Riego de la Vega - Leon

36 años después seguimos en las mismas, o peor. Ríos de tinta, voces, propuestas, manifestaciones y concentraciones, para explicar, pedir y exigir que se cumpla la Ley de Memoria Histórica. Se llame así o se llame de otra forma, es lo de menos; qué se reconozca a las víctimas y se condene el régimen anterior. La comparativa con otros países que también han tenido sus propias dictaduras y cómo lo han superado es sinceramente devastador para España.

Que países como Argentina estén haciendo el trabajo y pidiendo explicaciones cuando debería ser la España democrática la que lo haga, como forma ejemplar de reconocer y superar un pasado negro, es directamente humillante. Que países como Chile tengan su Museo de la Memoria y una Comisión de la Verdad, o cualquier ciudad francesa tenga su museo reconociendo la labor de la Resistencia, hace que la comparativa sea desoladora. España no avanza.

Llegaremos a las cuatro décadas, tantas como el periodo del propio régimen, y seguiremos sin poder decir alto y claro que son inadmisibles los símbolos fascistas. Decir esto y que haya contestaciones en un país que se considera una democracia es inaudito. La España del 75 no estaba tan atada como aseguraba el tirano, pero por lo que se ve tampoco tan suelta como creían algunos.

El que algo tan básico y obvio en democracia como la Ley de Memoria Histórica todavía tenga tantas resistencias es una muestra clara de que las tesis franquistas, sus mártires, sus consignas, siguen vigentes. Pero lo peor es que el temor y el miedo impuesto en la España de entonces subyacen en la actualidad. Muchas de las resistencias se basan en una especie de “mejor no toquemos nada a ver si…” lo cual deja en evidencia la labor y consolidación de la España democrática.

Los fundamentos fascistas y franquistas impuestos a sangre y fuego desde su inicio están clavados con mayor profundidad en nuestra España que los fundamentos democráticos clavados con tibieza, por eso de no hacer mucho ruido, propios de una Transición. ¿Seguimos transitando casi cuatro décadas después? ¿No superaremos nunca la losa del 36?

Es la concordia mal entendida. La concordia no es un pacto con el régimen, y si es así, si la concordia sirve para que la democracia se de la mano con la dictadura y se hagan guiños mutuamente, habrá que terminar con la misma. Con esa concordia. Hay que ir a un estadio superior, y evidenciar que no es admisible que todavía las calles homenajeen a individuos o consignas que promovieron el terror, la represión, la falta de libertades y de derechos, la sumisión, el salvajismo. Esto, por si se escapa, no son valores propios de una democracia.

El olvido que se pretende es insostenible. Sería la última gran plaza por tomar desde aquella insurrección debidamente consagrada y transformada en “cruzada”. Sería algo tan esperpéntico y humillante como que la democracia española avalase los crímenes del franquismo, que estuviese de acuerdo con los principios impuestos. Lo mejor que les podía pasar a los golpistas, y lo peor para las víctimas, es que la España democrática se olvide de aquello, que esa proeza y resistencia por los valores que hoy disfrutamos no sirviera para nada. Ni siquiera un simple recuerdo.

Hoy la resistencia no está en la defensa de una ciudad, está en la defensa de su memoria. Para muchos de nosotros los verdaderos padres y madres de la democracia española no están retratados en el Senado, están esperando todavía en fosas.


Pedro Reig es secretario de Memoria Histórica de las Juventudes Socialistas de Madrid