa al socialista de mentir, ya que el auténtico problema de los niños madrileños es el sobrepeso, la obesidad que provoca vivir en una sociedad tan opulenta como la madrileña.

Si no fuese para vomitar, parecería cómico.

Es verdad, González anda nervioso. Es verdad que, al fin y al cabo, el heredó el cargo de Esperanza Aguirre y las encuestas no auguran precisamente que sea capaz de defenderlo en las urnas. De hecho, ni siquiera su propio partido ha tenido a bien confirmarle como candidato. Pero si le puede la ansiedad, que se tome una tila.

Es absolutamente intolerable que un gobernante desprecie a sus gobernados de esa forma. No hay ataque de ansiedad, o de mala conciencia, larvada en lujosos áticos en Marbella, tan altos y tan lujosos que no dejan ver la pobreza y la miseria que se multiplica en las calles gracias a los recortes y liquidación de ayudas que ha generado el PP, que justifique una chulería de ese calibre.

Ignacio González, aunque sea alegando una excusa tan peregrina como enajenación mental transitoria, debe pedir disculpas a los cientos de miles de madrileños a los que ha ofendido y despreciado con sus afirmaciones. Y si no lo hace, su partido, si es que le queda un ápice de dignidad y vergüenza, le debe obligar a hacerlo. A dimitir, qué quieren que les diga, prácticamente ya se encarga él solo de suicidarse políticamente.

Porque nos importa una higa cuan gordos estén los hijos de sus amigos de francachelas, o sus propios vástagos. Aunque González no se entere o no se quiera enterar, él gobierna para todos, especialmente, para aquellos que no frecuentan los circuitos elitistas y sofisticados donde el problema es la obesidad y no la malnutrición infantil. En mayo como tarde, González debe estar en la calle. Que ya le recogerá algún amigo con empresas, o negocios, o contactos, o con todo a la vez. Otros miles no tienen esa suerte.
Manuel Arias