Riego de la Vega - Leon

Posted by jmchaconPosted on Lunes, mayo 20th, 2013
José María Chacón.-

La derecha española, comandada esta vez por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, se encuentra en plena ofensiva para conseguir la penalización y criminalización completa de la interrupción voluntaria del embarazo. Según parece, los más reaccionarios de entre los post-fascistas tienen pensado incrementar a corto plazo la presión sobre el gobierno del PP para impedir que el pragmatismo electoral lleve a Gallardón a descafeinar la prometida reforma. Rouco Varela y Jaime Mayor Oreja ya han comprometido su presencia en la primera línea de fuego.Personalmente, temo el peor de los futuros para la opción de la interrupción voluntaria del embarazo, como temo lo peor para la educación tras la intervención de Wert o para la causa de las víctimas del franquismo por voluntad del gobierno Rajoy al completo. Si por algo se ha caracterizado el Partido Popular desde su fundación, ha sido por su empecinamiento en devolver al estado español al medievo más abyecto, impelido sobre todo por los sectores más identificados con el fascismo franquista, demasiado importantes en su sociología.
En lo que al tema del aborto respecta, siempre me ha ofendido la telúrica hipocresía con que la derecha cripto-fascista, tan reaccionaria en lo político como fanática en lo religioso, argumenta sus posiciones. Sus mensajes siempre lanzan bebés ensangrentados contra sus destinatarios, y sus discursos siempre se centran, casi exclusivamente, en la ‘defensa de la vida’. Sin embargo, todo esto es una gran mentira.
Si las organizaciones que suelen capitalizar el discurso contra la interrupción voluntaria del embarazo, con la Iglesia Católica al frente, defendieran, realmente, ‘la vida’, harían oir su voz mucho más a menudo de lo que lo hacen porque, por desgracia, ‘la vida’, la de los seres humanos vivitos y coleando, sufre brutales agresiones todos los días en los cuatro puntos cardinales.
No es casual que los sectores más beligerantes contra la IVE (interrupción voluntaria del embarazo) sean organizaciones muy apegadas a la Iglesia Católica y a un partido político tan cercano a aquella como el Partido Popular. Esto no se debe a que estas organizaciones experimenten una concienciación en favor de la vida mayor que otros sectores u organizaciones. La razón de este posicionamiento tiene que ver, en realidad, con su intransigencia y radicalidad ideológicas. Más bien dogmáticas. Me explico.
A cualquiera que conozca algo de historia le choca la supuesta posición de la Iglesia y sus adláteres ‘en favor de la vida’ cuando recuerda el papel jugado por la Iglesia Católica en la Guerra Civil española, en la masacre española durante la conquista del continente americano, en las diversas Cruzadas medievales contra los infieles o en las innumerables guerras religiosas registradas en Europa desde que Constantino impusiera el cristianismo como religión oficial del imperio romano en el siglo IV. ¿A qué viene tanta obsesión por la vida de los nonatos cuando ha demostrado tan poco respeto por la de los nacidos?
La explicación hay que buscarla, como no podría ser de otro modo tratándose de la Iglesia Católica, en el dogma: para la jerarquía católica, los humanos no somos dueños de nuestra vida. Para ellos, Dios, ‘su’ dios, es el propietario último de nuestras vidas. Por lo tanto, sólo él dispone si vivimos o morimos. Cada uno de nosotros sólo seríamos, en esta visión enfermiza de la realidad, una especie de ‘usufructuarios’ de los cuerpos que El Hacedor nos habría entregado temporalmente. Este dogma es el que explica la posición de la Iglesia -y de las organizaciones de fanáticos que controla o asesora- en cuestiones como el aborto, el suicidio asistido e incluso la utilización de terapias génicas en medicina.
Pero, ¿de dónde saca la Iglesia Católica estas ideas? ¿Cómo demonios llega a la conclusión de que la divinidad es la propietaria de mi vida, y yo no lo soy?
La respuesta hay que buscarla en lo que la antropología conoce como ‘pensamiento salvaje’, esto es, lo que los griegos denominaban ‘mythos’, el pensamiento mítico. Para la filosofía, el pensamiento salvaje se caracterizaba, entre otras cosas, por confundir el ‘acontecer’ con el ‘obrar’, es decir, que el pensamiento arcaico sólo alcanzaba a concebir los acontecimientos -la lluvia, el calor, el frío, los nacimientos, la muertes, las enfermedades, la violencia, etc- como actos de voluntad de seres superiores todopoderosos. Si había caza en abundancia, era porque el dios o los dioses así lo habían decidido porque estaban contentos. Si el alimento escaseaba para la horda, ello se debía igualmente a la voluntad de los seres todopoderosos, que por alguna razón se habían enfadado con los humanos. Si el frío glacial causaba la muerte de los niños o si la persistente sequía hacía que los ancianos murieran de sed, todo ello se debía a la voluntad del dios o los dioses de turno. Esto viene a ser el pensamiento salvaje.
Siguiendo esta línea de pensamiento, el nacimiento de un niño era igualmente concebido como un acto de voluntad divino. Del mismo modo, la muerte de los miembros del clan se producía de manera siempre inesperada, muchas veces repentina, tal vez a causa del ataque de un animal salvaje, una caída o cualquier otro accidente. Los humanos eran conscientes de que tanto el nacimiento de los individuos como su muerte era algo que escapaba a su voluntad. Por tanto, y siguiendo la línea del pensamiento salvaje, que acontecieran nacimientos o muertes deberían ser decisiones caprichosas de una voluntad todopoderosa. Lo que ha hecho la iglesia Católica, a partir de este planteamiento, es subir un nivel en el grado de abstracción: si los seres humanos nacemos o morimos a partir de la voluntad exclusiva de la divinidad… entonces la divinidad es la propietaria efectiva de nuestras vidas. Por tanto, nosotros, los seres humanos, no somos dueños de nuestra vida, de nuestra existencia.
Es decir, que el hecho de que hoy nos veamos abocados a luchar para poder ser dueños de nuestras propias existencias, se debe a que la Iglesia Católilca, apoyada en organizaciones sociales de fanáticos con notable poder político, rige sus decisiones según un sistema de pensamiento pre-lógico, por el pensamiento mítico o salvaje.
La conclusión es obvia: necesitamos que las organizaciones religiosas, y los fanáticos que las apoyan, abandonen de una vez un sistema de pensamiento superado desde hace más de dos mil años y den el salto al siglo XXI. O eso, o relegar a estas organizaciones atrasadas, reaccionarias, al ostracismo.