LA VIDA DE UN FASTASMA La vida de un fantasma presenta muchas vicisitudes. No puedo negar que lo he pasado bien, al contrario; podría pasar cientos de veladas recordando momentos maravillosos. Recuerdo, por ejemplo, las fabulosas tardes de primavera pasadas en el Liceo, escuchando las disertaciones de mi gran admirado Aristóteles; o, sin remontarme tanto en la memoria, aquella en la que cabalgué a lomos de un maravilloso corcel al lado del gran Gengis Kan, con el viento helado de las estepas asiáticas agitando mis blancos cabellos; o aquel inolvidable día en que, encaramado en la cofa de la “Niña”, grité, emocionado junto a Rodrigo de Triana, aquella palabra que la tripulación estaba ya angustiada por oír: “¡Tierra, tierra!”, con el olor húmedo pero embriagador de la selva en nuestros rostros, que precedió a la visión del nuevo continente.(Recuerdo que entablé cierta amistad, incluso, con uno de los chamanes de aquellas gentes tan desconocidas para nosotros, que, en sus trances, llegó a convocarme asiduamente, incluso habiendo yo regresado ya a la Vieja Europa). Palabras me faltan para describir aquellas tardes de invierno escuchando a D. Francisco de Quevedo recitar sus incomparables sonetos al abrigo de la lumbre, en compañía de una jarra de vino, en aquella tasca oscura del viejo Madrid. Y, por supuesto, aunque muy lejana, aquella vez en que me colé en los aposentos de la adorada Nefertiti y pude acariciar con mis tétricas manos huesudas su largo cabello, mientras ella, distraída en sus pensamientos con la mirada clavada en el infinito del espejo de su tocador, lentamente lo cepillaba. Jamás he percibido un aroma tan embriagador… Pero como ya he dicho, la vida de un fantasma presenta muchas vicisitudes, y por desgracia, son los peores momentos los que me vienen ahora a la memoria. Recuerdo el gran incendio de la entonces todopoderosa Roma a manos de los sicarios de un loco que se hacía tratar a sí mismo nada menos que de dios. Inhibido totalmente de la realidad, por otro lado porque, si mal no recuerdo, incluso a Júpiter, dios de la guerra, vi llorar de impotencia aquella noche , dada la destrucción provocada por semejante capricho, sin, ni si quiera, una pequeña batalla que librar. En cierta ocasión pude presenciar la tortura sufrida por una apenas adolescente, a manos de un verdugo que, en virtud de acallar su impotencia, disfrutaba marcando a fuego a aquella desdichada muchacha, atada al potro; “¡Confiesa, bruja!”, gritaba uno de los dos jesuitas allí presentes, imbuido en su negra sotana, con los ojos inyectados en sangre. Admito que, aún hoy, me cuesta conciliar el sueño: los gritos de dolor todavía atormentan mis oídos. Qué decir de la mirada de aquel muchacho al que no fui capaz de cerrar los párpados debido a que sus lágrimas estaban heladas, muerto de frío en las interminables trincheras de la 1ª Gran Guerra; todavía hoy me despierto a menudo con su mirada desgarrándome lo poco que de mi alma queda. Y, por supuesto, a mi cabeza vienen demasiado a menudo las figuras de aquellos con los que compartí el invierno de 1944 en Auschwitz ; aquellas figuras, que, cualquiera lo diría, estaban más muertas en vida que yo mismo, caminando sin rumbo por su destierro, con los ojos tan hundidos en sus cuencas, que, de haber sido yo visible, habría sido portento de belleza. Más de tres mil años he vagado muerto por este mundo, y jamás he sentido la muerte tan de cerca. Y en todos estos años que, como digo, llevo vagando por el ostracismo de mi soledad, debido, dicho sea de paso, a los errores que cometí en vida (sí, aquella vida cuyos recuerdos tengo escondidos en el último baúl de mi memoria) si algo he aprendido, digo, es que la humanidad transita por un camino cíclico, en el que, cada cierto tiempo, los mismos errores son cometidos por distintas generaciones; entiendo que los humanos, dada su naturaleza mortal, la mayoría de las veces no son capaces de apreciar estos sutiles cambios en el tiempo, que a mí, sin embargo, se me hacen evidentes. Pero créanme, esos cambios existen. El egoísmo está ligado al odio; el odio da paso a la negación; ésta, a su vez, es la antesala de la oscuridad; y la oscuridad se manifiesta, en definitiva, en la aniquilación. Muchos han sido los períodos oscuros en la historia de la humanidad. Sí: asumo que unos más prolongados que otros, más crueles aquellos; incluso he de reconocer que, a la vista de algunas épocas demasiado virulentas, otras, en un análisis somero, pudieran parecer años de benevolencia. Sin embargo, mi olfato experimentado me dice que no es el caso: Sra. Presidenta de la Diputación Provincial y demás compañeros de escalada: están ustedes en el tercer peldaño de esta peligrosa ascensión: el egoísmo ya lo han demostrado ( léase, si no, este enlace: https://www.foro-ciudad.com/leon/puebla-de-lillo/mensaje-1448632.html); el odio, y a las pruebas me remito, se les presupone; la negación la acaba de hacer usted patente con la redacción de un “decretazo” (no sé hasta qué punto dentro de la legalidad) en el que pretende negar el derecho al trabajo a los miembros de la Escuela Española de Esquí en la Estación Invernal de San Isidro. (Por cierto, ¿sabe usted cuántas escuelas de esquí están trabajando sólo en la Estación Invernal de Sierra Nevada? Hágase usted un favor, dese una vuelta por el mundo). No sigan subiendo: arriba no hay nada, se lo aseguro. En fin, que viendo la evolución que toman en los tiempos que corren determinados asuntos, a veces, pienso, me gustaría ser vivo, para, por fin, poder morirme. SPECTANTE. (SPECTAMUS TE, SEMPER SPECTAMUS TE) |